Cuando llego al lugar de los hechos, me oprime el terrible silencio que allí se percibe. En la habitación, en medio de un charco de sangre, junto a una silla caída, en mitad de todo, yace, ya sin vida. Soy un buen poli y sé cómo hay que actuar. Entro, recojo la cámara que hay en el suelo, que aún está grabando, y sujeta al trípode, buenas cámaras, las bluesky, coño, aprieto el stop y, a continuación, me dispongo a ver la grabación.
En la imagen, se ve a una mujer sentada en una silla (la misma silla que está en el suelo) con expresión aterrorizada. Está atada y amordazada con cinta americana. Se oye a un hombre que habla, fuera de imagen.
“... seguramente hoy, June, te parecerá mentira, pero has de saber que intercambiamos, entre unas cosas y otras, 523 mensajes de correo electrónico. El primero y el último son míos. En ellos me has dicho que me quieres, que me odias, que me deseas y me detestas, que soy el hombre de tu vida y que soy un gilipollas; me has deseado suerte, buenos días y buenas noches, felices sueños, que me muera, que me maten y que me den. Me has escrito las palabras más dulces, las que sólo tú eres capaz de decir, con tu inmenso talento y sensibilidad, y las más hirientes, las que sólo tú eres capaz de decir, con tu inmenso talento y sensibilidad.”
Entra en plano, de espaldas, el hombre que habla. Solo vemos parte de su espalda, que ocupa el tercio izquierdo de la pantalla.
“No he dormido, ¿sabes? Me pasé la noche leyendo nuestras cartas y reconstruyendo mi año de amor. Porque eso es lo que ha sido para mí, June. Es posible que ahora haya terminado, que ya no te ame, pero
Ahora, el hombre que habla ha cogido una silla y se sienta frente a la mujer. Está sentado con las manos cogidas, entre las piernas y ligeramente echado hacia delante.
“Leerte, y leer las cosas que nos escribíamos ha sido aleccionador, además de hermoso y doloroso, a partes iguales. Con la perspectiva que da el alejamiento, veo que los dos estábamos hambrientos, solos, juguetones y necesitados del otro. Los dos, June, éramos los dos, ambos tejimos una red de caza de la que el otro no pudiera escapar. Es verdad que yo era más cabezota, más insistente y evidente, pero tú, nena... tú eras sutil, subterránea y nunca, nunca... abandonaste el papel que te habías asignado en la comedia.
El hombre que habla se echa hacia atrás, como relajándose, y vemos que en su mano tiene una Luger clásica, con la que gesticula inocentemente mientras habla; la sensación es como de un profesor que divaga frente a sus alumnos con las gafas en la mano.
“Eras tan provocativa... tan distinta de todas las mujeres que yo había conocido... Además, claro, de tu talento. De que eras una poetisa de verdad, una hacedora de versos letales para mi espíritu impresionable; una escritora llena de erotismo en sus lineas y en su linea vital. Antes de conocerte, ya te deseaba. Antes de mirate por vez primera, antes de tocarte, antes de saber que existías como mujer, eras ya el amor de mi vida, el huracán que devastó mi corazón sin dejar en pie nada. Sólo existía para ti.
Ahora, el hombre que habla vuelve a echarse hacia delante y utiliza
“Conocerte fue un shock. Un acontecimiento que se escapaba de mi entendimiento, de mi medida, porque no sabía que podían existir mujeres así. Así de guapas (el cañón de
Al decir esto último se levanta, desparaece de cuadro y vuelve a aparecer con una guitarra y le canta una cación. Esta.
Ahora la apoya entre los ojos de la mujer.
“De eso va, nena. Va de que estoy cansado, June, muy, muy cansado de tanto dolor. No quiero vivir así, en el dolor. Es... ¿incómodo? Y sobre todo, doloroso. No quiero que me desprecies más. No soporto que me ignores. No te permito, en mi corazón, que no me correspondas... y mucho menos que ames, que intentes amar a otros. Que me sustituyas como quien cambia las pilas del consolador, June. Eso no se hace. Eso no te lo perdono. Y no es que crea que me perteneces, nena, no, qué va... Es que eres parte de mí. O mejor, somos la misma persona. Somos uno, June. Recuerda cómo era cuando nos fundimos. Nada había entre tú y yo. Éramos un único ser dichoso y mortal.
Ahora se levanta y sigue hablando, mientras pasea por la habitación y sigue disertando peripatéticamente
“No tenías derecho a esto, June. Éramos uno y tú no quisiste verlo, mala mujer. No quisiste, June, no me quisiste como yo a ti y ahora lo sé. Y sé, también, que la única forma de solucionar este dilema monstruoso, esta proposición unívoca que te empeñas en separar, maldita June, es actuar con firmeza y sin miedo. Y la parte de mí, de nosotros, que quede libre, podrá seguir viviendo. Pero no así.”
El hombre que habla se pone tras la mujer, le tira de la coleta para que levante la cabeza y le apoya en la frente el cañón de
“Voy a matar este amor, June. Voya ahacer que no haya posibilidades de que crezca otra vez. No voy a permitir que un día te sientas simpática y me llames y vuelvas a engatusarme, hija de
Ahora el hombre, sin dejar de encañonar a la mujer con la mano izquierda, saca un cuchillo de su bota y rompe la cinta de las muñecas de la mujer, y la que sujeta a ésta a la silla, por la cintura.
“No te muevas ni un milímetro, June, no lo hagas más difícil... si no te mueves sé cómo hacer para que esto no duela, que no se sufra inútilmente... será solo un segundo, un disparo y ya...”
El hombre, sin dejar en ningún momento de encañonar la cabeza de la mujer, la rodea hasta ponerse en frente de ella
“Adiós, June. Has sido lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida”
Como siempre que oigo un tiro, pienso que el sonido del disparo es no es atronador, como en las películas. Es una especie de chasquido agudo y desagradable, que no da pistas sobre lo destructivo que es, sobre todo lo que es capaz de matar un solo disparo. Sale una enorme cantidad de sangre y masa cerebral cuando haces un disparo a quemarropa sobre una cabeza humana viva.
Se ve al hombre que habla tambalearse con la cabeza abierta del disparo y caer de frente a cámara. La cámara cae y ahora encuadra la puerta de la habitación, de costado. La mujer que estaba sentada aparece en cuadro, ahora, y va a salir por la puerta, corriendo, pero se detiene, se arranca la cinta y se queda mirando, horrorizada, la escena. Se agacha y desaparece del cuadro. Vuelve a aparecer, de espaldas, yéndose, con la pistola en la mano.
Después de 10 minutos de silencio, se ve algo que, hombre, tiene su gracia: yo mismo salgo en esta snuff movie, also starring, el detective Wolffo, podríamos decir. No llego a traspasar el marco de la puerta y me quedo mirando, imagino, al tipo que hay en el suelo, el desastre, como calibrándolo. Soy un buen poli, en serio, pero debéis saber una cosa: cuando veo un muerto, pongo cara de gilipollas.
-------------La canción, aquí:
Death of a clown, la muerte de un payaso, es una canción curiosa. La primera curiosidad que tiene es que, siendo de los Kinks, la compone y canta Dave Davies, el hermano pequeño, el de los coros por las nubes, el guitarrista incomprendido. Es una hermosísima canción, en su versión original, a la que le falta, tal vez, una variación, para ser sublime. Esto mío no es ni una versión. Bueno, tal vez sea una...snuff version, ¿no?
Listening to: The Kinks - Live Life
via FoxyTunes