sábado, julio 19, 2008

El sex appeal ido de las profesoras de inglés


La primera que recuerdo es Miss Nancy. Estaba yo en segundo de EGB, en el CHA, porque primero lo hice en una especie de colegio de juguete, que se llamaba Los Ángeles Custodios, donde la misma profesora (¿una monja, tal vez?) nos daba todas las asignaturas. Miss Nancy fue, así, mi primera profesora de inglés. Era alta, creo, aunque a esa edad todos los mayores me parecían altos, pelirroja y muy pecosa. Miss Nancy me parecía guapísima y el colmo de lo sofisticado. Pero no recuerdo más de ella… Por si lees esto, miss Nancy, eso debió ser hacia el curso 1971/72.
Después de Miss Nancy, sufrí un vacío en mi formación idiomática y sexual, y tuve un montón de profesores de inglés, malencarados y pelmazos: don Tomás, barbudo y anodino, que fue, además de profesor varios años en EGB, mi tutor en séptimo; el Árbitro, cuyo nombre he olvidado, pero nunca olvidaré su estilo competitivo de enseñanza. Organizaba la clase como las líneas de un equipo de fútbol de colegio. Detrás estaban los porteros, que eran los malos, los que año tras año se negaban a aprender I am, you are, he/she/it is, etc. Luego los defensas, que eran solo malillos y a veces, aprobaban. Los medios eran los que iban tirando y los delanteros éramos los de sobresaliente. Yo, que siempre fui de los malos en todas las asignaturas, en inglés siempre destaqué, así como en Gimnasia y en los años en que se daba valor a la redacción y la composición en Lengua.
El penúltimo profesor malo que tuve de inglés fue el Teacher, también de nombre olvidado, probablemente la persona más imitada del planeta después de Chiquito de la Calzada. En el CHA, sabías quién iba a primero de BUP, porque, indefectiblemente, todos sus alumnos imitaban sus excentricidades en el recreo. Si veías a alguien diciendo de forma afectadísima “correcto” en lugar de “sí”, o decir “Things go better with coke”, o “remember, remember… see you again in september”, o decir, despreocupadamente que este invierno iba a pasear en Londres por “ajos secos” (por Oxford Circus), sabías que esa mente juvenil estudiaba primero de BUP y que estaba con la cabeza llena de las bobadas del Teacher.
En segundo de BUP, mi primer segundo de BUP, iba a tener, al fin, a la Toti, o la señorita María Antonia, que era una señora rubia de muy buen ver. La casualidad, puñetera, hizo que en mi curso estudiara su hijo, Javier GdeV, que además era muy amigo mío, y por eso a mi clase, en lugar de la Toti, le correspondió la temida Mara, tan temida por todo el mundo que no tenía ni mote. La Mara, que era como la conocíamos, para mi gusto (especialito, lo sé, que me gustan las mujeres mayores y gorditas desde siempre) estaba siempre demasiado delgada y demasiado morena, era una de esas señoras candidatas al cáncer de piel que se pasaban el día tendidas al sol como lagartas, y que estaban renegridas ya de tanto rayo solar, pero era una tía realmente guapa. Además su estilo duro y de estricta gobernanta me ponía muchísimo y fue protagonista de no pocas ensoñaciones nocturnas mías. Le demostré mi admiración de la única forma que sabía: en un tumulto por no sé qué celebración le toqué disimuladamente el culo y comprobé que no era como en mis fantasías: era duro y como frío, pequeñajo, y con un tacto parecido al hueso de una aceituna. Pero Mara, que se hacía respetar muchísimo, me caía de cine. Y creo que yo le caía bien a ella. Cuando fui a buscar mis notas en septiembre, y vi que tenía que repetir segundo de BUP, ella se me acercó y me dijo que había hecho lo posible por que el profe de lengua (el Chocho) o el de dibujo me aprobaran, porque el de matemáticas (el Porky) me había puesto un uno y no cabía negociación posible, y que sentía muchísimo que tuviera que repetir. Yo entonces separé el flequillo de su cara, y con mis manos en su nuca atraje su cabeza hacia mí y la besé profundamente, le arranqué la bata de profesora y allí, de pie, en el departamento de inglés, hicimos el amor. Pero todo eso sucedió en mi mente, porque en la realidad, lo único que pasó es que se me nublaron los ojos, por las lágrimas no invitadas, pero presentes de todos modos, y ella me consoló removiendo mi despeinada cabellera.
Al año siguiente, como ya no estaba el problema de Javier GdeV, sí disfruté de la Toti como un enano. Además de guapa, era muy simpática y muy inteligente, y el hecho de que fuera madre de mi amigo Javier me excitaba más todavía y se convirtió por derecho propio, compartiendo trono con Maria Victoria, en la reina de mis fantasías nocturnas. La Toti me encantaba y me hizo aprender inglés y verlo de una manera distinta. Me encantaba cuando llevaba unos pantalones beige y cuando llevaba falda, y me gustaba ver cómo cruzaba las piernas en clase. Nos ponía cintas con historias (Oh, my dear… next time you are hungry, please, make yourself a sandwich!) y nos decía cosas graciosísimas, como que no le gustaba nada cuando antes de su clase nos tocaba gimnasia, “¿Por qué llegamos tarde, señorita…?”, entonces ella ponía esa carita angelical que aún recuerdo y medio riendo, medio resignada, nos decía “No, no… it’s because you smell a lot!” (¡Qué va, es porque oléis fatal!). La Toti, al final de curso, me concedió la matrícula de honor de la asignatura, la única de mi gris carrera estudiantil, y me dijo: “en Latín no te la han dado por ser repetidor (se la dieron a Alcina, un tipo super empollón y super soso, podéis creerme), pero yo les he dicho: bastante tiene el pobre con haber repetido. Ha trabajado y es el mejor del curso, por eso le doy la matrícula, me da igual que sea repetidor.” La amé más, todavía, claro…
Volví a tener a Mara en tercero, creo y al Peter, tristón y pésimo profesor, en COU, de quien sólo recuerdo el mortal aburrimiento al que era sometido en sus clases y sus gruesas gafas de concha, y que fumaba mucho. Luego, cuando estudiaba publicidad, pude al fin cumplir la fantasía de acostarme con mi profesora de inglés. Bueno, en realidad, no nos acostamos, pero follamos en una fiesta, de manera atropellada en el cuarto de baño y no hay nada que rememorar de aquello: ni siquiera recuerdo su nombre. Ni su cara, cuyo óvalo apenas recuerdo difuminado entre su pelo negro.



Y toda esta perorata viene a cuento de que ahora, vamos, dentro de unos años, supongo, otros adolescentes se enamorarán platónicamente, o no, de una nueva profesora de inglés que, en octubre, va a empezar a estudiar Filología Inglesa. Es una de las dos mujeres que más quiero en este y otros mundos. Se llama Leticia, tiene 18 años y el pasado día 17 recibió en su teléfono móvil la notificación oficial, de que tenía plaza en la Facultad de Filología en la Complu, en Madrid. El lunes, seguramente, formularemos la matrícula y me hará sentirme, otra vez, un padre orgullosísimo de su hija.


Go, Leticia, Go!


Mayor me hago, sus!