martes, septiembre 02, 2008

Eventos Gómez. Y su vida ya no será igual.

Mi familia (sería injusto poner "política" porque, aunque sobre el papel lo son, en mi corazón, son nada más y nada menos, que mi familia, la de sangre) tiene una desmesurada afición por el festejo desmedido. Cada cosa que hay que celebrar, se convierte en lo que, última y erróneamente, se viene llamando "eventos". Es decir, se plantea un tema, se decora el local donde se vaya a celebrar el asunto, se elabora una especie de guión (no escrito, o no siempre) y se realizan diversos actos para animar la cosa.
Casi todo el mundo se implica en la preparación (pero algunos bastante más que otros, todo hay que decirlo) de estos acontecimientos y a mí suele tocarme algo relacionado con la música o algo así. Algunos de vosotros habéis visto, por ejemplo, lo que hice cuando el 80 cumpleaños de mi suegro, pues ese tipo de cosas suele ser mi aportación en estos casos. Se han montado verdaderos jolgorios y desde que me uní a esta familia he disfrutado de muchos de ellos, he sufrido algún otro, me he escaqueado de alguno y he trabajado (a gusto, eso sí) en otros cuantos.
El último era con motivo del 50 cumpleaños de Carmen Cruz, hermana de Susana, y que servía, de paso, para inaugurar su preciosa casa.
Hay una especie de chiste privado en la familia por el que se dice que Carmen Cruz, aunque no es la mayor, estaba allí ya cuando se creó el mundo, y que, de alguna manera, ha vivido todas las etapas de la historia. Con este estado de cosas, es fácil imaginar que el tema de la fiesta sería "La prehistoria".
Maricelia, Pilarilla, Susa y Ángel se pasaron allí el día entero ayudando a Carmen Cruz con la comida y la preparación de la fiesta que, creedme, llevaba mucho trabajo.
Celia, matriarca del clan, preparó 27 disfraces, que luego cada uno personalizaba (o no) de troglodita, con telas que Quique y Afri fueron con ella a comprar. Las había de leopardo, de tigre, de cebra y de vaca blanquinegra y rubia.
Ángel preparó un enorme mural de 1 metro de alto por 6 de ancho con pinturas rupestres (escenas de caza, mamuts... fantástico, en serio) donde todos los componentes de la familia dejamos grabada la huella de nuestras manos abiertas en pintura roja.
Pilarilla y su prole prepararon hachas y lanzas que Ángel pintó.
MariCelia preparó una emotiva presentación en Power Point (nadie es perfecto) marca de la casa.
Quique y Richard hicieron un desternillante doblaje de una peli de trogloditas en el que explicaban de dónde venía el nombre de Carmen Cruz.
Susa, Afri, Quique, Maricelia y yo hicimos la letra adaptada de este tema tan troglodita (Hooked on a feeling):

y yo lo grabé enterito, porque no encontré karaokes en internet, así que programé la batería, los vientos y grabé el bajo, unas guitarritas y las voces. Eso sí, no consegúía hacer unos ooga-shaka-shaka-ooga en condiciones, así que robé los de la versión de la banda sonora de RD, les cambié un poco el tempo para adaptarlos a la velocidad de mi versión y se los añadí con todo el morrazo.
Luego, sobre este tema, preparé un Karaoke con fotos de Carmen Cruz y la letra escrita, para que todos pudiéramos cantársela allí.
Susana me ayudó a customizar mi disfraz pero, como el día de la fiesta ella estaba ayudando en casa de Carmen Cruz, tuve que terminarlo yo solipei, y algunas cosas, me costaron más tiempo del deseado y tardé una hora y media de reloj en ponerme en condiciones. Todo para tener esta pinta:


Salí de casa como si fuera de caza, ocultándome tras los árboles y oteando el horizonte por si alguien pudiera verme. Tuve suerte y pude alcanzar mi coche sin que nadie viera a esta especie de loco melenudo. Arranqué satisfecho y, apenas recorridos 500 metros caí en que había olvidado mi cámara de fotos (bueno, es de Susa, pero me la deja, en serio), así que volví a casa y al salir del coche, ¡zas! familia de paseúntes (término acuñado por Carmen Cruz; dícese de los grupos de caminantes que, en los pueblos salen, con la fresca, a pasear por la carretera) con invitados -unos 12 o 13 miembros- ahí delante, justo en la puerta de mi casa. Se asustan, no sé si de mi aspecto, o porque mis correres con sandalias son ciertamente vacilantes, y temen que les caigan encima mis más de 100 kilos y me dejan el paso expedito a mi casa. Fijaos si estaré raro que hasta Samantha se asusta y me ladra.
Me cambio y salgo, ya sin precauciones (mi honor y mi buen nombre ya están por los suelos a estas alturas) y en la puerta de casa ya no hay 12 0 13 personas sino alrededor de 30 sonriendo anchamente al verme pasar. En fin.
Subo en el coche y enfilo la M-50 para llegar a mi destino que, por decirlo en pocas palabras, está a tomar por culillo. En el trayecto, un par de coches están a punto de pegársela cuando adelantan a un Picasso pilotado por una especie de hombre de cromagnon obeso con una melena negra al viento (es incomodídimo el pelo largo) y gafas de sol. Especialmente peligroso fue el caso de un grupo de marroquíes que se apiñaban en una Espace de hace 15 años con una montaña de cosas encima, de cuyas ventanillas asomaron unas 58 cabezas para mirarme, incrédulos, mientras su fregoneta vacilaba ante una curva.
Llego a la fiesta y resulta que no todo el mundo se ha disfrazado. A ver, yo odio con mi alma entera las fiestas de disfraces. Me dan una horrible vergüenza. Pero si hay que ir, se va, y no quiero ni que me miren raro ni que le den la brasa a Susa con la cantinela de lo rarito que soy yo. Además, si alguien te invita a una fiesta de disfraces y quieres a ese alguien, haces lo que está en tu mano para que la fiesta sea un éxito. Total, que veo una sospechosa cantidad de disfraces fraudulentos. Algunos se han conformado con echarse la telilla de imitación de vaca por encima de la camisa y eso es feo.
A los niños les llama la atención que se me vean las tetillas y me río con sus comentarios. Me causan ternura. A algunos mayores, también les llaman la atención mis tetillas pero yo no me río con sus comentarios. Me producen asombro, porque no sé exactamente si se trata de una homosexualidad latente no asumida o es sencillamente que aún con 25 o 50 años, algunas personas no terminan nunca de hacerse adultas.
Se sirve la cena. Bueno, ha habido bravísimos aperitivos, entre los que destacan el ajoblanco de Pilarilla y la tortilla, histórica, de Carmen Cruz. El plato fuerte de la cena consiste en unas adecuadísimas patorras de pavo que devoramos sin cuartel porque, entre otras cosas, están para morirse de buenas.


Después de la cena, la fiesta entra en espiral y Luis, la pareja de Carmen, da una estupenda sorpresa con unos fuegos artificiales de lo más apañaítos, en serio.
Luego, vamos a ver el apartado audiovisual. Primero el Power Point de Maricelia, al que no acompañan las condiciones de exhibición, y se pierden algunos detalles aunque, no obstante, todo el mundo, y sobre todo Carmelilla, aprecian el fondo del asunto y el enorme cariño con que está hecho. Luego vemos, también, con dificultades técnicas, el doblaje histriónico y desternillante de Richard y Quique, con gran éxito de crítica y público, y por último, last but not least, mi Karaoke que, después de tantas horas, tanto esfuerzo, pasa sin pena ni gloria.
Después de los audiovisuales, la fiesta se calma y nos damos a la sana y reconfortante tertulia con copillas, los que no conducen y cocacolas zero (a falta de pepsiMax) los que conducimos. Pitillos, buen humor, fotos y pelucas fuera.
La noche termina sin incidentes demasiado grandes (aunque alguna metedura de pata hubo, siempre hay un patoso) y nos vamos a casa. Estoy casi sin gasolina y Maricelia y Jose también, porque coincidimos en una gasolinera de madrugada y me doy cuenta de que voy tuerto en el coche. Sólo tengo luz en uno de los faros, el izquierdo está totalmente inutilizado, así que Jose tiene la amabilidad de conducir delante de nosotros hasta casi llegar a casa.
La noche termina muy de madrugada, pero tengo una sensación, finalmente, fabulosa dentro de mi caótica cabeza. Puede que se compliquen la existencia de forma completamente innecesaria, que exageren las fiestas hasta la opereta, pero qué carajo: uno se lo pasa bien en esta familia.
Y además, aquí dentro, uno se siente parte de algo más grande que uno mismo. Y eso está bien. Pero que muy bien.


Aclaración, seguramente, innecesaria: evento es, como su propio nombre indica, algo que sucede eventualmente, es decir, inesperada o, al menos, no planeadamente. Ahora, desgraciadamente, se llama "evento" a toda cosa gorda: convenciones de comerciales, reuniones de pediatras, olimpiadas o expos universales. Seguramente por una mala adaptación del inglés. No sé si la otra acepción está o no aceptada por la Academia, pero, desde que esos mamarrachos aceptaron el horrendo y paletísimo "descambiar" ya no me importa nada lo que digan los académicos de la lengua. He utilizado esta acepción de evento en el título voluntariamente mal, a propósito, en aras de una comprensión dramática y sarcástica más rica. Ea.