lunes, noviembre 26, 2007

el amor de las estrellas; una historia para wendeling.

Starman

En 1972, Bowie, el gran Bowie pueblica el maravilloso Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars, un trabajo de esos que nos anuncian la llegada de un diosecillo talentoso al mundo del pop. Bowie es uno de esos hombres que me hacen dudar de mi masculinidad. Cuando le veo en la tele, en una foto, donde sea, no puedo dejar de mirarle. Me atrae terriblemente, me fascina visualmente. Aparte de eso, es un artista de los pies a la cabeza. El camaleón es el hombre moderno por excelencia de la segunda mitad del siglo XX, y el músico que más y mejor ha investigado, y encontrado, las fuentes de la modernidad. Esta canción es maravillosa, por mucho que yo me haya empeñado en fastidiarla con esta versión con sobrepeso. No os engañéis, es un sobrepeso causado por las toneladas de respeto, cariño y entusiasmo que me provocan la canción y su autor. Hay tres guitarras: acústica de 12 cuerdas (no me canso de ella), una eléctrica muy tratada, con flanger y otra distrosionada y pesada. El bajo delimita las fronteras de canción con un dibujo poderoso y andarín y la batería, en fin... hasta que no instale y aprenda a usar el regalo que me ha hecho el_Vania, estoy condenado a este sonido. Como soy yo, he convertido al canción, sobre todo la segunda mitad, en un festival de voces. Y en fin, no puedo dedicarla a nadie que no sepa todo lo que ocurre en las estrellas. Y esa persona es mi queridísima Wendeling, mi dulce maia, y, de paso, a sus dos preciosos soles, Esthel e Ithilien, quienes, Wen me lo ha contado, más de una vez han bailado con ella mis canciones. Va por vosotras, mis adorables maias. Espero que os guste.

Aquí puede bajarse la canción:



Nadie responde. Hay mucha gente alrededor, pero nadie parece entender lo que necesito. Necesito un hombre. Un hombre decidido que sepa mirar las estrellas, interpretar sus destellos y poner a mis pies sus augurios más poéticos. Necesito un hombre especial, al cabo y, ¿quién está a mi lado? ¡Wolffo! En fin...

Sé, por mis fuentes, que el contacto ha de verificarse en el tercer cuadrante, cuando Betelgesute se alinee con Riggel, el toro, y la línea imaginaria que une mis sueños y mis certezas sea apenas un hilo tembloroso.

Junto a mis hijas, maias menores para el mundo, y las más importantes en el mío, claro, miro al cielo nocturno del mediterráneo más occidental, cuando empieza a estrecharse. Esthel e Ithilien me miran inquietas mientras Wolffo, pesadísimo, no deja de asomarse a la ventana vigilando, con cara de fastidio porque lo único que le importa es que nos comamos el arroz en el momento justo en que él lo sirva, pero yo, Wendeling Wondelaia, la maia, hija de Wondelaia La Breve y de Prínciptus El Conciso no puedo estar a eso: mi labor es ordenar el cielo, nada menos, y necesito a un hombre, no a un tipo nervioso por que no me voy a comer el arroz caliente.

Mira las estrellas, Planeta Tierra, y date por servido. Tienes tu propia estrella calentando y llenando de vida tus entrañas y tus extrañas, tus adentros y tu superficie bebiendo, y me tienes a mí, interpretando el movimiento de los astros y esperando el advenimiento de Sommerset, el hombre definitivo. Esthel e Ithilien duermen bajo esa encina... parecen cansadas, pero no puedo evitar rellenar de vino rojo y vital el odre de mi cuerpo al verlas, hermosas, silenciosas y descansadas, en brazos de un sueño que sin duda necesitaban. Ya verás cuando le diga a Wolffo que se han quedado dormidas y que no van a probar su arroz.; se va a pillar un mosqueo...

Huele bien, la verdad; es una suerte tener un hombre que te cocine y te planche, aunque no lo haga del todo bien. Y que sea él el que se ocupe de que la nevera no se quede vacía y que piense en las comidas, aunque se ponga pesado. Ahora, que lo que sería la bomba atómica sería que además, conociese las estrellas, sus secretos y sus caprichos, como yo.

Mirando al cielo me pregunto cuándo vendrá ese hombre. El que sé que las estrellas me tienen destinado. Ese hombre justo, de corazón valiente y cariñoso con que toda mujer sueña. El hombre fuerte que me defienda del frío de la soledad; ese en cuyo abrazo me refugie las noches en que mi cuerpo necesite de su firmeza y sea capaz de sarisfacer mi apetito con entrega y sinceridad.

¡Hm...! Ahora se ha puesto a cantar... Starman, de David Bowie. Wolffo, a veces, tiene esos detalles: coge la guitarra y se pone a cantar en la habitación de al lado, pero yo sé, porque le conozco, que canta para mí. Se lo toma en serio, coge un papelito con la letra y me la canta sin decirme nada, pero pone el alma en cada nota: “there’s a staaarmaaan. waiting in the sky....” y casi le adoro cuando me hace esto. Aquí me tienes, mirando a las estrellas, esperando a mi hombre del espacio, con mis diosecillas dormidas al pie de una encina, el mediterráneo arrullándome y el cocinero cantándome El Hombre de las Estrellas.

Será, probablemente de estatura mediana. Estoy hablando del hombre que las estrellas me envíen. No me importaría que tuviera las orejas puntiagudas, como Mr. Spok, pero lo importante es que sepa quererme. Que me valore en lo que soy y por lo que soy. Quiero un hombre extraordinario. Para hombres vulgares, ya tengo al Wolffi... ¿ves?, ahora ha dejado de tocar, y espero que no sea... Sí, lo es. El sonido de la cisterna vaciándose es revelador. El hombre que las estrellas me traigan no cagará, con perdón. Será masculino, claro, pero no quiero que el amor se me caiga a los pies si entro en el baño después de él. Mi hombre se limitará, casi en exclusiva a quererme.

Ahora toca Space Oddity... Ground control to major Tom...” y pone esa voz de estar cantando en serio… A veces, cuando canta de coña, tiene gracia, pero es mucho más gracioso cuando canta en serio. Puedo ver su cabeza: está imaginándose en un local lleno de gente, que ha ido allí solo para escucharle. ¿Ves? Eso es lo que yo quiero. Quiero que mi hombre de las estrellas sepan mirar dentro de mi cabeza, que me penetre entre los ojos, que se meta tan dentro de mí que se adelante a mis deseos y caprichos...

Espera.

Mira.

Serpou, la estrella mensajera, me está haciendo señales. Dios mío, no lo puedo creer, es mi momento.

Esthel e Ithilien duermen y Wolffo sigue soñando con un auditorio imposible y nadie, excepto yo misma va a ver llegar a mihombre de las estrellas.

Un haz de luz, brillante, solitario y definitivo cae, perpendicular a mí, a sólo unos centímetros de mi cuerpo. El cielo se ha apagado y sóo existe este cilindro infinito que sube hasta las ahora escondidas estrellas.

Hay una especie de paquete regalo dentro del cilindro luminoso: me parece un poco cutre por parte de las estrellas, pero aún así, lo abro. Tiene una carta. Vamos a leerla.

“Querida Wendeling:

Tienes tu destino, el futuro que tanto has anhelado, en tus manos. Cuando termines de leer estas letras, abre el paquete y dentro verás la imagen de la persona que, desde siempre, y hasta el fin de los tiempos, va a estar cuidándote, queriéndote y entendiéndote.

Es una persona sensible, como tú. Alguien que sabe leer las estrellas y tus ojos: que te sabrá contenta, triste o nerviosa al mismo tiempo que tú te das cuenta. Que querrá a tus soles, Esthel e Ithilien, exactamente igual que los quieres tú.

Si eres justa con esa persona, dulce maia, jamás te decepcionará, porque la maldad no cabe en su corazón generoso y entregado y siempre podrás con ella.

Sencillamente piensa que puedes contar con muchas personas en tu vida, pero la imagen de la persona que veas en este paquete es la imagen de la única persona que jamás te abandonará. La única persona de la que nunca podrás prescindir.

Cuídala y aprende a quererla. Porque, te juro ,i dulce maia, que es la persona más extraordinaria que hay sobre la tierra. Todos los que la conocemos o la hemos tratado lo sabemos. Sólo necesitas darte cuenta tú también.

Ámala, Wen.”

Wendeling abrió el paquete y al mirar la imagen de la que hablaba la carta sonrió un poco cansada. Luego miró, alternativamente a sus hijas, a la casa y al cielo. Sonriendo todavía, dejó caer el paquete al suelo, despertó a sus hijas, y se reunieron con Wolffo para cenar arroz frío y feliz. Wendeling estaba invadida por una fuerza nueva y, al tiempo, conocida.

Porque lo que contenía el paquete era... un espejo.

miércoles, noviembre 21, 2007

la insostenible sostenibilidad de la sierra del sostén

Seven bridges road

Una canción asombrosa, sin duda. La escuché por primera vez viendo un DVD de Eagles que me grabó mi amigo y compañero Sergio. Es un tema que, por lo visto la banda usaba para calentar las voces. Es increíble verles, antes de salir a escena cómo cantan así, como sin darle importancia. En esta versioncita mía toco con mi guitarrita nueva y nada más. Sé que estoy un poco pesado con el asunto de las voces, pero... pero nada, estoy pesado porque, queridos y queridas, voy a daros una noticia: soy pesado. Qué le voy a hacer...

Una de las peores consecuencias del cambio climático era, para Jeremías Glande, que su querida Sierra del Sostén, ese lugar idílico, ese icono de la comarca del Obvio Pastor, ese paraje testigo de paseos y hazañas de sus abuelos y padres, y que él, en parte, en su primera juventud, pudo disfrutar, ya no podía ser visitado. No podía pasar el testigo a su hijo. La Sierra del Sostén es un paraje singular cuya viabilidad medioambiental está siendo fuertemente afectada por la acción del hombre. Y esto, amigos, es, a día de hoy, indudable.

Jeremías Glande es un hombre, curiosamente, resbaladizo y calvo como un chupa-chups, de verbo fácil y sobacos poblados; está muy comprometido con su comarca y le gusta más una cámara que tirarse de cabeza (fálica testa, a fe mía) al río River, el río de la comarca. Para ser más exactos en la descripción del Jere, diré que tirarse de cabeza al río le gusta bastante.

Preguntamos al señor Glande acerca de la situación de la Sierra a día de hoy.

“Llegas a la Sierra del Sostén, obligatoriamente, después de atravesar la carretera de los siete puentes, una absurda carretera que avanza en zig-zag a través del río River. El zig-zag no es por salvar los caprichos de la madre naturaleza, no creas, sino para calmar los caprichos de la Plataforma Salvemos la Sierra, el primer grupo de presión medioambiental que vino a amargar la vida de los Obvios Pastores con su monserga. Antes de que la Plataforma viniera a fastidiarnos, había un camino de tierra, bastante apañadito, en serio, que te llevaba del pueblo a la sierra en cinco minutos. Estos cabrones llegaron con la cosa de que la gente iba mucho por ahí con los coches y que lo mejor era poner un peaje. A todo el mundo le pareció una buena idea: el dinero que se recaudara del peaje se usaría para el mantenimiento de la Sierra y tal. Al final, los ecoloplastas hicieron su puentecito con su peaje; el ayuntamiento, que no iba a ser menos, hizo un segundo; el Consejo de la Comarca, otro; la delegación provincial, que veía que se quedaba sin rascar bola, el cuarto; el gobierno autonómico, el quinto; el ministerio de medio ambiente, el sexto y el Cifuentes, que es un espabilao, y dueño de la finca por la que se accede a la Sierra, hizo el suyo propio. El resultado: con tanto peaje, ni dios va a la sierra, claro, pero es que con tanto puente sobre el río, los peces han huído y esto se ha llenado de unos mejillones rarísimos y es que el río ni se ve...

“... Luego llegaron los de Grinpís. Esos son muy pesados, en serio. Hacen lo que ellos llaman “actuaciones” y están muy orgullosos de sus patochadas. Los de Grinpís, lo que pretendían era que se declarase la Sierra como Lugar Libre De Asesinos, y que fuera prohibida la caza. He de decir que aquí ni dios caza, a no ser el que va a buscar caracoles o ranas para los estofados. Pero eso a los tíos les da igual. Hicieron una sentada frente al ayuntamiento y la gente ni caso, tú. Imagínate: doce tipos con aspecto de venir directamente de los probadores de Springfield y Lefties, sentados en el suelo, sencillamente hablando. Entonces lo tíos llaman a sus amiguitos de las teles y a otros colegas para darle más saborcillo a la actuación y repiten al día siguiente, esta vez con un centenar de extras y unos 50 periodistas deseando filmar algo más que a los de siempre dando la murga. Sucede que claro, en un pueblo como este, 150 idiotas en la plaza, molestan. El Hilario va con su tractor a poner gasoil y no le dejan pasar los jipis. Entonces el tío, que no se para en barras, pasa por encima del Escarabajo de uno de Grinpís y ya está montada. Un poco de ruido y ya sabes, ahora la Sierra es un Lugar Libre De Asesinos y allí no va nadie, pero, sin embargo, tres jipis de Grinpís viven a cuerpo de rey vigilando que nadie cace en un sitio donde nadie ha cazado jamás. Deberías ver el chiringuito que tienen montado...

“... Defensa del Olmo Castellano fue la siguiente oenegé que vino aquí, con perdón, a dar por culo. En la Sierra del Sostén, de hecho, no hay Olmos, pero eso importa poco, ellos defienden a los olmos (¿¡de quién!?, me pregunto yo) sobre todo, pero también a las encinas, los pinos, y el abeto canadiense. Se inventaron nosequé historias sobre el pinar y salieron en la tele enseñando trozos de corteza perfectamente normales pero diciendo “el monte se muere” y eso basta. Ahora hay un refugio construido en la sierra donde cuatro “científicos” de Defensa Del Olmo Castellano viven como marajás.

“... Los Amigos del Buitre fueron los siguientes. Esta es una comarca con una cierta tradición ganadera... No es gran cosa y las explotaciones son pequeñitas, pero suficiente para abastecernos de carne y vender un poquito por ahí fuera. Todos lo hemos hecho: se nos muere una res y se va a la sierra y se despeña. Los buitres se la comen y todos tan contentos. En cuanto pusieron los siete peajes (es que, colega, son 7 peajes en un kilómetro, ¿quién quiere pagar eso?) dejaron de ir a la sierra. Era más sencillo, y barato, enterrarla. De modo que los buitres se estaban yendo. En lugar de facilitar las cosas, y dejar que los ganaderos puedan pasar gratis y deshacerse de las reses muertas como siempre se ha hecho, se monta otro chiringuito conservacionsita: el Hogar del Buitre, una siniestra granja que se abastece con carne que traen de una carnicería de Madrid, donde se pone de comer a los buitres en comederos a los que solo les falta una servilleta de hilo y un sumiller. ¿No es de locos...?

La cosa no termina ahí: hay un portentoso Laboratorio De Estudio De Las Costumbres Primaverales De Las Mariposas, otro micológico, especializado en la Seta Simegustas (lean Tierra, de Stefano Benni) un servicio de atención al montañero, una Delegación de la Consejería de Turismo y Medio Rural del Gobierno Regional, La Mesa para el Desarrollo de la Rana Común, 35 guardas de distintas administraciones... una locura.

“Ahora, si alguien intentara acabar con la vida en la Sierra del Sostén, sólo mataría ejemplares de una especie: la humana y en número de 150 cabezas. Hay más gente en la sierra cuidando de que no vaya gente, que en el pueblo.

Y no creas que era un sitio paradisíaco ni nada. Es un sitio bastante feo, en realidad, que recibe su nombre porque, de toda la vida, era allí a donde iban los jóvenes para tener un poco de intimidad y, a veces, te encontrabas un sujetador enredado en un arbusto. Un sostén que, por la noche, y con la excitación del momento, no se conseguía encontrar. Ni siquiera puede llamarse Sierra. Nunca fue un paraíso; pero ahora es un infierno. Y es que algunos hombres, cuando te quieren joder, son terribles, pero es peor, mucho peor, cuando te quieren defender.”

Plano de Jeremías Glande caminando por la carretera de los siete puentes. Se va haciendo pequeño según se aleja. Plano de atardecer, bastante cursi, mientras suena una canción de Eagles. Suena bastante bien, aunque no la cantan los Eagles, sino yo.

Ya ve siendo hora de terminar. Venga, un pis y a la cama.

Bonito culo, ¿no es así?


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Listening to: Chopin - Vals en do sostenido menor Op. 64 nº 2
via FoxyTunes

martes, noviembre 13, 2007

algunas voces lejanas

I feel fine (a capella)

Cantar a voces es lo mejor. Cuando se reúnen unos amigos entre los que se da la cosa de que a todos les gusta la música, les gusta cantar juntos y les apetece pasarlo bien, pasan estas cosas. Eso ocurrió el pasado sábado en casa: seis amigos y yo grabamos, sin más instrumento que la pandereta, esta divertidísima canción de los Beatles. La canción, la conoceréis todos, es un tema gigantesco de John Lennon, optimista y marchoso (aunque a nsotros nos salió un poco lenta) que resume en su estribillo lo que es la felicidad: Ella está enamorada de mí (o bien, yo estoy enamorado de ella...) y yo me siento bien. Así de sencillo. Es un tema magnífico para cantarlo y genial para escucharlo, pero pocas veces me lo he pasado tan bien haciendo música como el sábado pasado. Gracias Nacho, Nico, Jordi, Dúrex, Mistargüelo, Jotadé y Wolffo, o sea, yo, por una tarde inolvidable. Desde luego, no salió a la primera, pero debe ser la sexta o la séptima toma, no más... ojalá se transmita lo bien que lo pasamos grabándola.

Harrison Ford no es tan buen tipo como parece. En realidad, apenas sabe comportarse en sociedad. Es sorprendentemente apocado y su conversación es ridículamente escasa. Puede hablarte horas, eso sí, de la granja de pingüinos que su familia tiene al sur de la Argentina. Al parecer, crían pinguinos policía porque tienen una encima en los cojones que sirve para hacer una crema de manos muy buena. Por lo visto, la crema hidrata muchísimo y es utilizada por las metetrices de los puertos pesqueros asiáticos para masturbar masivamente a los pescadores chinos, quienes encuentran muy divertida la masturbación comunitaria. Pero no es solo por diversión, sino que es algo profundamente cultural, cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos. Es interesante esta historia, ya verás.

Un pescador fenicio descubrió, en cierta ocasión, hace bastante tiempo, en la época de antaño, más o menos, que si una china se la meneaba después de una mala faena de pesca, se iba a casa más contento que si no se la meneaban. Así que se lo contó a los otros pescadores fenicios que faenaban en aguas chinas y se convirtió en una costumbre. Cuando uno no pescaba nada, le decía a una china que le hiciera una zambomba y la frustración de volver sin peces a casa se tornaba en satisfacción por llegar con el churro exprimido. Poco a poco, los pescadores fueron dejando de lado sus obligaciones pesqueras, y simplemente se hacían a la mar para fumarse unos Fortunas y apretarse unas Sanmigueles con cortezas para, a la vuelta, hacerse con una chinita de buen corazón y ágiles muñecas y que le hiciera un zumba-zumba antes de volver a casa con una sonrisa bobalicona en el rostro. El misterio de los pescadores fenicios, ineptos felices, tenía a los pescadores chinos nerviosísimos, aparte de que las lesiones de muñeca empezaron a mermar las capacidades cocineras de las chinas cuyas manos, antes ajadas y cuarteadas de tanto manipular redes y aperos, aparecían ahora bien hidratadas y ya va siendo hora de terminar esta frase, que parece que se han olvidado los puntos.

Una de las mejores pajeadoras chinas, que se llamaba Mortimer, le contó a su marido el misterio: a los fenicios no les importaba no pescar porque las mujeres chinas de los pescadores chinos les hacían trabajos masturbatorios a mansalva. El chino, que se llamaba Hijoputa Sendasbolas tuvo visión de futuro. En vez de cabrearse y decirle a su mujer que dejara el tema, se disfrazó de china y aquel mismo atardecer se sentó en el puerto y se ofreció a un fenicio bastante feo, que se parecía a un pingüino (me refiero a uno de los feos, porque los hay bastante resultones), para darle el meneíllo, cosa que el fenicio feo aceptó de buen grado. Se arrepintió pronto pues las manos de Hijoputa no eran como las de las otras chinas: eran callosas, ásperas y grandotas y estrujaban el glande del fenicio desafortunado con entusiasmo, sí, pero sin tacto alguno. En fin, Hijoputa terminó de hacérselo al fenicio y guardó el lechoso resultado de la exprimida en un recipiente hecho con tripa de atún oriental.

Empezó a aplicarse la crema y vio que aquello funcionaba. Sus manos se hicieron suaves, esbeltas y bonitas. Hijoputa se hizo modelo de manos y salió en mogollón de pelis porno, en los los planos cortos, meneando penes y haciendo dedillos a clítoris agradecidos de actores y actrices porno que, si bien no disfrutaban nada follando y todo lo demás, esperaban el momento de la masturbación de Hijoputa con verdadera impaciencia, pues lo hacía muy bien.

Hijoputa no cobraba mucho. No cobraba lo mucho que podría cobrar, quiero decir, pues era muy cotizado, pero, a cambio, exigía quedarse con el semen de toda paja que hacía. Lo mezclaba con paté de atún y mejillones y hacía una crema hidratante asombrosa. A todo el que le aplicaba la crema hidratante le solucionaba el problema que tuviera en la piel: exfoliaba, ayudaba a cicatrizar, rejuvenecía la piel y en general, arreglaba la piel de todo el que se la aplicara.

Un día, volviendo a casa con un pedo del quince, le recogió un taxista turco en las cercanías de la estación de Praga.

- ¿A dónde?

- A casa – dijo Hijoputa, que realmente estaba cansado de tanta masturbación y deseaba volver a su china natal y tirarse a su mujer, que era más divertido, y que ella le hiciera una mamadita de esas que ella hacía tan mal... ahora que lo recordaba. Pero, para variar, que le hicieran cosas a uno, no estaría mal. El taxista turco resultó ser un pingüino, pero travestido, de modo que Hijoputa creyó que era una pingüina, en realidad.

Cuando Hijoputa levantó la vista y vio los ojitos de pingüina mirando por el retro, le entró un calentón y le propuso a la pingüinita que se pasara al asiento trasero. Ella accedió y se enrollaron. La pingüina era tan diestra en las artes amatorias, que a Hijoputa no le importó descubrir un grueso pene entre las aletas (como muchos travestís, estaba extraordinariamente dotado) y, en el paroxismo del sexo, se la meneó al pingüino.

Unos segundos después de que el pingüi se corriera, mientras se echaban un pitillito, irrumpió en el taxi Harrison Ford, sin tacto alguno, diciendo, siga a este coche, amigo, pero como ni la pingüina fraudulenta ni yo éramos amigos suyos, le solté una hostia así, de refilón en plena jeta, con la mala suerte de que mi anillo de casado le hizo un profundo corte en su cara tan americana.

-Ostrás... – declaró el astro del celuloide

Y a mí, como me dio pena, le acaricié la cara en plan pobrecito, y como la tenía pringada con leche pingüinil, milagrosamente, la herida sanó, sin cicatriz, ni nada.

- Colega, la cena me ha sentado de culo y tengo una acidez de cojones, ¿me darías un poco de crema para chupar?

Entonces yo le expliqué de dónde había salido la crema y después de asombrarse por lo bien que estaba caracterizada de pingüina el pingüino, vomitó con gran aparato digestivo y eructil, dejando el taxi hecho una pena. Pero no se arredró Harrison, no creáis, y supo ver la verdadera parte positiva: las asombrosas propiedades cosméticas y curativas de la lefa de pingüino.

Hijoputa, que se acababa de enamorar del pingüino que parecía una pingüina y que, en la vida social era un taxista turco en Praga, le propuso a Harrison Ford un negocio, con las siguientes palabras:

- Harrisonford, te propongo un negocio

Y el señor Ford, como un tonto, solo dijo:

- Te escucho, hijoputa

- Anda... ¿cómo sabe mi nombre?

- Ah... ¿lo sé...?

Al final, se pusieron de acuerdo. Y es así como la familia Ford compró una granja en el sur más sureño de la Argentina y empezó a criar pingüinos y pingüinas que surtían de materia prima a una fábrica de la crema de manos más famosa del mundo mundial: South Seminal.

Hijoputa Sendasbolas se asoma al mar cada anochecer y le parece oír voces, pero en realidad, sólo es una voz, reverberada por millones olas. Es la voz de su mujer, la china Mortimer, que otrora pajeaba fenicios en el puerto y se quedó sola y pobre en china y todas las mañanas salía al muelle y le gritaba al viento:

- ¡Hijoputaaaa....!

Y nunca obtenía respuesta. La verdad, a nadie le extraña.

lunes, noviembre 05, 2007

amor sin red; el drama -en dos actos- de conocer a Julio Robledales.

Antes de que tú me veas

Repito esta canción porque, en su día, estuvo colgada apenas unas horas. Me dio un ataque de intimidad y la descolgué. Creo que es una canción que muy poca gente puede soportar, pero es magnífica. Es una canción sincera hasta la desnudez, muy inspirada y con enormes valores poéticos y musicales. A mí me parecen seis minutos y pico de poesía sonora. Es de las mejores piezas que he escrito y, dejadme decirlo, porque nadie más que yo diría una melonada así, me parece una de las mejores canciones escritas en 2007.
Aquí, en WolffoMusic, encontraréis más info de la canción, la letra, en enlace para bajarla y todo eso. Disfrutadla, por favor.

acto primero

Georgina Rubio dejó escrito, el doce de enero de 2005 este comentario en el blog de Julio Robledales: “Precioso gatito. Si no habías tenido gatos antes, bienvenido al club y, si sí los habías tenido, parece mentira que te dejes embaucar así!! La música está muy chula. Besos

Porque Julio Robledales escribía un blog pasable (el post en el que apareció Georgina era uno sobre su gato) en el que colgaba versiones regularcillas tirando a malas de canciones magníficas interpretadas por él mismo.

A Julio no le importó que la frase “... parece mentira que te dejes embaucar así!!” no tuviese admiraciones de apertura, porque supo, desde el primer momento, que Georgina era distinta de todos los demás que escribían en internet. Georgina era una escritora de primera línea. El hecho de escribir “... y si sí los habías tenido...”, y usar el verbo embaucar eran pruebas suficientes para Julio.

Además, claro, Julio visitó el entretetenidísimo blog de Georgina y quedó asombrado de lo que leyó. En el año y pico que llevaba en el mundillo este de las bitácoras, había leído cosas graciosas, otras interesantes, cosas sorprendentes y todo eso, pero no había leído a ninguna verdadera escritora hasta que leyó a Georgina. Julio esperó al siguiente comentario de su recién descubierta escritora y éste no tardó en llegar.

El día 24 de ese mismo mes, 12 días después, dejaba escrito Georgina el siguiente comentario:

“A veces escribes tan jodidamente bien que me dejas de piedra. Eres desgarrador… a veces.
Besos envidiosos.”

Por entonces, Julio ya conocía, ya sabía de lo que Georgina Rubio era capaz y claro, quedó encantado. Siguieron así durante meses, leyéndose y comentándose abiertamente, pero amándose en sus fantasías secretas.

Julio Robledales estaba casado. Tenía tres hijos exigentes y una mujer despegada y desconcertante, un trabajo inestable y mal pagado y muchas, muchísimas ganas de amar y de lo otro: me refiero a ser amado, no a follar. Aunque, también, seamos francos, tenía unas ganas tremendas de follar. Casi, casi, tantas como de amar y ser amado.

Llegado un momento determinado, y dado que los comentarios de ambos en el blog del otro iban subiendo de temperatura, Julio escribió un primer e-mail a Georgina,, en el que le confesaba, con sinceridad, cursilería y en privado, lo muchísimo que le gustaba leerla (traducción: lo mucho que le gustaría tirársela) y la de veces que se quedaba imaginando ensoñaciones (otros le llaman pajas) al leer sus textos.

A pesar de lo bestialmente cursis que eran algunos pasajes de la carta (... tienes una fuerza desgarradora y un lirismo muy potente, y se adivina una gran mujer detrás de tanto talento...), Georgina le contestó con una encantadora, dulce, picante y talentosa carta que desarmó completamente a Julio.

Así, a los comentarios en los blogs, se sumaron pronto unos largos, dulces y procaces y malintencionados e-mails que fueron marcando un territorio nuevo entre ambos. Así fue como Julio se enteró de que Georgina tenía un marido y dos hijas preciosas (preciosas las hijas, el marido no era preciosa, sino gilipollas), de que necesitaba amar y ser amada tanto como él y bueno, también estaba necesitando, desde hacía años, un buen meneo.

Un día, ella le dio su teléfono y le dijo que la llamara, sólo por las mañanas, cuando quisiera.

Como puede imaginar cualquiera, llamadas largas, diarias y apasionadas se sumaron a los comentarios y mensajes de correo electrónico, además de ingeniosos, a veces, y otras veces sucintos sms’s de amor. Se daban las buenas noches y los buenos días por sms, se escribían un largo e-mail cada día y de una a dos hablaban por teléfono y, a veces, hacían el amor a 600 kilómetros de distancia.

Lo siguiente, para que el guión se cumpliera, era una cita. Una primera cita. Entre ambos, convinieron en que debía ser a la luz del día, en un sitio con gente y a horas poco peligrosas, por si alguno de los dos quería salir corriendo. Se habían mandado multitud de fotos, habían hablado de lo divino y lo humano, se habían escrito más que cualquier otra amante pareja en la historia.

- ¿Cómo puedes decir que me quieres, antes de verme, si quiera? – le dijo un día Georgina.

- No me lo preguntes, cariño – le respondió Julio-. Sé que suena absurdo, a programa de testimonios de la tele, pero yo lo siento así: te quiero antes de mirarte, antes de que tú me veas.

acto segundo

Inocencia Disculpas no era fan, precisamente, de su marido, Julio Robledales, cantante frustrado, escritor frustrado e ilustrador mediocre y con poco trabajo. Inocencia solo pensaba en llegar a fin de mes, en ahorrar un poco de dinero para arreglar la casa y tener así un verdadero hogar para Julio, los niños y ella misma. No era fan del Julio cantante y escritor, es verdad, pero quería al Julio trabajador y cariñoso con los niños y con ella misma. Le quería, pero trabajaba tanto, tenía tantas preocupaciones en la cabeza que atender a las necesidades físicas de su marido no eran su prioridad número uno. Ni la diez, si vamos a eso.

Inocencia rechazaba los torpes avances de su marido cada vez con menos argumentos, pero siempre con la misma frialdad. Se había acostumbrado a decir que no. Julio la acosaba en los pasillos, se acercaba a ella mientras cocinaba y se pegaba a ella por detrás, sujetando sus pechos en sus manos ávidas, empujando entre sus nalgas con su polla impaciente, impaciencia que Inocencia advertía a pesar de la ropa que la salvaguardaba. Empujaba y babeaba su cuello con palabras cariñosas que a Inocencia, sintiéndose acosada, no le parecían cariñosas, sino tretas burdas para llevarla a la cama con las piernas abiertas. Eso, claro, vaciaba de romanticismo la situación, para volverla sórdida y rechazable. Asquerosa.

Un día, Inocencia se dio cuenta de que ya no necesitaba acostarse con su marido. Que le quería, pero que esa parte tan incómoda, tan sucia, podía ahorrársela. Era cuestión de tiempo, que Julio se diese cuenta de que ella no le deseaba ya. Que su contacto le resultaba enojoso. Que pensar en él penetrándola le revolvía las tripas. Que ese torrente blanco y caliente que antes la llenaba, figurada y efectivamente, ahora le producía ganas de vomitar. Que nunca más le dejaría hablarle a su sexo en susurros, ni mucho menos besarlo hasta el orgasmo y que nunca más ella tomaría su dulce polla entre sus labios, porque ya no era dulce: era repulsiva. Que ya no quería verle perder los estribos cuando se sentaba a horcajadas sobre él, ni ver cómo su mirada se fijaba en sus pezones bailarines y acababa por perderse en el horizonte, bizqueando, cuando sus caderas sabias le hacían correrse cuantas veces ella quisiera. Ya no le deseaba. Ya no.

Otro día, se dio cuenta de que Julio no la acosaba. Que poco a poco, había dejado de intentar excitarla. Que por las noches no se pegaba a su espalda, empalmado, y ya no le decía las dulzuras que en otro tiempo la hicieron enloquecer de amor y deseo. Que ya no intentaba hacerla estallar de risa para, luego, callar sus carcajadas con un beso voraz y profundo.

Que él ya no la deseaba. Ya no.

Una noche, borracha, le hizo el amor. Se lo tiró, podíamos decir. Primero trató de besarle como en otro tiempo. Pero a Julio le repelía el sabor a alcohol y no quiso saber nada de eso. Nada de besos, nada de besos, le dijo, como un puto cualquiera. Se sentó sobre él y no sintió la espada caliente que esperaba y recordaba, sino un pingajillo retraído. De modo que se agachó y aplicó sus labios y su entusiasmo a la polla fofa de Julio, hasta que le dio cierta consistencia a una esquiva erección. Se sentó, empalada de aquella manera y cabalgó a un poco entusiasta Julio durante largo rato, hasta que se corrió. Hasta que se corrió él, porque ella ni se enteró. El ron había anestesiado su sexo.

epílogo

Inocencia Disculpas le dio la patada y se largó, porque nunca le perdonó que ya no la deseara, aunque ella, en realidad, no quería que la deseara.

Sus hijos se cansaron de que su padre, en otro tiempo un papá con sus fallos, pero divertido, se pasara el día lloriqueando y amargándoles la existencia.

Georgina Rubio se hartó de esperar al hombre que ella imaginó y nunca conoció.

Julio Robledales está solo. Pero, a veces, sonríe cuando recuerda algunas de las cosas que las mujeres le dicen cuando creen que le conocen.

Todas creen amarle, antes siquiera, de conocerle.

Y Julio sabe, porque el, lamentablemente, sí se conoce, que sólo aciertan cuando le intuyen y se equivocan, estrepitosamente, cuando creen conocerle. en eso, mira, se parece a mí.

¿Quién conoce a Julio Robledales? ¿ Y a mí?



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Listening to: Wolffo, el ciclón de Valdemorillo - Aint she sweet
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