miércoles, julio 30, 2008

Es solo sexo, pero no me gusta.

Hace unos meses, me vi, por hacerle un favor a un amigo, envuelto en una historia alucinante que llevó a un equipo de Canal + a venir a mi casa y hacerme una entrevista en calidad de guionista de cine porno. Hice lo que pude; intenté ver las pelis que supuestamente había escrito y puse cara de experto guionista porno cuando me enchufó la cámara, con Sam dando la brasa (es que ve una cámara y no puede evitar salir en cuadro) y todo para esto. La media hora larga de entrevista que me hicieron queda reducida a unos tristes 20 o 25 segundos en los que se tergiversa mi posición, de modo que me siento legitimado para manipular un poco el programa, añadiendo unos subtítulos de coña y cortando las partes demasiado explícitas (no quiero que se vea a Nacho Vidal enseñando su mango aquí, por una cuestión perfectamente explicable: puta envidia). El programa se llama, por lo visto, ZonaX , y trata de analizar algunos aspectos del cine X en forma de reportaje. Lo ponen, parece ser, antes de la película guarrilla de estreno de los viernes. Este, en concreto, iba sobre el guión en el cine porno. Algo tan asombrosamente inútil como intentar analizar la influencia de Napoleón en la Roma Imperial. Ea, a verlo:





Y yo digo:
No me gusta el porno.
No me gusta ver reducidos a meros objetos de fricción algunas de las partes más maravillosas de los humanos, ni sus anhelos expuestos en una cinta de video de mala calidad.
No me gusta que se valora a nadie por el tamaño de su polla, o de sus tetas, o por su resistencia al momento mágico del orgasmo, como no me gusta que se valore a nadie por su dinero o por el color de su pelo, o por lo liso que tenga el vientre.
Me parece que contiene un algo degradante para la condición humana (especialmente la condición femenina) que no acaba de convencerme. Y, finalmente, me parece algo poco imaginativo y demasiado pedestre.
A pesar de ello, no tengo una posición monjil, ni beligerante, contra ello. Como no la tengo frente al periodismo deportivo, o el del corazón, siendo para mí, exactamente igual de deleznables que el porno. Me limito a no consumirlo. A pensar que la exhibición impúdica de un acto tan íntimo es contra natura, porque se fija en lo menos importante del sexo: el aspecto físico, la fricción, la humedad, y deja de lado lo más asombroso que tiene, que son las sensaciones.
El porno no es sexo. O, mejor dicho, no es completamente sexo. Es lo más soso del sexo. La parte física, gimnástica, acrobática a veces, del sexo. A mí me encanta el sexo. Como a todo el mundo. Pero es algo tan íntimo, que es imposible pensar en que esa noche mágica de sexo contigo pudiera ser exhibida: sería criminal. Me encanta el sexo, digo, pero, mientras el porno siga siendo solo esa parte del sexo, lo siento, pero no me gusta.

Pero me gustas tú.

viernes, julio 25, 2008

Tener un grupo



Hay pocas cosas tan satisfactorias, tan grandes, tan vivificantes como formar parte de una banda de rock. Cuando amas la música y tienes un grupo, tienes una segunda vida. Mucha gente piensa que eso son cosas de chicos, o que es un desesperado intento por agarrarse a una juventud que hace milenios que se escapó... bueno, puede ser verdad, pero no hay nada como tocar en una banda.
Conocí a eMail y a Wilco a través de Arturo, uno de mis maestros (profesionales y de vida), que me llamó un día del verano pasado, finales de junio, juraría, diciendo que si me interesaba entrar con él a formar un grupo nuevo, con un guitarrista a quien él conocía, pero nunca había oído tocar, y a un batería a quien no conocía. Le dije que sí, claro; quien haya oído tocar a Arturo la guitarra, el dobro, la Slide o el bajo, quiere tocar con él. Bien, ese día fui a tocar con ellos a un asfixiante local de la zona de La Vaguada y no vi gran entusiasmo por parte de nadie, ni siquiera por mi parte.

Have you ever seen the rain

Los Ciclones en el Plaza Mayor, el 27 de junio de 2008.

Me fui de vacaciones la primera quincena de julio ya con ese tema olvidado (otro de los muchos frustrados intentos por formar parte de una banda de rock que cada componente de un grupo ha tenido en su vida) y seguí con mis cancioncitas, solo en mi zulo-estudio, aunque con la episódica compañía de Buch, que a veces se compadecía de mí y venía a tocar conmigo.
En el mes de agosto, en una escapada a la playa que hice por el puente, me llama Arturo y me dice que le ha llamado eMail para decirle que qué pasaba, que si nos animábamos o no. Arturo me dice que pasa, que ya tiene bastante curro con su Banda, Johnny y los Bigudíes, y con sus aventuras de blue-grass, que si quiero seguir yo que llame a eMail y nos arreglemos por nuestra cuenta.
Entonces llamo a eMail. Estas cosas tenéis que imaginároslas. No nos conocemos apenas de nada y estamos negociando si a los dos nos conviene empezar a tocar con el tío ese rarísimo que está al otro lado del teléfono. En fin, no sé cómo, pero quedamos en que a mi vuelta a casa, les llamo y voy a ensayar un par de veces con ellos a ver qué pasa.
Cuando llego allí, pasa que el grupo se llama Boomerang y está formado por eMail a la guitarra y Wilco a la batería, a quienes conozco del caluroso ensayo de junio, Bárbara, la cantante, una niña muy mona con un poco de complejo de OT y Max, un bajista argentino demasiado pagado de sí mismo, que parece estar haciéndonos a todos un favor yendo a tocar con nosotros, ojo, sin poner su parte para el alquiler del local (ensayábamos en Ritmo y Compás, junto a la M-40).
En fin, cuando empiezo a sentirme cómodo y me preguntan que qué me parece el asunto, soy cruel: me parece que sobra la cantante. Que no sabe de qué va esto de la música, que tendría que probar suerte en otro ámbito (OT, factor X o cualquier mierda de esas), y que sería mejor que se quedara para hacer coros o que se largara.
En estas, nos llega la cosa de que hay no sé qué líos con el administrador del local y que tenemos que dejarlo por el momento. Entonces ofrezco yo mi casa para ensayar. Bueno, está lejos, es verdad, pero a cambio, no hay que pagar 200 pavos al mes, hay una charca para el verano, hay espacio, no hay problemas de ruido y no tenemos el horario limitado. A todo el mundo parece agradarle la historia y quedamos así.
A mi casa no llegan a venir a ensayar nunca ni Bárbara, que no quiere asumir el papel de chica que hace coros, ella quiere, legítima, pero equivocadamente, ser solista, ni Max, que nos dice que vayamos ensayando y que cuando vayamos a tocar en algún sitio, le avisemos la semana anterior y él ensaya un poquito con nosotros y nos hace el favor de venir a tocar a nuestro lado. A tomar por culo Max.
Wilco pone un anuncio para buscar bajista y encuentra, casi milagrosamente, en seguida, al gran Mississippi Joe, MiJoe para los amigos, un tío sorprendentemente genial para nosotros. A pesar de ser más joven, más alto y más guapo que nosotros tres juntos, se las ingenia para caernos bien y conquistarnos al primer ensayo. Sabe cantar, toca el bajo y la guitarra de vicio, tiene una cultura musical amplísima y un gusto innato para el tipo de música que hacemos.

Empezamos a ensayar y, poco a poco, vemos que la cosa encaja. Sólo falta una cosa: a mí me rechina mogollón el nombre, eso de Boomerang me suena a Orquesta de fiestas de pueblo y todos proponemos nombres para ver qué tal: The Perros, The Qué, Memory... son nombres rechazados. A eMail le hace gracia mi nombre artístico, lo de Wolffo, el ciclón de Valdemorillo, que tiene algo de taurino, y muy español, por lo tanto, y en plural, tiene resonancias de grupo de rock and roll de los 50 (¿os suenan Johnny and the Hurricanes?): Los Ciclones. Yo quiero ponerle un apellido Los ciclones Espantosos, Eléctricos, Fantásticos, lo que sea, pero me convencen de que es mejor así: Los Ciclones. Y con ese nombre nos quedamos.
Hoy, los Ciclones, como tales y en su formación actual, no llevamos ni un año juntos. Pero ya somos grandes amigos. Todos distintos, pero todos iguales, cada uno con sus movidas y sus problemas pero, el ratito que estamos juntos, todos los domingos, a todos nos une la misma pasión: hacer música y hacerla juntos. Ser colegas de esto. De esta hermandad secreta en la que nadie tiene derecho a entrar, ni nuestras parejas ni nadie. Somos cuatro jinetes nada apocalípticos que cabalgamos apoyándonos en el otro con inusitada naturalidad. Me siento cómodo ante los golpes rítmicos de Wilco y su compromiso al cien por cien con el grupo. Me encanta tocar y cantar junto a MiJoe, siempre sonriendo, nunca quieto, disfrutando de la música como solo los grandes saben hacerlo. Y cuando eMail hace sonar si Strato azul y hace que sonemos como una banda de verdad con su inmenso talento para tocar, siento que he encontrado el verdadero amor de mi vida: la música en compañía.

Nos vemos en Madrid, en Septiembre. Aviso.

jueves, julio 24, 2008

La mujer de mis sueños

(He recibido una carta esta mañana. Estaba en un sobre en blanco, sin dirigirse a nadie, y sin cerrar. Entonces he pensado que cabían dos posibilidades: que no fuera para mí y que el emisor se hubiera equivocado de buzón, o que fuera para mi mujer. Al leerla más detenidamente, he pensado que cabría la posibilidad de que alguien que crea conocerme, pero que anda francamente despistado con respecto a mí, me estuviera regalando esta carta para que, yo, por mi parte, me ahorrara el trabajo de escribirla y se la remitiera a alguien, a una eventual amante. También podría ser una broma, sencillamente. Finalmente, la transcribo y, como no sé otra manera de decirte estas cosas que no sea a través de Las Peroratas, eso es lo que hago. Aquí queda y, estoy seguro de que a alguien le servirá para algo:)

Mi amor,
No me importa que por el día no tengas tiempo para mí, no creas, que sé que por la noche, cuando los demás no miran, tú eres mía. Solo mía.

No tengo nada en contra de que tengas que madrugar para trabajar, aunque me gustaría que lo pasaras mejor con tu trabajo, y no me enfado en absoluto cuando, a veces, tu trabajo, te impide dedicarme el tiempo que yo necesito para estar satisfecho, porque sé que a la noche, no te costará trabajo alguno satisfacer mi cuerpo y mente como ninguna otra mujer lo ha hecho.

Me encanta cuando estás de buen humor y sonríes, especialmente si me sonríes a mí, en privado, pero si el día está siendo especialmente duro, o atareado, o lo que sea, y por esa circunstancia no estás para sonreírme cuando yo te requiero, no haré apunte alguno en el debe de tu balance de afectos conmigo, sino que me limitaré a esperar a que por la noche, te dejes caer entre mis brazos, y dejes que llene hasta rebosar la columna del haber de los besos recibidos.

Sé que tus hijos y tu hogar absorben casi todo tu tiempo y tu dedicación, pero sabiendo que de noche no tienes que jugar con ellos y jugarás conmigo – a los médicos, a los prisioneros de las mazmorras, atada a los barrotes de tu cama, con una fórmula única de que te calles- sin descanso y con amor, me aparto y te dejo trajinar, y marchar de aquí para allá y me conformo con mirarte y me gusta que seas dulce mamá, porque al ser de noche una nena picante me haces sentir especial.

A veces, de día, me dices cosas que no soportaría en ninguna otra persona, nena, puedes incluso llegar a caerme mal… te veo cansada y malhumorada, y pagas conmigo, si se me ocurre asomar la cabeza, tus frustraciones y me llamas cosas que yo jamás te llamaría… quizá porque no nos queremos igual. Me da igual, nena, porque de noche, antes de que se te quite el mal humor, estarán tus pies en mi regazo, y como aquel día, te estremecerás cuando mis manos empiecen a acariciar tus tobillos y tus deditos, tan chiquititos, y sé que no tardarán el mal humor y el cansancio en abandonar tu cuerpo cansado.

Y ya no estás cansada. Ya estás conmigo.

Ya me he dado la vuelta y los ojos se me han cerrado y, como cada noche, June, has vuelto a visitarme. Eres la mujer que reina en mi vida, pero sólo apareces, real, en mis sueños. Y ya no sé si pedirte que salgas de ellos.

Te quiero, y quiero seguir soñándote porque así no te haré más daño. Así no me harás daño. A veces pienso que eso me basta y que, en realidad, es así como te quiero. Real en mis noches. E inmune a ti, sigo adelante, soñándote y soñando con que nunca se realicen mi sueños.

Porque ahora, nena, pienso que quizá, en mis noches, he conseguido, al fin, el amor de la mujer perfecta. La mujer de mis sueños.

lunes, julio 21, 2008

Metairrealidad, con dos pes



or un lado, ella está mirando por el ojo de la cerradura. No quiere mirar, pero sigue mirando. Está agachada y fíjate, que hasta en esta, a priori, indigna postura, parece intachable.

Aunque es él el que duerme, ella es la que construye, consciente, una vida soñada, porque su imaginación, a falta de una realidad mejor, le brinda un respiro a su existencia tan de verdad, sí, pero tan poco satisfactoria.

Y fue que mirando, mirando, y deseando ser de aire, el dios de las cosas dulces le concede su deseo, y así es que ella, mirando, mirando por el minúsculo orificio, se hace de aire y entra, deslizándose y atravesando la puerta que les separaba, que separa la consciencia de los sueños, y trata de acomodarse a su nueva realidad. Mirando estaba deseando ser aire, y ahora que flota, que es parte lo que rodea a su amado durmiente, no es capaz de ser justo el aire que le toca, el que guarda los sueños. Está acostumbrada a ser masa, a tener peso, a moverse a fuerza de músculo, desplazando el aire que ahora es, para ocupar ella ese espacio, pero ahora, desolada, se da cuenta de que ella misma es espacio.

No sabe cómo gobernar su situación, pero sabe que le gustaría ser el aire que rodea a su amante silente e ignorante, y se pregunta si habrá alguna forma de ponerse en contacto con el aire que ahora toca a su hombre y negociar con ese aire un cambio de ubicación. Pero ahora que es aire, se da cuenta de que no tiene una garganta para emitir las ondas sonoras que el aire transporte hasta los oídos de nadie, y le empieza a parecer un mal negocio ser aire en lugar de persona.

Ella se imaginaba que podría moverse a voluntad, ser patrona de sus movimientos, y rodear los labios cálidos de su chico, y meterse por el cuello de la camisa y recorrer su pecho, su vientre un poco más abultado de lo necesario, colarse incluso en sus pantalones y jugar en su sitio favorito: la zona que hay entre las caderas y los genitales, porque sabe que él reirá y ella bebe sus risas de manera compulsiva.

Ella quería, incluso, meterse por su naricilla, recta, firme y casi aristocrática (si tan sólo fuera un poco más grande…) y pasar a sus pulmones y de ahí, a su flujo sanguíneo, y dar fuerza a sus músculos, y recorrerle por dentro y refrescarse y retomar fuerzas de nuevo en su corazón amante y dubitativo, y visitar en forma de molécula de oxígeno su cerebro, la fábrica verdadera de sus ideas y las frases que hacen que ella, sureña y mortal, le desee así.

Pero no sabe cómo hacerlo, porque por no saber, no sabe, ni siquiera, do empieza y a do termina, no sabe si viene o si va, y la única conciencia que tiene es la de que no es consciente de nada más.

Entonces, sin despertar, pero mirando inequívocamente hacia donde se encuentra la poca conciencia que allí hay, él dice: “Y es así que, siendo aire, estás condenada a quererme…”


or otro lado, él duerme ajeno a la inquisición nada inocente de la mujer que, sin ella saberlo, está protagonizando sus sueños. Se ha quedado dormido soñando que ella, golfilla, le miraba por el ojo de la cerradura. Sueña que se desnuda y, al fin hombre, que está magníficamente equipado y que ella mira admirativamente ese medio kilo de carne trémula que le vibra entre las piernas.

Sueña que se queda dormido desnudo y boca arriba y que, en el sueño de su sueño, ella no deja de mirar su enorme tranca, y el deseo se hace tan urgente en ella que se hace aire y traspasa la cerradura limpiamente.

En su ensoñación es todo más práctico que en la de ella. En este sueño masculino, ella es vaporosa, pero visible: tiene, más o menos, la masa de un visillo, y es tangible: fresca, como el agua; escurridiza, como la arena fina; suave, como la seda, pero tangible. Tiene los pechos más abultados que en la abundante realidad, y está vestida de forma decididamente sexual, o sea, prácticamente no está vestida.

No tiene los problemas de masa ni de conciencia que aparecían en el sueño de ella, es solo una especie de fantasma tetón y fornicable que ejecuta con golfa maestría una danza del vientre guarrilla e ingrávida y cuyo objetivo es ver crecer el enorme cipote del dormido soñador, objetivo que cumple, con creces, y en el sueño del sueño del soñador, este gran miembro de nuestra comunidad es, erecto, memorable.

No daré más detalles, pero sabed que sucede (ello sucede) y lo sorprendente es que, en lugar de lo que todos esperamos (él se da la vuelta y empieza a roncar), en el sueño del sueño del durmiente, él se despierta como consecuencia de la polución, se sienta en la cama y mirando a la pared en la que ella le espera, le dice: “Y es así que, siendo aire, estás condenada a quererme… No sé si yo podré quererte igual, porque no puedo verte ya: no soy consciente, yo tampoco de ti, salvo en mi memoria, y allí sí te amo. No sé si algún día, esto te servirá de consuelo, creo que no, pero sabe, mi hermosa dama sureña, que sigo pensando en vos como en la mujer que merece todas mis canciones, todos mis párrafos, todos mis besos y todas mis fantasías. Eres la mujer de mi vida”

sábado, julio 19, 2008

El sex appeal ido de las profesoras de inglés


La primera que recuerdo es Miss Nancy. Estaba yo en segundo de EGB, en el CHA, porque primero lo hice en una especie de colegio de juguete, que se llamaba Los Ángeles Custodios, donde la misma profesora (¿una monja, tal vez?) nos daba todas las asignaturas. Miss Nancy fue, así, mi primera profesora de inglés. Era alta, creo, aunque a esa edad todos los mayores me parecían altos, pelirroja y muy pecosa. Miss Nancy me parecía guapísima y el colmo de lo sofisticado. Pero no recuerdo más de ella… Por si lees esto, miss Nancy, eso debió ser hacia el curso 1971/72.
Después de Miss Nancy, sufrí un vacío en mi formación idiomática y sexual, y tuve un montón de profesores de inglés, malencarados y pelmazos: don Tomás, barbudo y anodino, que fue, además de profesor varios años en EGB, mi tutor en séptimo; el Árbitro, cuyo nombre he olvidado, pero nunca olvidaré su estilo competitivo de enseñanza. Organizaba la clase como las líneas de un equipo de fútbol de colegio. Detrás estaban los porteros, que eran los malos, los que año tras año se negaban a aprender I am, you are, he/she/it is, etc. Luego los defensas, que eran solo malillos y a veces, aprobaban. Los medios eran los que iban tirando y los delanteros éramos los de sobresaliente. Yo, que siempre fui de los malos en todas las asignaturas, en inglés siempre destaqué, así como en Gimnasia y en los años en que se daba valor a la redacción y la composición en Lengua.
El penúltimo profesor malo que tuve de inglés fue el Teacher, también de nombre olvidado, probablemente la persona más imitada del planeta después de Chiquito de la Calzada. En el CHA, sabías quién iba a primero de BUP, porque, indefectiblemente, todos sus alumnos imitaban sus excentricidades en el recreo. Si veías a alguien diciendo de forma afectadísima “correcto” en lugar de “sí”, o decir “Things go better with coke”, o “remember, remember… see you again in september”, o decir, despreocupadamente que este invierno iba a pasear en Londres por “ajos secos” (por Oxford Circus), sabías que esa mente juvenil estudiaba primero de BUP y que estaba con la cabeza llena de las bobadas del Teacher.
En segundo de BUP, mi primer segundo de BUP, iba a tener, al fin, a la Toti, o la señorita María Antonia, que era una señora rubia de muy buen ver. La casualidad, puñetera, hizo que en mi curso estudiara su hijo, Javier GdeV, que además era muy amigo mío, y por eso a mi clase, en lugar de la Toti, le correspondió la temida Mara, tan temida por todo el mundo que no tenía ni mote. La Mara, que era como la conocíamos, para mi gusto (especialito, lo sé, que me gustan las mujeres mayores y gorditas desde siempre) estaba siempre demasiado delgada y demasiado morena, era una de esas señoras candidatas al cáncer de piel que se pasaban el día tendidas al sol como lagartas, y que estaban renegridas ya de tanto rayo solar, pero era una tía realmente guapa. Además su estilo duro y de estricta gobernanta me ponía muchísimo y fue protagonista de no pocas ensoñaciones nocturnas mías. Le demostré mi admiración de la única forma que sabía: en un tumulto por no sé qué celebración le toqué disimuladamente el culo y comprobé que no era como en mis fantasías: era duro y como frío, pequeñajo, y con un tacto parecido al hueso de una aceituna. Pero Mara, que se hacía respetar muchísimo, me caía de cine. Y creo que yo le caía bien a ella. Cuando fui a buscar mis notas en septiembre, y vi que tenía que repetir segundo de BUP, ella se me acercó y me dijo que había hecho lo posible por que el profe de lengua (el Chocho) o el de dibujo me aprobaran, porque el de matemáticas (el Porky) me había puesto un uno y no cabía negociación posible, y que sentía muchísimo que tuviera que repetir. Yo entonces separé el flequillo de su cara, y con mis manos en su nuca atraje su cabeza hacia mí y la besé profundamente, le arranqué la bata de profesora y allí, de pie, en el departamento de inglés, hicimos el amor. Pero todo eso sucedió en mi mente, porque en la realidad, lo único que pasó es que se me nublaron los ojos, por las lágrimas no invitadas, pero presentes de todos modos, y ella me consoló removiendo mi despeinada cabellera.
Al año siguiente, como ya no estaba el problema de Javier GdeV, sí disfruté de la Toti como un enano. Además de guapa, era muy simpática y muy inteligente, y el hecho de que fuera madre de mi amigo Javier me excitaba más todavía y se convirtió por derecho propio, compartiendo trono con Maria Victoria, en la reina de mis fantasías nocturnas. La Toti me encantaba y me hizo aprender inglés y verlo de una manera distinta. Me encantaba cuando llevaba unos pantalones beige y cuando llevaba falda, y me gustaba ver cómo cruzaba las piernas en clase. Nos ponía cintas con historias (Oh, my dear… next time you are hungry, please, make yourself a sandwich!) y nos decía cosas graciosísimas, como que no le gustaba nada cuando antes de su clase nos tocaba gimnasia, “¿Por qué llegamos tarde, señorita…?”, entonces ella ponía esa carita angelical que aún recuerdo y medio riendo, medio resignada, nos decía “No, no… it’s because you smell a lot!” (¡Qué va, es porque oléis fatal!). La Toti, al final de curso, me concedió la matrícula de honor de la asignatura, la única de mi gris carrera estudiantil, y me dijo: “en Latín no te la han dado por ser repetidor (se la dieron a Alcina, un tipo super empollón y super soso, podéis creerme), pero yo les he dicho: bastante tiene el pobre con haber repetido. Ha trabajado y es el mejor del curso, por eso le doy la matrícula, me da igual que sea repetidor.” La amé más, todavía, claro…
Volví a tener a Mara en tercero, creo y al Peter, tristón y pésimo profesor, en COU, de quien sólo recuerdo el mortal aburrimiento al que era sometido en sus clases y sus gruesas gafas de concha, y que fumaba mucho. Luego, cuando estudiaba publicidad, pude al fin cumplir la fantasía de acostarme con mi profesora de inglés. Bueno, en realidad, no nos acostamos, pero follamos en una fiesta, de manera atropellada en el cuarto de baño y no hay nada que rememorar de aquello: ni siquiera recuerdo su nombre. Ni su cara, cuyo óvalo apenas recuerdo difuminado entre su pelo negro.



Y toda esta perorata viene a cuento de que ahora, vamos, dentro de unos años, supongo, otros adolescentes se enamorarán platónicamente, o no, de una nueva profesora de inglés que, en octubre, va a empezar a estudiar Filología Inglesa. Es una de las dos mujeres que más quiero en este y otros mundos. Se llama Leticia, tiene 18 años y el pasado día 17 recibió en su teléfono móvil la notificación oficial, de que tenía plaza en la Facultad de Filología en la Complu, en Madrid. El lunes, seguramente, formularemos la matrícula y me hará sentirme, otra vez, un padre orgullosísimo de su hija.


Go, Leticia, Go!


Mayor me hago, sus!

martes, julio 15, 2008

Cuento para June

Despierta, mi vida y otros mensajitos para June


Por el tiempo en el que, aún, la gente encontraba importante hablar sin decir bobadas, escribir aseadamente y obrar, en general, con buena educación, tomando esta palabra en su más amplio y primigenio sentido, por ese tiempo, digo, es cuando Memo se enamoró de Lúcida.
Como no se conocían, Memo trataba de epatar a Lúcida escribiéndole provocadores emails que no provocaban en Lúcida más que una sonrisa un poco más condescendiente de lo que a ella misma le hubiera gustado.
Lúcida, eso es lo que le parecía a Memo, era la que marcaba el ritmo, la que ponía los límites y las reglas, pero la esperanza de Memo era hacer saltar la banca a fuerza de apuestas a pecho descubierto, llenas de sonrisas y encanto adolescente.
Lúcida reinaba con la sonrisa nunca del todo desabrochada, pues sabía que una reina como ella no debía parecer ni demasiado apasionada con nada, ni demasiado distante de los gustos del pueblo, y era un hecho que, por aquellos días, Memo era un hit virtual, un gallito triunfador que las tenía a todas locas y revolucionadas.
Lúcida descubrió que Memo no era el memo que pregonaba sus gracias en su weblog, sino un verdadero infeliz a quien, tal vez, valía la pena darle una oportunidad.
Se instaló entre ellos, así que el invierno se hacía más y más invernal, el Deseo, y con él vinieron la Esperanza y la Risa Espontánea, y no tardaron la Ilusión y la Guardia Baja y también, incluidos en el paquete, pero escondidos, como la letra pequeña en algunos contratos, la Mezquindad y el Engaño, los Cambios de Humor Injustificados y el Peligro Inminente por Razón Desconocida. El Deseo era, pues, una caja de de truenos, de no ser bien administrado.
Lúcida no era tan fuerte como ella creía. Y Memo era más poderoso de lo que hubiera imaginado, y tan fue así que, después de un tiempo que podríamos llamar de todo, excepto prudencial, pues la prudencia brilló por su ausencia, Lúcida estaba deseando que llegase la siguiente carta de Memo y Memo no tenía tiempo para escribirle todo lo que le hubiera gustado escribir.
Memo escribía y se quedaba esperando el veredicto, en una espera tensa y extensa, a veces, porque me gustan los juegos de palabras y tal vez, solo tal vez, lo extenso lo sea porque lo que antes era tenso dejó de serlo por exceso de tiempo, y sería bonito que así fuera y que tú lo entiendieras. Lúcida, volviendo al tema que nos ocupa, daba su veredicto sobre su carta y a veces Memo se enamoraba de su lucidez, y otras de su graciosa creencia de que lo controlaba todo, cuando era todo lo que la controlaba a ella. Le dijo, por ejemplo, en más de una ocasión "anoche me escribiste, sin pretenderlo, una verdadera, auténtica y preciosa carta de amor", cuando Memo, en realidad, sólo le escribía cartas de amor, era lo único que pretendía. Cartas en las que quería desarmarla, despistarla, hacer que bajara la guardia para atrapar sus labios por sorpresa y no soltarla ya en un buen rato.
Al fin, se conocieron y ambos, aunque los ignoraron porque querían ignorarlos, el Deseo es así, ambos, decía, vieron que el otro no era tan marivilloso (me he equivocado al escribirlo, pero, ¡qué caramba!, es más graciosillo así) como habían imaginado y tengo pruebas de que, al menos Memo, encontró a Lúcida absolutamente apabullante y la mujer más adorable del planeta. No sé si a Lúcida le pasó lo mismo (tal vez lo sepa June), mas en el corazón de Memo, El Deseo fue sustituido por el Amor Verdadero e Irrealizable, y eso que amar la piel de Lúcida, fracasando primero y amando obsesivamente después, fue la experiencia más reveladora que tuvo Memo en su vida.
El Amor Verdadero e Irrealizable trajo consigo el Desencanto, la Frustración y la Impotencia a la cabeza de Memo y, además, la Desconfianza, y la Tozuda Realidad a la de Lúcida. Y ambos, aunque en esto, Lúcida fue decisivamente más decisiva, empezaron a alejarse.
Lúcida tomó aire, hincho su pecho divino de fuerzas para el camino y dio un paso adelante. Memo se arrugó un poco y luego trató, en vano, de caminar con la cabeza alta, pero metió la pata un par de veces y dejó de hacer el lila, porque ya estaba bien.
Y pasó el tiempo, que nuca se olvida de pasar, el muy temporal.
Un par de años después, Lúcida presentaba su libro Poemas y bequermas, una joya extemporánea y genial acerca de la muerte del espíritu, llena de romanticismo y sangre y sostenía una copa en la mano izquierda y un ejemplar de Snoopy en Navidad en la otra, para golpear en el cogote a los pelmazos, cuando se fijó en que el grupo que amenizaba la velada cantaba canciones algo más que conocidas para ella: las conocía y de algún modo, en su momento, las había amado y, además, conocía la voz un poco cascada y a veces desafinada que las cantaba. Así que, intrigada, fue a ver quién cantaba Despierta mi vida, y Días, y Extraños en la noche, y Ella es amor, El ciego (muéstrame el camino), Estaré alrededor y Lo último que pretendería, esperando ver a alguna vieja gloria del pop patrio y su sorpresa fue ver, con diez hermosos kilos más alrededor de su cintura, a Memo.
Me gustaría contarte, June, querida, June preciosa, June desnuda de mentiras, que cuando pudieron, hablaron y se reencontraron y que pasaron la noche riendo y hablando y besando y todo lo demás; o que, al contrario, no pudieron ni dirigirse una palabra porque la Estupidez se había adueñado de sus corazones, pero creo que no me atrevo a aventurar lo que pasará cuando Memo y Lúcida vuelvan a verse. Eso sí, me muero de ganas por saber si tú te atreverías a contármelo.

¿Lo harías?



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Now playing: Luz - Despierta, mi vida
via FoxyTunes

jueves, julio 10, 2008

El 12 (o puede que el 13) de julio

(La Luna nunca pide más)


Nunca he sido muy bueno para las fechas, ya sabes, pero creo que fue el 12, o puede que el 13, de julio, cuando, como arena fina, empezaste a escurrirte entre mis dedos y a escaparte, inexorablemente, de mí.
Yo estaba donde estoy ahora y tú también, en la búsqueda permanente de la vida que se nos niega, a veces, y que dejamos escapar, otras.
Tu cumpleaños era una fecha marcada a fuego (eso creía yo) en el libro de mis afectos, y lo esperaba como quien espera la ceremonia de inauguración de una Olimpiada o algo así: si los juegos olímpicos cambian la fisionomía de una ciudad, esa fecha le cambiaría la cara al ente que éramos tú y yo, y sería el principio de lo nuestro, un principio, digamos oficial, fuera del armario, abierto y aireado.
Porque tú y yo, por si no lo sabías, nena, éramos más que la suma de ti y de mí. Eras tú, era yo y era la magia que surgía cuando estábamos juntos. Como la teoría de las sinergias, pero sin sinergias. Porque yo era más yo cuando tú estabas alrededor y no sé, pero apostaría a que tú eras una mejor versión de ti si yo te estaba mirando. Y los dos éramos ángeles.

La fatalidad que acompaña mi semblante cuando no sé muy bien de qué se está hablando, desaparecía en tu presencia, y daba paso a un número de alegría y seguridad propios de un equilibrista seguro de que no fallará. Esa era una de esas cosas que conseguías, creo, sin proponértelo. Por eso, precisamente, la hostia fue tan grande cuando el cable cedió bajo mis pies: estaba tan seguro de que no cedería, de que ese cable de acero era irrompible, que ejecutaba mis gracias -y mis morcillas, que de todo había- con tranquilidad y aplomo y, ¡ay!, cuando el cable no estuvo bajo mis pies: caí. Caí tan rápido, y tan profundo que tardaré años en levantarme y sacudirme del todo el polvo que me cubre. En realidad no fue para tanto, pero sé que a tus ojos, nena, me cubrí de mierda.

Tú tampoco, debo decirlo, saliste airosa del todo. Pero eso no es elegante contarlo y creo, además, que no es del todo cierto. Es un mecanismo de defensa que, me parece, será mejor callar por no parecer demasiado mezquino. Lo habíamos hablado muchas veces, y la escena la teníamos tan ensayada, que nada podía salir mal. Yo llegaría a la estación término y bajaría del tren, con mi bolsa al hombro y mi guitarra en mano y tú me esperarías en la cafetería, con un café humeante y los brazos abiertos. Nada de besitos de madre, dijimos, que sea un muerdo en toda regla.

Mientras viajaba en el tren, tomando un café en el vagón restaurante, se me acercó una mujer mayor, bien madura, para ser claros, y extraordinariamente agradable. Era ligeramente gruesa, tenía esos diez kilos de más que, para mí, son la medida justa de redondez que debe tener una mujer. Amplios pechos, vientre ligeramente abultado, caderas rotundas y piernas bien cuidadas, pero bien llenas de vida. Tenía el pelo absolutamente blanco, con ese blanco azulado que recuerda a la madre de Superman, las manos bellas y nudosas y vestía con un intachable traje chaqueta color vino tinto. Llevaba un bolso no muy grande ni demasiado elegante, del que emergían los puños de un paraguas plegable y un abanico. Su conversación hubiera sido perfecta, de no ser por el aire un poco dulzón y un poco antiguo que emanaba de su boca parlanchina. Cuando ella hablaba, algo superior a mí me obligaba a escucharla, a prestar atención a cada una de sus palabras. Con la excusa del calor (el aire acondicionado funcionaba perfectamente) le pedí el abanico para poder seguir escuchándola, pero sin olerla, y bromeamos con los sofocos de mi pitopausia.
No sé cómo ni porqué le conté un montón de mentiras, bastante bien hilvanadas, en las que, te lo juro, yo acababa tan bien situado, tan perfectamente atractivo, que la señora empezó a insinuárseme. No sé si le ocurre al resto de los hombres, o a las mujeres, pero en mi cabeza funciona así: si sé que una mujer me desea, empiezo a desearla yo inmediatamente. No hay afrodisíaco más eficaz para mí que el saber que ella quiere que la rodee con mis brazos, que la bese de la cabeza a los pies, que nos fundamos en el rito más viejo que existe.
Los dedos de sus pies le preguntaron a mi polla bajo la mesa si queríamos jarana, y mi respuesta debió satisfacerla prque abrió ligeramente su chaqueta color vino y en su blanca camiseta de punto, marcados como lentejuelas, sus pezones me decían: ¡Ven...!
De modo que acabamos pasando la noche juntos en su departamento. Hablamos muchísimo y follamos un poquito, nos reímos bastante y se desarrolló una camaradería interesante, construida sobre cimientos de mentiras mías y -luego lo supe-, suyas también. Quedamos en no vernos al día siguiente en la estación, ambos nos dimos excusas lo suficientemente convincentes y falsas como para no necesitar volver a vernos en la vida. Ella bajaría en seguida y se marcharía, y yo esperaría un poco y bajaría del tren en el último minuto. Así no nos encontraríamos en el andén y no habría momentos de incomodidad ni violencia.
Así fue. Esperé, casi, hasta que el revisor, muy cansado, me sugirió que bajara del tren. Con mi guitarra y mi maleta cargada de expresiones pomposas y un bebé mandarino que iba a regalarte, me dirigí a la cafetería y te vi sentada, preciosa, junto a la señora cuyo nombre desconocía, pero cuya entrepierna había inspeccionado con mis ojos, mis dedos, mi lengua y mi nabo durante la noche. Charlábais animosamente, contentas las dos, hasta que aparecí yo.
Os levantásteis y tú me tiraste el café a la cara y la mujer madura me escupió. Luego le diste una sonora bofetada a la mujer y te largaste. Cuando miré a la mujer madura ella sólo me dijo:
- Imbécil.
Y se largo. También.

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Supe que:
Esa mujer era tu madre, que volvía a tu ciudad por trabajo y que le sorprendió verte en la estación. Te contó que esa noche, en el tren, se había ligado y tirado a un mentiroso profesional muy simpático y no del todo patoso entre las sábanas.
Que tú le contaste que estabas allí esperando al gran hombre de tu vida. El que nunca mentía. El que te sería fiel. El que te haría feliz.
Vi con mis ojos que en el momento en que me visteis, ambas supisteis que yo era el hombre del que ambas hablábais. Tu madre se enfadó conmigo (pero que le quiten lo bailao) y tú te enfadaste con los dos.
Y yo me quedé con cara de tonto y sin nada que hacer al borde del mediterráneo. Así que me acerqué a una librería, compré "El mundo según Garp" y me fui a la playa a leerlo.

Sé que terminé de leerlo el 16 de julio, y que pasé esos días sin moverme de la playa, durmiendo y comiendo allí. Pero no estoy seguro, fíjate, ni siquiera hoy, de si tu cumpleaños era el 12, o el 13 de julio.
Fíjate.

(de todos modos, felicidades, de corazón)


(Sigo en la playa)