miércoles, noviembre 19, 2008

Post vérité

(Tras casi dos semanas sin conexión, subo este post-verdad desde un ciber, con un café humeante a mi lado y ganas de poner una bomba de hidrógeno en las sedes de ya.com, que han conseguido acabar con una paciencia tan a prueba de todo como la mía. Si alguien conoce a alguien que trabaje en esa empresa, que le avise de que no se cruce conmigo, porque podría matarle)
Alone again, naturally

Sencillamente, amo esta canción. Y me gustaría dedicársela a un montón de gente a la que aprecio y a los que, por alguna razón, “les pega”. O se ajusta a la idea que tengo de ellos: honestidad, inteligencia, amor y una clase especial de fascinación por la belleza. Yambra, Michel y Manana, Fantasma Paraíso, Lorna Cor, claro, Joe Clemens, y mi preciosa sobrina Celita. Cuando digo que les pega es que pienso que a ellos también les gusta, que todo me indica –instintivamente- que son capaces de disfrutar este tema, hasta cantado y tocado por mí. Sólo espero que me perdonen esta versión tan poco respetuosa.
Como, gracias al servicio nefasto de ya.com, una vez más (y esta es la última, por estas), llevo más de una semana sin conexión a internet, dispongo de algo más de tiempo, y en estos días, con la ayuda de Borja (a quien puede verse fugazmente en un par de tomas) grabé este videoclip en el que, ya lo sé, ya me lo han dicho (y no es que hiciera falta) salgo gordo como un trullo, algo achatado por los polos “dieciséisnovenizado”, como si dijéramos, y feo como un cabrón, con una papada espectacular. En fin, soy así y no hay más que hablar.
En parte, a ver si cuela, es un efecto buscado. Es una canción que me remite a esos días de mujeres “liberadas” -sin sujetador-, hombres con gafas de pasta, camisas entalladas y pelos largos y cinéma vérité (con los acentos donde y como correspondan) y reporterismo periodístico profundo y concienzudo. He intentado darle ese aire al videoclip y creo que no está mal del todo. Lo de mi obesidad no tiene nada que ver con eso, claro porque la gente de esos días, era como flaca, ¿no?... no sé, igual que los 80 eran de gente más rellenita, los 70 eran de los flacuchos, me parece a mí. A lo mejor, bien pensado, sí que tiene que ver: el cinéma vérité se caracterizaba, entre otras cosas, y por oposición al cine de Hollywood, por mostrar las cosas tal como son, y no con propósitos narrativos, de forma que ayuden a contar la historia: soy así de gordo y de feo y punto pelota.
Me gusta del video la transición de blanco y negro a color sin solución de continuidad y algunos de los planos de Borja son muy buenos, tiene mano, el tío. De la canción, pues eso, que al ser una versión mía, está rebosante de guitarra (el sonido del solo de guitarra es estupendo, ustedes perdonen) y le he añadido unos coros que me han quedado, quede bien o mal decirlo, la mar de bien. Le había puesto armónica, pero le restaba carácter y se la quité. Y ahora sí que es una versión wolffa de esta maravillosa canción. Que ustedes, si no vomitan, la disfruten.

martes, noviembre 04, 2008

La vida, Lorna, la vida.

Es fácil, mi querida Lorna, ponerse a reflexionar sobre la vida cuando ésta, caprichosa, te pone la muerte delante de las narices. Es fácil ponerse a pensar en ello y más fácil aún, mi diosecilla alegre, meter la pata hasta el sobaco y analizar estos asuntos complejos con la banalidad del pensamiento contemporáneo. Es fácil ser inane, Lorna, muy fácil.
Me ha pasado que este fin de semana, que tendría que haber sido de júbilo y de naderías felices, ha sido de sucesos hondos y reflexiones sentado en una piedra en un cruce de caminos, la pipa encendida y la mirada perdida en el horizonte de tu sonrisa azul.

El viernes por la noche, estaba yo viendo una mamarrachada en la tele, que se llamaba algo así como El día de mañana, esperando a que Susa volviese a casa. El sábado era mi cumpleaños, así que imaginaba que Susa volvería a casa con alguna sorpresilla o algo así. Yo había pasado la tarde grabando la canción del post anterior, La mitad, una canción sobresaliente, aunque no me hayas dicho nada (por eso y porque le va muy bien al post de hoy, la pongo otra vez aquí), y un ligero dolor de cabeza amenazaba con instalarse entre mi despeinada cabellera. Una aspirina es lo indicado en estos casos, pero hice todo lo contrario: me puse a ver una peli de desastres, lo que es, en tales condiciones, un desastre en sí mismo.
Según avanzaba la historia entre tópicos y lugares comunes insufribles (el científico que predice el desastre, el político que no le escucha, la historia de amor cursi medio fastidiada por los primeros compases de la tragedia, la trama idiota con animal doméstico, etc) mi dolor de cabeza iba en aumento, exponencialmente, y amenazó con hacerse letal en el momento en que la historia se hizo completamente inverosímil y majadera: Nueva York, primero inundada por el océano, con un petrolero navegando en pleno Manhattan, y luego congelada, en el plazo de unas horas. La cosa estaba poniéndose fea de verdad, y amenazaba con dejarme secuelas, así que resolví irme a la cama y dedicar las pocas neuronas que aún no se habían batido en retirada a leer a mi amado Richard Russo (ahora tengo entre manos su Empire Falls, y es asombrosamente buena, la recomiendo vivamente). Susa estaba en misión de rescate de su hermana, que esa noche estaba medio depre por las cosas de la vida, así que le mándé un sms diciéndole que era ya tarde y estaba cansado, así que me iba a la cama a leer. Eran las 00:45 del sábado. Oficialmente, desde hacía cuarenta y cinco minutos, ya era mi cumple.
Susa respondió, en seguida, con una llamada, diciéndome que le había llegado mi mensaje así que salía de casa de su hermana y se metía en el coche. Y antes de arrancar, se despidió de mí y me dijo que me veía en 15 minutos, que es lo que se tarda en subir a casa desde donde ella estaba.
Colgué el teléfono, lo apagué y me acosté, a leer mi novelita mientras esperaba a Susa y, sin saber cómo ni cuándo, me quedé profundamente dormido. Desperté pasados unos segundos (o eso creía yo) con el estruendo del teléfono fijo y el libro de Russo sobre la nariz. En trance, recorrí el pasillo y contesté al teléfono. Era Susana. Me llamaba desde el hospital de El Escorial. Había tenido un accidente subiendo a casa. Yo estaba completamente desubicado en el espacio-tiempo y me costó asumir lo que oía. De hecho había pasado una hora y media desde nuestra conversación, pero para mí, acabábamos de hablar hacía apenas un minuto. Me aseguró que estaba bien, me dio indicaciones de cómo llegar al hospital (hay que ver cómo me conoce…) y, al colgar, traté de ubicarme.
Miré la hora, deduje que me había quedado dormido y encendí el móvil. Tenía dos llamadas desde un número desconocido a la una y diez que, luego lo supe, me había hecho un miembro del Samur, a instancias de Susana, aún en la escena del accidente. Volví a mi habitación, me puse un chándal (soy así de poco elegante, lo siento) encima del pijama y salí zumbando de casa. Hacía frío en la calle y había una intensa niebla, muy meona, que me hizo replantearme lo de salir zumbando. Levanté el pie del acelerador (noche de viernes, niebla y carreterra mojada, y yo hecho un manojo de nervios, era un cóctel como para pegársela) y fui, tranquilo, pero sin pausa, al hospital. Al llegar, un cartel que indicaba el aparcamiento a mano derecha con la advertencia admonitoria de que era “el único lugar permitido para aparcar”. Aparco y me llama la atención el reducido número de coches que hay en el aparcamiento. Voy andando hasta la zona de urgencias del hospital y compruebo que vivo en un país diferente: está lleno de coches cuyos conductores han desoído olímpicamente la indicación de aparcar en el parking y han dejado los coches en la cuneta de la carretera, cerca de urgencias y me hacen sentirme un buen idiota.
Nada más entrar en la sala de espera de Urgencias veo a Susa con un enorme collarín y ese aspecto de los accidentados que parece que un dios poco misericordioso los haya utilizado para barrer la calle. Allí está ella, chiquitita, como es, grande, como su corazón, mirándome con una expresión de “siento haberte despertado”. Es propio de ella. Tiene una pierna medio colgando, heridas y hematomas por todas partes y se preocupa por haberme despertado.
Me tranquiliza bastante verla entera y me sorprende ver un par de paquetes que trata, inútilmente, de disimular bajo su abrigo. Es una “Muerte por Chocolate” entera (mi tarta favorita) y una bolsa de Media Markt. Son mis regalos. Más tarde, me entero de que se negó a salir en la ambulancia hasta conseguir que un miembro del Samur inspeccionara el amasijo de hierros en que se había convertido su coche para rescatar la tarta y el regalo. ¿Ves a lo que me refiero?
Bueno, la noche, la madrugada, se alarga en la sala de espera de Urgencias, pero se alarga compartiéndola con Laura (la conductora del coche con el que frontalmente, chocó Su), que está igual que Susana, su hermano, Álvaro y la novia de éste, cuyo nombre no recuerdo ahora. Van llamando ora a una y ora a la otra, para ir haciendo diversas pruebas diagnósticas y descartar lesiones más serias. Afortunadamente, se descarta todo lo que podía haber pasado y se salda el accidente con un esguince cervical (una ligera desviación de unas pocas vértebras, disculpa, Fants si digo una burrada), heridas superficiales y traumatismos múltiples, golpes y hematomas que aún hoy siguen apareciendo.
Volvemos a casa casi de amanecida, con Su muy cansada y empezando a notar todo el dolor que le va a acompañar durante el fin de semana y aún una semana después. Dormimos lo que podemos y el sábado lo pasa Susana tratando de acostumbrarse a que le duela hasta el aliento y descubriendo, a cada hora, nuevas zonas doloridas y nuevos hematomas e hinchazones.
Ayer fuimos al taller donde dejaron el coche. A los dos nos impresionó muchísimo ver el estado en que se encontraba nuestro querido Rover 25 color champán. Tenía algo parecido a esta pinta.

Y digo algo parecido, porque aunque la foto es del coche tal y como está, no puede reflejar la impresión que causa verlo, meterse dentro y buscar las cosas que estaban dentro: un paraguas, unas gafas, algunos cd’s, unos guantes, una lata vacía de cocacola, facturas de gasolina y de peajes…
En fin. A partir de 2009, el uno de noviembre será mi cumpleaños, sí, pero también el de Susana, porque el sábado… caray, volvió a nacer.
-.-
Y esto, Lorna, te lo cuento a ti, sujetando tu hermoso rostro con mi mano derecha, mientras me dices, sin parpadear ni tú ni yo, que te gusta que te mire y yo te contesto que me pasaría horas mirándote y acariciándote. No somos culpables de nada, Lornilla mía. La vida nos trae y nos lleva y a veces nos pone al borde del precipicio, pero sabe conducirte si te dejas y nosotros sabemos dejarnos llevar.
-.-
Anoche una amiga me escribió otra historia terrible. Su vida, plácida y feliz, se ha puesto patas arriba, porque su pareja, repentinamente, padece un cáncer inmisericorde. Estas cosas, Lorna, me hacen pensar en ti.
Tú me hablas del significado de la vida y de sus misterios y yo me hago el duro y te digo que no creo en el destino, ni en las estrellas ni en nada que no pueda comprender con mi mente de mosquito. Tú, sin embargo, crees en todo lo que tu mente de cielo abierto no te explica.
Tu crees y yo quiero que alguien me lo explique. Tú brillas y yo me apago. Por eso no soporto la idea de que te alejes de mí. Porque contigo alrededor, Lorna, sé que estoy expuesto a que un poco de esperanza me salpique, a que tu sonrisa me traiga un poco de luz y a que tu piel, cálida y familiar, me deje transportarme a otro mundo. Un mundo que tú conoces. Que yo también conozco, Lorna, pero que es otro mundo.
Si me abrazas, Lorna Cor, algo de tu energía me llega y me ayuda.
Y si te vas… yo no sé qué haría si un día te fueras, mi precioso y rítmico guardián.
Quédate siempre conmigo, Lorna, mi querida Lorna Cor.