Stay around
Yo tenía a The Shadows por ese grupo instrumental fabuloso que empezó acompañando al horterilla de Cliff Richard y que luego surgió con fuerza propia. Son famosos los pasitos de los Shadows, su corrección instrumental y tal, pero, ¿cantaban? Sí, yo tenía idea de que alguna vocecilla se oía en sus discos, de vez en cuando, pero una día, MiJoe, el mítico bajista de Los Ciclones, me trajo un disco de ellos, The Shadows: vocals, una recopilación de sus mejores temas cantados. Descubrí entonces a un grupo vocalmente fabuloso, a la altura de los Hollies, o los Beatles, en cuanto a riqueza, pero con un estilo que remite más a los Everly Brothers o al Du-duá de los 50. Magníficos, en serio. Si os gusta la música de los primeros 60, con sabor a los 50, este disco es imprescindible. Este tema es un chute de be-bop que de tanto hacerme mover la cabeza, consigue desenroscármela y hacer que baile sola. La he grabado con batería programada, aunque, ya os digo, que voy adelantando con la batería normal y de aquí a no mucho, subo un tema en el que toque la batería de verdad (cortesía de Wilco, claro). Además, bajo y tres guitarras eléctricas. Y 4 voces, claro. A ver si os gusta, buena gente. Me gustaría dedicarle este tema a mi amigo Goliardo, que sé que le encanta la buena música clásica y que se llevará una sorpresa al verse dedicado y linkeado. Le gusta este tipo de música, pero eso no quiere decir que le guste mi forma de cantarlo, porque siempre me critica que destroce los clásicos. Te jodes, Goli. Un abrazo.
Bájatelo aquí, si quieres:
Ya lo sé: seguramente es porque no se ha pintado y bla, bla... pero Flavia está preciosa recién levantada, y no tendría que esconder al mundo sus maravillosos ojos sonrientes detrás de esas gafas tan grandes. Es gracioso cuando se mete en el coche, ese coche tan grande, porque, vista desde atrás, parece que no hay nadie al volante. Y vista desde un lado, a veces, parece una niña pequeña con licencia para conducir.
A Flavia le acompaña todo el día la sensación de que alguien la vigila pero su psicólogo, un valenciano listillo que, como si fuera cantante, tiene nombre artístico, Yamb Ra, dice que no se coma el coco, que eso podría derivar en paranoia, manía persecutoria, o algo, y su marido le dice que es normal, es una mujer muy atractiva y los hombres la miran, él lo ha observado. Total, que después de dejar a los niños en el cole y a su marido en la oficina, Flavia, mirada, pasa por El Santo Ángel, la cafetería que hay junto al Mercadona, a tomar un café y echar un vistazo al periódico, esperando a que abran el Mercadona, para hacer la compra del día. Lee el periódico de forma golfa, empezando por la columna de la contraportada, donde sueña con ver su firma un día, continuando ávidamente por las páginas de televisión; a continuación, lee sonreídamente los anuncios de contactos y, finalmente, pizquea un poco en las páginas de opinión, segura de que ella lo hubiera escrito mejor.
Toma una mediana, con leche templada, y esa taza de café es la cuarta del día. A saber: al levantarse (café recalentado del día anterior), que es la taza que pulsa el “on” de su sitema nervioso, cognitivo y vital. La segunda es la primera que se sirve al salir el café del día, justo antes de despertar a todo el mundo para que desayunen. La tercera, mientras decide ante el armario qué es lo que va a ponerse esa mañana. Y la cuarta, pues eso, la del Santo Ángel que, Flavia lo admite abiertamente, es la mejor de todas.
Flavia sonríe al barman al salir y le deja una caída de ojos de propina y el barman la ve salir comiéndola con los ojos porque, desde hace 6 años, los mismos que hace desde que Flavia se mudó a ese barrio, está silenciosamente enamorado de ella.
Entra en Mercadona y coge un cesto con ruedas y recorre lánguidamente los pasillos pasando sus dedos por los lineales como si quisiera leer en braille los precios (y si yo fuera precio, me encantaría que me leyeran así) y elige los productos que va a llevarse ese día. Son pocos , porque es mujer de compra diaria, pero hay cosas que se hacen todos los días. Una de ellas es comprobar si al fin, la gerencia de Mercadona ha subsanado su error más imperdonable: no tienen PepsiMax. No se explica esta laguna (¡abismo!) en un surtido, por otra parte, tan bien elaborado como el de Mercadona y todos los días, sin falta, se pasea por la sección de refrescos, a ver si al fin, se han dado cuenta. Pero nada.
La falta de PepsiMax ofertada en los pasillos de Mercadona, provoca que, al menos, una vez a la semana, Flavia pase por Caprabo, un super más moderno, sí, pero sin productos Hacendado, Bosque Verde y DeliPlus, el punto fuerte de Mercadona.
Flavia trabaja en casa. Dibuja instrucciones para los montables de Ikea, o sea que si tenéis quejas de que, a veces, los tornillos gäastadh no se diferencian demasiado de los pasadores hormmickle, ya sabéis a quién reclamar. Flavia es quien los dibuja. Su despacho es muy luminoso. En realidad, es el porche de su casa, que ha cubierto con un gran ventanal, así que una de las paredes del despacho, la que da a la calle, es un enorme y grueso cristal. Flavia vive en una adorable casita (un adosado) de Peteneras, el nuevo barrio alto de Alicante. Es una manzana dedicada solo a esas diez casitas. La parte delantera de la misma, es un agradabilísimo parque por el que pasean abueletes por las mañanas y niños con niñeras sudamericanas por las tardes y Flavia se pasa horas mirando mientras intenta concentrarse en el endiablado diseño del tirafondos vôorstagg y en desde qué perspectiva dibujarlo para que se entienda todo bien.
Flavia tiene un precioso equipo macintosh de enorme monitor que no termina de dar la espalda del todo al ventanal, por lo que, si te acercas, desde determinados ángulos, puedes verla trabajar.
Antes de trabajar, abre el iTunes y pone en marcha la reproducción aleatoria, mira el correo, un par de periódicos digitales, repasa unos cuantos blogs, sube su propio post (una foto robada de alguna persona anónima de la calle de esa mañana y escribe una ficha totalmente inventada sobre esa persona) y se dispone a trabajar.
Sobre las once de la mañana, llega el cartero y ella, pacientemente, se levanta a abrirle la puerta todos los días, aunque le tiene dicho que no se moleste en darle en mano las cartas, que las puede dejar en el buzón. Pero le resulta familiar el cartero y le abre y le sonríe todas las mañanas y a lo mejor un día le invita a que le acompañe con el quinto o el sexto café...
Hacia las doce saluda al abuelete que pasea con el andador y a su fornido acompañante, una especie de celador de hospital cuya misión es sujetar el esqueleto frágil y grandote del abuelete. Hay algo raro en la cara del cuidador, algo extraño y agradable, al mismo tiempo, algo confiable y atractivo en su brutalidad, que hace que Flavia espere todos los días a que pase ante su casa y, con la excusa de saludar al abuelo, mire hechizada la espalda fuerte y el pecho ancho del cuidador.
Todo esto ha terminado hoy, Flavia, cuando he entrado en tu casa y te has dado cuenta de que yo, la voz en off de esta vida tuya, soy el barman que te pone el cuarto café, el cartero que te lleva las cartas a casa, el cuidador del abuelete enorme y quebradizo y la presencia que te observa siempre desde hace seis largos años.
Hoy, definitivamente, y para siempre, me he metido en tu casa y en tu cabeza.
Hoy, puedo decirlo con orgullo: por fin, Flavia, estás loca, completamente loca por mí.
Esta es un regalito extra, porque estaba a huevo.
Si no funciona el reproductor, cosa cada vez más habitual, bájatela, porque mola: