viernes, febrero 29, 2008

june se va; vuelve el ciclón

The last thing on my mind

"No pude amarte mejor, y no quise ser descortés, ya sabes que eso es lo último que se pasaría por mi cabeza" Esta maravillosa canción country es un clásico de esos que hacen estremecerse a las masas de la América profunda cuando la escuchan bien interpretada en un concierto. Si no conoces una buena versión y sólo escuchas esta, te extrañará, porque claro, este pollo soy yo, pero te aseguro que la canción es un bombón. Hay infinidad de versiones de esta canción y aunque hay algunas verdaderamente notables, como la de Joan Baez, John Denver, José Feliciano o la de sus majestades Peter, Paul and Mary, para mí la versión fetén, la que te hace cagarte encima, es la de The Seekers. En esta versión mía parto de su arreglo y lo fundo con mi mundo, menos country y un poco más pop. La canción lo aguanta todo y, nada, a ver si te gusta. Es una hermosísima canción de adiós y perdón, así que ya sabes, June: adiós y perdona, nena.
Si eso, la pillas aquí:

(june)

Detrás de la puerta que solías abrirme, June, había un par de zapatillas y un batín de terciopelo que siempre me llamó la atención. En los días de frío, preferí no preguntar y, tras hacerte a un lado para dejarme el paso franco, sencillamente, me hizo bien ponerme esas prendas al traspasar el umbral de tu casa y eso me ayudó a sentirme cómodo. Es curioso, pero tanto el batín como las zapatillas me sentaban bien, eran, como si dijéramos, de mi talla, y eso me hizo pensar en que, caray, me conocías pefectamente.

Nadie te conoce, June, y puede que yo menos que nadie, pero lo que me fastidia de todo esto es que no he sabido explicarle a nadie lo sublime que eres, que nadie se haya dado cuenta de lo que a mí no me costó nada entender. Me refiero a lo maravillosa que eres. Después de pensarlo y darle vueltas al asunto, mi diosa caída, todo lo que he podido concluir es una disyuntiva modesta; vamos, que puede que sea por dos cosas. Que yo no sea tan listo como creo que soy o que tú no seas, en realidad, tan sublime como yo creo.

Si observas, mi querida luna colgada del cielo, lo que digo, en la ecuación que expresa mis dudas, hay un término constante e indefinido que es “lo que yo creo”. Es constante, claro, pero no es invariable, porque, tú lo sabes, soy un veleta, y no pienso lo mismo de las mismas cosas, mi opinión cambia, evoluciona. La tuya no, por cierto, pendula, lo que es más desconcertante todavía.

Hace poco, espoleado por esperanzas descerebradas y autoinmunes, volví a entrar en tu casa, ya sabes, aun sin tu permiso, pero sin tu prohibición, lo cual es un matiz importante, y al mirar detrás de la puerta, vi que no estaba el batín. Ni las zapatillas. Como tu casa, al menos para mí, últimamente, era un sitio inhóspito y ciertamente frío (ya no me ofrecías ni café ni ese delicioso escabeche), dudé en entrar y pasar frío, pero me pudo la curiosidad por saber qué había sido del batín y quise saber si es que lo habías echado a lavar, o cambiado de sitio, o algo por el estilo.

Avancé, rodeando la mesa y evitando la escalera que hay frente a la puerta y, en tu sofá, vi a otro tipo llevando mi batín y mis zapatillas. ¿Entiendes? Dentro de lo equivocado que estaba, mi luna ribereña, estaba ese error: pensaba que eran mías. Luego me fijé en aquel tipo. Era más delgado que yo, cosa bastante fácil, por cierto ( a pesar de los 10 kilos perdidos en las últimas 6 semanas, dicho sea de paso) y más alto; sus pies eran pequeños, sin embargo, no calzaba mi 44 sino un 40 como mucho; y , sin embargo, tanto las zapatillas como el batín le sentaban de puta madre. Como sé hacerme invisible, me acerqué a él tanto que me dieron ganas de matarle, pero me contuve y sencillamente metí un dedo en el bolsillo donde un día, cuando creía mía esa prenda, dejé caer una púa Jim Dunlop, modelo USA NYLON, gris, de 60 Mantón de Manila, para ver si ese era, a pesar del cambio de talla, mi batín. Y allí estaba la púa.

Entonces entendí todo más o menos perfectamente. Ese batín no era mío, claro, ni esas zapatillas; aunque eran los mismos que yo había usado. Simplemente, tienes esa virtud: sabes hacer que los que se acercan a ti se sientan bien; la otra lectura, la que entonces preferí no hacer, y hoy es inevitable, es la de pensar que lo único que realmente te importa es que haya alguien, quien sea, dentro de ese batín. Y que yo fui, simplemente, uno más de los que se lo puso. Y aquí terminamos, me temo. Con esta epifanía liberadora, con esta caída del caballo suave y reveladora. Es como un despertar, June, y ver que te vas. Me gustaría que me hubieras dado un beso antes de irte, y me hubieras dicho adiós, en lugar de robarme los donuts, pedir un taxi en voz baja y largarte a hurtadillas antes de que salga el sol.

La luna, al reflejarse en el río, pierde su magia y se hace como de flan. Y si das un golpe en la superficie, se borrará. Así de sencillo. Así de triste.

(el ciclón)

Pero hay muchas noches sin luna. En realidad, a mucha gente le da igual que haya luna o no la haya, y se pasan días y días sin mirar al cielo de noche y a quién le importa eso en realidad.

June se va, pero las previsiones meteorológicas dicen que el ciclón vuelve por donde solía: el jueves 6 de marzo, entre las 11 y media y las 12 de la noche, vuelve el Ciclón de Valdemorillo a su casa, el Plaza Mayor, de Villanueva de la Cañada, a cantar 25 o 30 canciones con todo el que le quiera escuchar. Seguramente no cantaré esta que cuelgo hoy, porque a nadie le gusta escuchar estas canciones salvo si las canta alguien verdaderamente notable. El rollo de la gente es dar palmas, cantar y divertirse y esta canción, y otras como esta no es divertida, ciertamente. A lo mejor, si convenzo a mis colegas, los Ciclones, de cantarla, nos oís haciendo voces con este tema (para ver el poster haz clic sobre él).

Me gustaría que los que podáis de entre vosotros, los que leéis estas cosas, os acercárais y compartiéramos un ratito agradable. Prometo invitar a una copa a todo el que se acerque y haga ademán de ayudarme a recoger el equipo, una vez terminado el concierto, claro. Si alguien trata de recoger mientras estoy tocando, no voy a interpretarlo bien, me temo.

Venga, ¿os venís?

miércoles, febrero 20, 2008

el mensaje de karl

Put the message in the box

Un día, en 1990, estaba viendo un programa musical en TVE, uno cualquiera, de esos que había antes, y presentaron a World Party. Desde antes de que empezaran a tocar, cuando vi la pinta que tenía Karl Wallinger, esperando a que la gente dejase de aplaudir y empezara a sonar el play-back, pensé que me iba a gustar ese grupo. Era feo, tenía colgada una acústica y tocaba con la mano izquierda. Entonces empezó a sonar esta canción y me enamoré de ella. Siempre estuvo rondando mi cabeza, tanto que, creo que fue cuatro o cinco años después, el disco que la contenía, Goodbye Jumbo, fue mi primera compra por internet en Amazon.com, 25 dólares costaba, más 10 de envío. Me encanta la la melodía, el ritmo, la letra y el festival de coros haciendo "Aaahhh..." que hay en la canción. Y los Uuhh del final, también son divertidos. Es la segunda vez que grabo este tema, pero ahora lo he hecho con guitarras acústicas porque me apetecía ver cómo sonaba. El primer solo, el de la intro, suena raro, pero luego ese mismo riff, en la mitad y al final de la canción suena mejor. Bueno, si te gusta, y te diera por ahí, aquí puedes bajártelo:

No digo que sea la inquietud más importante de vuestras vidas, pero quizá os guste saber, acaso someramente, porqué Karl empezó a difundir el mensaje. Si así es, debéis seguir leyendo esta historia asombrosa sobre LA VERDAD.

En la radio del coche suena Put the message in the box, del Ciclón de Valdemorillo, un tema adecuado, piensa Karl. Como representante comercial de Nueva Revelación, Karl Ahvvera es un hombre pegado a la carretera. Conoce sus curvas, sus requiebros, sus baches y sus trampas aun antes de pasar por cada uno de sus accidentes y eventos. Karl se pasa el día al volante y la caja de madera que lleva en el asiento del copiloto contiene el mensaje que él, y nadie mejor que él, está difundiendo por el ancho mundo.

Desde sus días de carnicero en Hamburgo, a su actual status de viajante espiritual, el camino recorrido por Karl no ha sido precisamente uno de rosas. Llegó a Benidorm en agosto de 1980, a bordo del Audi de su padre, en compañía de otros dos teutones amigos, dispuestos a pasar unos días anegados en sangría, sol de mediodía, el baile de los pajaritos y toda la carne femenina que fueran capaces de conquistar. Y la paga extra de un carnicero en Hamburgo en 1980 daba para un tren de vida considerable en Benidorm. Habían oído historias extraordinarias a otros compatriotas sobre lo increíblemente barata que era una vida a base de alcohol, salchichas, sol y mujeres en España. Poco imaginaba el bueno de Karl que su viaje sería el más caro que alemán alguno pagó jamás por su estancia en España. Y es que al tercer día de pedo constante en Benidorm, a la salida de una discoteca, se cruzó con la sonrisa encantadora de una chica mediterránea de senos privativos, y se quedaron ambos mirándose. La chica se llamaba June y no lo sabía, pero estaba a punto de dejar de sufrir, para siempre los agobiantes celos de su novio, un italiano intolerable llamado Salvatore.

Salvatore había entrado en la discoteca a comprar tabaco en el guardarropa y le dijo a June que en seguida salía, que no se moviera de allí. Cuando salió vio que, en efecto, June no se había movido, pero hacía ojitos con un tipo absurdamente rubio. Salvatore se enfadó y, sin más ceremonias, cogió por los pelos a June y trató de llevársela de allí. Karl, pedo, pero digno, se puso en medio y le gritaba en alemán a un sorprendido Salvatore que soltara a la chica.

Salvatore, poco amigo de sutilezas, sacó una navaja y la empalmó de un movimiento sabio, rápido y atemorizador para cualquiera que no fuera un alemán estúpido, borracho, inmortal y enamorado. A Karl, efectivamente, la navaja súbitamente abierta delante de su nariz no le atemorizó, sino que aleteó sus letales y latentes conocimientos de artes marciales y encadenó, con inusitada rapidez, una serie combinada de golpes con pies y manos que acabó en menos de medio minuto con la vida fanfarrona y prescindible de Salvatore Puccini.

Karl cumplió 20 años de condena en el penal de North Wallinger (Albacete) y allí aprendió, además de hablar un español bastante potable, lo mucho que al español le gustan las supersticiones y los mensajes trascendentes. Vio que cualquiera estaba dispuesto a creer lo que fuera con tal de que: 1) le quitara problemas interpretativos sobre la vida en general, 2) halagara su ego de alguna forma, haciéndole sentirse especial y 3) diese la impresión de que para ello se necesitaba mucho dinero, aunque no le costara gran cosa, en realidad.

No referiré aquí las circunstancias de su vida a la sombra, pero bastará a saber que no murió, claro, y que las visicitudes que allí pasó, transformaron su cabecita forever (si a alguien, por alguna oscura razón, le gustan los dramas carcelarios, les aconsejo la sección Penitenciarios de Alto Consuelo, el blog en el que Buch trata de redimirse de su maldad esencial y de la envidia que le da que yo sea mejor que él en todo) y pasó, de ser un alemanote simplón, brutal y ceporrín, a ser un alemanillo fino y sinvergüenza, con una capacidad ilimitada para timar al personal. La cárcel cumplió su cometido: se regeneró y ya no había miedo de que te partiera las piernas: ahora sencillamente, te vaciaba la cuenta corriente.

Karl era grandote. Y la cárcel, Buch lo sabe, enfatiza y remarca los rasgos de la gente; el que entra pareciendo un pillo, sale con pinta de hijoputa y el que, como Karl, entra pareciendo un alemán bobote, sale con pinta de pirado, como de iluminado. Karl era grandote, decía hace unas líneas, y con ese aspecto, no le fue fácil encontrar trabajo. Ni fácil ni difícil: no lo encontró.

No se desanimó. Al contrario: se desanimó. Porque, como todo el mundo sabe, “se desanimó” es lo contrario de “no se desanimó”. Parece un sofisma, pero no lo es, queridos alevines de genios, aprendices de seres iluminados, protosabios, es matemática pura, filosofía cartesiana elemental, vamos hombre, no me hagan explicarlo, que cada curso que pasa, ustedes, mis queridos alumnos, son más inmaduros que los del año anterior.

Desanimado, pues, como un alemán al que eso de estar animado o no estarlo le afecta de manera esencialmente anímica, un día cualquiera entró en un bar de un pueblo pequeñito de Albacete; allí, escuchando los acordes perezosos del jazz de Lérida, un jazz bastante mierdoso, en realidad, un camarero se aburría mirando a sus escasos clientes: tres viejos que jugaban al dominó y un hombre lleno de esperanzas que tomaba un anís en la barra; Karl entró, estaba diciendo, y, al ver el otrora alegre Buzón de Sugerencias (una vieja idea del dueño para animar el cotarro en su local que, como tantas otras, no funcionó) bastante oxidado y lleno de polvo, formuló al barman la pregunta que cambiaría su vida:

- ¿Me da la llave, por favor? Me gustaría ver si hay alguna sugerencia para mí... – dijo con ingenuidad teutona

- No, hombre – respondió el barman -, es usted el que tiene que sugerir...

Esto sorprendió a Karl. Su limitada comprensión del español no incluía los matices ni el habla especulativa. Al oír de labios del barman (el jefe de ese sitio), que era él “el que tiene que sugerir” interpretó, exacta y literalmente, que él tenía esa obligación. Como si fuera una especie de peaje: en lugar de pagar entrada, haces una sugerencia; eso es lo que interpretó el bueno (tonto) de Karl.

- ¿Hay que sugerir sobre algún tema en particular? – inquirió, lleno de una enternecedora buena voluntad

- Sí, claro – le respondió el barman -, sobre el funcionamiento del bar, sobre lo que a usted le gustaría que cambiara aquí para que esto funcionase mejor...

Karl se sentó en un taburete de la barra, y pidió un boli y un café con hielo. Con caligrafía clara escribió en un papelito “Les sugiero que me contraten” y le dio el papelito al camarero. Éste lo leyó en voz alta y miró a Karl con dudas. Dudaba entre si le estaban tomando por idiota o por gilipollas y ninguna de las dos cosas le gustaba demasiado.

- Puedo trabajar en la barra, limpiar, en la cocina... hacer recados... acabo de salir de la cárcel y puedo hacer casi cualquier cosa...

Pero no funcionó. El barman pensó que trataba de tomarle el pelo y dijo que a él, Hervé Longfellow, un español de los de siempre, no le tomaba el pelo un francés ni de coña. Karl no se molestó en explicarle que no era francés, sino alemán, y salió del local pensando que a lo mejor, si vivía tres vidas era capaz de entender cómo funcionaba la cabeza de los españoles. Cogió la carretera que iba hacia el sur. A finales de septiembre, pensó, si vas andando, cuanto más al sur, tanto mejor. Apenas había salido del pueblo cuando un coche se detuvo a su lado: era el señor lleno de esperanzas que tomaba un anís en el bar, para quien la conversación de Karl y su peculiar entendimiento de la vida no habían pasado desapercibidos.

- ¿Busca trabajo?

- Claro... ¿se le ha pasado el enfado al camarero?

- ¿El camarero...? Qué va... yo le hablo de otra cosa, una verdadera oportunidad para labrarse un futuro, amigo. Por cierto, ¿sabe conducir...? Llevo unos cuantos anises encima...

Y así fue como Karl Ahvvera conoció a Fastidioso Florín, dueño de Nueva Revelación, y empezó a trabajar para él. El señor Florín le proporcionó la caja de madera donde estaban las biblias de su creencia, un coche de empresa y le dijo: ancha es Castilla.

Karl miró alrededor y, siendo consciente de la importancia y el peso que la historia haría recaer sobre su respuesta y la misma mirada que ahora estaba teniendo lugar, ratificó el pensamiento de don Fastidioso:

- Coño... es ancha de verdad...

Karl durmió esa primera noche en casa de Fastidioso Florín y se leyó la biblia de Nueva Revelación. La biblia era, en realidad, un folleto de 16 páginas. En él, de forma críptica, se advertía al lector de los oscuros tiempos de corrupción moral que se avecinaban. Nadie estaría a salvo de la serpiente malvada, de la ola infecta y supurante de mala baba que envolvería al mundo en poco tiempo. El señor Florín, inspirador de la biblia, sin embargo, no lo daba todo por perdido y abogaba por una salvación a través de la cocina. La verdad le había sido revelada entre fogones y él quería transmitir al mundo este insólito saber. En realidad, todo conducía a la última página del folleto-biblia, donde, en forma de número de teléfono, página web y cupón respuesta, se revelaba esa verdad. La gran verdad de la vida: comprar el robot de cocina Magic Kitchen, el electrodoméstico de moda en Estados Unidos, que en toda Europa se vendía por 259€, pero, asómbrense, Nueva Revelación le ofrece por tan solo 149€, regalando, además, accesorios, libros de recetas y regalos varios por valor de más de 200€ en total. Una especie de epifanía a través de la preparación de alimentos es lo que Nueva Revelación ofrecía al desnortado cliente.

- Usted quiere que venda Magic Kitchen – le dijo Karl a la mañana siguiente a Fastidioso Florín – y yo no soy buen vendedor; la gente no se fía de mí... ya vio lo que pasó en el bar.

Pero Fastidioso Forín lo sabía todo acerca de la televenta.

- No te preocupes. Tú sólo tienes que hacer que eres mudo y entregar el folleto a las amas de casa cuando sus maridos no estén en casa. La biblia se encargará de lo demás. Ten en cuenta que la ha escrito Wolffo, que es el mejor creativo de televenta que hay en Europa, ¿Sabes? En Estados Unidos le pagarían el triple que yo, pero trabaja para mí porque es así de bobo, como tú. Limítate, Karl, a llevar mi mensaje. El mensaje habla por sí solo.

Y Karl, simplemente, puso el mensaje en la caja. Metió la caja en el coche y condujo y condujo alrededor del mundo hasta que fue oído.

Esta es la historia del mensaje que Karl está transmitiendo al mundo. Si llama a tu puerta y no le reconoces, no seas borde, June. No te molestará ni un minuto. Déjale que no hable y que te enseñe las páginas de la biblia. Tienen bonitos colores , llamativas ilustraciones, esquemas clarificadores y alegres fotografías. Simplemente, sonríele un poco.

Karl encaja las sonrisas de forma formidable.

jueves, febrero 14, 2008

una más

Hymn to her (Himno a ella)


Esta canción de los Pretenders es una auténtica maravilla. Me encantan los Pretenders y Chrissie Hynde cantando me vuelve literalmente turulato. Es puro sexo y rock and roll. Es verdad, no es la muijer más agraciada del mundo y para mí, que me gustan los kilillos, es flaquísima, pero es verla con la guitarra y oír su voz, y darme los siete males. La deseo. Recuerdo cuando oí esta canción por vez primera, fue en un programa de televisión, estrenaban su video y casi me muero de la impresión. Chrissie metida en un abrigo de piel, mimosa, cantando estos preciosos versos... En fin, quiero dedicarle esta canción, con todo el cariño que soy capaz de emitir y transmitir cantando, a Morgana, una blogger amiga, una persona extraordinariamente sensible, bruja y de una bondad sencilla y clara. Sé que a ella le gustan muchísimo Pretenders, como a mí, pero también sé que le gusto yo y que me quiere y que, por eso, porque es buena y me quiere, me va a perdonar el atrevimiento de hacer esta maravillosa canción. Es por ti, Morganilla, ojalá te guste.

Casi lo olvido, se puede bajar aquí:


Hay una expresión, recurrente en mí: soy una más. Suelo decirla con una sonrisa que avisa a mi interlocutor de que estoy bromeando, pero el oyente avezado, el que no se queda en la superficie sabrá que no es tan broma.

No es extraño verme con mujeres, pero no en el papel de seductor, ni jugando al juego eterno del amor, sino compartiendo rol. El caso es que la vida, que nos pone a cada uno en nuestro sitio, a mí me ha puesto en el equipo de las mujeres y eso me hace sentirme desubicado muchas veces. Porque a ellas no suelo parecerles una más, claro. Fuera de sitio, sí, pero con la terrible certeza de que mi sitio no está tampoco del todo en el otro lado, en la otra acera.

Cuando digo que me han puesto en el equipo de las mujeres es completamente en serio: el mundo masculino me es cada vez más ajeno y extraño y no es que me sienta, es que estoy más cerca de las cosas y problemas de las mujeres. Pero con dos cojoncillos colgando, claro, y eso me hace ser raro.

No es una cuestión de sensibilidad, no me vengáis con esas, ni de lado femenino, ni de nada de eso; es una cuestión de que mi vida es más de mujer. Y las personas con las que trato, los problemas que tengo, las cosas que ocupan mi cabeza son más propias de mujeres que de hombres. A ver, no es que sean cosas de mujeres, sino que son cosas que, normalmente, hacen las mujeres.

Quiero decir que no soy feminista. Ponme una feminista delante y agárrame, porque me darán ganas de abofetearla por boba y por simple. Tampoco soy femenino. Ni amanerado ni nada de eso. Pero, creedme, mis sentimientos, mis reacciones, mis miedos, las cosas que me molestan o me agaradan son más comunes en las mujeres que en los hombres.

Soy, como muchas mujeres, amo de casa. Llevo mi casa, vamos. No es que esté especialmente orgulloso, porque lo hago bastante mal, en términos generales, pero bueno, es lo que hago. Quiero decir que hago una limpieza somera todos los días, me ocupo de que haya comida y productos de limpieza en casa, pienso en los menús diarios, limpio, cocino y plancho y me ocupo de ir con mis hijos al médico, de comprarles sus cosas y de regañarles y premiarles por tonterías y por cosas importantes; me levanto el primero en casa, a las seis de la mañana, y preparo el desayuno a mi familia, porque no me gusta que se vayan con un café solitario e indigesto, y la comida de Susana, que come en la oficina...

Como trabajo en casa, me refiero al trabajo por el que me pagan, estoy harto, como muchas mujeres, de las paredes que me guardan del frío y, a la vez, las amo más que a ninguna otra cosa. Porque son mías y yo las cuido y las limpio.

Voy a la compra todos los días, como muchas mujeres, (no me refiero a la compra enorme del hipermercado, que también la hago yo) y las personas con las que departo son las cajeras del súper, el carnicero y el frutero y el vigilante del día en mi urbanización y alguna otra ama de casa a la que doy la vez. Antes, cuando llegaba una señora y decía ¿quién es la última? yo me volvía y le decía, la última es esa señora, pero después de ella voy yo y luego, usted. Ahora cuando alguien pregunta que quién es la última, sencillamente digo servidora.

Como a muchas mujeres, el cuidar de los demás me ha llevado a descuidar a mi persona y ahora trato de arreglar el desaguisado que he cometido conmigo mismo. No tengo problemas de huesos, o musculares, como los machotes, sino dolores de cabeza, de pies y problemas de piel, ¿no es indignante?

No me hacen gracia, pero ninguna gracia, los chistes del tipo “este es un sitio para venir bien acompañado y, si no puede, venga con su señora”. Me indignan profundamente. Cuando veo a alguien estresado porque tiene muchos temas en el trabajo, me da la risa y le pregunto si quiere una sopa de fideos con tropezones. Y, hablando de comida, me fastidian los cocinillas, los que no saben ni cocer un huevo, los que para freir un filete dejan la cocina hecha una mierda, los que quitan lo blanco al jamón de york, los que presumen de conocimientos enólogos sin que yo les haya hecho nada, los que necesitan una receta hasta para echarle sal a un tomate, los que no felicitan al cocinero por lo bueno que está todo, los que son sinceros y te dicen que le falta sal, o que se te ha quemado la cebolla, los que hablan con la boca llena, los que esconden la mano debajo de la mesa para comer, los que sorben la sopa, los que comen con el torso desnudo, los que siempre saben dónde te ponen el mejor arroz o el mejor loquesea, los que no saben comprar comida y pillan siempre lo más caro porque será más caro por algo, y me fastidian los que me sacan de mis casillas.

Como les pasa a la mayoría de las mujeres, los hijos son cosa mía. Su ropa, sus cosas, sus problemas, sus horarios, lo que pueden y no pueden hacer, enseñarles a ser buenas personas, escucharles, no aguantarles a veces, jugar con ellos, enfadarme con ellos y soportarles cuando se ponen tristes, enfermos o coñazos. Y esta es otra tarea, como sólo saben muchas mujeres que no cuentan con ayuda para llevarla a cabo, agotadora.

Con todas estas cosas seguro que no os extraña que cuando hay una reunión familiar, normalmente, estoy más a gusto con las mujeres que con los hombres. Hace poco fui a casa de una cuñada. A pesar de que la conozco perfectamente y que siempre había sido todo normal, nada más llegar le dice a su marido que me lleve a jugar a la Wii, no sé qué coño de juego infernal. A su marido no es que le caiga mal (no lo sé, a lo mejor sí que le caigo mal), pero me conoce y no le apetece el plan de los hombres por un lado y las mujeres, por otro lado, preparan la cena. Porque yo nunca hago eso y se nos ve a los dos pasar un incomodísimo rato con la puta consola. Yo odio los jueguecitos, odio la compadrería y odio que nos dividan en hombres y mujeres. Me molesta profundamente.

Me cabreo cuando Susana no viene a comer y no me llama y ahí me tienes, indignada, esperando a que me dé una explicación.

Sé lo que pasa por tu cabeza, mujer, cuando tu marido no reconoce y desprecia (al no fijarse en él) tu trabajo en la casa. Sé lo que pasa cuando tu marido viene de trabajar fuera y todo lo que le apetece hacer es sentarse delante de la tele hasta que llegue el momento de irse a la cama. Sé cómo te sientes cuando él no se fija en ti, no te toca, no te acaricia, y no te dice lo guapa que estás, aunque tú sabes que no lo estás. Sé lo que es mirarse al espejo y encontrarse horrible, porque nadie a tu lado te dice lo guapa que eres. Sé lo que es esperar a que él venga y que aparezca con la lengua gorda y oliendo a whisky y sé cómo te sientes cuando, después de una semana dura de trabajo, él se va a divertirse con sus amigos, sus primos o sus hermanos, porque ni se le pasa por la cabeza que podíais ir a cenar juntos, o a bailar a tomar una copa. O a pasear. A hablar.

Sé como es eso y nadie me lo tiene que contar, porque es mi vida, tanto como la tuya. No tengo un lado femenino, no soy feminista ni sensible a los problemas de las mujeres: comparto algunos de ellos, pero también te digo: no te dejes engañar por mi palabrería, June, porque cuando menos lo esperes, cuando creas que me abrazas para consolarme, mis manos estarán explorando superficies tuyas que creías a salvo y estaré tratando de amarte. Porque puede que no puedas darme una vida en común de amor y dicha, pero puede que yo no lo quiera y que esta noche, sólo por esta noche, me apetezca sentir tu piel junto a la mía, meterme en ti hasta oírte gemir y ser, por unas horas, el caballero que no plancha y no cocina, sino el que fuma puros, va al fúbol y tira pedos y sus amigos le vitorean.

Estoy hecho un lío, June. A ti te fastidiaba que hiciera cosas tan poco masculinas, como planchar y eso. Pero, por otra parte, cuando algo que yo hacía te molestaba, me decías, claro, eres un hombre, qué vas a entender tú... Y es verdad, June, qué voy a entender yo, si sólo soy una más.

Feliz San Valentín a mis iguales, las mujeres que quieran celebrarlo.



WolffoMari





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Listening to: The Kinks - Love Me Till The Sun Shines (stereo)
via FoxyTunes

domingo, febrero 10, 2008

june: el principio

Lo que quieras oír


Los Pistones fue el gran grupo de pop de los primeros 80. Con más pegada que los Secretos, más inspiración y, claro, con más fragilidad, aún más, en su líder, el gran Richi, Ricardo Chirinos. No tuvieron una gran suerte comercial, pero dejaron un montón de canciones inolvidables, paradójicamente, olvidadas en un rincón y oscurecidas bajo la luz cegadora de su peor canción, El pistolero, que fue la que les dio un poco de dinerillo. Esta canción es, en mi opinión, su cénit creativo, y está inspirada en una obra de nosequién (es la típica cosa que el fantasma podría investigar) o en una actriz borracha o algo por el estilo. Me da igual, es una canción descomunal, enorme, una obra de arte del principio al fin. Estaba incluida en el magnífico LP Persecución, un álbum maravilloso que todo amante del buen pop-rock debería tener entre sus discos. Creo que en este disco es cuando empezó a participar el gran Ariel Rot, ex Tequila, en labores de producción y tocando guitarras. En esta canción, de hecho, hay un soberbio y precioso solo final de guitarra española, que me he ahorrado el bochorno de intentar reproducir, que juraría que lo toca Ariel, pero esas cosas, ya sabéis, preguntádselas al fantasma. Yo no sé buscar ese tipo de información y hablo de recuerdos, solo. En fin, el riff de guitarra, la frase musical que abre la canción es una maravilla, la melodía es preciosa, el ritmo, la inspiradísima letra... Para mí es de esas canciones que, por sí solas, se elevan a lo más alto y allí permanecen para siempre, por mucho que los destrozatemas habituales intentemos cargárnosla. Sobrevive a mi versión, claro, pero es que yo creo que sobreviviría a una versión de Enrique Iglesias o hasta de Loquillo. A ver si te gusta. Y, en caso afirmativo, puedes bajártela aquí:

Podéis creerme o no hacerlo, pero el día que conocí a June, el mundo pareció empezar a a arreglarse. Fue una impresión, como sabéis, porque el mundo sigue igual que entonces, solo que con algunos de sus mayores mendrugos aún más sueltecitos. Bueno, nos conocimos en una clínica privada, una de esas muy coqueta, dedicada a la maternidad, cerca de Marsella, y nada hacía presagiar lo que se nos venía encima.

El cómo llegamos allí el mismo día y en el mismo momento es fruto solo de la casualidad: las parejas de ambos eran amigos de Lady Sosa, la mujer de Douglas, el escultor, que acababa de dar a luz al primer (y único) hijo de la pareja.

Yo tenía mis reservas: Douglas podía ser un gran escultor, pero era un tío bastante pelma, dicho sea entre nosotros, y su mujer, Sosita, no sólo hacía honor a su nombre, sino que además era igual o más pesada que Doug. Pero Prístina, mi mujer en aquellos días, se veía obligada, en cierto modo, porque fueron amigas de adolescentes, del instituto, y tenían un pacto de esos que te crees que sólo suceden en las pelis, por el cual ambas serían las madrinas del primer hijo de la otra.

Así que hicimos las maletas para pasar un fin de semana largo (desde el miércoles, que yo esas cosas las estiro al máximo) en Marsella, en casa de mi amiga Mal Clementine, que tenía allí una escuela de Feng Shui, Tai Chi, Chop Suey, Yin Yang e interpretación de anagramas, enigmas, jeroglíficos y proverbios chinos. Y lo del masaje ese de la presión con los deditos. Eso también y, además, se le daba de fábula.

Mal nos recibió como ella lo hace siempre, con la sonrisa más luminosa que quepa en cara alguna. Imaginaos una mujer guapa, guapa con aspecto inteligente, digo, dadle unos brochazos de astucia, un velo apenas perceptible de tristeza y rematadlo todo con una mirada directa, limpia y sincera. Además de eso, claro, ojos, labios, pómulos, nariz, barbilla y mofletillos y tendréis la cara de Mal sonriendo y dándonos la bienvenida. Además, como tiene una ThermoMix, nos preparó una deliciosa crema de calabaza y una salsa de queso (siempre olvida que yo lo detesto) realmente apestosa, con un regusto a vestuario de marinería inaceptable. A Prístina, no obstante, le gustó y me dijeron lo que me dice todo el mundo: que si no sabes lo que te pierdes, que hay mil quesos distintos, que si no lo pruebas, no puedes decir que no te gusta... Y yo respondí lo de siempre: nunca me ha apetecido lo más mínimo comer mierda. Me basta su olor repulsivo y su aspecto pegajoso para saber que no me gustará no sólo masticarla, sino siquiera acercarla a mi cara. Y, por lo que a mí respecta, el queso es una diarrea especiada de leche mal digerida. No es más repugnante una deposición de, pongamos por caso, un Mitterand colítico, que un queso de Cabrales. Y es todo cuanto tengo que decir sobre este enojoso asunto.

Bueno, aunque intenté zafarme hasta el último momento de la visita social (mis relaciones con Prístina ya habían empezado a deteriorarse y una velada con una amiga suya del instituto recién parida no era mi ideal de plan apasionante), al final, transigí y acompañé a mi mujer a ver a la recién estrenada mamá. No me apetecía, entre otras cosas porque la verdad es que Douglas, además de ser pesado, que lo era, y a modo, me acobardaba un poco. Yo, en mis primeros pasos en el mundo del arte, me sentía acomplejado por su mundanismo y su grandeza. Es cierto que nunca he soportado a las personas que ahuecan la voz para oírse hablar y que se dan demasiada importancia a sí mismas, pero también lo es que yo reconozco a un artista en cuanto le veo. Y en Douglas había un artista de primera clase.

En fin, llegamos allí y junto a la parturienta, feliz con su pequeñajo dormido sobre su pecho, estaba Douglas, con aspecto aburrido y la pareja más inverosímil que he visto jamás. Él tenía pinta de idiota saludable: metro ochenta, atlético, piel bronceada, con gafitas enrolladas de cristales gruesos, pelo corto, pantalón pirata y zapatillas galácticas; ella, encantadora, claro, si era June... Mi June.

Me la presentaron y mi mundo se completó en ese momento. Nos dimos dos besos, pero no los dos besos de rigor, sus labios me besaron (no se limitó a poner la cara) cerca de la comisura de los míos, y sentí su aliento cálido mientras, levísimamente, su pecho rozaba el mío y su pelo me hacía cosquillas en la cara.

El idiota saludable me saludó con jovialidad de machito memo, apretándome la mano con su manaza y dándome una hostia en el hombro un poco más confiazuda de lo necesario. Al parecer, había sido amigo inseparable de Sosita en los días posteriores al instituto. Cuando mi mujer dejó el instituto y la ciudad para ir a estudiar Madrid, el idiota, que se llamaba Livingstone Soup’Ongo (como sopa de hongo, pero medio en inglés y hongo sin hache), ocupó el lugar de Prístina como mejor amiga de Sosita.

Saludamos a la madre, derrengada (Sosita quiso un parto natural, sin anestesias, ni epidural, ni nada), y ésta, orgullosa, nos mostró a la criatura. Sí, criatura es exactamente la palabra que quiero usar, porque decir bebé tendría cierto aire entrañable que quiero evitar, pues lo que nos mostraba Sosita, creedme, no era un bebé: era una criatura endemoniadamente fea.

Era alargado, como una salchicha fresca, con la piel de los miembros arrugados, como de reptil viejo; en la cabeza tenía una cresta genuina, que hacía recordar a un gallo enfermo; quiero decir que no era que tuviese en la parte superior unos pelitos, es que su cráneo hacía en esa zona unas protuberancias nada tranquilizadoras acerca de con la ayuda de quién había sido concebida la criatura. En cuanto al rostro, de color aceitunado, cetrino, era inenarrablemente desafortunado. Tenía todos los rasgos agrupados en el centro de la cara, dejando una gran superficie despejada alrededor. Los ojillos, permanecían obstinadamente cerrados, la nariz eran dos orificios supurantes practicados en mitad de la cara y la boca, de pitiminí, era entre repipi y remilgada. Además, para rematar la impresión, tenía el maxilar retraído y de un tamaño desproporcionadamente pequeño. El resultado era, en resumen, sumamente desdichado, recordaba vagamente a un galápago malencarado y todo el conjunto hacía caer a las personas sensibles (como June, como yo) en un estado de melancolía entre severo e irreversible.

Balbuceé un torpísimo qué gracioso y me excusé a los diez segundos. En esa época aún fumaba, Lucky Strike, por cierto, y salí al exterior a echarme un piti y a calmar mi acelerado e impresionado corazón. Al rato, mientras la nicotina hacía su trabajo y los aros de humo blanco azulado estallaban contra el cristal merced al impulso de mi boca de pez, apareció June.

- Hola, hombre del saco

- ¡Eh... vamos...! A ti te ha parecido tan feo como a mí, reconócelo

Se estableció una corriente de simpatía casi desde el primer minuto, pero con eso de venir a bromear acerca de mi reacción al ver al bebé, estaba seguro de que June no era como las demás mujeres que había conocido.

- He dejado a los tres viejos amigos contando batallitas...-hizo el gesto de meterse los dedos en la boca, como para vomitar- he tenido que huir.

- Sé a lo que te refieres... ¿un golpe de suerte? – le dije ofreciéndole un pitillo. No sé si pilláis el asunto en toda su grandeza.

- No, gracias, no fumo

- Yo sí... pero es por eso que dijo Mae West, creo: “hombre que no fuma, sabe a bebé”

- Ya... yo prefiero la otra frase, que no sé quién la dijo: “besar a un fumador es como chupar un cenicero usado”

- Tu marido fuma, le he visto el paquete de More.

- ¿Y quién te ha dicho que le beso?

- Nadie, solo lo he dado por sentado.

- Mal hecho, amigo, ¿por qué supones esas cosas?

- Porque no creo que haya nacido el hombre que, al lado de una mujer tan hermosa, no haga lo imposible por besarla todo el rato.

Hizo efecto, no creáis. Cambió no muy airosamente de tema, atropellándose, encantadoramente, ruborizando ligeramente su piel blanca. Me fijé en su ropa, tan sencilla. Llevaba unos vaqueros ajustados, unas deportivas blancas de velcro y una sudadera azul de la universidad de Los Angeles. Las letras UCLA estaban justo donde a mí me hubiera gustado estar, no sé si sabéis lo que quiero decir. El pelo lo llevaba recogido en una cola de caballo no demasiado severa, porque en las sienes, a ambos lados, tenía unos mechoncitos sueltos la mar de graciosos. La miré largo rato y contestaba tonterías, imagino, a las cosas que ella me decía. No recuerdo de qué hablábamos, pero en mi cabeza se fijó un punto de referencia, una idea recurrente: esa mujer tenía que ser mía.

Volvimos a la habitación y yo he de decir que, justo al dejarle franco el paso de la puerta para que entrara ella en primer lugar, reparé en el trasero de June por vez primera: para morirse. He visto, tocado, mordido y probado toda clase de culos y hacedme caso si os digo que era un gran ejemplar de culo. Amplio, firme, con su poquito de repisa, su forma de pera de Lérida bien cincelada y con esa tersura que uno piensa que si da una toba la carne temblará como un flan durante un minuto entero. Iba tan atontado mirándola, que no me di cuenta de que ella se detenía y choqué con ella y fue el choque más dulce que podáis imaginar.

De vuelta en la habitación me tocó hablar con Douglas y me sucedió una cosa curiosa. Él estaba contándome su rutina de trabajo, un tema que puede estar, perfectamente, entre los diez más aburridos del mundo, podéis apostar lo que queráis, que si se levantaba y se tomaba unos cereales con fibra, que si no se quitaba el pijama si no tenía que salir... y en estas, veo que, desde detrás. June empieza a hacerme gestos, como si se quitara el sombrero y empieza a vocalizar algo. Imaginaos la escena, un tío pesadísimo contando cosas sin ningún interés, pero al que debes hacer caso por cortesía y, detrás, arrebatadoramente guapa, una mujer diciéndote cosas que, seguro, son mucho más interesantes que la vida entera del puto escultor. Yo asentía a Doug, pero no podía dejar a mirar a June que, evidentemente, trataba de contarme algo de lo que no quería que Douglas se enterase. Una especie de secreto, Nuestro primer secreto, entendedme.

- ¿Sabes? Creo que el clima de Marsella es perfecto para esculpir... tiene una cualidad especial y el barro seca de una manera diferente... A mí me gusta, no obstante, antes de plantearme qué voya hacer, a dónde quiero llegar, ¿entiendes? No se trata de qué, sino de por qué...

Habla y habla sin parar y June empieza a alternar el gesto de ponerse y quitarse el sombrero con el de señalar a Douglas y tirarse del pelo y entonces, un poquito más tarde de lo que me hubiera gustado, lo entiendo: me está diciendo que Douglas lleva bisoñé. A mí me parecía que tenía un peinado raro, como antiguo, y cuando, gracias a la observadora June descubro que no es que sea raro, sino que es un peluquín espantoso, muy pedestre, de un negro intenso y antinatural. Entonces ya sí que no me entero de lo que cuenta. Mi cerebro sólo interpreta las señales que mis ojos le mandan y se fijan con atención en ese nacimiento brusco, opaco y pasa como en las pelis antiguas cuando salía un espiral, esa es la sensación que tengo yo: delante de mí está Douglas, el artista pelmazo, y me habla de sus rutinas, pero en mi cabeza sólo está el peluquín, desprovisto ya de su dueño, incluso, flotando en una nada absoluta y adquiriendo vida propia; una vida depredadora que amenaza con devorarme, cuando alguien me saca de mi ensoñación tirándome del brazo y haciéndome una desconcertante pregunta:

- ¿Qué te parece? ¿Lo hacemos?

Quien así me habla es Prístina, mi mujer, que espera una respuesta. Paseo la cabeza por la estancia del hospital y todos parecen pendientes de lo que yo tengo que decir. Sonrío bobaliconamente, porque no sé de qué va todo esto, pero acabo diciendo lo de siempre:

- Vale, por mí, de acuerdo.

Al final, no era tan grave. Resulta que estábamos quedando en vernos por la noche en L’hummanité, un bar de la playa, regido por un español amigo mío, que se llama Fosfous, en el que toco la guitarra un par de veces al año. El plan es, al parecer, que vaya a hablar con Fosfous y que le diga que me deje tocar unos temitas y que nos reserve una buena mesa, para cenar después.

Lo hago y Fosfous, como siempre, se muestra encantador: nos prepara una mesa genial y una cena para decir dos rosarios completos seguidos. Podéis imaginaros lo que pasó: le dediqué el miniconcierto entero a June, sin palabras innecesarias, sin tonterías: solo mirándola y sintiéndome mirado por ella. Sabiendo que antes de saberlo, la amaba ya. Sabiéndome querido y deseado por ella. Y no era la erótica del artista, aunque no niego que eso sucede, hasta a artistas tan mediocres como yo, era una corriente subterránea sólo perceptible por nosotros dos, pero tan clarividente que no había lugar a interpretaciones: nos hicimos el amor sin que nadie, al principio, ni siquiera nosotros, se diera cuenta de lo que estaba sucediendo.

Después, en la cena hablamos y reímos mucho. Livingstone y Prístina, menos, porque los chistes sobre poetas no les hacían gracia, las anécdotas sobre poetas no les resultaban interesantes y les aburría la poesía de repente, arte en el que June era maestra y yo me defendía. Improvisamos, en apenas un minuto, unos alejandrinos divertidísimos sobre las manchas en las camisas de los camareros que ni Prístina ni Livingstone parecieron apreciar.

Intercambiamos las direcciones de nuestros blogs y correo electrónico y nos fuimos cada uno al sitio donde dormíamos. Ellos a su hotel, y nosotros a casa de Mal. Prístina se fue a la cama temprano y me quedé parloteando con Mal hasta tarde. Le conté lo que había pasado esa noche y, llegado un cierto momento, me dijo que se me notaba que no me apetecía nada hablar con ella y que estaba deseando que me dejase solo para ver si ella se conectaba al mesenger.

- ¿De verdad se me nota?

- Muchísimo. Ten cuidado.

Me dio un beso, me deseó suerte, buenas noches y conecté mi portátil, ávido de noticias, a ver si encontraba a June, o un mensaje de June, o lo que fuera. Nada. Terrible desilusión... pero me rehíce; al fin y al cabo, no habíamos dicho que haríamos nada esa noche. Sólo que yo estaba tan ansioso por enganchar con June, que imaginaba que a ella debía pasarle lo mismo.

Agregué a June (luna_junera@hotmail.com) a mis contactos y empecé a escribirle una carta. Digo bien: empecé. Porque la empecé y la borré mil veces. No encontraba el tono. Estaba ya desesperado, iba a cerrar la sesión, cuando me llega la confirmación de aceptación de June. Se me abre la ventanita:

June dice:
hola, Wolffo golfo, ¿qué haces levantado a estas horas? Algo malo, seguro...

Wolffo dice:
hola, guapa...

Wolffo dice:
qué va... estaba aullando a la luna, a ver si alguna dama venía a consolarme...

June dice:
consolarte? y por qué habría de hacerlo? es que has caído en desdicha, caballero golfo?

Wolffo dice:
ya lo creo... esta noche he conocido a una mujer increíble...

June dice:
Hmmm, parece interesante...

Wolffo dice:
Y tanto... es la mujer más guapa que he conocido en mi vida

June dice:
no exageráis, caballero?

Y así estuvimos hasta las 6 de la mañana. No sé si os pasado a vosotros. Encontrar a alguien con quien se podría estar chateando toda la vida. Riéndote, llorando, discutiendo, abriendo tu corazón, cerrando tus ojos... Esa fue una de esas noches.

Los dos brillantes, seductores, olvidando el mundo y tratando de hechizar al otro. A ratos serios, a ratos payasos; sublimes minutos seguidos de charla intrascendente y vital; éramos recatados y osados, picantes y dulces, sensibles y desalmadamente sexuales. Una noche que atravesó los estados de ánimo para instalarse para siempre en mi recuerdo como la noche en que me enamoré de la mujer de mi vida.

Esa noche empezó todo.

Este post no tiene final, ni bueno ni malo, porque es sólo el principio. El caso es que llevo mucho tiempo hablándoos de June y quería que supiérais cómo nos conocimos, en qué circunstancias y bajo qué cielo. Disculpadme si ha salido demasiado largo, pero algunas cosas son así. Uno no puede contarlas más cortitas. Uno no puede estar pendiente, todo el rato, de lo que los demás quieran oír.

Ni siquiera, June, de lo que tú, amor mío, quieras oír.



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Listening to: Kinks - Money & Corruption - I am Your Man
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miércoles, febrero 06, 2008

cuando él no esté

Feel a whole lot better

Este tema de los Byrds se lo debo al bajista de los Ciclones, MiJoe, que me lo presentó un día de enero. Eso tenemos en común, a ambos nos gustan los clásicos americanos con voces, con un leve toque country y los Byrds eran maestros en esos. Este tema es de Gene Clark y es uno de mis preferidos de toda la vida desde hace 3 semanas. Hay una versión muy buena de Tom Petty y otra magnífica de Wolffo, el ciclón de Valdemorillo. Esta, la buena-buena, está tocada solo con guitarras acústicas, batería y bajo, pero ojo, hay tres guitarras haciendo diabluras y tres voces y luego una cuarta pàra darle color al asunto. Me encanta esta canción y además, ahora que he afinado correctamente mi guitarra de 12 cuerdas, estoy contentísimo con ella. Y con buen humor y una de 12 cuerdas, o tocas una de los Byrds, o es que eres gilipollas. ¿Te mola? Pues bájatela aquí:


Mi amiga, esa a la que le gusto yo por la única razón de que me llamo Sabino Joaquínez, es una mujer a la que deberías conocer, June. A veces, hemos hablado tan adentro, tan desde el fondo de su alma y la mía, que me daba miedo el día que la conozca en carne mortal, porque será como saludar a alguien que lo sabe todo de mí, excepto qué aspecto tengo.

Conozco a mucha gente en la calle y en internet y siempre interpreto mi papel; los de aquí ya me conocéis, ese fanfarrón un poco bocazas, pero entrañable, a veces, y otras insoportablemente pedante y casi siempre despistado. En lo que los internautas llaman la vida real soy un hombre tímido, cariñoso, educado y a veces un poco pelmazo, aburriente, más que aburrido, porque yo lo paso bien, pero no estoy seguro de que eso le suceda a los que están a mi alrededor.

Delante de mi amiga Moor Ris, pues sí, amigos, se trata de ella, sin embargo, no interpretaba papel alguno y, cágate, lorito, le caí bien, no me detesta ni nada. Esto es extraordinario, porque debéis saber una cosa acerca de mí: no hay quien me aguante, soy famoso por ser bastante imbécil y cuando me pongo nervioso, que es muchas veces, me vuelvo más imbécil todavía.

Hoy mi amiga está lejos de mí. La vida, ya sabéis; pero me ha llamado esta tarde y me ha despertado de mi siesta acompañada de Doctor en Alaska.

- Hola, Sabino, soy Moor.. (hala, ya le he pillado frito...)

- Hoooola, nena... (¿quién coño eres...?)

- ¿Estabas durmiendo?

- No, que va... (jodeeer..., si es Moor Ris...) Estaba ordenando unos papeles...

Me ha contado, después de perdonarme, sin decírmelo, que no admitiera que estaba como una marmota, que ya no va a venir más a Roma.

Se me olvidaba. Vivo en Roma, en mitad de la Piazza del Pomodoro, una plaza sin ninguna gracia, en un suburbio con menos gracia todavía. Ella, Moor Ris, es de Nápoles, que es una ciudad que se parece muchísimo a Barcelona, pero más en plan italiano, no sé si pilláis el matiz.

El caso es que Moor Ris solía venir a Roma muchísimas veces, y siempre quedábamos en vernos la vez siguiente que viniera, pero todas las veces siguientes fueron como la anterior y no llegamos a vernos. Tenía un novio en Roma, vamos no un novio, un noviete, pero ese noviete se enfadaba con Moor Ris cuando venía a Roma a verle y le decía que si no le importaba que iba a quedar conmigo. Le montaba numeritos y ella, bueno, con tal de no pelearse, le aguantaba.

Vale, diréis: más tonta es ella por permitir que un gil le imponga esas cosas, pero la cosa no es tan sencilla. Debéis saber otra cosa, aparte de que yo soy bastante imbécil: ella es preciosa. Es preciosa con sus gafitas, su flequillo rubio, sus chanclas de colores y los deditos de sus pies todos pintaditos, vamos las uñas, solo; es preciosa cuando se quita el sujetador y es preciosa cuando se pone el jersey de ochos, y cuando te dice, vale, Sabino, ¿quieres contarme qué es lo que pasa, en realidad? Y tú, que estabas en plan latin lover, pues dejas de hacer el indio y vas y le cuentas lo que te pasa. En eso se parece a otra amiga mía, Mal Clementine, de la que os hablo otro día, si se tercia. Pero que sepas, Mal, que te quiero mucho.-

El caso es que me dice Moor Ris que ya no va a venir a Roma nunca más... bueno, nunca no, por ahora, porque ha roto con su noviete y ya no va a venir a pasear conmigo por Roma en mi Vespa, que es algo que le apetece muchísimo desde que vio Caro Diario, de Nani Moretti, y yo la entiendo, porque es buenísimo. Es buenísimo vespear en Roma y el capítulo primero de Caro Diario, ambas cosas lo son.

Me dice que lleva tres días intentando hablar con el susodicho y que no le contesta a las llamadas, ni a los sms’s ni al mail. Que qué se ha creído y todo eso tan gracioso que decís muchas veces las mujeres. No te enfades, June, tú siempre explicabas mis cosas malas, con un “claro, eres hombre, qué vas a entender tú...”, y tienes que reconocer que las mujeres sois muy divertidas cuando os ofenden el orgullo. Bueno, en ese plan de yo valgo mucho más y todo eso.

Y yo, colega, callado.

Empieza a decirme que si no contesta, que si no se pone, es por que se huele que ella quiere dejarle y no tiene huevos para aguantarlo.

Le aconsejo que pase de él, que si ya está en ese plan nada bueno va a pasar a partir de ese momento. Si no fuera por cierto detalle, cualquiera diría, “pero, vamos, hombre... ¿qué dice este insensato de Sabino?”.

Ella llora un poco.

No me gusta verla llorar y pido al cielo que perdone por hacerla llorar.

Tú no estás haciéndome llorar, Sabino, sólo me estás escuchando...

¿Y tú cómo sabes que yo estaba en plan perdona?

Porque te oigo cuando piensas

No me jodas, Moor Ris...

A veces. A veces, me pasa, sé lo que piensas, te oigo en mi cabeza...

Y entonces yo empiezo a intentar poner la mente en blanco, porque no quiero pensar en lo único que me ronda la cabeza desde hace tres días.

(Lo que me ronda por la cabeza desde hace tres días

Salgo a la calle y, al salir de clase, me paso por el MedioMetro, el bar de Rocco, me pido una cerveza y unos calamares a la madrileña y a mi lado está un tipo con pinta de ser mala persona, de esos que te cuentan su vida sin que les hayas hecho nada; me la cuenta sin que pueda hacer nada por evitarlo, pues los calamares están demasiado calientes para tomárselos deprisa y demasiado buenos como para dejarlos en la barra, y resulta que me cuenta que tiene una novia española que vive en Nápoles y que la pobre está loquita por él, pero que él, en su alma más profunda es homosexual y que lo que quiere es que le acompañe a casa a ver unos videos grecorromanos y yo le sigo la corriente y cuando estoy en su casa me pone los videos y, la verdad, me ha engañado, porque los de la peli que me pone, que son todos muy atléticos y cariñosos, tienen aspecto como se suevos, de teutones, ¿sabes? Y cuando estamos viendo la película, cuyo argumento no alcanzo a comprender en su significado más profundo, me da un beso. No es un beso de amigo, o de primo, o en plan padre-hijo, es un beso de noviete. Me resultan extraños los labios de un hombre y el hecho que me dé esos lengüetazos. Sabe a cerveza y a otro sabor que no distingo, pero que a lo mejor es que sabe a hombre, y hazte una idea, mientras pienso todo esto, el tío está en plan morreo total y a mí no es que me guste o no, es que me tiene sorprendido la experiencia, lo distinto que es besar a una mujer y lo pesadito que está con la lengua, va a encontrar restos de calamares, me temo, como siga por ese camino; total que le aparto y le pido que me deje levantarme y no sé cómo sucede, ni qué es exactamente lo que hago, pero cuando me voy de allí, el tipo está en el suelo, más muerto de lo que le conviene a cualquiera que quiera disfrutar la vida, con lo que es la cara y el resto de la cabeza en bastante mal estado. En fin, eso, que parece ser que he matado a este tío)

No sé si habéis intentado poner la mente en blanco, pero os digo una cosa: no lo intentéis, porque, en sí mismo, es una parida y metafísicamente imposible, a no ser que seas alguien tipo un romano cabrón que tiene una novieta espaola que vive en Nápòles, o sea, que estés fiambre.

Bueno, Sabi, ¿qué hago? Porque, ¿sabes? Tengo la sensación de que no puedo seguir con él y de que , probablemente, me sentiré muchísimo mejor cuando no esté.

¿De verdad sientes eso?

De verdad. Sabes, de hecho, sólo pensarlo me hace sentirme mejor. Es raro, Sabino.

¿Raro?

Sí, es raro. Empiezo a sentirme mejor. Mucho mejor.

Ya, y yo...


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Listening to: Nacha Pop - Miedo al Terror
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lunes, febrero 04, 2008

de lobos y gacelas (aullidos en fa sostenido menor)

Como un animal



Esta canción de Gabinte Caligari, me enganchó desde el principio. Me parece verdaderamente inspirada. Gabinete Caligari me gustó muchísimo desde Golpes, en ese primer single compartido con Parálisis Permanente. GC era un grupo de canciones, un grupo que hacía buenos temas, sin pensar demasiado, como otros muchos grupos, en qué pensaría la gente de ellas. Sus canciones, como muchas de Radio Futura, respiraban inteligencia, ideas propias y haber pasado por las aulas. Comparad un texto de Gabinete Caligari con uno cualquiera de Mecano, o de La Oreja de Van Gogh, y sabréis a qué me refiero. Esta es una versión bastante fiel al original, porque me encantan los arreglos originales: las tres guitarras, el bajo, el ritmillo... me encanta la letra y la forma en que don Jaime la cantaba, asunto este en el que patino yo, lo sé, pero ahí lo dejo, para que las alimañas se diviertan un poco. Como un animal. ¿No es precioso?
Puedes bajarla aquí, si te hace:
Lo cierto, June, es que ando buscándote. Troto con mi hocico pegado al suelo, buscando como un loco tus feromonas. Sé, lo sé, mi querida June, que no es así como funciona, que tú debes liberarlas y yo, sin quererlo, debo captarlas y pelearme con la manada por el derecho a aparearme contigo. Mas desde que sé de tu existencia, desde que te vi en el valle, no pienso en otra cosa.

Reconozco que eres un bombón: eres grácil, bella suave y saltarina... y no puedo evitar quererte. Ahora me apetece corretear por las praderas y los valles a tu lado; solo pienso en estar juntos y beber, uno al lado del otro, el agua fresca y clara del nacimiento del río; sueño con tender trampas a los conejitos solo por el placer de verlos correr aterrorizados; me encantaría que me acompañaras en mis correrías y que fuéramos juntos a reírnos del bobo del perro pastor y sus ínfulas de rey de la manada de ovejas...; me encantaría, June, que cazáramos juntos... pero ahora, cuando me acerco a ti a sotavento y te veo de cerca, junto a tus iguales, cuando veo tus preciosos cuartos traseros, tu lomo suave y moteado, tu cuello largo y tus pies ligeros... cuando te veo elegir los brotes más tiernos con tu sexy lengüecita áspera, me apetece montarte, claro, pero también partirte la espalda de una dentellada; hincar mis fauces en tus muslitos; vaciar tus entrañas humeantes de un brutal y definitivo mordisco y enseñar a mi prole la mejor forma de comerte, de masticar tu carne tierna y firme, aromatizada con el tomillo y el romero de estas montañas... Estás para comerte, June.

Tú caminas con la cabeza alta y yo, ya te digo, con el hocico pegado al suelo. Tú vives en manada y yo soy un solitario; tú eres bella y yo brutal. Eres gacela y yo soy un lobo, no hay historia de amor más imposible.

Y sé, porque estas cosas se saben, que podríamos ser, tú y yo, una singular pareja. Te miro pastar, June, y te juro que me vuelvo loco.

¿Es malo querer devorarte? Siento esa necesidad. Sentir tu sangre caliente en mi gaznate, apagar tu último aliento mordiendo tu cuello o aprisionando tu morrito de gacela ilustrada.

Soy un lobo. Un zoquete carnívoro que miente para saciar sus instintos. Un ciego impulsivo que ya nunca dejará de desearte, aunque te juro que, ya jamás, tratará de matarte. Eso sí, mi preciosa comehierbas, te acosaré de lejos, sin aterrorizar a tu manada, ni a ti, porque me gusta todo de ti, excepto cuando te sientes acosada y huyes soltando improperios que, más que de gacela, son propios de hipopótama malcriada, o de buitresa solterona.

Y así, te veo, June, y sé que tú me sabes mirándote, porque te gusta jugar conmigo y comprobar el poder que ejerces sobre mí; sé que me viste la semana pasada en el discurso de la vieja tortuga, la que se hace pasar por gato (pero nadie tan tozudo puede ser felino, ¿verdad?) y que me has visto en mi peor versión, perdiendo los papeles y sin atreverme a perderlos del todo, dando dentelladas y no sabiendo recibirlas... Ahora bien, mi querida y saltarina June, no te acerques demasiado, porque tu carne es demasiado deseable para mí, ya me conoces: ronronearía con voz ronca y dulce tu nombre; haría que te confiaras, te lamería el cuello y el lomo, rozaría mis flancos contigo y, cuando más embelesada estuvieras, mi amada June, mis mortales mandíbulas se cerrarían sobre tu frágil espinazo para devorarte en una comilona sexual y atropellada.

Ahora trato de seguir, June. Intento arreglar las cosas en mi cueva. Dejar de ser un solitario y hacer que la vida me sonría más allá de los sueños.

De sueños yo sé mucho, June. Y una de las cosas que sé de los sueños es que sueños son, que jamás se cumplen, pero, también, que a un lobo como yo le es imposible vivir sin ellos. Por eso sueño y te invito, constantemente, a vivir esos sueños conmigo. Porque en mi vida ya no estás. Pero no he sido capaz de echarte de mis sueños y, pertinazmente, apareces en ellos, y me sonríes y me dices palabras que yo no me atrevería a pronunciar, de puro bellas, y me rozas y me amas.... hasta que despierto.

Entonces, ya despierto, en mitad de la noche, es cuando subo a este risco, porque sé que tú puedes verme, recortado mi perfil contra la luna, estiro mi cuello de macho poderoso y aúllo a la luna esta carta de amor.

Besos, June, de tu

Wolffo.



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Listening to: Slogan - TORRES DE viento
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viernes, febrero 01, 2008

con la iglesia hemos topado (un post impopular)

Mi parroquia era San Dámaso. La sede de San Dámaso no era una iglesia. Era un sótano malamente acondicionado como capilla para celebrar misas. Recuerdo que la recaudación del primer domingo de cada mes, de cuando pasaban el cepillo, se destinaba a la construcción del nuevo templo. Era bastante triste ir a misa allí, la verdad y yo pensaba que podían dedicarle a eso más domingos. El sótano tenía unas ventanucas, tragaluces, más bien, practicados en la parte alta de las paredes que daban al jardín donde jugábamos al fútbol los chicos. Era un sitio oscuro y triste, porque estabas en misa y estabas oyendo a tus amigos jugar al fútbol... pero cuando yo era un niño, no había discusión, se iba a misa y punto.

En San Dámaso había tres sacerdotes. El párroco, una especie de funcionario eclesial triste y gris; el Bonzo, una especie de buda enorme de piel abombada y tersa, bien alimentado (como un cura) y de papada prominente y como si estuviese rellena de foie; y el Ciego o, según Luis Bona (saludos cordiales), el Santo. El Ciego era alto, con el pelo negro racheado de canas y Luis decía “ese hombre es un santo”. Según me parecía a mí, lo que pasaba es que, de los tres, era el único que creía en Dios.

Yo iba a misa, cuando no podía librarme, el domingo a las 8. Antes, el partido de liga televisado era los domingos a esa hora y el Bonzo era especialmente breve en esa convocatoria. En menos de veinte minutos había concluido la misa y hasta la semana que viene, que yo me voy a ver el fútbol.

Lo que más me gustaba de todo aquello, era ir a misa con mis amigos e intentar aguantar la risa, cosa, como bien sabe todo el que lo ha intentado, harto difícil. A veces, nos situábamos junto a los confesionarios e intentábamos oír alguna confesión, especialmente de las chicas, pero nunca oímos nada sobresaliente; aunque más de una vez contamos mentiras a los amigos sobre lo que habíamos oído. Corrían mitos (leyendas urbanas lo llaman ahora) como el de la chica que empezaba a contar lo que había hecho con su novio y el cura le pedía más detalles y se le oía –al cura- acelerar su respiración y gemir y todo ese rollo... como los mitos sobre la yumbina en las fiestas, o su sucedáneo pobretón: las aspirinas disueltas en Cocacola.

Mis padres, que eran, como muchos padres de entonces, muy religiosos, en una época, y hartos del poco fervor cristiano del trío calavera de San Dámaso, decidieron ir los domingos a la iglesia que había en Félix Boix. Esa sí tenía templo, unos curas más creyentes y unas misas de una hora que eran insufribles. La primera vez que me llevaron, me pasé la misa entera intercambiando miraditas con una chica rubia de mi edad (unos trece o catorce años) que iba con su hermana. Fijaos: recuerdo su melena y su culo, amplio, y castigado en unos vaqueros de una talla menor de lo aconsejable, pero no recuerdo su cara. Y recuerdo su melena y su culo, porque, a partir del domingo siguiente, me ponía detrás de ella y jugaba con mis dedos en su melena y, cuando íbamos a comulgar, iba todo el pasillo central tocándole el culo. Ella se ponía a andar y se paraba de repente y yo chocaba con ella y entrábamos en contacto. Tal era mi fervor.

De todos modos, aguanté así un mes. Ni siquiera el premio de tocar un culo y restregarme ligeramente con una rubia culoncilla a la que le gustaba tanto como a mí el asunto, podéis creerme, pagaba el hecho que hubiera que aguantar una hora de coñazo y, menos aún, soportar una de las peores cosas que mis oídos oyeron jamás sobre la tierra: el típico grupito de jóvenes cristianos bien peinados que tocaban la guitarra y la pandereta y profanaban “Help!”, ese himno de terror al éxito, cantando: “Santo, santo... santo, santo... santo es el señor (lleeenoos estaaan...) llenosestánelcieloytierradetuamoooor”

Volví a San Dámaso y a sus 20 minutitos cortos de misa acelerada. Y eso, siempre que no pudiera saltármela, claro, que era lo más normal.

Estudié en un colegio militar, mucho menos estricto en sus normas de lo que la gente piensa (aunque reconozco que había cosas pintorescas), en el que había que ir a misa, a la hora del recreo, el primer viernes de cada mes. Esa misa era un coñazo, claro, pero tenía el premio de que se terminaba cantando la Salve Marinera, que es un himno precioso, que siempre me ha gustado muchísimo y que, reíros, me sigue haciendo llorar.

Bueno, atravesé, después de hacer la confirmación, una época beata, en la que iba a misa a todos los días, buscando algo que, evidentemente, no encontré y, poco a poco, fui alejándome de la iglesia. Pasando, paulatinamente, de no practicar a no creer, y a pensar que todo lo que suena a religión es pura superstición y el consuelo simplista de quien no quiere entender que la vida es un regalo y la muerte, el fin de ese regalo. De quien no entiende la vida. De quien no entiende la muerte.

No creo en dios. No creo en la vida trascendente. No creo que haya vida después de la vida y no me interesa, en abosoluto, la vida espiritual basada en supersticiones y juegos maniqueos de bien y mal.

Esa es mi postura.

Pero hay una cosa que no aguanto: es el anticlericalismo. La postura simplona del que condena a la iglesia por los pecados de su pasado y no reconoce sus aciertos ni lo mucho que ha hecho por nuestra civilización. La del ciego que no es capaz de ver que los crímenes que la Inquisición (que de santa tenía más bien poco) cometió a lo largo de toda su tenebrosa historia, son ínfimos, comparados con los que cometieron algunos de los más reputados reyes europeos en un solo reinado. Los que, por un puñado de pervertidos pederastas que sí, eran curas, condenan a toda la iglesia. Y ven a esos pocos, y les señalan con el dedo, les sacan a la plaza pública todo lo que pueden, pero no ven los miles y miles de religiosos que sacrifican sus vidas por los más desfavorecidos. A los que hablan del dineral que hay en el Vaticano, pero no ven los millones que hacen falta para mantener un vastísimo patrimonio cultural y una labor humanitaria ingente.

En serio, yo voy a misa y alucino con todo eso que pasa: el cura vestido de lagarterana levantando la hostia y diciendo que es el cuerpo de un señor que, de haber existido, murió hace dos mil años y bebiendo su sangre (¡puaaaajjj...!) y todos repitiendo sus mantras a la vez y levantándose y arrodillándose y cantando como brotes de olivo o qué alegría cuando me dijeeeroooon vamos a la casa del señooooor...

Si los obispos aconsejan a sus fieles la castidad para frenar la proliferación de enfermedades de transmisión sexual o los embarazos no deseados, se monta un gran escándalo.

Ahora, los obispos, que son los cabezas de huevo de este invento, van y dicen a sus fieles lo que ellos aconsejan que deberían tener en cuenta a la hora de votar y todo el mundo pone el grito en el cielo. Si es la UGT quien habla, nadie se escandaliza. Y eso que un sindicato de clase, como la UGT o CCOO es una cosa más superada que las friegas con linimento sloan. Por favor...

No me gusta la iglesia universal de lo políticamente correcto. Esa en la que, o comulgas con ruedas de molino, o estás fuera. Esa que nos dice cómo tenemos que pensar y cómo tenemos que reaccionar ante los estímulos. Esa en la que, si sugieres no estar en contra de una intervención militar, es que estás “a favor de la guerra”. Si te parece equivocado que a la unión civil entre personas del mismo sexo se le llame matrimonio, es que eres un homófobo. Si se te ocurre dudar del cambio climático o se que, de existir éste, sea causado por la acción depredadora y malvada del capitalismo, eres un monstruo neoliberal. Si estás en contra del canon digital es que no estás a favor de la cultura. Si no te ríes con un señor que no tiene gracia, pero es tetrapléjico y dice sus gracias desde una silla de ruedas, eres un fascista. Si la globalización te parece un fenómeno positivo, es que no tienes corazón. Si no odias a Israel y Estados Unidos es que eres un imperialista. Si no votas, no puedes protestar...

Y esta es la iglesia en la que vivimos hoy; una iglesia civil y ciudadana, cuya religión es el pensamiento único de lo políticamente correcto y con la que algunos, unos pocos, al parecer, nos sentimos ahogados y no comulgamos en absoluto.

Por eso me da la risa cuando la gente se escandaliza con la iglesia porque aconseje a sus fieles lo que deberían hacer. Al fin y al cabo, la iglesia es un club en el que entras, si quieres. La otra iglesia, la del pensamiento único, es obligatoria.

Y a mí, qué quieres, llámame fascista, neoliberal, insolidario, o lo que quieras, pero lo que de verdad me gusta, es ir por libre.

Y así me va...



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Listening to: Mozart - Cuarteto nº 17 K 458 - 2. Andante cantabile
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