lunes, junio 16, 2008

Vale, pero... ¿dónde estás?

¿Sabrás perdonarme? No, qué tontería, claro que sabes, la pregunta es, ¿podrás perdonarme alguna vez? ¿Querrás?

Guardo las palabras que escribiste al mundo como un avaricioso tesoro y me recreo en ellas una y otra vez. Guardo, también, las palabras que me dijiste sólo a mí, y las acompaño de las músicas que te escribí, a ti, pero admito que no sólo a ti, en una mezcla imposible y casi nunca afortunada, ya sabes: esas palabras tuyas, las dichas, en muy mayor medida que las escritas, suenan extemporáneas y carentes de sentido, hoy. Pero cuánto me hicieron soñar. Tan absurdas hogaño como sublimes antaño, son mías, aunque dichas por ti.

Guardo tus fotos y me ocurre lo mismo. Aquellas que te hiciste para mí no son, siendo maravillosas, por cuanto eres tú, ni la mitad de hermosas que esas otras en las que no eras consciente de que (sonriente, a veces, indescriptiblemente triste en otras ocasiones), sería tu enamorado más bobo, el que las gastaría de tanto mirarlas.

Ahora, después de unas palabras ambiguas, que a mí me gusta imaginar que, en parte, estaban destinadas a mí (en esa parte en la que tú sabías, juguetona, cruel, que yo me sentiría aludido), desapareces y ahora sé que nunca te encontraré, a no ser que hagas tú porque te encuentre, como hiciste la última vez.

No soy buen sabueso y no sé encontrar un rastro que me esquiva; prefiero no hacerlo, además, porque odio la cara de tonto que se me queda cuando estoy frente a tu casa sin atreverme a llamar.

Así, condenado a seguirte sin poder perseguirte, a soñarte y no tocarte, a ser el blanco móvil de tu ira caprichosa y justa, así, digo, es como vivo. Vivo añorándote, mi pequeña gacela triste, mi gran luz de luna aullable, lejano y sombrío, triunfando sin importarme nada que no sea que tú, un día, me llames y digas dónde estás y que un poco, aunque sólo sea un poco, me has perdonado. Que podemos hablar. Que tolerarás mi torpe y contumaz acoso. Que sonreirás cuando te dé las buenas noches.

Vivo así, soñando tu espalda enfadada y tus caderas acogedoras, tu nuca fértil, tu cerebro hirviente, tus labios de mermelada tibia y la miel de tu sexo peculiar. Vivo así, missing you, en un sueño eterno y condenamente onírico. Porque los verdaderos soñadores, los que nos pasamos la vida soñando, sabemos que los sueños nunca se hacen realidad.

Vivo preguntándome dónde estarás. Y si un día me dejarás saberlo.

Sé dónde vives. Sé dónde escribes, pero dime, ¿dónde estás, maldita June?



(Sin comentarios:

si alguien sigue leyendo esto, y tiene la amabilidad de comentar, le pido por favor, que me disculpe, pero en esta entrada no puedo contestar a los comentarios, porque hay determinadas cosas que nadie puede entender, salvo June y yo, claro. Y así debe seguir siendo, de modo que...)