martes, julio 15, 2008

Cuento para June

Despierta, mi vida y otros mensajitos para June


Por el tiempo en el que, aún, la gente encontraba importante hablar sin decir bobadas, escribir aseadamente y obrar, en general, con buena educación, tomando esta palabra en su más amplio y primigenio sentido, por ese tiempo, digo, es cuando Memo se enamoró de Lúcida.
Como no se conocían, Memo trataba de epatar a Lúcida escribiéndole provocadores emails que no provocaban en Lúcida más que una sonrisa un poco más condescendiente de lo que a ella misma le hubiera gustado.
Lúcida, eso es lo que le parecía a Memo, era la que marcaba el ritmo, la que ponía los límites y las reglas, pero la esperanza de Memo era hacer saltar la banca a fuerza de apuestas a pecho descubierto, llenas de sonrisas y encanto adolescente.
Lúcida reinaba con la sonrisa nunca del todo desabrochada, pues sabía que una reina como ella no debía parecer ni demasiado apasionada con nada, ni demasiado distante de los gustos del pueblo, y era un hecho que, por aquellos días, Memo era un hit virtual, un gallito triunfador que las tenía a todas locas y revolucionadas.
Lúcida descubrió que Memo no era el memo que pregonaba sus gracias en su weblog, sino un verdadero infeliz a quien, tal vez, valía la pena darle una oportunidad.
Se instaló entre ellos, así que el invierno se hacía más y más invernal, el Deseo, y con él vinieron la Esperanza y la Risa Espontánea, y no tardaron la Ilusión y la Guardia Baja y también, incluidos en el paquete, pero escondidos, como la letra pequeña en algunos contratos, la Mezquindad y el Engaño, los Cambios de Humor Injustificados y el Peligro Inminente por Razón Desconocida. El Deseo era, pues, una caja de de truenos, de no ser bien administrado.
Lúcida no era tan fuerte como ella creía. Y Memo era más poderoso de lo que hubiera imaginado, y tan fue así que, después de un tiempo que podríamos llamar de todo, excepto prudencial, pues la prudencia brilló por su ausencia, Lúcida estaba deseando que llegase la siguiente carta de Memo y Memo no tenía tiempo para escribirle todo lo que le hubiera gustado escribir.
Memo escribía y se quedaba esperando el veredicto, en una espera tensa y extensa, a veces, porque me gustan los juegos de palabras y tal vez, solo tal vez, lo extenso lo sea porque lo que antes era tenso dejó de serlo por exceso de tiempo, y sería bonito que así fuera y que tú lo entiendieras. Lúcida, volviendo al tema que nos ocupa, daba su veredicto sobre su carta y a veces Memo se enamoraba de su lucidez, y otras de su graciosa creencia de que lo controlaba todo, cuando era todo lo que la controlaba a ella. Le dijo, por ejemplo, en más de una ocasión "anoche me escribiste, sin pretenderlo, una verdadera, auténtica y preciosa carta de amor", cuando Memo, en realidad, sólo le escribía cartas de amor, era lo único que pretendía. Cartas en las que quería desarmarla, despistarla, hacer que bajara la guardia para atrapar sus labios por sorpresa y no soltarla ya en un buen rato.
Al fin, se conocieron y ambos, aunque los ignoraron porque querían ignorarlos, el Deseo es así, ambos, decía, vieron que el otro no era tan marivilloso (me he equivocado al escribirlo, pero, ¡qué caramba!, es más graciosillo así) como habían imaginado y tengo pruebas de que, al menos Memo, encontró a Lúcida absolutamente apabullante y la mujer más adorable del planeta. No sé si a Lúcida le pasó lo mismo (tal vez lo sepa June), mas en el corazón de Memo, El Deseo fue sustituido por el Amor Verdadero e Irrealizable, y eso que amar la piel de Lúcida, fracasando primero y amando obsesivamente después, fue la experiencia más reveladora que tuvo Memo en su vida.
El Amor Verdadero e Irrealizable trajo consigo el Desencanto, la Frustración y la Impotencia a la cabeza de Memo y, además, la Desconfianza, y la Tozuda Realidad a la de Lúcida. Y ambos, aunque en esto, Lúcida fue decisivamente más decisiva, empezaron a alejarse.
Lúcida tomó aire, hincho su pecho divino de fuerzas para el camino y dio un paso adelante. Memo se arrugó un poco y luego trató, en vano, de caminar con la cabeza alta, pero metió la pata un par de veces y dejó de hacer el lila, porque ya estaba bien.
Y pasó el tiempo, que nuca se olvida de pasar, el muy temporal.
Un par de años después, Lúcida presentaba su libro Poemas y bequermas, una joya extemporánea y genial acerca de la muerte del espíritu, llena de romanticismo y sangre y sostenía una copa en la mano izquierda y un ejemplar de Snoopy en Navidad en la otra, para golpear en el cogote a los pelmazos, cuando se fijó en que el grupo que amenizaba la velada cantaba canciones algo más que conocidas para ella: las conocía y de algún modo, en su momento, las había amado y, además, conocía la voz un poco cascada y a veces desafinada que las cantaba. Así que, intrigada, fue a ver quién cantaba Despierta mi vida, y Días, y Extraños en la noche, y Ella es amor, El ciego (muéstrame el camino), Estaré alrededor y Lo último que pretendería, esperando ver a alguna vieja gloria del pop patrio y su sorpresa fue ver, con diez hermosos kilos más alrededor de su cintura, a Memo.
Me gustaría contarte, June, querida, June preciosa, June desnuda de mentiras, que cuando pudieron, hablaron y se reencontraron y que pasaron la noche riendo y hablando y besando y todo lo demás; o que, al contrario, no pudieron ni dirigirse una palabra porque la Estupidez se había adueñado de sus corazones, pero creo que no me atrevo a aventurar lo que pasará cuando Memo y Lúcida vuelvan a verse. Eso sí, me muero de ganas por saber si tú te atreverías a contármelo.

¿Lo harías?



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Now playing: Luz - Despierta, mi vida
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