lunes, diciembre 29, 2008

Esto es entre Lorna y yo. Circumloquios a sabiendas.

Entre Lorna y yo (entre los dioses y los genios, podríamos decir sin temor a equivocarnos), hay una especie de pacto no escrito por el cual, cuando ella decida que esto ha terminado, se acaba y listos. Al revés no, porque yo no puedo cortar con Lorna. El (1) hilo que me une a ella, la (2) magia que nos vincula, el (3) imán que ejerce sobre mí, es (1) demasiado resistente, (2) demasiado misteriosa, (3) demasiado atrayente como para que yo cese. Mi amor no cesará, Lorna. Puede dormir, puede esperarte acurrucado en un romántico y recóndito recodo del camino en el que ambos, buscándolo todo, andamos metidos. Si ella me lo pide, cesará mi actitud, pero no el amor, porque éste no es mío, es de sí mismo. El amor no me pertenece y yo no he hecho nada para sentirlo, pero el hecho es que me tiene atontado y mariposeando a su alrededor. Pero, a lo que iba, que desbarro, que si la llama del amor no me pertenece, aunque me queme, nada puedo hacer por apagarlo. Así que las brasas de todo este asunto esperarán, pacientes, dormidas, pero vivas, ardientes en su alma, a que un día ella volviera a sonreírme.
Digo que es entre ella y yo, pero aquí estoy, aireándolo no sé muy bien porqué, pero es que me parece que Airearlo Me Ayuda (qué bonita queda esta frase con mayúsculas iniciales) y porque, de alguna manera, aunque la historia de amor entre Lorna y yo no tiene tiempo ni lugar (pero no es de este tiempo ni de este lugar, de eso estoy seguro), de alguna manera, decía, creo que ella leerá estas súplicas de no sé muy bien qué y quizá todo tenga sentido algún día.
El otro día, fui a ver a unos amigos y allí estaba Lorna. Los amigos de los que hablo, que quede claro, son amigos de Lorna, sobre todo; quiero decir que fui a verlos con la esperanza de encontrarme a Lorna allí. Allí estaba, en efecto. Guapa de verdad. Estaba tempánica, tenía uno de esos días. A veces, Lorna, cuando la he molestado por algo, o sencillamente porque tiene el día así (stress, trabajo, familia, hay muchas cosas que dan por culo), Lorna está lejísimos. O sea, estaba a mi lado y podía, con sólo mover el brazo, rozarme con ella, que es una cosa que me encanta, pero yo la notaba en otro planeta, fría como el hielo y proclive a calzarme una hostia así que le diera media oportunidad. No sé vosotros, pero yo en esas situaciones soy torpísimo. Tengo la sensación de que todo cuanto diga puede ser utilizado en mi contra, y también, de que al fin, todo el mundo se va a dar cuenta de que soy un impostor y la gente, la misma gente que me aprecia y me dice que me quiere, que escribo bien y que canto bien y que soy buena persona, empezará a despreciarme y a decir ya lo sabía. Bueno, que se me pira la fresa otra vez. Que soy muy malo para intervenir en estos casos, así que no intervengo, pero es entonces cuando más miedo me da Lorna, porque puede pensar que soy el típico idiota. Que lo soy, pero esto no debería saberlo nadie más que yo.
Lo gracioso de todo esto es que ni siquiera es entre Lorna y yo. Es entre yo y yo disfrazado de Wolffo. Lorna, bendita sea, nunca me pide más, soy yo el que se come el tarro de forma obsesiva y de eso tendría que curarme. Lorna Cor, podrías tener poderes (más de los que tienes, poderes sobrepoderosos) y curarme poniéndome las manos ahí, sí, ahí donde tú ya sabes y todo volvería a ser nuevo.
Bien, se acerca fin de año y la cosa está que arde. Voy a ir a la fiesta de Lorna y creo que no me voy a poner el traje porque no quepo en él; ni en mí de melancolía. Estoy tan gordo que no estoy cómodo ni en pelotas. Pero tranqui, Lorna, no iré en bolas a tu fiesta, no quiero problemas de orden público.
Lorna, escúchame. A veces, te siento lejos; si tus labios se fruncen en una mueca rectilínea y determinada, si no me sonríe el brillo azul de tu mirada traviesa, si con los brazos, tímida, escondes la curva deliciosa de tus pechos-almohada… estoy perdido como un niño en unos grandes almacenes en rebajas, al que su madre ha soltado para comprobar el género. A veces, me siento mal, porque actúo como un maldito egoísta, juzgándote sólo en función de cómo eres conmigo, como si en tu mundo sólo existiera yo. Pero siempre, siempre, incluso cuando te he fallado, me has demostrado un cariño especial (aunque no contestas a mis emails a corazón abierto…) y yo sé que siempre me perdonas. Así que iré a tu fiesta, Lorna y me verás, sin traje, pero feliz y barrigudo, sonriente y bailarín, voraz y amo de la pista, dispuesto a ayudar a que tu fiesta sea todo un éxito.
Esta canción, que pasa desapercibida por los tiempos y por tus oídos, es preciosa y te la canto a ti.

Puedes bajártela aquí, si quisieras. Y eso.

Esto no tiene nada que ver. Pero es aquí donde he estado, en Granada, y me ha alucinado que en un solo día pudiera vivir la sensación de estar en Sierra Nevada con un metro de nieve, en la playa de la Herradura con 25 grados y ver atardeceres como los que he visto desde el porche de la casa de MariPili's en Cerro Gordo.. ¡Ay, si fuera un buen fotógrafo...!

lunes, diciembre 15, 2008

Cuento de Navidad

Hace años, cuando me aficioné a elaborar mis propios Christmas y enviarlos, recuerdo haber pergeñado una historia que siempre me pareció original y digna de un tratamiento un poco más extenso y más artístico, si se me permite la expresión. Era el germen de un cuento navideño con todos los ingredientes: alegría, costumbrismo, tristeza (mucha tristeza, un poco Dickensiana) y esperanza. Me parece que Lorna Cor necesita (no me lo pide, no me dice nada, pero yo lo veo en sus ojos) un cuento de Navidad. Mi querida Lorna está estos días con la sensibilidad a flor de piel y yo no soy tan insensible ni tan machote como a veces me gusta aparentar. Este cuento, es para Lorna. No es sobre Lorna, ni sobre mí, ni sobre nada que haya pasado, a mí o a ella, pero su trasfondo, su belleza, si la tiene, su poesía, si se trasluce, y su magia, si la historia es capaz de crearla en vuestras cabecitas lectoras, es para Lorna Cor. Mi preciosa y querida Lorna Cor.


Acto primero.
Ser filete empanado en Navidad.
Soy parte de una entidad viva mayor, un trozo escogido de esta bovina criatura y no se me entiende sin todo lo que vive a mi alrededor. Soy el filete central de una babilla de ternera, pero no soy aún filete, así que no sé qué milagro me ha hecho tomar conciencia de mi existencia, si aún no soy filete ni soy nada, soy un pedacito todavía inselecto de una espléndida ternera de Ávila que pace tranquila en los prados castellanos. Mi extraordinaria (por infrecuente, no es que presuma de listo) conciencia me hace temer al Graciano, el pastor, que habla con unos señores con un pequeño camión y me señala (señala a la vaca que habito, quiero decir) como quien señala a una ternera a la que van a dar matarile en cuestión de unas horas. La estúpida vaca que me contiene, ese pedazo enorme de vida que me da entidad, pero no sentido, cabecea mansamente mientras estos dos hombres malolientes la conducen a su destino fatal.
Temo el momento en que den muerte a la necia de la que formo parte, por si es doloroso aunque, claro, qué otro destino le puede esperar a un filete que el de ser devorado. Mi esperanza es que el hecho de ser filete conlleva la muerte y el troceamiento posterior (posterior a la muerte, pero anterior a mi entidad) de a quien, biológicamente, pertenezco, así que no sé cómo se puede tener conciencia filetil cuando aún vive la ternera. Así las cosas, es posible que todo forme parte de un plan superior y que el momento de la muerte no sea traumático para mí, puesto que, por definición, un filete es un trozo de carne muerta. Y si yo me siento ya filete y, sin embargo, estoy vivo, será por algo.
Ahí veo derramarse las vísceras, canal sangriento abajo, de mi propio ser (es un decir, yo soy un filete individual, con mis derechos y deberes, no sólo un miembro de esta bovina comunidad) y digo adiós a ese simpático estómago de rumiante y a ese intestino asombroso y rosado y me pregunto si otros futuros filetes en esta ternera ya cadáver, se sentirán como yo, o de forma parecida, o si seré un miembro extraordinario de una nueva raza superior (una razón, podríamos decir, si se me permite la ocurrencia) que, quizá, un día le dispute al ser humano su hegemonía sobre la tierra.
Máquinas eficaces y operarios diestros, desmiembran con soltura con a la vaca que me vio nacer (¿nace un filete?) y veo marchar otras partes de mi antigua casa mientras mi yo babilla, un poco elitista (sin llegar a la altanería idiota del solomillo o el lomo), empieza a formar parte de un yo más pequeño, selecto y comercial.
Aquí me tienes, en el expositor de la carnicería junto a varias de las piezas de mi antiguo yo vacuno, pero separados todos. Ahora el lomo no parece tan seguro de sí mismo y el solomillo sabe que, por muy caro que lo pongan, acabará igual que los demás: triturado por los dientes humanos, tragado, digerido y desechado por una anatomía hostil. La muerte iguala a los seres vivos, y el aparato digestivo (y el excretor) iguala a todas las carnes.
Faltan pocos minutos para abrir, pero se comenta que hoy lo tienen peor, precisamente, los solomillos, los pavos y los capones y, en el continente de enfrente, los besugos y los mariscos en general, porque es nochebuena y la gente no compra vulgares filetes en nochebuena. Pero ella es distinta. Parece cansada, un poco descuidada, aunque la tristeza de su rostro es una tristeza hermosa, y un destello de esperanza parece relucir desde el centro de su triste mirada. Pide, con algo remotamente parecido a una sonrisa, cuatro filetes de los buenos… y me señala a mí. Ella me ha elegido. Soy suyo. La amo.

Acto segundo.

Lo que hay que hacer.
Es gordo, parecía muy limpio… pero su aliento huele mal. Pesa mucho y me da asco cuando me besa, porque su lengua gorda y ávida me explora de forma grosera. Jadea y me está llenando de babas. Me hace daño cuando muerde mis pezones sin amor, sin deseo, solo quiere ponerse él en situación. Me pide, llamándome “mi zorrita” que le diga que me gusta y que le pida más y yo repito, lo mejor que puedo, sí, sí… hmmm, dame más, más, no te pares… y él, don Justo, el dueño de la fábrica y mi jefe, a la sazón, no tarda demasiado en correrse y vaciarse en mí, y en dejarse caer, con sus kilos de carne muerta e insensible, sobre mis huesos cansados y delicados. Con un esfuerzo sobrehumano, consigo quitármelo de encima y él, rodando sobre sí mismo, apenas tarda medio minuto en quedarse dormido en su enorme y cálida cama, aunque para mí tan acogedora como un lecho de hielo y cristales rotos.
En el baño, limpio y froto bien a conciencia cada pedacito de mi piel que esa bestia ha manoseado y babeado. Al salir, él duerme como una ballena varada, resoplando con dificultad y su mano grosera sujetando su miembro ahora casi inexistente y un maravilloso billete de veinte euros me espera sobre la mesilla de noche. Ha sido repulsivo, pero mis niños tendrán cena esta noche y tal vez, algo más.
Salgo de la casa de don Justo sin que nadie me vea y voy directa a la carnicería. Compraré un pavo hermoso, le quitaré las partes para el consomé y lo asaré y lo rellenaré de hermosas ciruelas y mis hermosos hijos tendrán una hermosa cena y será una hermosa nochebuena.
Pero el pavo, hoy, está más caro, mucho más caro que ayer. Y los 20 euros no me dan para comprar siquiera uno pequeño, una pavita… y miro hacia el oro lado del mostrador y lo veo. Un hermoso trozo de babilla a nueve euros el kilo. Al fin y al cabo… nunca he comprado ternera a los niños, y a ellos les gustan los filetes empanados. ¿Qué ley hay que diga que en nochebuena no se pueda comer lo que a uno le gusta? ¿Qué hay de malo en ello? Empanaré cuatro hermosos filetes de ternera y haré un caldo delicioso y unos dulces y será nuestra gran nochebuena; cantaremos villancicos y el mundo verá que sabemos divertirnos como las demás familias.
Eso es lo que tengo que hacer. Eso es lo que hay que hacer.

Acto tercero (interludio)
La paz del guerrero.
Otro día igual. No me han cogido en la plaza y no tengo ni para tomarme unas cañas con los chicos en navidad. Joder. No aguanto a los niños ya. Necesito trabajar, un hombre tiene que trabajar fuera de casa, no estar aquí haciendo de señorita Pepis… ¿qué van a pensar estos niños de su padre? Joder...

Acto cuarto.
Mira, cenital, el pájaro discriminador.
Ella llega a casa con su bolsa del súper. A pesar de lo de esta mañana, parece que sonríe. O algo así. Los niños juegan a la puerta de casa y le hacen fiestas a la madre cuando llega. Ella reparte besos y caricias y entra en la casa. Saca la compra de sus tres bolsas. La carne, huevos, unas cervezas para él. Guarda todo y. como sabe que él vendrá a la cocina, le prepara una cerveza como a él le gusta. En jarra congelada con su espuma justa. Él llega y husmea las bolsas, sonríe al ver el paquete de carne. Lo abre. Pregunta a su mujer que qué es lo que va a preparar esa noche.
Haré un caldo, dice ella… y algo que te va a sorprender… ¡he comprado filetes de ternera, de los buenos, y los voy a empanar…
¿Filetes empanados? ¿En nochebuena…?
Sí, cariño…a los niños les encantan… ya verás lo bien que lo pasamos, podemos cantar villan…
No puede acabar de hablar, porque un brutal puñetazo de él le rompe varios vasos sanguíneos y le astilla los huesos que rodean el ojo y la deja tirada en el suelo, apoyada la espalda en la pared, aterrorizada por la brutalidad de su marido.
¿Crees que mis hijos y yo vamos a cenar en nochebuena filetes empanados? ¿Estás loca, eh, has perdido la cabeza? Mis hijos y yo nos vamos a casa de mi madre. ¡Ahí te quedas, mala madre!
Coge el paquete de la carnicería y se lo tira a la cara. No está dura la carne, pero el peso y la fuerza con que lo lanza, hace que ella se golpee la nuca con la pared y pierda el sentido.

Epílogo.
Si no me comes, te cuidaré.
Ella despierta horas después, demasiado dolorida para respirar, demasiado desconcertada para sentir dolor. Acierta a abrir el paquete de la carnicería y a sacarme de entre mis iguales y me deja descansar sobre su ojo hinchado y amoratado.
Sé que hoy no me comerás, mi preciosa princesa maltratada; sé que si me dejas descansar junto a tus golpes, te aliviaré el alma más que si me comes. Sé que no me amas, que ni siquiera eres consciente de mí, pero nada me hace más dichoso que poder aliviar tu dolor, tu alma y tu hinchazón.
Ahora sé porqué, desde antes de ser incluso filete, sabía que era alguien. Desde que mi continente vacuno pacía en el prado, mi destino, amor mío, eras tú. Así pues, estoy contigo. Sé que no te consuelo, pero si te libras de él, no tendrás que usarme nunca más como hoy y quizá, entonces, quieras comerme y entre a formar, de esta forma azarosa y caníbal, parte de ti.
Y, mientras tanto, ya lo sabes, nena, si no me comes… te cuidaré.

Feliz Navidad.

Por cierto. El que quiera recibir un Xmas Wolffo's Original, de la casa, que me escriba un correo con su dirección postal y ¡zas! lo recibirá. Eso sí, tiene el día completo de hoy.

jueves, diciembre 11, 2008

Por si os toca.

A Kotts, con cariño y sin segundas.

Todo el mundo suele tener una conversación parecida alguna vez: alguien te pregunta ¿qué harías si te tocara la primitiva? Es decir, si te toca una cantidad indecente de millones. Como a mí no me va a tocar, porque, entre otras cosas, no juego, y como siempre que hablo de este profundo asunto con alguien me asegura que será generoso conmigo ("si me toca, tío... cuenta con la mejor guitarra del mundo"), quiero exponer aquí, de forma clara, mis preferencias, caso de que alguien quiera ser generoso conmigo. Cualquiera de estas guitarras, cuyos precios van de los 600 a los 5.000 pavos, me haría sumamente feliz. Podéis abrir las fotos en otra pestaña o ventana para verlas en grande y bien, porque son preciosas y vale la pena. Todas son fáciles de encontrar, están en catálogo en cualquier tienda de guitarras medio buena, excepto la Ibanez, que es una espinita clavada en mi corazón y descatalogada desde hace más de 20 años. De estas, habría que encontrar una de segunda mano en buen estado. Las hay, pero son pocas, lógicamente. Os cuento algo de cada una de ellas.
Las dos Grestch son guitarras de buenas personas. George Harrison, Chet Atkins, Wolffo en sus sueños, son tañedores míticos de estas preciosidades. Estéticamente, son como los coches de los años 50, de aspecto robusto, redondo y pesado, pero dan ganas de usarlos, ¿no? Siempre me gustaron, pero en un videoclip de Pretenders (del DVD que Kotts me regaló, gracias, nena), de la canción Popstar, sale un pollo tocando una (la negra) y nada más verlo, me dieron unas ganas tremendas de ser yo el que tocaba para Chrissie Hynde.



Hay 3 Gibson: la Les Paul es mi sueño desde que soy pequeñajo. Es tan bonita, pequeña y cañera... es la anti Fender Stratocaster, la guitarra de la gente sin espíritu, y la guitarra que le hubiera gustado ser a la Telecaster. La BB King es una gozada de formas, tipo ES 335, pero de caja maciza y es puro rock and roll. La SJ 200 es una acústica super jumbo, preciosa, la predilecta de Pete Townshend, se la he visto tocar también a Noel Gallagher... suena de miedo, tiene un rasgueo increíble y enamora al primer guitarrazo.







Las Rickenbacker son un amor tardío: no reparé en ellas hasta que reparé en el sonido de los Jam em directo. Luego me di cuenta de que era una guitarra muy tocada por mis músicos favoritos: John Lennon y George Harrison, Pete townshemd, Paul Weller... y sobre todo ese sonido característico de la ric de 12 cuerdas, que inunda el disco A hard days night de los Beatles y que da ese sonido tan personal a los primeros Byrds, el del famoso, y maravilloso, riff de entrada de Mr. Tambourine man.



De la Ibanez ya os he contado, hace años... me robaron una muy casi igual (la mía era una MC200, la de la foto es una MC500, el modelo más alto de la gama) y nunca he tocado una guitarra más genial. Era suave, precisa, contundente y cantarina y su aspecto sexual y robusto me iba como anillo al dedo. Me sentía bien con ella en las manos.

De las acústicas, ya he hablado de la Gibson, la Martin me apetecería tenerla para tocar en casa, para susurrarte en el oído, Lorna, y hacer que mi voz te desnude. Me temo que es perfecta para eso. De las Ovation... la VXT no la había visto en mi vida, me he tropezado con ella al buscar una foto de la Custom Legend, pero en cuanto he visto que se trata de un híbrido acústico-eléctrico, me ha apetecido probarla. Las Ovation esas de "cuerpo de tortuga", son fabulosas en escena, porque no pesan, ocupan poco y se dejan tocar muy bien. En cuanto a la Taka... es sólo para fardar, pero, ¿a que es chula?

Bueno, eso, que si os toca y no se os ocurre cómo sorprenderme, ya sabéis lo que me podéis regalar.


Vale, vale, pero... ¿y si cuela?




actualización
A raíz del comentario de The Foss, se me ha ocurrido que, si no os molesta, me digáis así, por la pinta, ¿cuál de estas guitarras regalarías? Si tuvieras que regalar una, ¿cuál te molaría que fuera tu regalo? Si te molestas en hacerlo, te lo agradezco.

viernes, diciembre 05, 2008

Lo haré

I will (Beatles horrible cover)

Cuando era pequeñajo, mi hermano Jose, el mayor, me grabó una cinta (una C-60) con canciones buenas. Nunca olvidaré muchas de sus canciones. Tantas veces la oí que aun hoy, si escucho Indian girl de los Hollies, espero que a continuación venga Dedicated follower of fashion, de los Kinks, luego The last time de los Stones y finalmente, Things we said today y I will (la que versioneo hoy) de los Beatles. Ese es el orden en el que deberían suceder las cosas. Bueno, para mí, la voz de Paul McCartney en esta canción era una especie de cima del mundo del arte, no se podía hacer nada tan bonito. La composición es extraordinaria, la sucesión de acordes, parece heredada de Mozart, la melodía es dulcísima y la canción entera es una pieza maestra de belleza y simplicidad. Mi versión es una mierda, pero quería dejar testimonio de lo que yo adoro esta canción y de que, a pesar de mi adoración por John Lennon, sé que no ha habido ni, probablemente, habrá, otro compositor como Paul McCartney. Va por usted, sir Paul.

Puede que a veces no sea el ser más comunicativo del mundo, encerrado con mi música y mis mierdecillas, y olvidándome de ti y del resto del mundo. En tales ocasiones, créeme, la culpa me inunda, pero algo que debe ser muy parecido a un anticuerpo de la culpa, del remordimiento y todo eso, que en mi caso se llama mala memoria, me hace salir a flote y, mientras grabo una estupidez, invento un solo de guitarra o trabajo una armonía vocal, sé que algo pasa, pero no sé qué es lo que es. Nado en esa superficie y noto una especie de resaca que me lleva hacia abajo, como si el diablillo de la mala conciencia me tirara levemente de los pies hacia el fondo abisal, pero mi pachorra es más potente y mi capa de grasa, más densa que el agua y floto inadvertidamente, pensando en que hay algo mejor que debería estar haciendo, pero sin acordarme de qué. Bien, sé que eso sucede y te juro que me corregiré.

Tal vez te hayas sentido menosquerida en algunas ocasiones, señorita Cor, o que de ti me interesan, únicamente, tus pechos redondos y plenos, tu cuerpo pequeño y achuchable, tus ojos prometedores y tus muslos acogedores… no te engaño, me interesan, y me interesan en la medida en que puedan fundirse con sus correspondientes partes de mí, pero te juro que lo que me importa de ti, lo que me hace arrimarme a ti una y otra vez no es eso, sino lo otro. Eso otro que nadie ha visto y nadie verá, pero que yo sé que existe porque me quema y te hace arder a ti también. De todos modos, soy consciente de que, a veces, no te trato como debería, y desde este momento, prometo enmendarme en eso también y hacer todo no por quererte, que ya lo hago, sino por que tú veas que te quiero bien.

Sé que muchas veces necesitarías hablar, mi Lorna querida, simplemente hablar, sin que mis manos ávidas te acosaran y te acariciaran, que requieres mi atención honesta y casta; y sé que tú, malva y angelical, sientes que yo sólo te ofrezco mi falsa y lujuriosa atención, que te escucho si luego me abres las piernas, que te quiero si me dejas estar en ti, que yo te amo si tú me mamas… puede que a veces pienses eso y no te culpo, que soy yo el que actúa, a veces, tan imbécilmente que te hago pensar así. Pero mirándote a los ojos te pido, por favor, que me creas cuando te digo que todo eso cambiará y que en mí tendrás, también, al amigo que a veces has echado a faltar.

Sé que no soy el hombre que te gustaría que fuera. Que no te quieres saber que me arrodillo para fregar la taza del wáter. Que no quieres verme barrer, hacer camas o fregar sartenes, o planchar. Que no sé arreglar un enchufe ni sé cómo demonios se cambia de orientación la antena. Que no mantengo el jardín como debiera y que, si por mí fuera, esta casa sería una ruina. Pienso cambiar. Todos los días hago preces por cambiar y sé que al final, con tu amor en el horizonte, cambiaré y lograré hacerlo.

Lo haré, mi vida. Seré un hombre mejor, Lorna querida, más paciente, atento, cariñoso y eficaz en las tareas propias de mi sexo. Lo haré. Lo intentaré con todas mis fuerzas.

Pero por mucho que te lo pida; por muy cansada que estés. Por difícil que sea, te lo pido de rodillas: nunca dejes de encargarte tú de hacer la tortilla de patatas.

martes, diciembre 02, 2008

Balada de Lorna Cor y el rockero fantasioso

Mucha gente desconoce el romance que, a la sombra de otros acontecimientos de mayor relumbre histórico, mantuvo la simpar Lorna Cor con un rockero fantasioso llamado Dan D., y ello a pesar de la relevancia que esta relación tuvo, a la postre, para el mundo del arte… y el mundo en general. Para celebrar que, por fin, me he desvinculado de esa empresa de estafadores llamada ya.com, comparto con el mundo en general la peripecia de estos dos mitos vivientes: Lorna Cor y Dan D.

A rock’n’roll fantasy



Esta maravilla absolutamente única de los Kinks siempre me fascinó. Fascina la melodía y el crescendo musicoambiental de toda la pieza. Fascina la letra y el sonido de la voz de Ray Davies, el gran Raymond Douglas Davies, y fascina el conjunto de la canción, su idea misma. No sé cómo no es uno de esos clásicos que todo el mundo escucha, porque se trata de una canción de una enorme dimensión. La he grabado con dos cojones, porque carezco de orquesta y de grandeza (ambas cosas, aparentemente indispensables para versionear este tema), pero he aquí mi huevo. Así es mi versión. Y he aquí lo que espero de vosotros con ella: si no la conocíais, espero que os guste, y si la conocías, que me perdonéis el atrevimiento. ¡Muerte a ya.com!


Después de los conciertos, a Dan le gustaba tomarse una copa antes de ponerse a recoger. Si el concierto había ido bien, le gustaba observar a las chicas evolucionar hacia donde estaban los músicos y adivinar sus intenciones. Y a los chicos que habían llevado al concierto a esas chicas tratando de minimizar los daños.
Dan nunca llevaba a chicas a los conciertos a los que él asistía como público. Era como decir, bueno, yo estoy aquí, y soy tan tonto que me voy contigo para ver cómo sueñas en acostarte con el cantante de esos tipos que tocan ahí arriba; si tienes suerte, te meto un calentador en la cama y os atenúo las luces para que folléis a gusto mientras yo me doy de cabezazos en la pared. No, Dan no era de esos. Era de los que separaba mujeres y rock.
Dan conoció, no obstante, a Lorna Cor en un concierto de Los Ciclones. No fueron juntos, claro, pero se conocieron allí. Dan no era fan de Los Ciclones (era un tipo con cierto gusto), pero era su clavijas particular. Le daban 30 machacantes y montaba y desmontaba el equipo cuando estos aprendices de rockeros tenían un concierto en algún bareto. A Dan le gustaba ser clavijas. Tenía habilidad para extender cables de una forma eficaz y segura, le gustaba todo aquello del sonido y preparaba altavoces, amplis, micros, pedales y mesas de una manera asombrosamente limpia y sencilla. Luego se metía entre el público y juzgaba con aire crítico el sonido por si podía hacer algo por mejorarlo.
Un día, en uno de esos conciertos, cuando estaba entre el público, sujetando su PepsiMax en la mano derecha, su codo entró en contacto, suave, pero inequívoco, con la textura firme y suave, cálida y generosa de un pecho femenino. El caso es que, aunque su primer impulso fue retirar el codo, el movimiento de la chica, que bailaba lánguidamente, separaba y unía, inocente y alternativamente, codo y teta. No era sospechosa su actitud, simplemente, tenía una copa en la mano y era ella (intentaba justificarse Dan) quien, con su bailoteo, hacía entrar en contacto su codo con aquella maravillosa porción de Lorna. Porque era Lorna, claro, aunque Dan no podía saberlo. Dan forzó un poco más cosa y empezó a darle a su codo, al ritmo de la música, para tener una coartada, un leve, pero sensual movimiento circular. La imaginación de Dan era portentosa, y era de esas personas dadas a fantasear, que acaban convenciéndose de su fantasía con naturalidad sincera. Su fantasía, lo que se imaginó en ese momento, fue que el pezón de Lorna Cor se alegraba del bailoteo, se asomaba, a ver qué pasaba. Y el imaginarlo le bastó a Dan para darse un cuarto de vuelta y mirar y perderse en ese océano verde que son los ojos de Lorna, aunque en ese momento, estaban fijos (e inexplicablemente fascinados) en Wolffo, ese gordo que canta (berrea) en los Ciclones. Dan estuvo mirándola durante un rato largo, hasta que ella decidió que ya estaba bien y que podía mirarle a él a su vez. Y bueno, puede parecer cursi, pero ambos quedaron atrapados en ese mismo momento.
Lorna no se dio por vencida tan pronto (Dan se enamoró desde que la vio), pero sus ganas de que Dan estuviera en contacto con él eran tan grandes que, después de ocupar todas las posiciones posibles (delante y detrás, a un lado y al otro) y tocarse ambos, disimuladamente, todo lo que pudieron, Lorna se las apañó para dar esquinazo a sus acompañantes esa noche (dos compañeros de la universidad, profesores de álgebra y literatura, tan buenas personas como aburridos) y acercarse a la barra, sabiendo que Dan la seguiría.
Allí hablaron y decidieron que su relación no se basaría en eso: meterse mano a escondidas delante de la jeta de otras personas, aunque mientras lo decían con absoluta seriedad, se frotaban como gatos en celo y se estudiaban bajo la ropa. De hecho, su relación era profunda y verdadera, pero siempre jugaron a eso. Siempre. A ambos, aunque no lo verbalizaran, les volvía locos ese juego de excitarse sexualmente, mediante el tacto, aun cuando, aparentemente, no estuvieran juntos. No eran esas clásicas parejas besuconas y pelmazas que exhiben su lujuria y su dulzonería intragable delante de los demás, no. Ellos la escondían a los demás, pero se demostraban su deseo (el uno al otro) en cuanto tenían oportunidad. Era como si se avisaran mutuamente de lo mucho que se deseaban y de lo que les esperaba en cuanto la gente desapareciera.
Supo Lorna que Dan era un músico frustrado. Era músico, de eso no cabía duda, pero si lo más cerca que estaba del estrellato rockero era hacer de clavijas para un grupo tan de tercera fila como Los Ciclones, que cobraban 500 pavos por concierto, a veces, Dan era un muerto de hambre. Y él, Dan, lo sabía… y no lo sabía. Aunque era consciente de su paupérrimo bagaje, no dejaba de tomarse en serio a sí mismo y a su música.
Lorna, delicada, sensible y grandiosa, gustaba de acercarse a Dan cuando éste cogía la guitarra y mirarle con sus ojos-mar y escucharle con oídos enamorados y preguntarle:
- ¿Es para mí… tocas para mí?
- Y… ¿para quién, si no, voy a tocar?
Y Dan la miraba y deseaban sus manos soltar la guitarra y aprehenderla a ella, pero aguantaba, porque sabía lo que ella diría a continuación y Dan adoraba escuchar eso:
- Tócame Dan… tócame
Y él ya no podía resistirse y la tocaba. Y ella a él. Dan recuerda la primera vez que la mano de Lorna entró en contacto directo con su pene. Llevaban un rato tocándose y acariciándose… y cuando Lorna dirigió su mano artista debajo del pantalón de Dan… estuvo a punto de correrse, así, sin más, sólo de sentir aquella mano en su ardiente cachito. Lorna ponía a Dan en el disparadero.
A veces quedaban con otras personas y si estaban en el cine, era fácil, pero seguían tocándose en restaurantes, museos, exposiciones, transporte público… eso sí, siempre de forma secreta y nunca nadie les vio hacerlo. A Dan le gustaba que Lorna supiese qué le esperaba cuando llegara a casa.
Otro aspecto de su relación era lo mucho que les gustaba discutir. Se picaban y se retaban continuamente, a solas o delante de otras personas. Eran muy distintos y a ambos les gustaba enervar al otro. A veces parecían realmente enfadados, pero sus discusiones acababan en la cama, casi siempre.
Lo que más le gustaba a Lorna de Dan era lo dulce que era después del amor. En el sexo eran terriblemente sensuales ambos, muy ardientes y divertidos; era frecuente verles estallar de risa en pleno combate sexual, pero una vez satisfechos ambos, Dan se olvidaba de su cinismo, de su vena crítica y humorística, y descansaba sus sentidos en la piel de Lorna y dormía abrazándola de forma posesiva. También, a veces, reían desnudos hasta el amanecer y el sexo les servía solo para descansar el abdomen de tanta risa. En esos casos el sexo era dulce. La vida junto a Lorna, pensaba Dan, era maravillosa. Todo lo que un hombre es capaz de soñar.
- ¡Dan…!
Alguien le tocó en el hombro y despertó de su ensueño. Despegó el codo del pecho de Lorna y todo volvió a su sitio. Él, a recoger cables. Lorna, a los brazos de Wolffo. Y sus fantasías, eso, al mundo de lo inconsciente.
Dan recoge los cables mientras sigue imaginando, soñando su fantasía de rock and roll y Lorna Cor, soñando con ese mundo tan cercano y tan lejano, maldiciendo todo lo que no puede tener y esperando que ella, al menos ella, le oiga cantar en sus sueños y le parezca bien lo que oye.
Porque Dan canta para el mundo, sí, pero casi siempre canta para Lorna. Y Dan lo sabe, que el mundo no le escucha, pero espera que Lorna tenga oídos para él.
Cómo me gustas, Lorna Cor...

Ahí se ve la letra. Y casi se me ve a mí... ¿me se siente?