jueves, octubre 30, 2008

elogio y refutación de Wolffo (auge y caída de mi alter ego en internet)

La mitad
(Jorge Duret)



Así es. Me siento en la mitad del camino. Eso espero. Y lo celebro con esta maqueta de este blues salvaje que tomará su forma definitiva cuando la grabemos en serio, con Los Ciclones y la colaboración especial del gran Sergio a la armónica, mi excompi de Travelin' Duet. Mientras, he convencido a eMail para que toque el solo y una guitarra. No es el tipo de canción que yo compongo, pero el hecho de cumplir años, o ganar en experiencia, o lo que sea, me hace volver a las raíces, a lo clásico, y me ha salido de las tripas este furioso rythm & blues que, está mal que yo lo diga, pero me encanta. Si sois capaces de verlo como yo lo veo, ya bien grabado, y bien tocado, y si os gusta este tipo de música, os gustará también. En fin, si abrís la foto en otra pestaña, podéis ir leyendo la letra, que es de lo mejorcito que he escrito. Si queréis, podéis bajarla en este enlace. A ver qué pasa.



Y llego, casi sano y bastante a salvo a las 44 primaveras, siendo este, el cuerpo que habito, el mismo sitio de siempre y, al mismo tiempo, siendo un sitio distinto.
Soy Wolffo, un personaje, aunque no lo creáis, bastante distinto de sí mismo y de la persona que lo describe y que escribe por su boca (o sea, yo mismo), y bastante parecido, al mismo tiempo, a sí mismo y a mí.
El Wolffo de los primeros posts, en los blogs de ya.com, allá por febrero de 2005, buscaba su sitio, su voz y deseaba por encima de todo que le leyera todo el mundo, y parecer ingenioso, tierno y divertido a toda costa. El Wolffo de hoy está totalmente despistado en cuanto a qué pretende con este espacio de confusión que son Las Peroratas. He abandonado unas 300 veces, he posteado anárquicamente, he abierto y cerrado los comentarios, todo sin saber bien a dó camino, porque Las Peroratas parecen tener vida propia, una inercia superior a mí que me lleva de la mano por este camino de despropósitos que es mi vida bloguera.
He debido decepcionar a unos cuantos de vosotros y un montón más que ya no me leen, pero prefiero hoy contar a las maravillosas personas que este asunto de los blogs me ha permitido conocer.
Empecé a escribir el blog como entrenamiento, como una especie de ejercicio literario, pues mi objetivo era otro, más artístico, menos expuesto, y aún hoy pienso que ese es su principal cometido. Probar, experimentar, tomar contacto con mi propia escritura y colegir así si soy capaz de escribir algo importante de verdad.
Empecé así, queriendo que esto fuera una especie de cuaderno de ejercicios, pero cobró vida y llegó a convertirse en un fin en sí mismo. Hubo un momento en que mi intención inicial desapareció y me obsesionó el blog en sí mismo.
Luego, en otro momento, vi que podía dar salida así, bien que poco masivamente, a mis canciones y mis experimentos musicales, y me lancé a ello. He subido más de 100 versiones y con este, 33 temas propios. Un día, descubrí que era capaz de editar videos chapuceros y que así podría dar una distribución mayor a mis canciones. Pero empezaron a interesarme los videos en sí. El mundo de la imagen es tremendamente absorbente y si te descuidas, te pasas el día haciendo bobadas. Siempre acompañé mis canciones, mis videos, mis gilipolleces, con mis letras que son lo más importante de mí que hay aquí.
Luego empezó la cosa de los comentarios. Siempre, desde el principio, tuve habilitados los comentarios y siempre me pareció que era de ley contestar a los que se molestaban en escribir un comentario, y agradecerles su amabilidad. Pero, sin saber cómo ni cuándo, me di cuenta de que no escribía por escribir, por el placer de escribir, que es lo que me mueve, sino que empecé a escribir para los comentaristas, dejando puertas abiertas para que ellos escribieran y yo les contestara, dejando abierta, a su vez la posibilidad de réplica y de dúplica. Entonces, cuando me di cuenta, suprimí los comentarios.
La cosa no era: ¿para qué vienes aquí, para lucirte? Algo así, ni de coña, creo. En fin, deshabilité la posibilidad de comentar porque simplemente quería escribir, y porque los hilos de la realidad y la ficción habían empezado a entretejerse por sí solos, y os juro que llegó a preocuparme lo complicado que era mantener separadas las esferas del blog y mi vida y que una y otra no se interrumpieran. Os caía mal June, a la que yo adoro, aunque me mate de dolor, y queríais matarla, agredirla, menospreciarla, insultarla o follarla (según quién) y yo no podía controlar eso. Mi forma de escribir toma retales de realidad y los funde con la ficción, por eso a veces, sin saberlo, alguien se entrometía demasiado y llegaban a dolerme determinados comentarios, pero no podía decir nada porque entonces me hubiérais tomado por loco. Imaginaos, alguien que se ofende porque no se leen bien (vamos bien, no, sino como yo quiero que se lean y se entiendan) sus historias inventadas… como una regadera. De modo que cerré los comentarios.
Entonces un montón de gente me dijo: joder, eres un capullo, abre los comentarios que nos estás hurtando una lectura que era cojonuda. Y es verdad. Mis posts eran solo la tercera o cuarta parte del juego. Lo bueno estaba después, cuando nos lanzábamos a desbarrar unos y otros, participando yo (más que nadie, en realidad) en ese juego. Reconocerlo es duro, creedme. Sobre todo cuando uno se cree tan listo como me creo yo. Ante las quejas de los airados porque había cerrado los comentarios, contestaba yo paridas que a duras penas se sostenían.
Así que abrí de nuevo.
Pero os he abandonado a todos. Ahora no leo ningún blog. Ni siquiera los que me gustan. Miento, leo uno, pero es otro rollo y me gusta. No sé si a vosotros os molesta que no os lea (a mí me molestaría), pero hay algo en este juego que me enerva y he decidido abandonarlo. Soy demasiado exhibicionista como para dejar de escribir, pero la verdad es que he dejado de leer blogs y no quiero hacer el esfuerzo de hacerlo. Porque antes me gustaba leer a mis clásicos, pero llegó a convertirse en un esfuerzo y eso… es aburrido. Me refiero a esforzarse por pasarlo bien, es un poco raro, ¿no?
Y así, Wolffo, ese alegre bloguero que os leía y que hacía largos y elaborados comentarios, a veces simpáticos y a veces bordes, ha dado paso a este circunspecto ser que ni siquiera os visita, pero que aguarda cada visita vuestra con la esperanza de que no sea la última. Después de leer esto, es duro seguir viniendo, imagino.
Capaz de lo mejor y lo peor, soy consciente de que ya no es lo mismo esto de Las Peroratas. Hubo un momento que posts gloriosos eran acompañados de grandes canciones (no tengo abuela) y ahora, mirad lo que queda: unas maquetillas vagas con promesas de que sonarán un día bien y un ejercicio de enfoque de mi ombligo que no hay quien lo soporte.
En fin, esto es lo que hay, buena gente. Soy Wolffo, no hay quien me aguante, ¿eh?

miércoles, octubre 22, 2008

No es tu fiesta, Lorna ¡es la de Fants!

¿Quién rompió el hechizo?

La Frontera tiene grandes canciones. Esta es una de mis preferidas. Una canción pop-rockera, con reminiscencias country y algo de los Beatles en su estribillo. Adoro esas guitarras cruzadas y el ritmo y la melodía. En el original dice: "Dime quién rompió el hechizo, luego, te puedes marchar". A mí siempre me ha parecido una pena desperdiciar esta oportunidad de usar un verbo mucho más expresivo, así que yo canto: "dime quién rompió el hechizo, luego te puedes largar".
Desde luego, no hay quien entienda a según que mujeres. Hablo de Lorna, claro. Eternamente Lorna, podríamos decir. Llevamos una semana mosqueados, ¿vale? pero yo insisto, porque lo mío es insistir, como el viento, y reconozco que me pongo pesado, como el viento (el de levante, pongamos), pero es muy fácil detenerme: hazme caso verás cómo paro.
Lorna, ahora, no quiere que hablemos de la Fiesta (party, forever, let the music play on... all night long..., all niiiiiight, aaaaall night looong, all niiight...). Me jode, porque es una historia vieja como el mar. Yo no soy muy de fiestas, pero a veces, me apetecen, no creas, sobre todo si pienso que puedo ir aislándome en pequeños grupos no alcohólicos.
Os cuento.
Me llama Tex Luisarney, un viejo amigo al que le sientan los guantes de cuero como a nadie que yo haya conocido antes ni después, y me dice:
- El jueves, 24 es el cumpleaños de Fants, macho, le damos una fiesta sorpresa, y a tomar por culo. ¿Estás de acuerdo? - a veces me sorprende cómo habla la gente: "le damos una fiesta sorpresa, y a tomar por culo", ¿no es insólito?
A mí no me hacen mucha gracia las fiestas sorpresa, pero le digo a Tex que vale. Así que, según cuelgo, marco el número de Fants, y se pone al primer timbrazo.
- Hola, tío, ¿qué pasa?
- Hola, Fantie, una pregunta, así en abstracto, sin que quiera decir nada, ¿eh? Tú, así, en general, ¿qué opinas de las fiestas sorpresa? ¿te gustan?
- No me digas que me váis a hacer una fiesta sorpresa, porque te corto los huevos...
- No, tío, yo te lo pregunto así, en general... te iba a hacer más preguntas generales, es como una especie de encuesta, ¿qué piensas de los libros con aventuras personalizadas?, esa es otra de las preguntas, la segunda o tercera…
- Ni se te ocurra regalarme una horterada de esas...
- Jaja... no, hombre, no, es que tengo que hacer un trabajo para un cliente nuevo, es una franquicia de esas de fiestas de cumpleaños, ¿sabes? se llama "Japibeibi", jaja, es como pronuncia mucha gente la canción de cumpleaños, ¿te acuerdas? Japibeibi tullú... ¿mola, a que sí?
- Ni fiesta sorpresa ni regalos cursis, te lo advierto. O te opero - resulta que Fants es médico, y sabe que le tengo pavor a los quirófanos, el muy cabrón. ¿Por qué será tan jodidamente listo?
Llamo a Tex.
- Tex, tío, lo sabe.
- ¿Lo sabe? ¿Qué sabe quién? ¿Quién es usted? ¿Por qué me llama? ¿por qué sabe mi nombre?
- (joder) Soy Wolffs, Tex, lo sabe. Lo de la fiesta. Lo del libro.
- ¿Que lo sabe?
- Sí, la fiesta, el libro, todo: nos ha descubierto.
- Se lo has dicho.
- No, yo no he sido, ya lo sabía. Es muy listo
- Se lo has dicho, tío. Siempre haces igual, no soportas la presión. No sé cómo confío en ti...
- Joder, tío, es un puto experto, ha estudiado Métodos de Interrogatorio con la CIA y todo eso, tío, cuando estuvo en América
- Estudió Métodos de Rehabilitación, colega, ¿cómo es que se lo has soltado todo? ¿es que no sabes aguantar la presión?
- Soy débil, Tex, tío, ya lo sabes...
- Vale, pues a la mierda la sorpresa, será una fiesta normal, en mi casa, con borrachos y un montón de regalos inútiles. Que te den por culo, Wolffs - y cuelga, el tío. De nuevo la sodomía, no sé porqué a algunas personas, mi conversación, mi cercanía o mi carácter les inspira el ritual griego. Debo parecer fácil de joder o algo así. En fin.
-.-
He estado liadísimo esta semana. Lorna... es preciosa, es genial, super lista y cariñosa cuando quiere, pero cuando se lo propone, no hace más que fastidiarme con sus cosas, en serio. Vaya semanita que lleva. Sólo porque sé que, una vez en la fiesta, será la mejor mujer del mundo, simpática con todos, sexy con los hombres y cómplice con las mujeres, encantadora conmigo y cariñosa... sólo porque sé eso, no la mando a freír espárragos.
Está preciosa. Se ha puesto una especie de vestido azul y se ha hecho un arreglo en su melena rubia sencillamente maravilloso. Son como unos caracolillos que le caen a lo largo de toda la melena. Caray, qué guapa es Lorna Cor. Y qué guapa se pone, cuando quiere.
-.-
La fiesta es una mierda, la verdad. Tex y Fants son bastante desastrosos organizando fiestas. O sea, las bebidas son buenas, la música, también y la gente es muy correcta; la casa de Tex es grande y es cómoda para fiestas, pero la fiesta en sí resulta tan animada como si la hubiera organizado Pedro Solbes. Estoy en una esquina, con cara aburrida, esperando a que pase algo digno de mención. Hasta ahora no ha pasado nada, por eso no lo he contado. La música está bajita, así que me acerco al equipo y le pego un subidón de esos que despiertan a os vecinos a un kilómetro a la redonda y, al rato, me enciendo un petardito, a ver si me da la risa o algo, porque esto no hay quien lo soporte. Tengo unas bolsitas de maría, y las voy a ir dejando por ahí, medio a la vista, a ver si la gente se agarra un pedillo colectivo y esto empieza a parecer una fiesta, y no una convención de protesistas dentales.
Estoy bastante animado cuando suena el timbre y luego un montón de golpes bestiales en la puerta, alguien impaciente.
Caray, cuatro polis enormes entran en la casa, diciendo que la música está demasiado alta. Fants y Tex tratan de impedirles la entrada alegando derechos constitucionales, pero fracasan. Los derechos constitucionales parecen resbalarles bastante a los cuatro maderos que han irrumpido. Fants advierte que llamará a su abogado mostrando el teléfono y yo, que veo que mi amigo me necesita, subo un poco más la música, le quito el móvil y paso de las palabras a los hechos, lanzándoselo a la cara a un poli.
- ¡Policía asesina! - grito emocionado. Al fin un poco de acción. El poli al que le he lanzado el móvil no encaja bien ni mi lanzamiento ni mi grito revolucionario, así que me escondo tras Fants, que está en forma, y trato de buscar nuevos proyectiles. Lanzo mi cubata, un par de sandwiches de Rodilla y, al fin, encuentro mi arsenal: una hielera repleta de rocks, que lanzo a las fuerzas de ocupación. - ¡Policía asesina! - vuelvo a gritar, esperando enardecer a las masas, pero las masas, tal vez por que no son enardecibles, tal vez por el efecto de la marihuana, están más por sentarse a ver cómo nos zurra la pasma, que por la revolución. Decepcionantes masas...
Así las cosas, la poli, en seguida, se hace con el control de la situación. El que recibió el primer impacto, el móvil de Fants, me inmoviliza con eficiencia germana y el resto empieza a pedir carnets y tal. Descubren la marihuana, la que he distribuido por toda la casa y nos comunican que nos llevan a todos (somos unos 25) a comisaría.
Nos meten en dos furgones separados por sexos. En el de los chicos, la gente me mira y siento que debo decir algo, para que el ánimo no decaiga. Al fin y al cabo, soy el líder natural, el hombre que tomó las riendas, el único que se opuso al atropello policial.
- Chicos, podemos hacerlo. No creáis que estamos tan jodidos… - miradas asombradas. Seguramente, no pueden creer que tenga este valor y esta presencia de ánimo-. Ellos son sólo dos y nosotros 12, sólo por una cuestión numérica...
- Cállate de una puta vez - me dice el desagradecido de Fants. En sus ojos no hay amor. Sólo ira.
- Pero... - intento decir
- Ni pero ni hostias - dice Tex - te callas y a tomar por culo. A veces, aunque la injusticia triunfe, hay que claudicar. Hay que callar. Tal vez no es el momento del líder redentor, así que me callo.
Un momento después, la furgoneta se detiene y se abre el portón trasero.
- Usted - dice el poli- quédese ahí. También, el dueño de la casa... señor Luisarney y el señor Paradise, deben quedarse, el resto, fuera, mi compañero les acompañará al calabozo.
Cierran el portón de la furgo demasiado fuerte, a mi juicio, y nos quedamos Tex, Fants y yo ahí solos. Mis amigos necesitan de mi espíritu animoso para no hundirse en el fango de la desesperación.
- Chicos, tranquilos - les tranquilizo -, os sacaré de esta, no debéis poneros nerviosos. Lo importante es que sigamos una buena estrategia...
- Y una mierda, estrategia - acota Fants. Parece disgustado. Y ese, creedme, no es el camino para solucionar conflictos.
- La puta estrategia - dice Tex – es que te vas a callar en este puto momento. Y si se te ocurre decir una puta palabra más, jodido Wolffs, te arranco la lengua y te la meto por el puto culo, y luego te arranco los jodidos pies y hago lo mismo. Ni una, Wolffs, ni una palabra más, o te voy a dar por el culo y no te va a gustar.
En fin, está visto que no todo el mundo reacciona con mi temple cuando se ve abocado a una situación límite, así que me callo. Al rato, de nuevo la furgoneta se pone en marcha y tras circular unos 5 minutos, se detiene, maniobra y nos vuelven a abrir la puerta, esta vez, a una especie de pasillo largo. El poli de antes nos dice que bajemos y nos escolta a través del pasillo, que es gris y frío como la salida de emergencia de un teatro, o algo así. Fants y Tex parecen realmente cabreados, pero no me atrevo a decir nada. Al final del pasillo, a mano derecha, hay una puerta doble que el poli nos franquea. Entramos en una especie de galería oscura y, de pronto:
- ¡Sorpresa!
Las luces se encienden y ahí está todo el mundo (y unas 50 personas más) en el Teatro Memorabilia, que he alquilado para darles la fiesta sorpresa a Fants y a Tex, porque, aunque no había dicho nada, también era el cumple de Tex.
Me voy corriendo al escenario, porque me esperan mis compis de Los Ciclones y damos un conciertillo enérgico y vigoroso, para animar el cotarro. La gente lo pasa genial y, de vez en cuando, me cruzo con las miradas de Tex y Fants, que me sonríen y me hacen el gesto de "esta me la guardas" y así, fabulosa, pasa la noche.
-.-
Por último: Lorna no sabía nada. Y le fastidiaron unas cuantas cosas de esas que, a veces fastidian a las mujeres:
1. Que se lo ocultara
2. Que no contara con ella para montarlo todo
3. Que no le hubiera avisado de que la cosa era en el Memorabilia, para que se vistiera adecuadamente
4. Que en la fiesta no le hiciera mucho caso
5. Que en su cumple no hubiera montado una igual
6. Que parezco disfrutar más con mis amigotes que con ella
Todo esto molestó a Lorna. Pero chico, qué quieres que te diga, la fiesta estuvo cojonuda. Y eso es lo que cuenta, ¿no?
(Felicidades, Fants; Felicidades, Tex)

lunes, octubre 20, 2008

Sí, soy un artista egocéntrico y tú, Lorna, sí que sabes escuchar

Wild Horses
(Wolffo & Gilda duet)


Sé que a Lorna le gustará esta canción. Vamos le gustaría, si se la cantara al oído, porque tengo que reconocer que es de esas canciones que, si no estás en situación, es un coñazo. A mí me encanta cantarla, pero... no sé, la versión original, de los Stones, me cuesta oírla entera. Prefiero, mil veces, la de los Flying Burrito Brothers, o la misma de los Stones, pero la que hacen en el disco de la gira Stripped. En fin, guitarra acústica, guitarra eléctrica, bajo, armónica, pandereta y unos buenos desafines vocales componen esta bizarra versión. Si te place, puedes bajártela aquí.

(Actualización: En realidad, esta la grabé a dúo con Gilda, en mi etapa jipi, y la instantánea pertenece a la sesión, en su casa, donde luego tuvimos un sexo bastante bueno, pero no diré nada de ello para no comprometer mi buen nombre. Ella estuvo estupenda, eso sí)

Estuve hablando el otro día con Lorna acerca del asunto de los comentarios. Me decía que no era su intención ofenderme con eso de que era mejor Las Peroratas con vuestros comentarios. Que ella, claro, sin los comentarios, lee Las Peroratas, os lo podéis imaginar y, según me dijo, es lo primero que mira cada mañana. Eso, no creáis, me llena de orgullo, toda una catedrática de Física Cuántica leyendo estos despropósitos, pero también, como dicen los periodistas deportivos “me pasa toda la presión”. Me dice que le gusta, que le gusta, sí, venir a Las Peroratas y ponerse estos reproductores que pongo a veces con varias canciones, y que piensa que estoy cantándola a ella al oído y que cuando peroro no escribo sino que hablamos… en fin, es raro pensar que lo que uno escribe los demás lo leen. Quiero decir: yo escribo lo que sea, con la intención que yo tenga, pero tú lo lees como se te pone en las narices, sin tenerme en consideración, entiendes lo que quieres y lo interpretas según tu santa voluntad. Está bien, en serio, pero es raro. Lorna Cor, a veces me desconciertas.
Lorna, fuera del curro, es cariñosa. El otro día estuve en su casa, tocando la guitarra en su terraza. Me gusta tocar para ella porque es un público excelente. O sea, normalmente, si alguien me pide que toque la guitarra tiene un oscuro objetivo escondido: o bien quiere bailar o, mucho peor, quiere cantar él. Si quiere bailar, normalmente no hay problema, a no ser que se ponga exigente con lo que quiere bailar. Si desea bailar lo que sea, es decir, escuchar música y dejarse llevar por el ritmo y la melodía, nema problema: se adapta a lo que toques y listos. A veces, no obstante, se trata de una encerrona: quieren que toques sevillanas, por ejemplo, y sólo mis allegados saben hasta qué punto me angustia la perspectiva de ver esa especie de ceremonial de la melaza, el epítome de la cursilería que es para mí la visión una pareja diciendo animadamente “vamos a por la segunda”. Menos aún, claro está, provocaría yo mis propias náuseas, castigo estúpidamente autoinfligido, tocando sevillanas. Eso en cuanto a los que bailan.
Pero lo peor, de lejos, son los que quieren cantar. Primero callan. Te dejan tocar un par de temas y se sitúan estratégicamente cerca de ti. Asienten apreciativamente cuando cantas, como si les gustara lo que haces, pero no debes dejarte engatusar, debes mantenerte íntegro y cabal, impermeable al halago fácil, porque solo pretenden pillarte con la guardia baja para el momento crucial de la noche, cuando, entre sonrisas, inocentes, te lanzan la pulla mortal: ¿Te sabes alguna de Serrat?
Entonces lo sabes: te ha estado alabando falsamente. Esa persona que movía la cabeza mientras tú cantabas, a quien empezabas a considerar un alma gemela, solo estaba ablandando tu corazón de artista (corazón egocéntrico y egoísta) para clavarte el puñal cuando más relajados y receptivos están tus músculos. La decepción es tan profunda que a veces dices que sí, pero el músico verdadero debe mostrarse inflexible y que le den por culo a Serrat y al que quiere estropear sus canciones cantando con cara sensiblera a tu lado, estropeando los trinos de tu guitarra y echando por tierra una posible noche de gloria.
Luego están los que te dicen que cantes “algo en español” para que “podamos cantar todos”. A mí, desde luego me importa un bledo si “todos” cantan o no. El artista soy yo, ellos escuchan y, en su caso, aplauden. Los que insisten en eso de “cantar todos”, suelen ser gente con problemas de digestión que necesita mucha gente berreando alrededor para poder eructar a pleno pulmón sin que se note. O bien, Boy Scouts trasnochados, de los que no son capaces de dejar ese espíritu de fuego de campamento en toda su vida. Todo es mejor “si lo hacemos juntos” (¿también cagar?), “con una sonrisa” o si trabajamos “en equipo”.
Lorna, tú, sin embargo, sabes escuchar. A veces, si la cosa te anima, bailas para mí. Bueno, no, bailas, sencillamente, pero yo te miro y es como si bailaras para mí. El otro día hasta te cambiaste las zapatillas para bailar mejor y me gustaba verte bailar. Pero generalmente, escuchas lo que canto sonriendo, y yo adoro cantar para ti. A Lorna le gusta mucho James Taylor y yo sólo sé tocar You’ve got a friend, y cada vez que se la toco, se me derrite. Y debo decir que eso, el ver cómo ella se derrite, me derrite a mí.
Lorna suele premiarme en estas noches, como la del jueves pasado, en que toco la guitarra en su terraza, con un par de largos abrazos.
Cuando Lorna te abraza, ya puedes ser el David de Miguel Angel, o David el Gnomo, que te pones tierno. A punto de caramelo, como si dijéramos. Te abraza con los brazos, claro, pero todo su ser acompaña la presa que hace con sus brazos alrededor de tu cuello, y te ves, de pronto, sumergido en el mar de Lorna Cor. Todo a tu alrededor es Lorna y de Lorna no quieres salir. El jueves, mientras me abrazaba, fui un poco malo, he de reconocerlo, y mis manos, en fin, no fueron manos blancas, precisamente.
Hace unas semanas que Lorna y yo no tenemos sexo (mis consentidos torpes avances en sus abrazos no se pueden considerar sexo). Como os conté, se enfada conmigo porque olvido las cosas previas al apareamiento, así que ha decidido que no nos apareemos. Debéis saber que Lorna es extraordinariamente flexible (el jueves, en un momento del baile, hizo una apertura de piernas que casi me mareó; no me malinterpretéis, es que me ponía en su lugar y pensaba que si yo abría mis piernas la mitad de lo que ella las abría, pasaría una semana en el hospital tratando de recolocarme la cadera) y que el apareamiento con ella es una gran cosa. Aunque empiezo a olvidarlo porque, creedme, mi memoria es menos selectiva de lo que creía.
Creo que una mañana de estas voy a llamar a Lorna, a ver si me deja que, en son de paz, me acerque a su casa con unos croissants recién horneados y me invita a un café. Iré sin guitarra, pero si juego bien mis cartas, a lo mejor me abraza de todas formas.
Y os cuento.

martes, octubre 14, 2008

Heliodoro Gassman. Ejemplo y obviedad (aunque esta no es su historia, sino la mía)


La sala se llena poco a poco y a uno, en estas, siempre le entra la duda: ¿es por el homenaje al hombre o por el homenaje que, en su nombre, nos vamos a dar con el solomillo? Sea como fuere, la gente, elegantemente ataviada, va llenando la sala y el leve murmullo apagado y respetuoso de las primeras voces empieza, sin solución de continuidad, a convertirse en un estruendo irrespetuoso y maleducado y se oyen, un poco más altos de lo necesario, los primeros “su puta madre”, “mierda” o “no jodas…”, expresiones que no suelen gustar nada a Riggs, ni siquiera cuando está de buenas.
No me he presentado. Soy Palomo Baeza, para servirle a usted y a España. Fui torero, y mis detractores más agudos y crueles me llamaban el Frenazo, apodo que tenía la virtud de aunar mi peor defecto en la lidia (propensión a detenerme antes de llegar al arrime excesivo) y una ridiculización un tanto infantil de mi nombre de pila. No fui yo quien llamó palomino a la mancha en el calzoncillo proveniente de una mala limpia, la popular zurraspa o el menos famoso (pero más descriptivo) frenazo, ni seré yo quien intente erradicar esa acepción, pero sí soy de los que más alto y con más vehemencia protestan por ello. Me corté la coleta por hartazgo, puro hartazgo. Acabé harto, más que harto, de los pelmazos taurinos: los aficionados que usan la jerga, los periodistas cultivados y sabelotodos, los escritores y artistas pedantorros y de la cantidad de berzas que, en general, viven alrededor de un torero. Y no me refiero a mi cuadrilla, que soportaba estoicamente la ola de idiotez que nos golpeaba cada vez que se acercaba un festejo, sino… bueno, a eso, a los berzas que se apuntan.
Eso y lo afeminado que me resultaba todo en la fiesta. Las zapatillitas esas, ¿os habéis fijado? Y los calcetines… y las mallas. La chaquetita… ¿alguien defiende la chaquetilla esa? La cosa del moño, las poses, los colores, lo del paseíllo. Todo eso, vivido desde dentro, cuando eres el centro de todo eso, digo, es deprimente, si lo piensas un poco.
Me abrió los ojos Rigoberto Romulillo, uno de los mejores mozos de espadas que he tenido. Bueno, no hace falta demasiada ciencia para ser un mozo de espadas, me refiero a que era una de las mejores personas que ha trabajado conmigo, en su caso como mozo de espadas. Un día le pillé leyendo. A pesar de lo que os cuenten por ahí, el mundo del toreo es un mundo analfabeto. No creas que porque Hemingway viniera a vernos, o porque tres escritorzuelos sean aficionados, es este un mundo “culto”. Qué va, colega, más bien, es un mundo “oculto”. Permanece agazapado a cualquier clase de saber, a salvo de los peligros del cultivo intelectual, esquivo a los rayos de la ciencia, impermeable a cualquier saber que no sea la propia leyenda de los toros. Harto acabé, no sé si lo he dicho. En fin, te contaba, Wolffs, querido, que un día pillé leyendo a Riggs, como yo llamaba a Rigoberto. No es pereza mental, es la expresión exacta. Le pillé. Escondió la libreta que llevaba bajo un ejemplar de Lidia y Leyenda, una de las publicaciones más memas de este memo mundo. Es triste que alguien pretenda leer esa basura y ocultar cualquier otra cosa que sería, de seguro, mucho mejor para su espíritu. En su caso, eran apuntes.
- ¿Estás estudiando algo?
- Sí, maestro – me dice el pobre- estudio Relaciones Públicas.
- ¿Y eso? ¿No te gusta tu trabajo? – ganaba sus buenos duros y tampoco hacía gran cosa, la verdad
- Con todos los respetos, maestro, no es que no me guste este trabajo: no es demasiado exigente, y conozco a un montón de gente, pero no me imagino haciendo este trabajo toda mi vida. No me gusta decir que soy “mozo de espadas” ni que soy “de la cuadrilla” de nadie. ¿Me entiende usted, maestro?
- Claro, Riggs, macho, como que te dará cien patadas llamarme maestro, ¿no? - calló diplomáticamente - Y dime, ¿qué estudias en eso?
- La parte que me interesa es la organización de fiestas y eso… lo que ahora llaman “eventos”. Con la de gente que estoy conociendo… pero no se lo diga a nadie, ¿de acuerdo? No quiero molestar a nadie…
Riggs lo sabía. Sabía que sus compañeros se tomarían a mal que él despreciase ser de la cuadrilla de una figura del toreo. Pero estudió y estudió y al final de aquella temporada, dejó la cuadrilla. Nos habíamos hecho amigos (éramos de edad parecida) y mantuvimos cierto contacto. Le dejé algo de pasta para montar su empresa, Yo Lo Monto RRPP, que pronto se convirtió en una de las punteras del sector. Riggs había hecho un gran trabajo mientras era mozo de espadas, coleccionó un montón de teléfonos y supo hacerse amigo de muchísima gente y me devolvió mi dinero al año exacto de habérselo dejado, y como no acepté que me pagara intereses, me regaló una Harley Davidson.
Dos temporadas después, harto de la cosa, cuando triunfaba tanto que era aburridísimo torear, dejé los toros, en mitad de una corrida. El caso es que le miré a la cara en los primeros lances de la corrida. De repente, me dio cantidad de pena el toro. Estaba precioso, era enorme y, la verdad, la perspectiva de matarlo, me pareció terrible. Así que me piré del ruedo y, sin decir esta boca es mía, me fui del coso, de la ciudad y volvía a casa. Recogí mis cosas y me largué a Italia; alquilé una Fiat Ducato y me pasé un mes y medio recorriendo la bota de punta a punta; volví a Madrid en tren, vendí mi finca, mi casa y llamé a Riggs para pedirle curro.
- Claro que no necesito el dinero, tío, pero necesito un trabajo de verdad, ¿por qué no me enseñas el negocio? Puedo empezar desde abajo, tío… no me importa, en serio.
Pero carajo, sí que importaba, Wolffo, tío. Es un coñazo cuando no sabes nada y todo el mundo sabe lo que hay que hacer menos tú. Así que hablé con él y le dije que seguía queriendo trabajar, pero que olvidáramos todo ese asunto de empezar desde abajo. Si era posible empezar desde arriba, y luego permanecer en todo lo alto, sinceramente, lo prefería. Y aquí es en donde estoy ahora. Soy consejero de Yo Lo Monto RRPP, tengo un bonito despacho para ir un ratito un par de veces por semana. No hago gran cosa pero, de vez en cuando, presento un libro, una peli, una colonia, un acto de lo que sea, da igual, porque consigo que el acto se llene de curiosos y periodistas y Yo Lo Monto RRPP y yo mismo nos embolsamos una buena cantidad.
Es un curro de mierda, si lo piensas, pero el truco consiste en no pensarlo. Como en los toros: mientras no mires a la cara al toro, todo funciona. En cuanto le miras, Wolffo, te mueres de pena y no quieres seguir. Yo ahora no pienso demasiado en para qué asuntos vendo mi nombre.
Hoy vamos a presentar la biografía novelada de Heliodoro Gassman. Es todo falso, tanto la biografía como el propio Heliodoro que, para empezar, se llama Pancracio. Heliodoro tenía un blog llamado “A todo Gass” donde contaba la historia, absolutamente falsa, de su ascenso a lo más alto merced a los gases que emanaba: ventosidades, eructos y olor de pies le habían llevado a la cima del mundo. El blog era graciosillo, pero nada más. Estaba tan mal escrito como el libro que voy a presentar hoy, pero en Internet triunfó porque grababa sus hazañas en video (sus pedos y sus eructos en lugares públicos; autobús, Hacienda, Inem… O se descalzaba en el Metro y grababa, con cámara oculta, la reacción de la gente) y los subía a YouTube.
Cuando me presentaron a Heliodoro me pareció un cretino de los pies a la cabeza. Incluso me pareció que todo ese asunto no era idea suya, parecía demasiado gilipollas como para tramar todo esto. Esto era obra de alguien más listo. Alguien que se las sabe todas. En fin.
El acto empezó con unas palabras del presidente de la editorial Satélite. Estuvo breve, brillante y condescendiente. Bravo por él. Luego salió al escenario una especie de imitador de Emilio Aragón en sus tiempos de payasete para hacer un monólogo. Odio los monólogos todo o que se puede odiar un género artístico (si es que lo es), así que me fui a hacer pis. Cuando volví, en la mejor tradición monologuera hispana del one man show, el público era enardecido por unos tacos dichos con soltura e inexactitud léxica. Te juro, Wolffo, que me tocan los cojones los monólogos de una manera… ni los buenos me gustan.
Me tocaba a mí.
- Buenas noches, señoras y señores. Estamos aquí para presentar un libro lleno de cosas que no suelen tener los libros: ruidos y olores. Así que no les diré que preparen sus oídos para una lectura singularmente acertada y entonada, sino les pregunto ¿tienen todos caretas antigás? – risas de un público que, si se ha reído del monologuero, se ríe de cualquier cosa, no tiene gran mérito.
Entonces miro a Riggs y su sonrisa satisfecha y lo entiendo todo. Es obra suya. Cansado de organizar las bobadas de otros, ha montado todo esto desde el principio. Él es Heliodoro Gassman. Es el “evento integral”, una comedia, una pantomima de la cruz a la raya. La nada absoluta. Y sonríe. Y, como me pasó hace unos años, Wolffs, no me apeteció matar ese toro en cuanto lo miré a los ojos. Volví a hablar:
– Sí, amigos, caretas antigás: Porque hoy la van a necesitar… - dije antes de largarme – Porque, sencillamente, esta noche… todo apesta.
La gente se mueve incómoda en sus mesas. A alguno, que no se entera, se le escapa una risa extemporánea. Riggs se da cuenta y se tapa la cara con las manos pero el que llora no es él, Wolffo, el que llora, mientras se larga de allí sin poder decir una palabra más, es Palomo Baeza, El Frenazo, las piernas temblando y el rostro bañado en lágrimas de incomprensión.

miércoles, octubre 08, 2008

Cosas que Lorna y yo no podemos compartir (un Blues)

No te quiero blues


Un blues. Es solo una maqueta, porque mi intención es grabarla bien con Los Ciclones, con un batería, un bajista y un guitarrista como dios manda. Me gusta que blues signifique tres cosas: azul, tristeza y ese tipo de música azul y triste. Este es un D-minor Blues, uno de mis tópicos favoritos del rock. Es la primera vez que compongo un blues, porque te tiene que pillar la tristeza con la guitarra en la mano y la inspiración dispuesta. Todo esto se ha conjuntado esta semana. Una inexpresable tristeza, la inspiración a flor de piel (la verdad es que estoy en vena, qué cojones; si no, escuchad las dos canciones que siguen al blues de hoy, que son del último mes y tengo otra, La canción de Los Ciclones, que si me animo, la grabo, aunque sea en plan chapu, porque es un tiro) y las ganas de expresarme con la guitarra, están dando sus frutos. Por eso, porque hace falta tristeza para parir un blues, no me gusta componerlos.
Esta vez, he sido un poco vago. He robado la batería de otra canción, añadiéndole un par de compases y un par de silencios, que me venían de puta madre para este tema. Lo demás, como siempre, bajo, tres guitarras y voces, son de menda. Me encanta cómo va a quedar, porque aunque oigáis una chapuza mal grabada, en mi cabeza ya suena con Wilco marcando el ritmo lastimero a la batería, MiJoe dando lecciones de compás con el bajo y eMail haciendo sonar su Strato y su HotRod como sólo él sabe hacerlo. En fin, a ver si no os rompe la cabeza. Puedes bajarla aquí: Wops!


En capítulos anteriores de Me and Lorna Cor :


A la mañana siguiente, al abrir el ojillo, veo una ventana abierta con una vista que no me es familiar. Voy a volverme y me doy cuenta de que mi brazo está atrapado bajo la mujer a cuya espalda estoy pegado. Segunda sorpresa. Duerme, aunque no profundamente, porque mi leve movimiento al despertar, la despierta a ella, también.
- Felicidades… - me dice Lorna apenas en un susurro.
- La que cumple años eres tú, ¿no?
- Eso fue ayer. Y hoy eres tú a quien hay que felicitar. Ya me lo dijiste… - me dice, picaronzuela.
- ¿Ah, sí… te lo dije? – pregunto con neutralidad, porque no sé qué estamos hablando y no recuerdo nada de la tarde noche anterior.
- No te acuerdas de nada ¿verdad?
...

Después de aquella noche, de aquel despertar, más bien, hubo otros muchos. Despertares raros, digo. Me despertaba desubicado, con Lorna, casi siempre, milagrosamente encajada en mí y sin acordarme de lo que había dicho o hecho la noche anterior.
A Lorna le hacía gracia esto. Al principio, claro. Luego decía que le preocupaba, que no era normal, pero ya no gracioso. Al poco tiempo, mi original despertar terminó por parecerle demasiado irritante como para callarlo. No la culpo, que aguantarme, tiene mérito, pero nunca me acostumbro a ese efecto empeorador que el conocimiento de mi yo íntimo tiene en las mujeres.
Lorna me caía bien, en serio, pero tenía esa cosa... a veces, te lo juro, se toma tan en serio a sí misma, que me dan ganas de hacer alguna payasada, tipo ponerle orejas de burro cuando se va a hacer una foto, a ver si da cuenta de que el mundo no es el lugar trágico que ella piensa, y que, en general, los hombres no quieren acostarse con ella y dejarla tirada y menos aún vejarla y no respetarla.
- ¿Hola...? - me dice una mañana de esas - ¿Es todo lo que se te ocurre? ¿Me vas a decir que no te acuerdas de lo que me dijiste anoche? - está en plan decir las cosas tres veces, es terrible- ¿Vas a decirme que no te acuerdas? ¿No te acuerdas, verdad?
No. Claro que no, joder, claro que no me acuerdo. Vamos, me acuerdo de algunas cosas, pero no de que dijera nada importante. Pero no quiero decir nada en particular, solo que no soy la clase de tipo que dice cosas importantes. He llegado a pensar que a Lorna le gusta atormentarme con este asunto, poniéndome en evidencia por la mañana, sencillamente porque no fui el amante salvaje que ella necesitaba la noche anterior. Como sabe que no me acuerdo, me fastidia con eso de "¿es que no te acuerdas?" y, en realidad, no hay nada de lo que acordarse.
No sé a vosotros, pero a mí me fastidia esa actitud. Soy un hombre sencillo, que pasa por la vida sin dejar huella, tranquilo, pero a las mujeres parece fastidiarles el hecho de que yo sea un sinsustancia, un alegre picaflor, gordito y superficial. Cuando esto, no creáis, tiene su cosa buena. Soy dúctil, maleable y me adapto sin demasiados dramas.
Está, por ejemplo lo de los comentarios.
Lorna me pidió que los abriera. Y con la misma firme convicción que los quité, los abro. ¿Que por qué? Porque no tengo principios y eso irrita a Lorna. El otro día volvimos a discutir. Ella argüía que era mejor que abriera los comentarios porque a ella le gustaba más leerme y luego leeros a vosotros, y tener la oportunidad, de, si quería, comentar ella misma, que no leerme a mí solo y morderse las uñas por no tener la posiblidad de comentar. Ella, no estoy seguro... pero creo que no se da cuenta de que a mí me fastidia que me diga eso, no se da cuenta de la grosería implícita que desliza cuando dice, sin decirlo, "tú sólo eres un coñazo, pero eres soportable con esos chicos y chicas tan inteligentes que te comentan". Vale, sois más listos que yo, ¡pero coño, que no me lo digan...! Aún así, ahí están, abiertos otra vez, para que me dejéis en evidencia, para que Lorna, mi ángel de la guarda, esté contenta.
Lorna Cor, a veces, me pone triste. Sé que ella sabe que estamos cerca, que somos de la misma sangre, pero a veces no se da cuenta.
Hay cosas que no podemos compartir Lorna y yo. Una de ellas es la música y otra, los recuerdos. De lo de los recuerdos (fallo temporal), me daré cuenta más adelante, pero, paradójicamente, ya he hablado de ello. Cosas del blog, o Física Cuántica, a lo mejor. La música... la vemos (la escuchamos) de forma diferente. A mí me llega al alma a través de la piel, y a ella, a través de las caderas. Considera geniales algunas canciones y grupos sencillamente intolerables para mí. Mecano, por poner un ejemplo. ¿Es posible que a alguien con piel le guste Mecano? También le gustan cosas bestiales, como Fleetwood Mac o James Taylor, pero incluso las cosas que nos gustan a los dos nos gustan de manera diferente. Este blues que cuelgo hoy, por ejemplo. No sé si le gustará o no, creo que no, pero aunque le gustara, a mí no me gustaría su forma de apreciar la canción. Es complicado si no sabes lo que quiero decir, pero si lo intuyes, no hace falta que diga nada más.
Te juro que me encantaría compartir contigo esto, Lorna Cor. No te enfades más conmigo, anda.

lunes, octubre 06, 2008

Noticias de Lorna. Breve interludio de realidad.


Este trío de canciones tiene mucho de mí. Son canciones ya con unos añitos. Las pongo aquí, sobre todo, porque sí. Tienes que saber es una canción en la que confieso algunas cosas que el buen escuchador sabrá entender. Ángel es la canción que escribí a mi cuñada Ángel y es un tema pop que me flipa. La pongo aquí porque ella, con una conversación nocturna en una fiesta, me inspiró el personaje de Lorna Cor. Y El ritmo del Sol es un Rythm & Blues para decir lo evidente: por mucho que te empeñes, el ritmo no lo marcas tú. Ea. Me gustan estas tres canciones, qué quieres y si a ti te gustan también, creo que puedes bajártelas aquí.


Hago un alto en el relato de mi relación con Lorna Cor, porque un suceso nodular (uno de esos que hacen de desencadenante, de acelerador de acontecimientos en los guiones de cine) ha tenido lugar esta mañana. Lorna me ha escrito una carta. En ella me pide, literalmente, que le devuelva el rosario de su madre. Lorna no me dio jamás rosario alguno, no me dio, en realidad, nunca, nada tangible, así que me imagino a qué se refiere. Yo creo que ella quiere que le devuelva los recuerdos. Quiere que la olvide. Que no piense en ella, porque eso, me dice, le hace daño. Es como cuando yo soñaba con June y no se lo contaba a nadie, y recibía un sms airado en mi móvil con un mensaje sucinto y agresivo:

djam n paz!

No sé porqué las mujeres de mi vida me desprecian de esta manera. Pero que me detestan, es indudable. Debe ser que, a poco que me conozcas, resulto odioso, porque todas las mujeres del mundo me odian. A veces por listillo, otras por sabelotodo, por egoísta, por despreocupado, porque sé demasiado o porque no me doy cuenta de nada. Porque sí o porque no. ¿Qué más da? Soy un tipo al que, por algo que hay en mi cara, en mi voz, en mi carácter, es fácil tirar por la borda y seguir adelante. Un hombre lastre, o algo así.

Vale, Lorna me pide el rosario de su madre. Lorna debería saber que si yo supiera a qué se refiere exactamente, se lo devolvería, a no ser que sea lo que yo creo que ella quiere que le devuelva (los recuerdos), porque, en ese caso, es inviable que satisfaga su petición.

He reflexionado sobre este asunto en particular y no he llegado a ninguna conclusión válida. ¿A quién pertenecen los recuerdos de una persona? Si yo me acuerdo de cuando Lorna se reía mientras yo intentaba hacerle creer que era un hombre de palabra, ¿a quién pertenece ese recuerdo? Es más, ¿qué es realmente ese recuerdo? Es decir, lo importante de ese recuerdo es: a) Lorna ríe; b) Yo intento –en vano- hacer creer algo; c) A pesar de que no confía en mi palabra, a Lorna le hago gracia; d) Yo no tengo palabra; e) Lorna está convencida de que yo no tengo palabra; f) me gusta tanto Lorna que hasta cuando no me cree, la deseo; g) su risa me enloquece, aunque se esté riendo de mí y de mi poca credibilidad; h) tenemos suerte de conocernos i) … sea cual sea el recuerdo, o la esencia del recuerdo, o su magia, ¿a quién pertenece? ¿Al protagonista del hecho o a quien lo imagina?

¿Puede ella, seriamente, pedirme que la olvide? Es más, si el resquemor, o la mala conciencia, ha puesto un pie en el quicio cuando Lorna iba a cerrar la puerta de su alma y la desconfianza se ha colado por esa rendija, ¿es verosímil que recupere la confianza en mí? Es más, ¿es posible que aunque yo le dijera, “toma, ahí tienes los recuerdos” ella me creyera? Porque, claro, es tan idiota pensar que uno puede sacarse los recuerdos de la cabeza, hacer un paquete y mandarlos por correo, que igual todo es un truco para ver hasta qué punto de patetismo llego yo. Ver si soy capaz de hacer el ridículo, payasear, perder la dignidad y la cordura solo por que Lorna se desenfade conmigo. Todo esto me tiene desmontado. No sé, mierda, no lo sé: ¿puede ella pedirme que la olvide? ¿puedo yo olvidarla? Y ahora, a última hora, me atenaza un temor: ¿no será que me dio, realmente, un rosario de su madre y que, por desafortunado, he olvidado este suceso? ¿Tan… tan… tan capullo soy? Qué miedo… Lorna Cor siempre me desmonta

viernes, octubre 03, 2008

Condenados



Condenados, bajáosla aquí. O intentadlo en WolffoSpace, que también es posible


(Click para agrandar)

miércoles, octubre 01, 2008

(África. Ángel) El hombre nuevo.

(Camino suave por la avenida, estilo ceporrillo, muelles en los talones, rebotando de paso en paso, de mirada en mirada, como si tuviera algo importante que decirle al mundo y me guardara las ganas de hacérselo saber.

Lo sé, os fastidiáis, me callo.

África
El sol ha salido en mi vida de nuevo y tú tienes la culpa, África, madre del mundo, risa tranquila del color del trigo, el principio de todo. Viajo a África siempre que tengo ocasión para ver el mundo que hubiera sido si un mono viejo, hace millones de años, no hubiera hecho abstracción de sí mismo y se preguntara quién era él dentro de ese gran decorado que entonces era
la Tierra. De ahí viene todo, de la consciencia del ser. Del que sabe que es, en lugar de limitarse a estar. África es ancha y la paseo con placer aventurero, intrépido descubridor vestido de caqui con pantalones cortos, salakov y tomavistas. África nunca me hace preguntas incómodas, no me pide papeles, no quiere que sea gracioso, o serio, o generoso o comprometido, o fiel: África, sureña, rubia, me acepta, me sonríe y me entrega su ser por si lo necesitara. Es curioso que siendo África lo que es, y siendo Las Peroratas como son, sea África la que venga a Las Peroratas, y no las Peroratas las que están en algún lugar de África, ¿no? ¿Cabrían? Gracias, África, por venir y dejar que me pierda en tu yo más indómito sin preguntar nada.

Ángel
¿Y tú, sonrisa, eterna, es que no ves lo que está pasando? Cuando te tengo, no hay quien me pare: compongo a todas horas, escribo sin tregua, hablo por los codos y a veces, algunas veces, me pongo insoportable, de pura
euphorias, porque me gusta verte alrededor. A veces, te pincho a ver si saltas, ¿sabes para qué? No es, como parece creer el mundo, por el placer de discutir, que es cierto que me gusta hacerlo; en tu caso, Ángel mío, es solo porque quiero que me dediques toda tu atención. Ángel de la guarda, dulce compañía, no me ignores ni de noche ni de día, no me dejes solo, que me perdería. Me gustan tus abrazos cuando todo ha terminado y me gusta que pasees tus ojos que miran desde un lugar insólito, desde el ángulo que sólo los privilegiados conocen, por estas líneas sin gracia que escribo cuando estoy así. Gracias a ti también.)


El hombre nuevo.

La primera vez que vi a Paul Newman, ya era una superestrella. Yo, digo; que la superestrella era yo, él, en cierto modo, también, pero su estrella empezaba a decaer en el firmamento de Hollywood, mientras que la mía, reverberaba ya rutilante en todo el universo, no sólo el de Hollywood, también en el de Berlín y, sobre todo, en el de Ottawa, donde era apreciado apreciable e incluso apreciativamente. Eran esos años, no sé si os acordáis, en que triunfaba Tiburón, y el remake de King-kong y las chicas iban sin suje y con rizos y las películas de esos años, no sé, apestan. Han envejecido fatal. A Paul le habían invitado a salir, por ejemplo, en mierdas tipo El coloso en llamas y él había aceptado. Esos años, ¿vale?

Nos conocimos por casualidad. Yo viajaba en dirección a Ottawa, de donde me habían requerido, del ALCE (Asociación Local de Comerciantes Estúpidos), para que les enseñara a hacer letreros exteriores para las tiendas que fueran atractivos. Porque, no lo había dicho porque no pensé que hiciera falta aclararlo, mi campo profesional, la actividad estelar por la que en todo el mundo se me reconoce es el ROTOC: hago Rótulos Exteriores para Tiendas O Comercios, específicamente, para las tiendas o comercios que van de culo. Cobro una barbaridad por rótulo, una injustificadamente alta cantidad. Así, si empiezan a ir bien, me llevo los laureles y el comerciante, generalmente un sandio, me paga sin resquemores; y si veo que hay peligro de que cierren, les digo: no quiero vincular mi nombre a un fracaso empresarial de modo que, como pareces un gestor en extremo inepto, voy a cobrarte esta indecente cifra por adelantado. Es increíble que actuando así me haya hecho mundialmente famoso. Todo el mundo sabe que soy famoso, lo que muy poca gente sabía es el origen de mi fama y mi fortuna. Dicho queda, para los biógrafos perezosos.

Bien, iba a ver a los de ALCE, decía. Porque me gusta viajar así, les pedí que me hicieran el favor (“hacedme el puto favor”, fueron mis palabras textuales) de comprarme un billete a Nueva York y dejarme allí en el aeropuerto un coche bueno (un Ford Escort o algo así, con elevalunas, y radiocasé, y perrito que mueva la cabeza en la bandeja trasera, eso sí, que no soy ningún pringao) con el que ir yo, a mi ritmillo, conduciendo hasta la lejana y mítica Ottawa. Ellos me hicieron caso y nada, ahí me tenéis en un Escort de los buenos, camino a Perdición, como si dijéramos (como homenaje al último gran trabajo del ojitos), pero conduciendo hacia Ottawa. Puedes coger la interestatal 80, luego la 84 y, finalmente, en Scranton, la 81 que te lleva, norte indudable, hasta la raya con Canadá. Pero a mí, me gusta conducir por carreteras secundarias hasta tomar la 81, pero un poco más arriba, en Binghampton, donde, en una pequeña gasolinera que hay justo antes de llegar a la incorporación a la interestatal, me gusta repostar y tomarme un enorme T-Bone (una especie de chuletón de brontosaurio) con una fuente de patatas y cebolla descomunal y proveerme de PepsiMax para el camino.

Bien, aquel día lo hice así. Y al bajar del Escort en Aldrige’s, que así se llama la pequeña, pero preciosa gasolinera-restaurante, veo a un tipo curioseando el capó abierto de una gigantesca limusina blanca, ostentosa con cara de no tener ni idea lo que está mirando. “Lo barato… (sale caro)”, pienso yo, y meto el coche en el parking para apretarme mi pedazo de carne sanguinolienta.

Aldrige’s ha cambiado de dueño y ya no es Aldrige, con su cabeza medio calva, y su insolente pelo rubio y fino, su poblado bigote, rubio también y su eterna sonrisa el que está tras la barra. Afortunadamente, echo un vistazo a la cocina, y ahí está Rob, el enorme cocinero negro, volteando T-bones como un animal, como el cabronazo que es, no sé si me explico.

Me siento y espero ver aparecer a Lorelay con su café, su delantal y su libreta y su sonrisa contagiosa… y todo, menos Lorelay y su sonrisa, aparece por ahí. En su lugar, Magga, una mujer muy antipática que se parece a la limpiadora de Camera-Café (qué poco me gusta ese personaje) me toma nota. Pido lo de siempre y la Salsa Paul Newman’s Own para ensalada. Magga me dice que no he pedido ensalada y yo le digo que no quiero ensalada, pero quiero salsa PNO para ensaladas, porque me gusta tomarla con la carne. Me dice que si estoy dispuesto a pagarla, porque solo se da gratis con la ensalada y le digo que sí. Entonces, me diréis que es una casualidad que solo sucede en un blog, pero es verdad, se da la vuelta el tipo que estaba espalda con espalda conmigo, en el compartimento de al lado y, ¡jódete!, ¡es Paul Newman!

Me saluda y una cosa llama la atención: su voz no es como la de los doblajes, la que le conocemos aquí, claro, pero cuando habla español (y lo habla perfectamente) tiene un curioso y marcado acento gallego, muy nasal, que me desconcierta. Me dice que le encanta que la gente pida sus salsas, pero no porque done los beneficios ni zarandajas de esas, sino porque son inventadas por él, realmente, y se siente orgulloso de ellas.

- Mira, rapaz – me dice– tengunas poquiñas nel maletero’l coche. Voy traértelas.

El tío se levanta y me las trae y se sienta conmigo y me cuenta cómo se le ocurrió la salsa para ensaladas que es, sin duda, la más popular de las “Newman en su salsa”. El relato, bastante prolijo, es un tostón sin paliativos. Newman, lanzado a contarte algo, es un pelma de campeonato, machacón, nerviosamente tartamudo, al estilo Woody Allen, y apasionado. Lo malo es que la pasión está mal enfocada, y su torpeza expositiva es enervante, pero ese es otro asunto.

- En mi coche hay sitio de sobras, si vas palnorte, pero está impedido…

- ¿Impedido?

- ¿Estropiado…? ¿se’ice estropiado?

- Sí, hombre, lo que tú digas, ojitos… ¿es la limusina esa tan horrible de ahí fuera? Porque eso no lo arregla el chófer ese que tienes. Está inclinado con el capó abierto, pero sólo para fardar, porque lo que está viendo no es el motor, sino las entrañas del Play-boy… ¿Te vienes conmigo? Tengo un Ford Escort full equip, a toda prueba, tío, los 120 llaneando, sin problemas...

Bueno, se vino. E hicimos amistad. No le dejé conducir, porque tiene fama de que le gusta demasiado correr y le afeé su conducta monetarista por haber aceptado papeles espantosos en El coloso en llamas, El castañazo y La última locura de Mel Brooks y él asintió avergonzado. Viéndole blandito, le animé diciendo que mi hermana Columbus le amaba perdidamente desde siempre y eso le hizo sonreír. Me dijo que admiraba mi trabajo como escaparatista… y paré el coche en el arcén y le di un bofetón en mitad de su hermosa cara.

- Yo no hago escaparates, gilipollas, eso es una profesión gay (era el 79, comprendedme), yo hago rótulos exteriores para pequeños comercios, que es muy distinto. Y muy masculino - y le di una patada en los huevos para demostrarlo.

Parecía apesadumbrado por su evidente zoquetería y su incultura (yo entonces ya era un mito mundial, y sobre todo en Ottawa, la meca de todo lo que importa, y él me llama escaparatista…), de modo que le animé diciéndole que me había asombrado en muchas películas. Sonrió de nuevo y, la verdad, piensa lo que quieras, pero cuando ese tío te mira a medio metro y te sonríe… te desarma.

Le dejé en Casselman, un pequeño pueblo poco antes de llegar a Ottawa, a pesar de sus protestas, porque no podía arriesgarme, con mi reputación, a que me vieran llegar con alguien de la farándula en mi coche. ¡Qué hubiera pensado la gente!

Desde entonces, fuimos íntimos. Me pedía consejo sobre qué papeles aceptar y yo reorienté su carrera en las últimas tres décadas, con lo que pasó de guaperas en declive a mito viviente. De nada, mundo. A cambio, él me aconsejaba sobre mi aspecto.

Tuve una época terrible (la foto es de esos días) en la que, por ayudar a la causa de las escritoras obesas, me hice escritora obesa yo mismo y me ponía collares enormes, grandes abrigos y tetas colgonas y salía así a la calle: me dejé crecer al pelo y me lo decoloré, al estilo de las auténticas escritoras obesas, las fundadoras, por decirlo de algún modo, con una mezcla de lejía, semen de lagarto Juancho y laurel, que confería a mis cabellos brillo y fijación, pero sin perder por ello un ápice libertad ni movimiento. Todas me decían: Wolffo, eres la escritora obesa con el cabello más envidiable y yo, tontorrón, sonreía.

Bien, pues el bueno de Paul fue quien me quitó esa idea de la cabeza:

- ¡Esa manía que tantrao de ser escritora obesa…! Nu sé… nu te pega, o eres escritora, o eres besa, pro las dos cusas… nu sée…

O sea, que no sólo me debe él cosas, yo también le debo a él. Lo digo porque la gente, sobre todo en Ottawa, se cree que Paul Newman es lo que es gracias a mí, y tampoco es eso. Es un ten con ten, un yo te doy y tú me das… porque si yo hubiera seguido con la manía de ser escritora obesa, en vez de ser el rotulista de exteriores de comercios pequeños que soy…

Eso sí, por mucho que la haya palmao, esto no es un artículo para darle las gracias por su vida ni nada, es para decirle: de nada, Paul, colega.


Eso, las gracias a África y a Ángel.

Y a Paul Newman, de nada.