jueves, septiembre 18, 2008

La noche me regaló un juguete

Esto sucede hace unos días, una semana, tal vez, no recuerdo exactamente cuándo. Despierto, un poco aturdido, porque acabo de levantarme, pero estoy despierto. De hecho, aunque son las 4 de la mañana, llevo una hora dando vueltas en la cama y, no aguantando más, me levanto y busco algo que hacer. No me apetece ver la tele otra vez, así que bajo a mi despacho, donde puedo coger mis guitarras y no molestar al personal.
Antes de bajar la escalera de caracol, algo me llama la atención fuera, en el jardín (llamarlo jardín es un exceso de benevolencia, pero en fin). Me he dejado un foco encendido. Es extraño, porque son unos focos que sólo enciendo si viene alguien y cenamos bajo las encinas, y anoche no vino nadie a cenar. O sea, que, ¿qué coño hace ese foco encendido? Salgo por la puerta principal al exterior y me doy cuenta de que no hay luz alguna encendida. Es la luna. Hay luna llena, o casi, y el resplandor lunar es absolutamente alucinante. Está la noche bañada de una luz azul asombrosa. Si, como yo, has vivido siempre en una ciudad grande, llena de gente, de ruido y de luz, las noches en el campo te asombrarán durante años. En serio, aún no me he acostumbrado al espectáculo del cielo permanentemente estrellado o a este nuevo descubrimiento de la luz de la luna llena estival. Es una luz azul, un poco vaga, acariciante, nada cegadora, inspiradora.
Llevaba días con una frase musical metida en la cabeza. Es una sencilla, pero bonita, progresión de acordes tocados en forma de arpegio, con los dedos, no con púa, que me tenía loco de lo bonito que sonaba. Es esto:




Sencillo, ¿verdad? pero nada simple y, a mí, al menos, me sonaba redondo. El caso es que no sabía dónde podía encajar esa frase musical, no se me ocurría nada más... hasta que la luna me dijo lo que había que hacer.
El mismo día había tenido una noticia... desgraciada. Desgraciada desde el punto de vista individual. Es decir, malo para mí, pero no necesariamente para ese alguien, al que, imagino, le irá mejor.
El caso es que mi estado de ánimo, melancólico a más no poder, la luna llena y su luz embriagadora, la frase musical y el silencio de la noche se aliaron para hacerme bajar a mi despacho, coger mis guitarras acústicas y componer esta pieza, este juguete musical a tres guitarras y tres voces que se llama Las letras de la luna. Es así:

LAS LETRAS DE LA LUNA (J. Duret)


Y si fuera la Luna la que no me deja dormir,
y si sus destellos dejaran su sello aquí;
y si sobre mi cuello cayeran tus cabellos al fin...
Y si fuera la Luna la que no me deja dormir,

Noche adelante, miedo constante
no poder amarte, y tampoco extrañarte
la Luna, si viene, no me deja dormir

Y si fuera tu risa la que no me deja reír,
y si fueran los sueños los que se han hecho dueños de mí
y si me empeño en amarte y desdeño lo bueno de ti
y si fuera tu risa la que no me deja reír

Los ojos abiertos, mi mundo, despierto,
a los magos, alerto; y requiero a los muertos
la Luna, no puede, ya sabes, dejarme dormir

Luna lunera, tu luz vagabunda
se extiende, profunda, por mi alma entera
la Luna, ya sabes, me ha vuelto loco por ti

Y si fueran tus letras las que no pudiera leer
y si al irse tus rimas mi estima se diluyera en el té
si me faltan tus cuentos, no encuentro el momento de ser
el hombre que bebe tus letras, ¿Y si no las puedo beber…?

Ya noto tu aliento, porque es mi alimento,
tu brisa es mi viento, me muero tan lento
Si no puedo leerte, no sé qué más puedo hacer

El arpegio está grabado con mi vieja e insuperable (en sonido) Epiphone; una guitarra con tantos años y tanto sobe encima, que suena como la guitarra de un héroe.
El ritmo, el rasgueo, con la nueva, Ybanna, la Ibanez curvilínea, segura, acariciante y eficaz.
Y los solos, que más que solos son dos dibujos que se superponen, los he grabado con la de doce cuerdas.
Además, he usado el bajo de mi hermano Shaky, que lo tengo en casa a perpetuidad (y al que, al fin, he grabado con buen sonido) y he programado una batería sencilla (platillos, sobre todo) para dotar al conjunto de cierto empaque.
Bueno, puede que no sea una canción para cagarse, pero es un bonito juguete lunar, ¿no te parece?
A mí, sí.

como casi siempre, esto funciona solo medio mal, así que,. si tienes curiosidad, puedes bajarte el tema aqui:

jueves, septiembre 04, 2008

China

(Parece ser que este reproductor no funciona bien así que pego abajo el de YouTube, que solo funciona medio mal)


De algún modo, estaba destinado a querer a China desde el día que apareció en el barrio, con una bolsa de pipas de las grandes, de las de 6 pesetas, los faldones de la camisa por fuera de los vaqueros y con una cinta en el pelo, ciñendo su ardiente cabello negro y lacio. Eso y sus ojos almendrados, sus hermosos y centelleantes ojos achinados, me hicieron perder la concentración y, por primera vez en muchos años, perdí jugando al pañuelo.
Yo tenía 12 años entonces, y ella sólo 9, una diferencia insalvable, máxime cuando yo era el chulangas de mi calle y ella, niña, pequeñaja e hija de un chino que volvió a su país y una española a la que le gustaría que nadie se interesara por ello. Lo extraordinario es que me gustó desde el minuto cero, pero no le dije a nadie nada de eso, porque hasta un lelo como era yo a los 12 años, se daba cuenta de lo extraordinario de la situación.
Estábamos en círculos distintos, pero en el barrio siempre había oportunidades de coincidir, ocasionalmente, en algún juego, en alguna gamberrada, o algún cumpleaños. Yo hacía lo que estaba en mi mano por mezclarnos con los pequeños: sugería a mis amigos que les quitáramos la pelota, o que secuestráramos a uno (o una) de ellos, para divertirnos a su costa un poco. Y todo lo que yo quería era estar cerca de China, rozarme con ella, compartir lo que fuese con ella. China tenía un hermano de mi edad, más o menos, pero era un gilipollas integral (traducción: pasaba de nosotros y nuestras movidillas de barrio, él volaba en otros campos) y no pude hacerme amigo suyo por más que lo intenté,para ver si un día me llevaba a su casa y veía a China estudiando o tomando un colacao o lo que fuese. Pero nada.
El tiempo nos fue separando. Ni ella bajaba a la calle a verse con sus amigas del barrio, ni yo y mis amigos nos quedábamos mucho por ahí, preferíamos salir por otras zonas de la ciudad, con más atractivos (léase chicas) para unos jovenzuelos gansos como nosotros. Pero las tardes de lunes a jueves era distinto. No salía y anhelaba en silencio a China. Mi casa tenía todas las habitaciones exteriores, con ventanas a la calle, pero las de la cocina, el baño pequeño y el cuarto de servicio (que era el de mi hermano mayor), daban a un patio interior bastante gris donde si te ponías una tarde, te enterabas de las miserias de los vecinos de los cuatro portales que daban a ese patio. Bien, pues la habitación de China daba a ese patio, exactamente enfrente del cuarto de mi hermano mayor que, además, hacía las funciones de discoteca de la casa. Yo me pasaba tardes enteras poniéndole música a China y mirando por entre las cortinas a ver si la veía y podía declararle mi amor. Pero nada.
China y su hermano -el gilipollas que no quería ser mi amigo- se iba todos los veranos del 20 de junio al 20 de septiembre. Era de esas. Su madre, los facturaba a ver a su padre para que, al menos, no perdieran el idioma que, sospechaba, un día les sería útil. Aquel verano, probablemente el del 84 o el 85, fue el del terremoto. En verano yo dejaba mis hábitos enrollados (dormía por las noches, me pasaba el día en bañador, hacía ejercicio, iba en bici a la piscina y todo) y llevaba una vida más sana. Mis amigos estaban fuera, así que yo iba a la piscina y nadaba, tocaba la guitarra, jugaba solitarios y alimentaba el mito del joven huraño pero buena persona, a ver si alguna muchachita de trasero firme y blanco se dejaba engañar por mí. Debo decir que, aunque nunca he sido un gran ligón, todos los veranos había un par de nenas que me permitían darle unos besos y meterle mano durante unos días, hasta que se daban cuenta de que debajo de mi aspecto de duro y solitario no había nada. Nada. Y que ni siquiera era el tipo duro ni solitario que jugaba a ser.
Os decía que ese verano, estaba tirado al sol, sobre mi toalla de boca de los Stones, con el walkman con Nacha Pop, Mamá y los Secretos a todo trapo, cuando una voz conocida me dice:
- ¡No me lo puedo creer, si es Wolffo en persona... y solo!
Levanté la vista sobresaltado y sentada a mi lado, con las piernas cruzadas y un encantador bikini rojo y un gorro texano, estaba China, un elemento extraño en Madrid, en agosto.
- ¡China...!
- Calla, no digas eso, que nadie me llama así...
- Vale, ¿y cómo te llamo?
- Por mi nombre, Wolffo
- Vale
- ¿¡...!?
- ¿Qué pasa?
- Nada... tío, es que no sé si reírme o matarte.
- Ríete, es mejor, en serio.
- Joder... no sabes cómo me llamo, ¿a que no?
- No...
- Joder...
- ... pero eso no significa nada... los nombres están sobrevalorados en esta sociedad...
- Sobrevalorados, claro... ahora me explico todo
- ¿El qué...?
- El que estés solo... si no te acuerdas del nombre de las personas, es normal que estés solo, tío.
- Bueno, yo creo se ha sobredimensionado la importancia de la amistad...
- Déjalo, anda... mira, menos mal que yo soy buena persona y te voy a salvar del muermo que te estás corriendo, tío. Esta noche hay una fiesta, en los bloques, los blancos, ¿sabes? y bueno, he oído que tienes una moto... si me pasas a buscar a las 10 vamos juntos, ¿te apetece?
- Genial, China...
- Y dale... ¿sabes? jamás lo hubiera imaginado: yo, la chinita, la paria del barrio, salvando del naufragio social al gran chuleta de Wolffo...
- A mí me gusta naufragar, no creas...
- ¿A las diez?
- A las diez
- ¿Te acuerdas de dónde vivo?
- Claro, China...
- N0 si todavía le mato - dijo China, levantándose y alejándose.
- ¿No me lo vas a decir...?
- ¿El qué?
- Tu nombre, ¿de qué estábamos hablando?
- No te lo diré, tendrás que recordarlo...
- Vale, como quieras, pero acabarás oyendo música sola en la piscina. A la gente le gusta saber el nombre de las personas, China...
No vi la cara de China mientras yo decía estas paridas y ella se alejaba, pero por la forma en que sus hombros me llamaban, sé que se estaba riendo y que no se había enfadado en realidad porque no recordara su nombre. Pero yo, en realidad, no podía recordarlo: nunca lo había sabido.
Fuimos a la fiesta. Estuvimos juntos mucho rato. Me presentó a un buen montón de amigas con las que, de no mediar la presencia apabullante de China, habría hecho el ridículo intentando seducirlas, pero me contuve. En un momento de la fiesta, cuando pensaba entrar a matar en cuanto pusieran una de arrimar la cebolleta, me ausenté un segundillo para echar una meadilla táctica.
El baño era de fábula, pero lo mejor era que el aro del trono estaba forrado como de pelo de camello. Si no hubiera sido una fiesta, me habría sentado a gusto allí, porque ese baño era un punto de lectura, como delataba el revistero que estaba junto a la taza. Pero en una fiesta de esas características, seguro que estaba lleno de pis de procedencia múltiple. Así que nada.
Salí del baño con una buena anécdota para contar a China y me la encontré con las orejas libres, sí, pero la boca la tenía ocupada comiéndose y dejándose comer por un idiota de pelo rizado, moreno y lleno de gomina. Sabía que los dueños de la casa, y los amigos y la gente de la fiesta era un poco pringaílla, así que no me lo pensé.
Le di un toque en el hombro a China
- ¡Eh...! deja de comerte a ese gilipollas - le dije gritando para que me oyera el gilipollas
- ¿Por...? - eso me gustaba mogollón de China, el espíritu deportivo, entra a todas, no sé si me explico
- Por que voy a darle una hostia que le voy a saltar un par de dientes, y no mola morrearse con un tío que sangra y se le mueven los dientes...
- Tú no vas a hacer eso...
- Oh, sí... te lo juro
- Oh, vamos Wolffo, no fastidies
A todo esto, el gilipollas asistía confundido a nuestro intercambio dialéctico. El tío parecía tener ganas de largarse, pero, por otro lado, tenía la impresión, bastante acertada, de que allí se estaba hablando de él y no quería parecer tan gilipollas.
- Claro que sí... desaparezco un momento y te lías con un gilipollas, debería pegarte a ti también, China - dije encarándome con ella en plan teatro.
Entonces el gilipollas hizo lo que no debía hacer bajo ningún concepto: justificó su sobrenombre interviniendo de manera caballerosa, sí, pero inoportuna. Y muy, muy gilipollas.
- Eh, tío -dijo poniéndome una mano en el pecho para empujarme - no seas racista.
Sucedió en menos de lo que tarda en escribirse. Incluso en leerse. Cogí, con mi mano izquierda el dedo meñique derecho del gilipollas y lo retorcí hasta que sonó a roto. Luego le di un rodillazo en el muslo, antes de soltar su dedo roto, y terminó la cosa una humillante y sonora bofetada a mano abierta que hizo tambalearse al pobre infeliz. Salí de la casa sin mirar atrás, como quien no tiene prisa, pero un poco acojonado, no fuera que los amigos gilipollas del gilipollas se organizaran y decidieran darme una buena.

-.-
No volví a ver, en muchos años, a China. Estudié publicidad y a los 23, cuando llevaba 6 meses currando, salí de casa de mis padres. Viví en varias casas y con varias parejas, pero nunca llegué a casarme. Como me dijo en una ocasión una chica especialmente cursi, llamada Joyce:
- Wolffo, eres un hombre de personalidad sumamente compleja, con muy pocas posibilidades de desposar.
Joyce tenía razón, maldita sea, pero me cago en diez qué cursi era.
No triunfé en mi profesión nunca. Es más, estuve a punto de tirar la toalla, cuando una empresa de marketing directo me hizo la oferta de mi vida. No era una oferta, en principio, de esas mareantes, sino que estaba llena de condicionantes; de esas que si se cumplen un montón de "síes", te haces de oro. Contra todo pronóstico, los sucesivos "si" que contenía mi contrato se fueron cumpliendo y acumulando. Y alcancé una posición acomodada a los 45, 22 años después de haber salido de casa de mis padres.
Una mañana, era jueves, estaba en mi despacho preparando una reunión con unos clientes chinos. Lo típico: si les impresionamos, nos vamos a forrar y bla, bla. Era una cuenta importantísima para nosotros y habíamos contratado los servicios de una empresa de intérpretes para asegurarnos de que la comunicación era fluida.
- Jefe - me dice June, mi secretaria, por el interfono- ha llegado la intérprete.
- Bien, dile que pase - y me eché hacia atrás en mi silla porque, aunque no sabía su nombre, yo ya sabía quién era la mujer que iba a hacernos de intérprete.
-.-
Ganamos la cuenta, claro. Y yo me hice rico. Y el chico de personalidad compleja y pocas posibilidades de desposar vive ahora con los dos hijos -gemelos, niña y niño- que me dio China, que, cómo no, se hartó de mí bien pronto y me dio con la puerta en las narices. Antes de eso, me enseñó a decir te quiero en chino: wo ai ni: 我爱你
Chinilla y Chinote son gemelos y, debo decirlo, bastante feos. Pero son simpáticos, qué quieres, y a mí me caen genial. A veces me miran y me preguntan que porqué soy tan bobo que ni siquiera fui capaz de retener a su madre en casa, con el dineral que gano.
Yo quisiera contestarles que ya me gustaría tener a China conmigo, que la quiero desde que la conocí con los faldones de la camisa por fuera de los vaqueros y con una cinta ciñendo su pelo negro y salvaje.
Quisiera decirles que fui un idiota y que siempre que la tuve cerca, la alejé y que es culpa mía porque jamás supe cuál era su nombre.
Pero pienso que no. Que ella es también bastante rarita y no pierdo la esperanza de que cuando los gemelos sean mayores y para ella la vida ya no sea una cosa tan seria, estoy seguro de que volverá a casa a decirme que hay una fiesta en algún lado y que si soy lo bastante listo, la llevaré y, desde luego, no la dejaré sola ni para mear.
Y esta vez, le preguntaré su nombre. Menuda es China.

(Parece ser que el reproductor de video de divshare no funciona bien. Bueno, pego aquí abajo el de YouTube, que solo funciona medio mal)

martes, septiembre 02, 2008

Eventos Gómez. Y su vida ya no será igual.

Mi familia (sería injusto poner "política" porque, aunque sobre el papel lo son, en mi corazón, son nada más y nada menos, que mi familia, la de sangre) tiene una desmesurada afición por el festejo desmedido. Cada cosa que hay que celebrar, se convierte en lo que, última y erróneamente, se viene llamando "eventos". Es decir, se plantea un tema, se decora el local donde se vaya a celebrar el asunto, se elabora una especie de guión (no escrito, o no siempre) y se realizan diversos actos para animar la cosa.
Casi todo el mundo se implica en la preparación (pero algunos bastante más que otros, todo hay que decirlo) de estos acontecimientos y a mí suele tocarme algo relacionado con la música o algo así. Algunos de vosotros habéis visto, por ejemplo, lo que hice cuando el 80 cumpleaños de mi suegro, pues ese tipo de cosas suele ser mi aportación en estos casos. Se han montado verdaderos jolgorios y desde que me uní a esta familia he disfrutado de muchos de ellos, he sufrido algún otro, me he escaqueado de alguno y he trabajado (a gusto, eso sí) en otros cuantos.
El último era con motivo del 50 cumpleaños de Carmen Cruz, hermana de Susana, y que servía, de paso, para inaugurar su preciosa casa.
Hay una especie de chiste privado en la familia por el que se dice que Carmen Cruz, aunque no es la mayor, estaba allí ya cuando se creó el mundo, y que, de alguna manera, ha vivido todas las etapas de la historia. Con este estado de cosas, es fácil imaginar que el tema de la fiesta sería "La prehistoria".
Maricelia, Pilarilla, Susa y Ángel se pasaron allí el día entero ayudando a Carmen Cruz con la comida y la preparación de la fiesta que, creedme, llevaba mucho trabajo.
Celia, matriarca del clan, preparó 27 disfraces, que luego cada uno personalizaba (o no) de troglodita, con telas que Quique y Afri fueron con ella a comprar. Las había de leopardo, de tigre, de cebra y de vaca blanquinegra y rubia.
Ángel preparó un enorme mural de 1 metro de alto por 6 de ancho con pinturas rupestres (escenas de caza, mamuts... fantástico, en serio) donde todos los componentes de la familia dejamos grabada la huella de nuestras manos abiertas en pintura roja.
Pilarilla y su prole prepararon hachas y lanzas que Ángel pintó.
MariCelia preparó una emotiva presentación en Power Point (nadie es perfecto) marca de la casa.
Quique y Richard hicieron un desternillante doblaje de una peli de trogloditas en el que explicaban de dónde venía el nombre de Carmen Cruz.
Susa, Afri, Quique, Maricelia y yo hicimos la letra adaptada de este tema tan troglodita (Hooked on a feeling):

y yo lo grabé enterito, porque no encontré karaokes en internet, así que programé la batería, los vientos y grabé el bajo, unas guitarritas y las voces. Eso sí, no consegúía hacer unos ooga-shaka-shaka-ooga en condiciones, así que robé los de la versión de la banda sonora de RD, les cambié un poco el tempo para adaptarlos a la velocidad de mi versión y se los añadí con todo el morrazo.
Luego, sobre este tema, preparé un Karaoke con fotos de Carmen Cruz y la letra escrita, para que todos pudiéramos cantársela allí.
Susana me ayudó a customizar mi disfraz pero, como el día de la fiesta ella estaba ayudando en casa de Carmen Cruz, tuve que terminarlo yo solipei, y algunas cosas, me costaron más tiempo del deseado y tardé una hora y media de reloj en ponerme en condiciones. Todo para tener esta pinta:


Salí de casa como si fuera de caza, ocultándome tras los árboles y oteando el horizonte por si alguien pudiera verme. Tuve suerte y pude alcanzar mi coche sin que nadie viera a esta especie de loco melenudo. Arranqué satisfecho y, apenas recorridos 500 metros caí en que había olvidado mi cámara de fotos (bueno, es de Susa, pero me la deja, en serio), así que volví a casa y al salir del coche, ¡zas! familia de paseúntes (término acuñado por Carmen Cruz; dícese de los grupos de caminantes que, en los pueblos salen, con la fresca, a pasear por la carretera) con invitados -unos 12 o 13 miembros- ahí delante, justo en la puerta de mi casa. Se asustan, no sé si de mi aspecto, o porque mis correres con sandalias son ciertamente vacilantes, y temen que les caigan encima mis más de 100 kilos y me dejan el paso expedito a mi casa. Fijaos si estaré raro que hasta Samantha se asusta y me ladra.
Me cambio y salgo, ya sin precauciones (mi honor y mi buen nombre ya están por los suelos a estas alturas) y en la puerta de casa ya no hay 12 0 13 personas sino alrededor de 30 sonriendo anchamente al verme pasar. En fin.
Subo en el coche y enfilo la M-50 para llegar a mi destino que, por decirlo en pocas palabras, está a tomar por culillo. En el trayecto, un par de coches están a punto de pegársela cuando adelantan a un Picasso pilotado por una especie de hombre de cromagnon obeso con una melena negra al viento (es incomodídimo el pelo largo) y gafas de sol. Especialmente peligroso fue el caso de un grupo de marroquíes que se apiñaban en una Espace de hace 15 años con una montaña de cosas encima, de cuyas ventanillas asomaron unas 58 cabezas para mirarme, incrédulos, mientras su fregoneta vacilaba ante una curva.
Llego a la fiesta y resulta que no todo el mundo se ha disfrazado. A ver, yo odio con mi alma entera las fiestas de disfraces. Me dan una horrible vergüenza. Pero si hay que ir, se va, y no quiero ni que me miren raro ni que le den la brasa a Susa con la cantinela de lo rarito que soy yo. Además, si alguien te invita a una fiesta de disfraces y quieres a ese alguien, haces lo que está en tu mano para que la fiesta sea un éxito. Total, que veo una sospechosa cantidad de disfraces fraudulentos. Algunos se han conformado con echarse la telilla de imitación de vaca por encima de la camisa y eso es feo.
A los niños les llama la atención que se me vean las tetillas y me río con sus comentarios. Me causan ternura. A algunos mayores, también les llaman la atención mis tetillas pero yo no me río con sus comentarios. Me producen asombro, porque no sé exactamente si se trata de una homosexualidad latente no asumida o es sencillamente que aún con 25 o 50 años, algunas personas no terminan nunca de hacerse adultas.
Se sirve la cena. Bueno, ha habido bravísimos aperitivos, entre los que destacan el ajoblanco de Pilarilla y la tortilla, histórica, de Carmen Cruz. El plato fuerte de la cena consiste en unas adecuadísimas patorras de pavo que devoramos sin cuartel porque, entre otras cosas, están para morirse de buenas.


Después de la cena, la fiesta entra en espiral y Luis, la pareja de Carmen, da una estupenda sorpresa con unos fuegos artificiales de lo más apañaítos, en serio.
Luego, vamos a ver el apartado audiovisual. Primero el Power Point de Maricelia, al que no acompañan las condiciones de exhibición, y se pierden algunos detalles aunque, no obstante, todo el mundo, y sobre todo Carmelilla, aprecian el fondo del asunto y el enorme cariño con que está hecho. Luego vemos, también, con dificultades técnicas, el doblaje histriónico y desternillante de Richard y Quique, con gran éxito de crítica y público, y por último, last but not least, mi Karaoke que, después de tantas horas, tanto esfuerzo, pasa sin pena ni gloria.
Después de los audiovisuales, la fiesta se calma y nos damos a la sana y reconfortante tertulia con copillas, los que no conducen y cocacolas zero (a falta de pepsiMax) los que conducimos. Pitillos, buen humor, fotos y pelucas fuera.
La noche termina sin incidentes demasiado grandes (aunque alguna metedura de pata hubo, siempre hay un patoso) y nos vamos a casa. Estoy casi sin gasolina y Maricelia y Jose también, porque coincidimos en una gasolinera de madrugada y me doy cuenta de que voy tuerto en el coche. Sólo tengo luz en uno de los faros, el izquierdo está totalmente inutilizado, así que Jose tiene la amabilidad de conducir delante de nosotros hasta casi llegar a casa.
La noche termina muy de madrugada, pero tengo una sensación, finalmente, fabulosa dentro de mi caótica cabeza. Puede que se compliquen la existencia de forma completamente innecesaria, que exageren las fiestas hasta la opereta, pero qué carajo: uno se lo pasa bien en esta familia.
Y además, aquí dentro, uno se siente parte de algo más grande que uno mismo. Y eso está bien. Pero que muy bien.


Aclaración, seguramente, innecesaria: evento es, como su propio nombre indica, algo que sucede eventualmente, es decir, inesperada o, al menos, no planeadamente. Ahora, desgraciadamente, se llama "evento" a toda cosa gorda: convenciones de comerciales, reuniones de pediatras, olimpiadas o expos universales. Seguramente por una mala adaptación del inglés. No sé si la otra acepción está o no aceptada por la Academia, pero, desde que esos mamarrachos aceptaron el horrendo y paletísimo "descambiar" ya no me importa nada lo que digan los académicos de la lengua. He utilizado esta acepción de evento en el título voluntariamente mal, a propósito, en aras de una comprensión dramática y sarcástica más rica. Ea.