jueves, abril 24, 2008

alrededor de flavia

Stay around

Yo tenía a The Shadows por ese grupo instrumental fabuloso que empezó acompañando al horterilla de Cliff Richard y que luego surgió con fuerza propia. Son famosos los pasitos de los Shadows, su corrección instrumental y tal, pero, ¿cantaban? Sí, yo tenía idea de que alguna vocecilla se oía en sus discos, de vez en cuando, pero una día, MiJoe, el mítico bajista de Los Ciclones, me trajo un disco de ellos, The Shadows: vocals, una recopilación de sus mejores temas cantados. Descubrí entonces a un grupo vocalmente fabuloso, a la altura de los Hollies, o los Beatles, en cuanto a riqueza, pero con un estilo que remite más a los Everly Brothers o al Du-duá de los 50. Magníficos, en serio. Si os gusta la música de los primeros 60, con sabor a los 50, este disco es imprescindible. Este tema es un chute de be-bop que de tanto hacerme mover la cabeza, consigue desenroscármela y hacer que baile sola. La he grabado con batería programada, aunque, ya os digo, que voy adelantando con la batería normal y de aquí a no mucho, subo un tema en el que toque la batería de verdad (cortesía de Wilco, claro). Además, bajo y tres guitarras eléctricas. Y 4 voces, claro. A ver si os gusta, buena gente. Me gustaría dedicarle este tema a mi amigo Goliardo, que sé que le encanta la buena música clásica y que se llevará una sorpresa al verse dedicado y linkeado. Le gusta este tipo de música, pero eso no quiere decir que le guste mi forma de cantarlo, porque siempre me critica que destroce los clásicos. Te jodes, Goli. Un abrazo.

Bájatelo aquí, si quieres:

Ya lo sé: seguramente es porque no se ha pintado y bla, bla... pero Flavia está preciosa recién levantada, y no tendría que esconder al mundo sus maravillosos ojos sonrientes detrás de esas gafas tan grandes. Es gracioso cuando se mete en el coche, ese coche tan grande, porque, vista desde atrás, parece que no hay nadie al volante. Y vista desde un lado, a veces, parece una niña pequeña con licencia para conducir.

A Flavia le acompaña todo el día la sensación de que alguien la vigila pero su psicólogo, un valenciano listillo que, como si fuera cantante, tiene nombre artístico, Yamb Ra, dice que no se coma el coco, que eso podría derivar en paranoia, manía persecutoria, o algo, y su marido le dice que es normal, es una mujer muy atractiva y los hombres la miran, él lo ha observado. Total, que después de dejar a los niños en el cole y a su marido en la oficina, Flavia, mirada, pasa por El Santo Ángel, la cafetería que hay junto al Mercadona, a tomar un café y echar un vistazo al periódico, esperando a que abran el Mercadona, para hacer la compra del día. Lee el periódico de forma golfa, empezando por la columna de la contraportada, donde sueña con ver su firma un día, continuando ávidamente por las páginas de televisión; a continuación, lee sonreídamente los anuncios de contactos y, finalmente, pizquea un poco en las páginas de opinión, segura de que ella lo hubiera escrito mejor.

Toma una mediana, con leche templada, y esa taza de café es la cuarta del día. A saber: al levantarse (café recalentado del día anterior), que es la taza que pulsa el “on” de su sitema nervioso, cognitivo y vital. La segunda es la primera que se sirve al salir el café del día, justo antes de despertar a todo el mundo para que desayunen. La tercera, mientras decide ante el armario qué es lo que va a ponerse esa mañana. Y la cuarta, pues eso, la del Santo Ángel que, Flavia lo admite abiertamente, es la mejor de todas.

Flavia sonríe al barman al salir y le deja una caída de ojos de propina y el barman la ve salir comiéndola con los ojos porque, desde hace 6 años, los mismos que hace desde que Flavia se mudó a ese barrio, está silenciosamente enamorado de ella.

Entra en Mercadona y coge un cesto con ruedas y recorre lánguidamente los pasillos pasando sus dedos por los lineales como si quisiera leer en braille los precios (y si yo fuera precio, me encantaría que me leyeran así) y elige los productos que va a llevarse ese día. Son pocos , porque es mujer de compra diaria, pero hay cosas que se hacen todos los días. Una de ellas es comprobar si al fin, la gerencia de Mercadona ha subsanado su error más imperdonable: no tienen PepsiMax. No se explica esta laguna (¡abismo!) en un surtido, por otra parte, tan bien elaborado como el de Mercadona y todos los días, sin falta, se pasea por la sección de refrescos, a ver si al fin, se han dado cuenta. Pero nada.

La falta de PepsiMax ofertada en los pasillos de Mercadona, provoca que, al menos, una vez a la semana, Flavia pase por Caprabo, un super más moderno, sí, pero sin productos Hacendado, Bosque Verde y DeliPlus, el punto fuerte de Mercadona.

Flavia trabaja en casa. Dibuja instrucciones para los montables de Ikea, o sea que si tenéis quejas de que, a veces, los tornillos gäastadh no se diferencian demasiado de los pasadores hormmickle, ya sabéis a quién reclamar. Flavia es quien los dibuja. Su despacho es muy luminoso. En realidad, es el porche de su casa, que ha cubierto con un gran ventanal, así que una de las paredes del despacho, la que da a la calle, es un enorme y grueso cristal. Flavia vive en una adorable casita (un adosado) de Peteneras, el nuevo barrio alto de Alicante. Es una manzana dedicada solo a esas diez casitas. La parte delantera de la misma, es un agradabilísimo parque por el que pasean abueletes por las mañanas y niños con niñeras sudamericanas por las tardes y Flavia se pasa horas mirando mientras intenta concentrarse en el endiablado diseño del tirafondos vôorstagg y en desde qué perspectiva dibujarlo para que se entienda todo bien.

Flavia tiene un precioso equipo macintosh de enorme monitor que no termina de dar la espalda del todo al ventanal, por lo que, si te acercas, desde determinados ángulos, puedes verla trabajar.

Antes de trabajar, abre el iTunes y pone en marcha la reproducción aleatoria, mira el correo, un par de periódicos digitales, repasa unos cuantos blogs, sube su propio post (una foto robada de alguna persona anónima de la calle de esa mañana y escribe una ficha totalmente inventada sobre esa persona) y se dispone a trabajar.

Sobre las once de la mañana, llega el cartero y ella, pacientemente, se levanta a abrirle la puerta todos los días, aunque le tiene dicho que no se moleste en darle en mano las cartas, que las puede dejar en el buzón. Pero le resulta familiar el cartero y le abre y le sonríe todas las mañanas y a lo mejor un día le invita a que le acompañe con el quinto o el sexto café...

Hacia las doce saluda al abuelete que pasea con el andador y a su fornido acompañante, una especie de celador de hospital cuya misión es sujetar el esqueleto frágil y grandote del abuelete. Hay algo raro en la cara del cuidador, algo extraño y agradable, al mismo tiempo, algo confiable y atractivo en su brutalidad, que hace que Flavia espere todos los días a que pase ante su casa y, con la excusa de saludar al abuelo, mire hechizada la espalda fuerte y el pecho ancho del cuidador.

Todo esto ha terminado hoy, Flavia, cuando he entrado en tu casa y te has dado cuenta de que yo, la voz en off de esta vida tuya, soy el barman que te pone el cuarto café, el cartero que te lleva las cartas a casa, el cuidador del abuelete enorme y quebradizo y la presencia que te observa siempre desde hace seis largos años.

Hoy, definitivamente, y para siempre, me he metido en tu casa y en tu cabeza.

Hoy, puedo decirlo con orgullo: por fin, Flavia, estás loca, completamente loca por mí.

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Esta es un regalito extra, porque estaba a huevo.



Si no funciona el reproductor, cosa cada vez más habitual, bájatela, porque mola:

lunes, abril 21, 2008

ella, él y yo soy así

Parte del camino (la canción de Leticia y Borja)

Si no consigues oírla bien, bájatela aquí:
... y la oyes del tirón (la letra, abajo)

Llevo una semana dándole vueltas a la cosa de cómo presentar esta canción, y sigo en esas. He hecho un vídeo, con un precioso montaje de fotos de mis hijos desde que eran bebés, pero no creo que sea adecuado colgarlo aquí. Queda para ellos.
Todo empezó hace un mes, más o menos. Él cumplía 16 años, una cifra ya, y ella, en unos días cumple 18, una edad que, como padre, me da la medida de lo mayor que soy ya. No me consoléis, lo digo con orgullo, sin asomo de pena. Ella está estos días preocupada con la selectividad y él, con qué optativas coge el año que viene para enfocar sus estudios. En fin que, quiera yo o no, mis hijos se hacen mayores y eso me da... pavor.
Musicalmente, la canción es sencilla y, dejadme decirlo, bonita. Empieza con una frase simplona de guitarra acústica que acompaña a los dos primeros versos. Luego, se desencadena una sencilla progresión muy ¿dulce...? y el estribillo me estalla en mitad del corazón. Se van sumando los instrumentos poco a poco, las voces, y el follón en general.
Está grabada en tres sesiones con una pista de guitarra acústica, cuatro pistas de guitarra eléctrica, una de bajo y siete de voces. Y en todas y cada una de ellas, todo mi corazón.
Quiero darle las gracias a mi cuñada, Ángel, por su ayuda en un aspecto importante de esta canción. Eres un solete, Ángel.
Bueno, dejo de hablar, que la canción puede defenderse sola. Escuchadla, y ya me diréis qué tal.
Por mucho que me empeñe, señoras y señores, por muchas cosas que quiera ser, al final quedo reducido a esto: y ya. Puede que haya hecho muchas cosas, puede que me queden otras muchas por hacer pero soy consciente de la pequeñez de todo, al lado de lo que, casi sin querer, he contribuido a crear. No soy hombre especialmente orgulloso de lo que será mi huella, si es que queda alguna, mas hubo un par de días en los que debí estar inspirado, porque mirad por dónde, nacieron mis dos hijos.

No es algo que hiciera yo solo, por supuesto, ya que mi contribución fue la menor en importancia objetiva, pero sé que fue, en primer lugar, inconsciente, y en segundo lugar, lujuriosa: un impúlso atávico y natural me empujaba a dejar mi semilla y acabar con ese asunto. Un asunto realmente complicado, sobre todo durante los meses de gestación, en los que por mucho que nos empeñemos, tu contribución como hombre se limita a compartir penas, escuchar quejas sin poner mala cara, poner música de Vivaldi, y susurrar paridas a la barriga de la madre, acompañarla a los cursos de parto sin dolor (en los que cuesta muchísimo no reírse abiertamente de todo ese montaje) y, sobre todo, procurar que esté contenta, mimada y descansada. Quiero decir que el bombo lo lleva ella y eso no hay psicología barata que lo cambie.

Con todo y con eso, amigos, he aquí mi obra. No es que haber tenido hijos me distinga, no, que eso cualquier idiota con cojoncillos puede hacerlo (y de hecho, lo hace), pero por mucho que haga en esta vida, nada será igual a lo poquito que he hecho por tener los dos hijos que hoy tengo. Ahora no hablo solo de ese momento lujurioso y ciego, claro, sino de todo el proceso que les ha llevado a ser lo que hoy son.

Han sido muchos años hasta llegar hasta aquí, en los que no he luchado solo, por supuesto. En primer lugar, claro, su madre, que en los primeros años tuvo la responsabilidad mayor, y luego, en los últimos años, he contado con la contribución absolutamente desinteresada y amorosa de Susana, cuya entrega nunca podré pagar, aunque es verdad que ella tampoco ha esperado jamás cobrarla.

Mis hijos se hacen mayores, amigos, y eso no es que me haga especial, porque les pasa a todos los padres de la tierra, pero para mí está siendo un trago difícil de digerir. Siempre pensé... siempre, no, pero muchas veces pensé que cuando mis hijos fueran mayores, dejaría de pelear y aun hoy, a veces, lo pienso. No me interesa demasiado el mundo, este mundo, quiero decir, tan superficial, tan ignorante, tan poco parecido a mí. No me interesan la deriva del pensamiento ni del comportamiento humanos, no me gustan los peajes que la vida me exige, no me gustan las reacciones de las personas a las que quiero y, lo que es peor, en muchas ocasiones no me gusto yo. No me gusta demasiado la persona en la que me estoy convirtiendo. Pero este es otro asunto.

El hecho es que siento (y este verbo, sentir, está muy bien aplicado aquí, polisémicamente, quiero decir) que mis hijos empiezan a irse y no sé qué carajo va a ser de mi vida si ellos se van. Y ellos se van a ir.

Entonces es cuando pienso: me queda mi trabajo, que en realidad, os lo juro, me la sopla, si no es porque me permite obtener los recursos que necesito para que ellos vivan... y se vayan.

Me queda la música y escribir. Sí, ambas actividades son muy bonitas y muy... nada. Pero eso es lo que soy. Mis hijos se hacen mayores y yo, ¿qué hago? Escribir una canción. No es que sea gran cosa, pero es lo que yo sé hacer. Mi especialidad es darle vueltas, filosofar pardamente con las cosas inevitables, y acabar ofreciendo un fruto perfectamente inútil tanto para ellos como para mí: una canción.

Porque además, es una canción sincera. Asisto, con las manos atadas, al paso a la edad adulta de mis hijos y sólo se me ocurre decirles que procuraré ayudarles un poquito, pero que es su camino, no el mío. Bueno, se me ocurren muchas más cosas, pero ése es el nódulo, el busilis de este asunto. Es decir, me gustaría ser un padre que les deja el camino expedito y el zurrón lleno de dinero, y un carruaje cómodo y untuoso para el camino, pero me temo que no. Habrám de conformarse un par de sandalias, un bocadillo y, espero, instrucciones para que sepan valerse por sí mismos. Eso sí, les doy una canción para que la metan en su mp3.

No sé cómo se sienten los padres en general en esta tesitura, pero yo me encuentro perdido, no sé muy bien cuál es mi papel en todo esto, pero mucho me temo que es, sobre todo, no estropear demasiado las cosas. Me siento así. Cuando ellos eran pequeños, yo era un superhéroe cuyas palabras iban hasta el final del mundo. Hoy, que soy el mismo idiota que entonces, creo que ya no soy ese tipo infalible que todo lo sabe, me han desenmascarado, podríamos decir, y se disponen a hacer su camino, por su cuenta. Eso sí, saben, o más bien espero que sepan, que cuentan conmigo en todo aquello en lo que yo pueda ayudarles.

Bueno, esta es la canción para esta ocasión. Mis hijos se hacen mayores y yo escribo esto. Ojalá un día entiendan, y este es ahora mi único deseo, todo lo que les quiero, y lo que les quiero decir, cuando les escribo, y les canto, desde lo más profundo de mi corazón, esta canción.

Wolffo - Parte del camino (la canción de Leticia y Borja)
por Jorge Duret. Abril de 2008.

Un día, en abril, empezaste a llenar
el odre que late en mí por azar;
quizá no sepas que aún sueño con ser el héroe de azul
que te rescata, de noche, cuando se ha ido la luz.

Pasaron los meses, hasta 23,
y a media tarde, viniste a nacer;
no te pareces a mí...
y eres igual al niño que fui,
me veo en ti cuando lloras y al oírte reír

Hoy no es importante lo que pueda yo decir
nada es como antes, os estoy viendo venir
os espero en el camino y escondido os seguiré
os vigilo con sigilo
nada os puede hacer caer

Y andando el camino, tendréis que elegir
por dónde demonios habrá que seguir;
nadie os lo puede decir
¿Cómo acertar y cuándo fingir?
no importa el camino,
lo que importa es seguir

Hoy no es importante lo que pueda yo decir
nada es como antes, os estoy viendo venir
os espero en el camino y escondido os seguiré
os vigilo, con sigilo nada os puede hacer caer

Quizá no sepa deciros adiós
no me lo tengáis en cuenta, que yo,
tal vez la cague al callar,
pero daría la vida, sin más...
por ser parte del camino del camino que vais a pisar.
.....
...
.

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Listening to: Dakota Moon - Another Day Goes By
via FoxyTunes

jueves, abril 17, 2008

no te quiero, poder punto (una adivinanza)

(intento hacer algo bonito para la semana que viene, así que, de momento, no puedo hacer grandes cosas . No obstante, os dejo una playlist de versioncitas, algunas muy apañadas, otras atroces, y una adivinanza. Sé honesto y no leas las respuestas antes de haber intentado, durante al menos 3 canciones, adivinar de qué se trata. Y digo sé honesto, y no sé honesta porque ya se sabe que las mujeres desconocen la honestidad. Para ellas decir la verdad, ser sinceras, es sacar defectos. Sí, caretas fuera)



Era muy cursi.
Intolerablemente cursi, en realidad. Decía cursiladas continuamente, y se expresaba, preferentemente, a través de lugares comunes de nuevo cuño.
Aunque a veces era graciosa, a veces, sorprendente y, mal que me pese reconocerlo, a veces era interesante, normalmente era cursi. Dolorosamente cursi.
Es de esas que ha desterrado las tildes de su prosodia, y su sintaxis, siempre, dejaba mucho que desear. Las pausas naturales, el ritmo de su expresión, lo que gráficamente expresamos con puntos y comas, eran desconcertantes en ella, y si entenderla era, habitualmente, un ejercicio de buena voluntad, en ocasiones era una tarea ciclópea.
Era tenaz.
De forma cabezona, pertinaz y machacona, se presentaba todos los días ante mi puerta en, al menos, cuatro o cinco ocasiones. Siempre venía, además, con un recado de, o de parte de, alguien a quien aprecio, por lo que debía abrirle la puerta y, al menos, escuchar el enunciado de la melonada que quisiera contarme esa vez.
Era neumática.
Rebotaba de casa en casa y se dice que hay quien la mandaba a tu casa por todo el morro, sin siquiera haberla escuchado o visto.
Era mentirosa.
Como los chistes malos, siempre venía precedida de algo tipo: "Buenísimo!!!!!"
Era como la falsa moneda.
Era como los niños pequeños, los pesados, quiero decir, que cada vez que aprenden un truco nuevo insisten en enseñártelo.
Era de mal gusto.
Hacía ruiditos y filigranas de lo más chabacano, porque así las cosas, según ella, eran más divertidas o espectaculares.
Era pesadísima.
Se las arreglaba para ser vista por un montón de gente y es curioso que, su nombre genérico era -a pesar de ser impresentable, las más de las veces- de lo más presentable.
Era... ¿qué era?
¿Qué era, coño...?

¡Buen fin de semana!

miércoles, abril 09, 2008

Buch, siempre Buch

Birthday

Estábamos jugando un partido en el redondel, un aparcamiento incómodo de pisar hasta para un todoterreno, pero era el sitio donde nos dejaban dejar al fútbol. En el jardín de nuestras casas, lo que ahora se conoce como "urbanización", que era una manzana completa junto a la Plaza de Castilla, en el extremo norte de Madrid, había sitio de sobra para que jugáramos al fútbol, pero nuestros padres, que eran un poco idiotas, siendo sinceros, preferían tener una praderita bien cuidada de césped que nadie disfrutaba, a ceder a sus hijos un cachito de la parcela para desfogarse. Cuando empezó a ser incómodo, y costoso, arreglar los faros rotos, las carrocerías abolladas, los retrovisores y lunas rotos, pues jugábamos al fútbol en el aparcamiento, entre los coches de nuestros padres, entonces nos dejaron una esquinita del jardín para nuestros partidos. Al principio, y esto tiene gracia, pensaron que si ponían unas canastas no jugaríamos al fútbol, y que nos conformaríamos con el baloncesto... pero esa es otra historia. Y todo esto empezó antes de que nos dejaran jugar en el jardín.
Jugábamos un partido en el redondel, decía, y era un partido tan aburrido y tan divertido como cualquier otro. Imagino que Michel y yo, y Bonus y Nano, íbamos en equipos distintos, siempre lo hacíamos, porque, qué quieres, éramos los mejores y si íbamos juntos, no había partido, simplemente ganábamos. Imagino que, también, Fantasma Paraíso, estaba con sus amigos, Titus, Joe, Caesar y los demás, ojo avizor, a ver si nos quitaban la pelota. Porque ahora le véis en plan buen rollito y tal, pero él era de la pandilla de los mayores, y contribuía a jodernos de vez en cuando, quitándonos la pelota.
Yo debía tener 9 o 10 años, un mico, vamos, y vi que un par de chavales se acercaban a alguien a preguntar si podían jugar. Ese alguien los desvió a mí, que era un poco mayor que el resto y, por lo tanto, jefe natural. Eran Buch y el Americano, quien se erigió en portavoz y me preguntó:
- ¿Podemos jugar?
- Si sabéis... - dije yo en plan chuleta asqueroso. Entonces la cosa era así, hombre, no me lo tengáis en cuenta; sencillamente, eran dos forasteros y yo tenía que presumir ante los míos de que era el más chulo del barrio.
Sí que sabían. O mejor, Sí que sabía Buch. El Americano era bastante vulgar jugando, pero Buch demostró tener una zurda de oro. Como casi todos los zurdos, tenía un estilo buenísimo y era muy plástico verle chutar. Se inclinan de una forma especial para darle al balón, o algo así. Al principio, tomé a los dos por primos o algo así: ambos tenían los ojillos almendrados, un poco achinados, llevaban un corte de pelo similar y... joé, habían venido juntos.
El fútbol fue lo primero que tuvimos en común Buch y yo. Simpatizamos pronto, a pesar de que, entonces, incomprensiblemente, Buch era seguidor del Valencia. Desde entonces, siempre que pienso en Buch y el fútbol, viene a mi mente Mario Alberto Kempes, el matador (aunque su llegada al Valencia fue posterior a la llegada de Buch a mi barrio); pero lo que ganó mi corazón para siempre fue su sentido del humor. Tenía una forma de enfocar el asunto muy similar a la mía, pero mucho más brillante, como sucede ahora. Recuerdo el día en que me ganó para siempre.
En esos años había una campaña publicitaria de mayonesa Ybarra cuyo jingle decía: "que sí, que sí, que el secreto está en la "y", la "y" de Ybarra... con mayonesa Ybarra..." y tal. Bien, pues un día, jugando a las medallas, un juego inventado por nosotros, una especie de variante del frontón, pero futbolístico, se me acerca corriendo Buch guardando algo entre las manos, como ocultándolo al resto, como si fuera un tesoro que no quería que nadie viera. Se acerca a mi oído y me dice, enigmáticamente:
- Poseo el secreto...
Fijaos en el lenguaje: "poseo..."; al loro, porque debíamos tener, como mucho 11 o 12 años, en serio. Bien, pues me mira con misterio y me deja ver lo que guardaba entre las manos, y esto era, me cago en diez, una Y griega recortada de un periódico. Todavía oigo mi risa y me sorprende el proceso mental que le llevó a hacer eso con esa edad.
Buch y yo hemos compartido muchísimas cosas desde entonces. El amor por hacer música, por los Beatles, por Jardiel y Wodehouse, el desdén por la demagogia y la superficialidad, el gusanillo de la escritura... Hemos sido valientes y cobardes al mismo tiempo, hemos sido héroes y villanos y los dos sabemos lo villanos que hemos sido, pero también lo bien que lo hemos pasado muchas veces. Buch es, por cierto, padrino de mi hija mayor, Leticia y, colega, en plan comentario aparte: va a cumplir 18 añitos, 18, en breve plazo de tiempo. Todos (sobre todo ella) confiamos en que te retrates, y no con un soneto...
Entre las cosas inexplicables que hacíamos, me hace mucha gracia recordar que íbamos a la estación de Chamartín, a ver si ligábamos con extranjeras, y a tal fin nos paseábamos por los andenes y la gran sala de espera, recitándonos mutuamente versos sueltos de canciones de los Beatles, pero como si estuviéramos hablando en inglés. Lo que me hace gracia es que eso no tenía ni pies ni cabeza, pues si nuestra presa eran las extranjeras, a quienes imaginábamos menos mojigatas que las españolas (sin sujetador y sin bragas, probablemente), se darían cuenta de nuestro hablar fraudulento antes de que nos diera tiempo a nada. En fin...
Pasó mogollón de tiempo.
Hace unos 3 años, cuando aún escribía en ya.com, llevaba más o menos un par de años sin tener noticias de Buch. Tenía su teléfono, su dirección, su eMail, pero no contestaba a mis llamadas ni respondía mis mensajes. Pensé que se había mudado, cambiado de trabajo y perdido para siempre, pero un día, recibo un eMail genial de Buch.
En él me dice que ha pasado una rachilla jodida y que, en un rasgo muy suyo (que habría que quitarle a bofetadas, aunque fuera) "no quería dar el coñazo con mis movidas", pero asegura estar ya bien. Ha dado conmigo porque escribió mi nombre en Google y, descubrió el blog "Te o he dicho cienes de veces" que califica, muy cariñosamente, de "lleno de encanto y humor". Afirma haberlo leído todo, de arriba a abajo y que leerlo le ha animado a ponerse en contacto conmigo de nuevo. Yo no sé si conocéis el amor entre hombres, o mejor dicho, entre amigos. Eso es lo que sentí yo entonces: una oleada de amor inmensa. Le noté, como siempre (desde aquel ¿podemos jugar?) a mi lado y pensé que, qué caramba, el pensaría lo mismo. Y es que estas cosas, pueden sufrir altibajos, pero duran siempre, si son verdaderas.
Quiero pensar que ayudé a Buch a decidirse a abrir un blog (aquel encantador GRANDES DOCUMENTALES) y ahora, desde el genial ALTO CONSUELO, da lecciones de humor e inteligencia al mundo y, por favor, si alguien no lo conoce, que haga el favor de ir a leerlo ahora mismo, porque me lo agradecerá toda su vida.
Me dice la gente, sí, sí, mucho post gay y tal, pero, ¿te has rascado el bolsillo, chaval? ¿qué le has regalado? Pues, aparte de esta canción, llena de marcha, guitarras y voces, le he organizado un partido el pasado fin de semana. Como era un partido sorpresa, no se llevó ropa adecuada pero, aún así, dejó muestras de su clase y su mala leche. Hizo una escalofriante entrada a Johan Cruyff, bajo la atenta mirada de Kempes, a quien el astro holandés acababa de hacerle un caño y eso molestó a Buch muchísimo.
Todo estuvo genial, Buch, pero reconócelo: yo fui el JCMC (Jugador Con Más Cojones) del partido, te pongas como te pongas.

Por cierto, la cancioncita, que es de los Beatles, claro, puede bajarse aquí:

Wolffo - Happy Birthday, Buch

Hoy es el cumpleaños de Buch.
Felicidades, Buch. Muchas felicidades.

miércoles, abril 02, 2008

complacer a la viuda Oaks

please, please me (para kotts)

Por favor, compláceme, vaya título, ¿eh? Pues, con este título, este fue el primer número uno de los Beatles. Nació como una parodia de John Lennon a las canciones de Roy Orbison, pero George Martin vio el potencial del tema, hizo que le aceleraran el tempo y lo convirtió en el primero de los grandes éxitos de los Beatles. Es una canción alegre, optimista y marchosa, fulminante y vocinglera y es un gusto para tocarla. En mi versión, hay algunas voces extra y poco más, porque siempre me ha apetecido muchísimo cantarla. Los Ciclones la tenemos en nuestro repertorio para abrir los conciertos, y un poco más abajo he pegado un videoclip que he montado con un ensayo de esta canción que tiene su gracia. De modo que ahora, nos ves a los cuatro cantando o, puedes escucharme a mí berreándola sin piedad, dándole a las guitarras y al bajo y soplando la armónica como si la canción fuese la última sobre la tierra. Me encanta. Y si a ti te pasa algo parecido, puedes bajártela aquí:



Aquí podéis bajar este video para verlo con mayor calidad (paciencia, son 107MB)
LOS CICLONES - PLEASE, PLEASE ME (OTRO ENSAYO)


La viuda Oaks da la impresión de haber llorado toda la noche cuando sale por las mañanas de casa, a dejar a sus niños en la parada del autobús escolar, pero esa impresión es falsa. Todos pensamos que pobrecita la viuda Oaks, pero lo que no sabemos es que ella es libre como un pájaro, fuerte como dos robles, y tan manipuladora de corazones indefensos, como las curvas de su cuerpo de viuda deseable hacen sospechar.

La viuda Oaks tiene una idea de los hombres aparentemente singular, profunda y progresista: los hombres son todos idiotas y no entienden nada; son simplones y piensan con la polla, actúan siguiendo los impulsos de su polla y sólo satisfacen unas necesidades básicas: las de su polla.

A la viuda Oaks, no obstante lo que pudiera parecer, le gustan las pollas, así, en general. Pertenece a la clase de mujeres que, si bien se molestan si sólo las consideras como objeto físico, se muestran en privado, sin embargo, muy muy perversas en el juego del amor; se excita si la tratas sin consideración, si pronuncias palabras gruesas, si te haces el machito desnortado y desfasado y eso es lo que me tiene a mí desconcertado.

Cuando voy a su casa a complacer alguno de sus caprichos, o muchos de sus caprichos, me dice, una vez desnudos, que la trate como a una perra, pero yo a mi perra no le hago, ni de lejos, las cosas que a ella le gusta que le haga. Ni tampoco le dejo hacer las cosas que a ella le gusta hacer conmigo. De hecho, me da vergüenza de que mi perra me vea en bolas. Lo único parecido sería que mi perra se aguanta si la insulto, pero a mí no me sale insultar a la vida Oaks, por mucho que a ella le emocione que la llame puta. A mi perra le tiro palos y ella, alegremente, los recoge, o le doy a comer el corazón de mis peras y manzanas, y le enseño a darme la patita. Sospecho que la viuda Oaks no se refiere a ninguna de estas actividades. Si le doy un azote a mi perra, sale corriendo, pero la viuda Oaks se pega más a mí y me dice, oh, sí, más por favor, y yo, la verdad, no le encuentro la gracia a pegarla.

La viuda Oaks es celosísima y eso que no le doy motivos, pero se pilla unos rebotes de tamaño natural si me ve hablando con otra mujer, y puede tirarse semanas sin dirigirme la palabra solo porque ella sospecha que me he acostado con otra mujer. Ojalá tuviera fuerzas para ello. La viuda Oaks me tiene sexualmente exhausto.

La viuda Oaks es difícil de hacer feliz, pero fácil, muy fácil de complacer. Pero, con la misma facilidad que un gesto fútil le hace decirte que hay que ver lo bueno y lo listo y lo cariñoso que eres, con esa misma facilidad, digo, un gesto noble hace que te odie a muerte y que te profiera los insultos más dañinos para tu orgullo. Entre los insultos, por cierto, siempre cuela tu “egoísmo” que, naturalmente, se debe a tu naturaleza “de hombre” y a mí me dan ganas, en ese momento, de soltarle dos guantazos y de hacer que despierte a tortas de esa ensoñación feminista, pero entonces, gracias, inteligencia mía, me acuerdo de que si le doy dos guantadas, se va a enamorar de mí, porque no hay quien entienda a la viuda Oaks.

Un día, tratando la viuda Oaks de reanimar por quinta vez en esa noche mi maltercho pene, y poniendo ella todo su empeño y habilidad en tal menester, pensé que estaba harto de la viuda Oaks. Harto de ti.

Porque, mi querida viuda, ya no aguanto más tus caprichos y tus vaivenes. Que tu amor pendular no es tal amor pendular, ese que a veces te da felicidad y otras no, sino que es una mierda pinchada en un palo que a veces salpica y otras, sencillamente, no te mancha. Y en eso consiste lo mejor de ti: en las veces en que no haces daño.

Que me tienes hasta las narices con tus celos y tus tonterías, mona, que te vayas a paseo con tus cambios de humor constantes y con tu felicidad sobrevenida y con tus depresiones deprimentes que nadie se atreve a curar, porque haces daño y porque aburres a las ovejas con tu rollo insufrible de viuda desamparada.

Que a mí, por mucho que te empeñes, me gusta más hacer el amor que follar, que no me asustan las palabras, pero no me subyugan, como a ti, porque sé de dónde vienen y lo que significan y me gustan para jugar con ellas, pero no para convertir mi existencia en una realidad estúpida que me haga más feliz.

Pienso, viuda Oaks, que deberías quererme por lo que soy, no por lo que me ajuste a tus caprichos, tus deseos y tus porquerías de alcoba. Me gusta que me la comas, claro, pero prefiero penetrarte el cerebro con mis ideas, a follarte los morros con mi cosa, y no todo tiene que ser un ritual. Me gusta hablar.

Pensaba todo eso, amiguitos, con toda la sinceridad de mi ser, con toda la honestidad y nobleza de mi alma, pero entonces ella me tumbó boca arriba y me recorrió de la cabeza a los pies con sus pezones mágicos entreteniéndose donde le gusta a la viuda Oaks entretenerse. Mi maltrecho pene, entonces, pasó a ser un monumento erecto a la desdicha del hombre cobarde, y se me olvidó todo lo malo que tiene la viuda Oaks y me acordé de lo bien que hace algunas cosas y ella misma me recordó que aún había cosas que no me había enseñado y yo, oh, mundo cruel, me callé y me dejé hacer.

La verdad, la pura verdad, es que no puedo dejar de complacer a la viuda Oaks. Que complacerla es lo más placentero del mundo, desde el primer día en que, tumbados en alfombra, ella me dijo recitando, de forma retorcida y abiertamente calentorra, el estribillo de la canción que sonaba entonces, y la que ilustra musicalmente este post:

- Por favor, compláceme, oh, sí... como yo te complazco a ti.

Y bueno, yo lo hice.




ACTUALIZACIÓN

Muchas personas, envidiosas, todas ellas, me acusan de ser un fanfarrón y un bocazas, pero traigo aquí la prueba que desmiente a todos los maldicientes. Una revista de gran rigor intelectual indagó mi opinión, como hombre versado en estos asuntos, sobre los aparatos alargadores de pene (aparatos que yo no necesito, faltaría más) y no sólo la publicó acompañada de una foto "robada", sino que hizo públicas mis palabras bajo el epígrafe de "El rincón del experto", dando así autoridad nominal a la que, de por sí , emana de mis siempre sabias palabras. He aquí el documento:



ACTUALIZACIÓN 2.0

El gran comentarista Un Fósforo, también conocido como Fosfous, FossMan o, más recientemente The Foss, se tira el rollo y al ruedo de los blogueros, y abre lo que tiene toda la pinta de ser un estupendo blog: The Foss Revenge

Se estrena con un desternillante relato que sólo desluce la presencia fugaz de un músico inútil que aconsejo a todo el mundo: Vida y milagros de John Mac Enrrow. Parte 1.

¡¡Animo, Fosss!!

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Listening to: BSO Subway - It's only mistery
via FoxyTunes