viernes, agosto 24, 2007

Está lloviendo

Vete


Una de esas delicias que conocimos gracias tipos como Jesús Ordovás, Julián Ruiz, Gonzalo Garrido o Juan de Pablos, que no necesitaban discos para pinchar los programas de radio más enérgicos que recuerdo. En sus FM's sonaban las maquetas de grupos como Mamá, a los que hoy me atrevo a versionear. Esta canción es una delicia de principio a fin y refleja cómo me sentía yo en esa época. Me gustaba el rollo ese de la movida, sí, pero el mundo no terminaba ahí. Vuelvo a subir esta canción porque me da la gana y porque os la merecéis, muchachos (¿?).
Está lloviendo. Sam se refugia en el porche (una buena excusa para estar cerca, ¿eh, Sam?) y mis poco regadas plantas levantan su ánimo y sus hojas, en una erección natural y gloriosa. Cae el agua con cuentagotas y mi ánimo, aun viendo cómo bebe la tierra, ansiosa, decae. La lluvia llama, implora, y los rictus tristes de mi triste calavera, acuden a la llamada con prestancia nada elogiosa.

Me pone triste la lluvia y me trae miles de recuerdos.

Una vez, no sé si os acordáis, en otoño del 82, en Madrid. Un día cualquiera de antes del invierno. Yo sí que lo recuerdo. Una joven e indolente pareja que, a lomos de una Lambretta roja, con muchos faros y más espejos, desafiaba aquella noche, más otoñal que madrileña, a cuerpo gentil. Él llevaba un traje oscuro y ella, ¡ay, ella...! ella acababa de salir de la peluquería, moldeada su melenita negra y francesa, que contrastaba con su rostro blanco y sus rojos labios y sus uñas negras y sus medias de rejilla, camino del RockOla. A tomar unas copas. A hacer unas risas. Pero sobre todo, a dejarse ver. Y su tarde arruinada por un chaparrón de esos que caían al principio del mundo y que hacían parecer que fuera el fin del mundo. Ella, Layette, maldice a su chico, el Sopas, por tener una moto y no un coche. Él maldice a los ángeles meones.

Llegan a la sala y ella se mete corriendo en el baño, ignorando a todo el mundo, mirándose los pies, como un camarero en un día agitado. Él, inconsciente de su ridículo aspecto, procura mantener cierta dignidad en su porte, y se queda, bobamente, en pie en medio de la sala, siendo el centro de todas las miradas.

El RockOla está lleno de gente, pero él no ve a nadie conocido. A nadie conocido por él, vamos, porque ve a varios de los amigos y amigas de ella. Ella es una modette muy popular. Viste con exquisita originalidad, sin seguir la biblia mod al pie de la letra, dando a su aspecto un barniz posmoderno y afterpunk de lo más celebrado por los petardos locales.

Tiene un montón de amigos importantes. Cantantes irritantes, locutores demodés, periodistas manoslargas y algún camello siempre dispuesto a pasarle una rayita. Él, sin embargo, es un advenedizo y está ciertamente deslumbrado por esa chica que se ha metido corriendo en el baño. Es la primera vez que van al RockOla juntos. Él no sabía que podía irse sólo a estar, porque, claro, él sólo iba a los conciertos.

Esa noche van a tocar los Church, aunque hay rumores de que, a lo mejor, se suspende, porque el cantante tiene chunga la garganta. El concierto será por la noche, pero sólo los más modernos saben que hay que estar desde las 7, petardeando, dejándose ver, haciendo amigos. En aquellos años no era raro quedar a las 6 de la tarde, nadie te miraba mal ni nada.

Los Church han congregado en el RockOla a toda la gente guapa (ni se te ocurra decir movida, porque entonces descubrirás que eres un plástico, un trendy de mierda): están los periodistas que cuentan, Carlos Tena, Rafa Abitbol, Ordovás, Gonzalo Garrido... Mira, Iñaki Glutamato y Jaime Caligari están con Ana Curra, Eduardo Benavente y Sabino, el Intocable y un par de punkies modernísimos. Antonio Banderas ha venido con Cecilia Roth y Eusebio Poncela quien, la verdad, parece un poco fuera de lugar. Los mods están guapísimos, los punkies, sucísimos, los hippies, desaparecidos y el Sopas, colgado en medio de la sala, empapado y esperando que su chica salga del baño y le diga qué hay que hacer a continuación.

Alguien le da un manotazo por detrás y descubre a Saula y al Bombilla, dos amigos mods que han llegado igual de empapados que ellos, pero muertos de risa. Saula es simpatiquísima, pero todo el mundo la conoce porque tiene unas tetas enormes y es dificilísimo hablar con ella sin que te hipnoticen sus pezones. Saula se va al baño a buscar a Layette y el Bombilla y el Sopas, como dos colegas en remojo, se van a la barra, al lado del piano que nadie toca nunca. El Bombilla se hace con sorprendente presteza con dos tercios, le pasa uno al sopas y le da una pastillita azul para que se le pase el dolor del alma.

El Bombilla le dice a que no hay huevos para tocar el piano y el Sopas se sienta en la silla, abre la tapa y se pone a aberrar sobre las teclas del piano. Llega Salto, otro colega que, afortunadamente, no tiene novia. ¿Qué coño haces en el piano, mierdecilla?, pregunta cortésmente y el Bombilla le dice que está haciendo escalas de jazz. ¿Escalas de jazz? Dice un moderno de un grupo de modernos que les daba la espalda, ¿y cómo es eso? pregunta interesado, porque es el típico nota que no soporta no saber todo lo que pasa y todo lo que se cuece alrededor, pues las escalas de jazz son así, tío, dice el Sopas mientras aporrea sin piedad el piano y en estas llega el de seguridad, el jefe, no los gorilas, que es un gilipollas casi tan grande como... como... como quien sea, llega el de seguridad y se pone junto al sopas y le dice, oye, chaval, si tú abres el piano, yo abro la caja de las galletas, y como ve que nadie le pilla la amenaza, dice que la caja de galletas, tíos, la de las hostias y el Sopas, El Bombilla y Salto se miran y se mueren de risa y dejan al segurillo con sus galletas y su traje negro con cara de idiota junto al piano.

Salto conduce a sus amigos a otro sitio y el Sopas dice que si no deberían esperar a Layette y Saula, que dónde andarán y entonces el Bombilla señala a la parte guay de la barra donde se ve a las chicas tomando benjamines con lo más moderno de Madrid, como si ellos no existieran y la verdad, no existen, porque ellos toman cerveza y los cantantes, los periodistas y los actores, toman champán. Y Saula y Layette prefieren el champán, claro.

Salto, Bombilla y Sopas se van al pasillo de los baños a tocar culos. Siempre hay muchísima gente y se pueden tocar culos sin problemas, porque además, por alguna extraña razón, las chicas en el RockOla se dejan tocar un poco el culo sin protestar demasiado. El Sopas, una vez, en un concierto de Trementina (lamentable) ligó con una chica que estaba detrás de él, con el sutil método de tocarle una teta con el codo, mientras hacía que bailaba. Flípalo. Bueno, pues cuando están en plena apoteosis de palmoteos y pellizcos, se apagan las luces y se van corriendo porque eso significa que va a empezar el concierto.

El Sopas, el Bombilla y Salto ven los conciertos de cerca, para aprenderse las canciones y, con un poco de suerte, pillar la púa del guitarra. Saltan y brincan y cantan todas las canciones. Layette y Saula, como son más modernas, se quedan detrás, con los famosillos y como mucho, mueven un poco la cabeza entre sorbo y sorbo del benjamín.

Los tres intentan hacerse hueco entre la gente, pero hoy hay más peña que de costumbre y Salto les señala a un tío que hay delante de él con una chupa de cuero preciosa en cuya espalda pone SQUEEZE, y abriendo mucho la boca, como si gritara, pero hablando muy bajito, dice es Antonio Vega, y los otros asienten, pero como tienen un pedo descomunal, le apartan de un empujón (no tiene demasiado mérito, el líder de Nacha Pop es un tirillas) y siguen su camino hacia el escenario, para aprenderse las canciones.

El concierto va genial. Salto, El Bombilla y el Sopas, saltan como locos y el cantante de Church se disculpa una y otra vez por lo afónico que está, pero el tío se pasa dos horas ahí sufriendo y haciendo disfrutar a todo el mundo menos a su madre, que sufre solidariamente con la garganta de su hijo.

Tres horas después del final del concierto, Saula y el Bombilla se piran y cuando el Sopas les acompaña fuera para echar una meada en la calle, que es mucho más higiénico que los baños del RockOla a esas horas, se da cuenta de que un capullo envidioso le ha rajado las dos ruedas de la Lambretta y el asiento, así que se mete en la sala, busca a Layette y le dice lo que ha pasado, pero ella no se enfada ni nada y le dice que no se preocupe, que a ella la lleva Carlos, ¿y quién coño es Carlos, el de los huevos largos? dice el Sopas, recordando el jueguecito de cuando pequeño (¿has visto a Carlos? ¿qué Carlos? ¡El de los huevos largos! o bien, ¿has visto a Lucas? ¿qué Lucas? ¡El de los huevos con peluca!), pero bueno, ese tipo de jueguecitos no funcionan hace ya muchos años y Layette dice, jaja, muy gracioso, no, hijo, Carlos es Carlos Tena, que tiene un coche como dios manda, así que nos vemos mañana, Sopi, ¿vale? Y se da la vuelta justo a tiempo para reirse de un comentario de Santiago Auserón que era imposible que hubiese oído.

Salto, atento a la jugada, abandona a la madre del cantante de Church, a la que tenía camelada completamente, y se solidariza con Sopas y le ofrece su garaje, que está relativamente cerca del RockOla, para dejar la moto esa noche.

Cuando llevan una hora empujando la moto en el frío de una madrugada lluviosa madrileña, el Sopas le pregunta, como quien no quiere la cosa, oye Salto, tío, ¿tú qué coño entiendes por cerca? y Salto, con un pedo tan grande como el del Sopas, igualmente empapado y feliz de tener 19 años y vivir en Madrid en el 82, suelta una enorme, sonora y redonda carcajada.

Dos amigos que se alejan, calle abajo, empujando una Lambretta bajo la lluvia, y felices de tenerse el uno al otro.

Estaba lloviendo, pero este relato ha de terminar, porque la lluvia ha dejado de caer.

¡Ah, se siente...!

miércoles, agosto 15, 2007

The locomotion (investigando las nuevas tecnologías)

Después de un cursillo intensísimo de unos 15 minutos, puedo decir, y digo, que domino la animación 3D como si yo la hubiera inventado. Y os dejo aquí, para vuestro solaz, esta pieza videográfica de primer nivel, que os hará regocijaros y llorar de placer al ver con qué sutileza mezclo los mundos de animación 3D y la imagen real. A ver si toman nota los de Pixar y aprenden a hacer videoclís.
Yo me he quedado tan agotado, que me voy de vacaciones hasta el martes, esta vez, ¡aleluya! sin ordenador. Nos leemos a la vuelta.
La canción, eso sí, de primera, no digas que no.



Lo que es la canción



A ver qué pasa... ¿Es que a los gordos no pueden gustarnos las canciones con baile? The locomotion es una pieza de baile del dúo compositor Goffin-King, una pieza de esas, precursora de La yenka, que te dicen que des un saltito adelante, otro atrás, que hagas una cadena y que os mováis todos como un trenecito. Esta canción ha conocido innumerables versiones, algunas dignísimas y otras, es inevitable, horrísonas, como la última con éxito a cargo de Kylie Minogue. Si obviamos estas cositas, a mí siempre me pareció una pieza extraordinaria de pop, con una fuerza arrolladora, un ritmo trepidante y una melodía irresistible. Para hacer esta versión, además de pasármelo como un enano con las armonías vocales (hay momentos a ¡siete voces!), que son mi juguete musical favorito, he metido dos guitarrazas para que se caigan los pantalones, un bajo machacón y muchas palmas y un solito de armónica de lo más quedón. Si me hablan de música de baile, pienso en temas así, y no en esas llamadas sesiones en las que tiene más importancia el tío que pone el disco que el artista. El mundo al revés. En fin, a ver si se te mueven los pies.

Bájatela, si te hace, aquí


lunes, agosto 13, 2007

Ven.

Come on



Esta maravilla escrita por el gran Chuck Berry, es una canción de esas destinada a no morir jamás. Nada menos que unos jovencísimos Rolling Stones la eligieron para que fuera su primer single, e hicieron una versión realmente notable. A algunas canciones les pasa eso. Están tan bien escritas que van mejorando versión a versión. Esta versión que yo hago lo es de una originalísima e inspiradísima versión que hicieron en plena new wave (79-80, más o menos) un grupo llamado The New Adventures que nos encantaba a los mods de la época. Buscadla si tenéis oportunidad, porque es buenísima.
De la canción, además del riff del bajo y el fraseo vacilón, me encantan algunos pasajes de la letra, porque refleja lo mal que se siente uno cuando su pareja da el portazo.
"Todo va mal desde que lo dejamos; no hago más que andar porque ni me arranca el coche; me han echado del curro y creo que no puedo soportarlo, a ver si viene alguien y lo arregla. Todo va mal desde que no estoy contigo; paso las noches en blanco pensando en ti, y cuando, al fin, que el teléfono atrona, resulta ser un gilipollas que se ha equivocado... " Y en este plan.
En esta versión hago de banda de rock clásica: batería, dos guitarras y bajo, que es el gran protagonista de la canción. Yo no puedo evitar llevar el ritmillo con los pies en cuanto empieza ese bajo a vacilar y los chasquidos a marcar el compás. A ver si te mola.

Bájatelo aquí, si quieres.

Ven

Sé que no soy el hombre que, a veces has creído que soy, pero tampoco el capullo por quien hoy me tomas. Es sólo que la vida no me deja avanzar por donde quisiera, pero a veces, te lo juro, me gustaría que te desataras un poco de todo lo tuyo y que te dieras cuenta de que soy yo lo más tuyo.

Camino solo y, peripatético, me enseño algunas de las cosas que debería ya saber de sobras, pero que no soy capaz de reconocer cuando me examino. Al llegar a un espejo me miro y procuro verme con tus ojos: ciertamente no soy un Adonis, pero sé que no es eso lo que te impide quererme, sino, seguramente algo dentro de mí. No obstante, vigilo las facciones y las líneas de mi rostro por si fuera verdad eso de que es el reflejo del alma; no encuentro nada especialmente hermoso, ni especialmente repulsivo. Soy un hombre sin demasiado atractivo, pero un día, lo sé, te parecí el mejor de los mejores. Para ti no hubo nadie mejor que yo y confiabas en mí para que te enseñara, para que te defendiera y para mantenerte, incluso. Es como si no hubieras visto más hombre que yo en la tierra y fuera para ti la personificación de todo lo bueno que puede tener un ser humano: grandeza, fuerza, determinación, inteligencia y capacidad amatoria.

Puede que el tiempo y el roce te hayan enseñado que no soy tan maravilloso como creíste en un momento, que sepas que yo no soy al más fierte ni el más inteligente.

A veces he pensado si es porque, en ocasiones, te pegué. Te golpeé con la fuerza de la ira y veía el terror pintado en tus ojos grandes y marrones y, cuando levantabas las manos para defenderte, estaba a punto de arrepentirme y no golpearte, pero luego algo, no sé el qué, me hacía bajar el brazo y zurrarte un poco más. Nunca demasiado, cariño, reconócelo, sólo te pegaba por tu bien.

Y porque eras mía.

¿Es que no puedes, sencillamente, olvidarlo, como hago yo?

Yo no tengo apuntadas tus afrentas... bueno, sí las tengo apuntadas, pero porque soy un maníaco de esas cosas, pero lo que quiero decir es que no te las estoy restregando en la cara todo el día. Y podría, porque me hiciste unas cuantas, bonita...

Venga, tú sabes todo lo que yo sería capaz de hacer por ti. ¿Por qué no vienes? ¿Por qué no, sencillamente, lo olvidas y empezamos de cero?

Un camino nuevo, una nueva vida, un pacto de kilómetro cero para andar juntos de nuevo, piel con piel, corazón con corazón y ni siquiera te sujetaré si tú no quieres. Si tú cumples, yo cumpliré. No más gritos. No más golpes. No te dejaré encerrada un día entero sin comer.

Solía gustarte cuando te acariciaba y estirabas el cuello golosa y melosa cuando mis manos se deslizaban por tu pecho y tu espalda y emitías un ruido casi gutural cuando me sentías cerca.

Ven. Venga, no seas pesada.

¿Es que tienes que escaparte cada vez que abro la puerta de la parcela? ¿Es que si no tienes el collar puesto vas a estar dándome por culo cada vez que abra un poco la puerta?

Samantha, no seas pelma y vuelve aquí ahora mismo, o cierro la puerta y te pasas la noche en la calle.

¡Ven!



jueves, agosto 09, 2007

Sergio y cosas mejores

Better things


Si hay una canción que puede hacer que se me salten las lágrimas es esta. Ya, la oiréis y diréis: ¿de qué vas tío? Esto es una cancioncita pop que no emociona ni a mi abuela, que llora hasta con Belen Esteban. Bueno, puede que tengáis razón, pero esta es una canción de los Kinks. Y los Kinks, son en mi olimpo, aparte de los Beatles, que juegan en otra liga, los más grandes. Esta canción cierra el que, en mi opinión, es uno de sus últimos grandes discos, Give the people what they want, que contenía, además, joyas como Destroyer o Yo-yo.

Better things habla de lo bueno que tiene que pasarte todavía: “sé que mañana van a pasarte cosas mejores”, se repite en fade out al final de la canción. Es un tema muy de su genial líder, Ray Davies; una melodía consistente que va arriba y abajo, como una montaña rusa, y el sonido es muy de los últimos Kinks, algo pesado, con una batería contundente y las guitarras deliberadamente sucias. El disco es de los primeros ochenta y recuerdo que la primera vez que lo escuché fue en una especie de premier que pusieron, con video, en Rock-Ola, y en cuanto escuché esta canción supe que me acompañaría toda la vida, porque su letra (lo que mi paupérrimo inglés me permite entender, más bien) me cautivó:

Cosas mejores (traducción libérrima)

Aquí estoy, deseándote el más azul de los cielos,
Y esperando que algo mejor suceda mañana;
Rezando para que los versos rimen
Y que el mejor de los mejores estribillos
siga a lo oscuro y a lo triste;
sé que hay cosas mejores que ya están en camino.

Aquí estoy deseándote que los días que están por venir
no sean tan amargos como los que has dejado atrás;
olvida lo que sucedió ayer,
sé que hay cosas mejores que ya están en camino,

Es genial verte tan en forma y divirtiéndote,
viviendo como si acabaras de empezar
aceptar la vida
y lo que ésta te traiga
espero que mañana te sucedan cosas mejores.

...

Sé que hay un montón de cosas buenas que han de sucederte,
el pasado se ha ido, ya está todo dicho
así que escucha lo que el futuro te trae
Sé que mañana van a sucederte cosas mejores.
Espero que mañana te sucedan cosas mejores

La primera vez que oí hablar a Sergio fue por boca de mi ex-jefe y hoy amigo, Arturo. Me dijo: tengo un amigo que trabaja en la NASA. Y yo, que estaba acostumbrado a las cosas de Artie, le dije “oh...” y ahí quedó la cosa.

La segunda vez, también fue Arturo. Me dijo que su amigo de la NASA le había propuesto que montaran una banda que hiciera versiones de rock americano, cosas de Eagles, Lynrd Skynrd, Creedence y ese rollo. Yo le dije, en esa ocasión “ah...”

La tercera vez me dijo que si yo tocaba el bajo y que si me apuntaba esa tarde a ir con él a casa de su amigo de la NASA, que enchufábamos las guitarras y que a ver qué pasaba.

Y lo que pasó fue que lo pasamos genial y quedamos ahí mismo en que nos volvíamos a ver para empezar a montar un repertorio y tal y cual...

La siguiente cita fue en casa de Arturo. Tiene un pisito en el centro de Madrid y unas trescientas guitarras, así que fuimos, empezamos a repartir papeles, voces, temas y tal. Yo estaba contentísimo. Estaba formando una banda con Sergio y Arturo, dos musicazos de primera. Arturo se cansó después del tercer ensayo y Sergio me llamó y me dijo que si me apetecía seguir. Claro que sí, le dije, y empezó entonces una historia acojonante.

En aquella época, yo acababa de separarme y pasé mi penosa época de travesía en el desierto: diez meses viviendo solo y echando de menos, a cada minuto, a mis hijos como jamás he echado de menos a nadie. Mi vida, hasta enconces, tenía sentido en función de mis hijos, pero el llegar de currar a una casa sin nadie que me esperara, sin nadie a quien bañar, hacer la cena o contar un cuento; sin nadie a quien regañar o enseñar, sin nadie con quien equivocarme, con quien reírme, era la vida más desoladora que podía imaginar. De modo que me agarré a la música y a Sergio, como una tabla de salvación.

Ensayar con Sergio era genial. El equipo con el que tocábamos lo construía él mismo. Es una especie de genio con acento sevillano que tiene metido en su cabeza todo lo que el hombre ha inventado. Así, construyó con sus propias manos altavoces, amplificadores, soportes, generadores... todo lo que necesitábamos. Pero lo genial no era eso, que era bastante bueno. Era que conectamos enseguida. Musicalmente, digo. Las canciones de Creedence, Beatles, Kinks, Stones, America, Eagles... salían solas y empastábamos a la primera.

La primera vez que tocamos juntos fue en el Plaza Mayor, de Villanueva de la Cañada, en una fiesta Far West y fue genial... Hasta que hubo que recoger. Desde entonces lo sé: cuando toques por ahí, cobras no por cantar, sino por montar y desmontar el equipo.

Para coger soltura, pasamos unos fines de semana tocando en el Retiro, en Madrid, pasando la gorra a cada rato y ahí aprendimos las dos caras del artista desconocido. Pueden hacerte un corro inmenso y aplaudirte a rabiar, o ignorarte durante dos horas. Pero Sergio me enseñó que debes permanecer ahí, de pie, dándolo todo por la tonadilla.

Tocamos en infinidad de sitios. A veces, tocábamos en algunos locales donde no les importábamos una mierda a nadie, y nos pasábamos nuestras dos horitas de show siendo ignorados por un público masculino e indolente. Las chicas, mal que bien, son las que saben ser público. Los tíos somos una mierda de audiencia. Si un sitio hay tres chicas y quieren divertirse, el concierto es un éxito, con toda seguridad.

Un día tocamos para nadie: cero personas. Fue en un centro comercial del sur de Madrid, no recuerdo su nombre. Los comerciantes de hostelería del centro nos contrataron para que la gente que se tomaba una copa en sus terrazas, que daban a la plaza central del centro comercial, escuchara música en directo. Lo malo es que no acudió nadie ese lunes por la noche al centro comercial. Nadie quiere decir nadie: ni una persona. Pero Sergio había empeñado su palabra en que ese lunes íbamos a tocar. Así que dimos el concierto de dos horas para nadie, pero lo dimos, en plan súper-profesional.

Yo cada vez tenía menos tiempo y empezaba a agobiarme eso de la música, porque me llevaba más tiempo del que me gustaría, pero no podía permitirme dejarlo. La verdad es que ganábamos pasta. No digo para vivir, pero nos daba para tener dinero de bolsillo para el mes y comprar las cuerdas y todo eso. Poco a poco, fui haciéndome con un equipillo majete. Una noche, después de un concierto cualquiera, al llegar a casa, hacia las 4 de la mañana, dejé el coche en el garaje de casa con el equipo dentro, porque me daba muchísima pereza subirlo todo en el ascensor (entonces vivía en Madrid). A la mañana siguiente, al bajar con Leticia y Borja para ir a no sé dónde, me encontré con la sorpresa: me habían robado el equipo. Alguien que sabía que en mi coche había guitarras y más cosas (estaba todo en el maletero), rompió una luna y me levantó más de medio millón de pesetas en equipo.

Aproveché la desolación para decirle a Sergio que lo dejaba. Que no me apetecía seguir. Sergio intentó convencerme de que siguiéramos a toda costa, pero no quise escucharle. Y me costó lo mío, porque Sergio puede ser realmente persuasivo cuando se lo propone. Pero lo dejé.

Sergio encontró un guitarrista genial para sustituirme y estuvo unos años con él, hasta el año pasado. Un día, le llamé para ver cómo le iba. Me dijo que bien, pero que se estaba dando un descansillo con lo de la música, que estaba cansado. Le propuse que volviéramos a tocar y reverdeciéramos laureles y él, después de cierta resistencia, aceptó. Empezamos a ensayar otra vez. Yo sabía que tenía que mimar a Sergio para que no se quemara, así que asumí más responsabilidades, como preparar las bases de bajo y batería y currar más con la guitarra para que él pudiese cantar más tranqui.

La cosa iba bien, ensayábamos una vez a la semana y no nos agobiábamos, pero a Sergio no se le veía demasiado emocionado.

Tocamos una vez, ya os acordaréis, y fue un atronador éxito (la gente del bar sigue preguntándome cuándo volvemos), pero Sergio no quiso seguir.

Pocos días después del concierto, su hija Carolina, y su marido el gran Paco, le convirtieron en abuelo de una preciosa criatura y creo que eso fue lo que le convenció. Me dio largas durante un par de meses y, al final, me llamó para decirme que no le divertía ya nada la música y que lo dejaba.

Hace poco, le llamé para que me ayudara con un par de cosas. Me hizo ir a su casa y me arregló una guitarra que Buch le regaló a mi hijo Borja y mi pedal multiefectos. Estuve un rato con él y con su maravillosa mujer, Pastora, en su cocina, con una cervecita y unos taquitos de jamón, y luego con él, solos los dos en su taller, mientras reparaba con una habilidad asombrosa, mi pedal multiefectos de la guitarra, reconstruyendo el circuito impreso con una naturalidad increíble.

Allí una hora los dos, solos, hablando, me hicieron comprender una cosa, muy sencilla y muy evidente. Por más tiempo y cosas que pasen, Sergio es mi excompañero de correrías rockeras, pero nunca será mi ex-amigo. Siempre, para toda la eternidad, le consideraré uno de mis mejores amigos.

Y esta cancioncita, es para ti, amigo amío.

Mi amigo Sergio.