miércoles, mayo 30, 2007

Dos dedos de frente (canción triste del hombre de cristal)

La música se ha detenido. El hombre de cristal (¡el hombre de cristal, el hombre de cristal, le tocas y le rompes, no resiste ná...!, cantan los niños) no sabe qué decirle al barman, porque lo que le sale es llamarle idiota sin principios, así que calla y espera que al final, se olvide de cobrarle.
Frágil momento el que atraviesa el hombre de cristal, cuando no puede hacer sonar su nobleza soplada y se limita a brillar en la barra del bar. Pero es un bar nocturno, con poquísima luz y, claro, poquísimo brillo, por lo tanto. Él cree, no obstante, que su aura le hace especial, su halo de misterio y el mito de su fuerza en el escenario bastan para que las mujeres le adoren y los hombres simpaticen con él; o al revés, que no es demasiado exigente, sólo busca amor.
Transparente como el aire que se respira fuera del bar, antes de que pida otra copa, el barman, que no tiene ni un pelo de tonto, ya se la está sirviendo y el traslúcido lerdo sonríe porque cuando no sabe cómo reaccionar, saca esa sonrisa que todos ensayamos ante el espejo, como si nos estuvieran entrevistando, porque pensamos que el mundo quiere ver el mundo a través de nuestros cuerpos transparentes y brillantes. Hablo, claro, de los hombres de cristal, humanos, digo, hombres y mujeres.
- ¿Quieres algo para acompañar la copa?
- ¿Una mamada...?
- Pensaba, más bien, en una buena canción, si no te importa...
- Vale, pínchala




(subo este tema de Dylan por segunda vez porque me encanta cómo quedó y para que al que le gusten estas canciones, pueda escucharlo –y bajarlo- en buena calidad. Lamentablemente, aún no puedo tocar la guitarra, así que hay que vivir de las rentas... si puedes, pon el volumen a todo trapo, verás qué bien suena todo: la guitarra, la armónica, los coros...)


Suena la guitarra cristalina, suena la armónica con un poco de arena y suena la voz ya francamente arenosa de alguien con ganas de decir cosas, pero que se pasa callado la mayor parte del día. Y el barman, que tiene un chaleco que brilla con brillo brillante, intolerable fuera del bar, pero bellísimo para poner whiskies, hace pitos con la mano derecha y cierra los ojos al son de la música.
En la mesa tres, ocupada por las tres limpiadoras del edificio de oficinas en cuyos bajos está el bar, la música hace levantarse a las tres mujeres heterogéneas, pero con la misma bata azul y se ponen a bailar como en un musical de la época dorada de Hollywood.
El hombre de crital suscita sobre sí tal atención que los focos se concentran en él. y Baila y canta en play-back en el centro de la sala.
Avanza por entre las mesas, con las tres limpiadoras haciéndole los coros y bailando tras de él y atrayendo con sus movimientos sensuales y fugaces al resto de la parroquia del bar.
Pronto el bar es un plató. El hombre de cristal está sobre una mesa, bailando al modo de Elvis, y parece el mesías de una nueva secta; las tres limpiadoras extraordinarias, bailan sobre las sillas, evolucionando como poseídas por el demonio carnal del rock and roll y son las sacerdotisas de la nueva creencia. Y el resto de los clientes se han hecho fieles seguidores de las enseñanzas cristalinas y bailan y hacen du-duás como si toda la vida hubieran estado ensayando.
El barman, con su bello chaleco, se hurga la nariz creyendo –erróneamente- que la cámara no le enfoca y, al darse cuenta, se deshace de su moco con torpeza y fatal disimulo en el paño que usa para sacar brillo a los vasos largos.
Entran al bar sujetos y sueltos, mujeres y meretrices, monjes y capitanas, soles y lunas y todos miran, hipnotizados a ese mesías de baratillo que baila sin gracia sobre la mesa y, aunque quieren darse la vuelta y largarse, nada más oír la frase con la que finalizan las estrofas (no os váis a ninguna parte) la fiebre se contagia y se propaga a la velocidad de una plaga y ahí los tienes bailando, poseídos. Siendo.
Hoy el hombre de cristal se enfrenta a su destino, y está tan nervioso que lo único que se le ocurre es cagarse en el mundo y cabrearse, porque ya basta de que le ignoren, ya está bien de mirar su DNI antes que su su talento; ya basta de mierdas y de lugares comunes. Porque, tal como está, lo siento, pero el mundo no puede mirarse sin dos dedos de frente. Y enhiestos. Como estos.


Avanza decidido el hombre de cristal. Hacedle paso.
Deseadle suerte.


viernes, mayo 25, 2007

El vagabundo herido (Auge y caída del Rey de la montaña, parte II)


Así, más o menos, habría sonado ayer esta canción, si la cosa hubiera sido normal. Pero anoche, en el Plaza, nada fue normal.
La cosa no empezó mal, salvo por la cosa esa de que hubiera poca gente. Pero otras veces ha sido así. La sala estaba fría y empecé a tocar temas calmaditos, como para decirles a los que allí había que podían confiar en mí, que no soy malo. Y que tengo mucho filin. Mira si no:
Vale, tios... yo cantaba Don't dream it's over, Homeward Bound, Daniel, cosas así, mientras la gente iba, poco a poco, escuchando a ese señor tan raro que estaba allí encima que, además, entre canción y canción hacía algún chiste malo, pero agradable. Poco a poco, va subiendo el concierto en intensidad, voy dándole velocidad a la cosa y algunos se animan a hacer coros, a dar palmas (había ayer uno terrible: con gran entusiasmo daba palmas, pero con un nulo sentido del ritmo, con lo que más que animar la cosa, despistaba). Empecé a meter canciones en español, temas de los Secretos, de La Guardia o Duncan Dhu, y clásicos wolffos, Lola, de los Kinks, cosas que casi siempre funcionan. La cosa no iba mal, la gente, la poca gente que había, empezaba a animarse. Tenía una sensación extraña en la mano derecha, algo en el tacto de las cuerdas no iba bien, pero no me preocupó demasiado. De vez en cuando, metía alguna cosilla más tranqui, como el Desperado, de Eagles, que fue uno de los estrenos de ayer.
De repente, al ir a pasar una de las páginas de las letras, veo que dejo un rastro de sangre en el papel. Entonces, levanto la mano, para mirarla a la luz y me doy cuenta de que tengo una herida en un dedo, el índice de la mano derecha, que sangra profusamente.

Claro. Así se explica la peguntosidad de las cuerdas. El tacto extraño de la púa. Las cuerdas están pringadísimas de sangre seca y la guitarra, horrible. Al principio creo que lo que me ha pasado es que me roto una uña. Como yo no toco la guitarra, sino que la aporreo, suele sucederme, pero pido un poco de papel para limpiarme y me doy cuenta de que no, no es la uña, que está rota, claro, como siempre. Es la yema del dedo, que está en carne viva. Tengo una sección, como si me hubieran cortado un filetito de un milímetro con un cuchillo jamonero. La verdad es que es espectacular, pero no me duele, es como si estuviera el dedo anestesiado, probablemente por efecto de la adrenalina, que es una cosa que me ha dicho la luna y yo la he creído, porque la luna nunca me ha fallado.
El caso es que, a partir de ese momento, no consigo remontar. Es cierto que no me duele, pero, a pesar de que me hacen una cura de urgencia en el escenario, no puedo tocar con ese pegote en el dedo y acabo arrancándome el espadadrapo. Celia, factótum del Plaza, me dice que llevo una hora y pico, que lo deje... Pero yo estoy cantidad de picado, por no haber hecho bailar a la gente. Bueno, allá al final de la sala un grupito se lo está pasando en grande... En esa mesa, ese grupo aplaude, canta... Esas dos chicas me miran y aplauden también con amabilidad. Ese chico gigantesco de ahí, que está solo en la mesa, con pinta de rumano, no me quita ojo de encima y se fija en cómo toco esta canción o esa... Eso es lo que pasa, si hay una persona que lo está pasando bien, no puedes dejarlo, tienes que dar el concierto entero aunque sólo te escuche esa persona.
Así que como no me duele, sigo adelante y termino el concierto, si he de ser franco, con más pena que gloria. Mirad qué pena...

Al final, después de hacerme una cura en el botiquín, salgo y se me acerca toda esa gente. Me invitan a copas, me prometen nuevos conciertos en las fiestas de su pueblo, me pasan la mano por el lomo, hasta que se dan cuenta de lo sudado que estoy.
Ese ratito es guay. cuando se te acerca la gente y te dice cosas tipo "eres grande", "has estado bestial, tío", "eres un monstruo, tío, tómate algo" y cuando pides una PepsiMax (para picar a Celia, porque sé de sobra que no tiene) te miran decepcionados. La leyenda del rocanrol dice que debes beber como un cosaco, pero yo ya me apreté tres vodkas antes de empezar, precisamente para atreverme a empezar.
Bueno, habrá otros días, otros conciertos, con más gente, con menos sangre.

Pero creo que es de ley contar que el rey de la montaña, ayer se quedó en el vagabundo que duerme encima de ese montoncito de arena.

Y hoy me he despertado con el dedo muy dolorido. El dolor que ayer no sentí, hoy ha venido para quedarse. Y además del dolor, una comida agradabilísima ha hecho que ahora me sienta genial. Ayer me acosté queriendo cortarme la mano por la muñeca y tener así una excusa para no volver a tocar. Y sin embargo, Flo, tú has hecho que este día sea un día cojonudo.

No te defraudaré.

jueves, mayo 24, 2007

El rey de la montaña

Heaven





Talking Heads, los bustos parlantes, vaya banda. Es una de esas bandas que, a pesar de estar hechas alrededor del núcleo de un genio absoluto, de una artista total, como lo es David Byrne, no podría existir sin todos y cada uno de sus miembros. Talking Heads, para mí, es sinónimo de modernidad, porque Mr. David Byrne es un hombre eternamente moderno. Hoy sigue sonando a vanguardia. Esta canción maravillosa habla sobre un bar al que todo el mundo quiere ir, donde ponen una música bestial (siempre la misma), que se llama Heaven (el cielo) y en el que a todo el mundo le sucede lo mismo: nada. Porque El cielo es ese sitio donde nunca pasa nada. Esta canción me enamoró no cuando la grabaron en estudio, sino cuando fui a ver la asombrosa película dirigida por Jonathan Demme, Stop making sense, la mejor película sobre una gira que he visto jamás. Una maravilla, podéis creerme. En la peli, esta canción es la segunda, y en ella David y Tina, la primera mujer bajista que me enamoró, sin nadie más, interpretan esta pieza de forma magistral. No os lo perdáis. En esta versión, he tocado el bajo y la guitarra acústica, además de forzar mi garganta para hacer los gorgoritos de los coros, cagándola en algunas notas, claro, pero me gustan estas cagadas. Hala, a ver si te gusta.
Aquí se baja directamente:


Oídme.

Podéis reíros de mis nervios y de lo incongruente de mis palabras, que hoy, te guste o no, me resbala todo.

Porque hoy voy a subir a la montaña. Voy a escalar, nota a nota, hasta lo más alto, hasta la cima, hasta donde, si quisiera, tocaría el cielo con solo levantar la mano.

Hoy, como todos los días, he madrugado para dar de desayunar a los míos, preparar sus comidas, besarles antes de marcharse y desearles un buen día. Pero ellos saben que hoy mi cabeza está en otro sitio. Hoy, estando a su lado, no está con ellos. Hoy mi cabeza no está con nadie, porque me espera la montaña, me espera el cielo.

Hoy voy a ponerme allí debajo y, con los brazos en jarras, miraré a la cima y la señalaré, blandiendo amenazante índice y le gritaré, en silencio que voy a llegar allí.

Hoy atenderé a los que llamen a mi puerta y a los que me escriban, pero mi cabeza no está con ellos.

Hoy soy un egoísta completo, el centro de mi universo y la luz que ciega, la que no se apaga; el ruido que no cesa, la caricia eterna y el susurro que te puede dejar sinsentido. Hoy voy a tocar.

Hoy subiré allí, al escenario y me enfrentaré a unas docenas de caras expectantes, muchas de ellas fastidiadas, porque no les pongan la música que a ellos tanto les gusta, y se haya subido ese señor gordito con esa guitarra tan bonita allí arriba.

Pues a ti, que me miras con cara de arroz, que querrías que hoy fuera un día como los demás, te digo: acabarás pidiéndome que no me vaya. Acabarás deseando que cante otra, querrás invitarme a una copa cuando acabe, desearás ser mi amigo para que la chica a la que intentas ligar vea que tienes mundo y que te codeas con amigos interesantes.

Porque hoy, esta noche, lo creáis o no, llegará un momento en que todos los que están en el bar van a querer estar en otro sitio.

Una mitad, querrían estar en mi lugar, encima del escenario epatando al personal, haciéndoles bailar, cantar y dar palmas a voluntad.

Y la otra mitad, querría estar entre mis brazos.

Sólo por ese momento, ese momento en que todo el mundo ha gritado que no, que no te vayas, que les regales otra canción, ese momento en que estás tan cerca del cielo que podrías tocarlo, cuando estás en lo más alto de la montaña de la noche, vale la pena vivir.

Por un momento seré el rey de la montaña. Del cielo.

Pero, como dice el estribillo de la canción que ilustra este artículo, el cielo es un lugar donde nunca pasa nada. Siendo así que al final, este, que por un momento se creyó dios, torna humano de nuevo y se da cuenta de que al cabo, cuando reinas en el cielo, reinas en la nada. Porque no existe el cielo. Pero sí la montaña que te lleva hasta él.

Y esta noche, amigos, el rey de la montaña, soy yo.

lunes, mayo 21, 2007

Acordaos del jueves y el Libro Gordo de Wolffete

¡¡ES ESTE JUEVES!!
Todo el que se encuentre en un radio inferior a 900 km. desde Villanueva de Cañada, debería asistir a esta singular celebración de la vida que es un concierto mío. Te digo una cosa si no vas: peor para ti.
Y, como hay gente pa tó, aquí tenéis, íntegra, sin editar, la entrevista que me hicieron el viernes, que incluye dos canciones tocadas en directo y otra emitida. Ojo, que son 45 minutos. Puede escucharse aquí o bajarse siguiendo este enlace.




jueves, mayo 17, 2007

Oigo voces

I'll be back (a capella)


Todo el que me conoce sabe de mi pasión por los juegos de voces. Para mí no hay instrumento que se parezca a las voces humanas y cuando éstas se combinan en buenas armonías, son el ruido del cielo. Lamentablemente, en el reparto de talentos no me concedieron el de una gran voz, pero sé apañarme cantando, y no tengo el oído del todo desastroso. Así que me he atrevido a hacer esta versión a capella del clásico que los Beatles sacaron en su absolutamente genial A hard day's night. Creo que esto ya lo dije cuando subí la versión instrumental, pero, alucina: esta era una de las seis canciones de relleno que escribieron y grabaron en una semana para ponerle una cara B al LP de la película. Bueno, a ver qué te parece. Sólo yo y mis voces. ¿Qué más quieres?

Para bajártelo, puedes hacerlo aquí:





Morrison R. Jules, Doctora En Enfermedades De Lo Que Es La Cabeza, decía el letrero (muy bonito, por cierto) pegado en la puerta de cristal traslúcido de su consulta. Empujé el tirador metálico y modernísimo con elegancia y gracia británicas, mientras se me ocurría el pensamiento original del día: eso que mi mano asía para abrir la puerta tenía todo el derecho del mundo a llamarse tirador, pero ¿quién le había robado el derecho de llamarse empujador? Porque esa era la acción necesaria para abrir la puerta desde el exterior. Entonces, así que traspasé el quicio, me invadió la inquietante sensación de que la doctora iba a levantarse para darme la mano y decirme que, por favor, me sentara.

- Buenos días, caballero – me dijo la doctora poniéndose en pie y ofreciéndome su mano derecha para ejecutar lo que es la clásica bacalada. Me estrechó la mano con fuerza innecesaria y me hizo un ademán con sus ojitos- Siéntese, por favor.

- De acuerdo, me sentaré si eso le place - dije yo, arrepintiéndome en seguida de ser tan lerdo. Pero ya sabes, cielo, que me pongo nervioso en presencia de mujeres hermosas. Y esta era realmente hermosa. Y negra. De raza negra, quiero decir, porque de color era más bien chocolate con leche, marrón clarito, menos la palma de la mano derecha (que es la que yo vi, la izquierda la tenía metida en el bolsillo de la bata), que era de color colacao del colegio, ya sabes, clarito, clarito, no como el de casa que es marrón.

La Dra. Jules viene de serie con unas hermosas mamas, o senos, que, en número de dos, se sitúan en la sección anterosuperior de su tórax, a ambos lados del esternón.. No son demasiado grandes, pero son preciosas, de verdad. Redondas, ¿sabes? Y con unas cosas que sobresalen que, por lo visto, se llaman pezones, y cuya misión es, al parecer, indicar a las crías por dónde se bebe.

- ¿Y bien, señor... Wolffo? ¿Qué le ocurre? - me dice la churri echándose hacia atrás en su silla que, observo, es mejor que la mía y llevándose la mano izquierda al mentón, como si le interesara lo que voy a contarle. Que puede que le interese, no digo que no, pero ella lo hace presuponiéndolo, y por eso, empieza a no caerme tan bien como, espontáneamente, me caen las negras. Observo, además, que la palma de su mano izquierda tiene la misma peculiaridad que la de la derecha, lo cual me resulta simpático. Vuelves a caerme bien, doctora.

- Oigo voces (ricura).

- ¿Voces?

- Sí voces

- Ah, voces...

- Oigo voces en mi cabeza. Voces eruditas.

- ¿Voces eruditas?

- Oiga, es usted negra, tiene las palmas de las manos color colacao de pobre, me gusta el letrero de la puerta, me cae bien, ya sabe, no lo fastidie todo repitiendo lo que yo digo. He dicho voces eruditas, pero usted no tiene porqué repetirlo...

- Ah, no tengo porqué repetirlo...

- Oiga, pare, en serio...

Por lo visto, además de indicar a las crías por dónde deben alimentarse, los pezones tienen una función sexual que no podemos dejar de señalar y, si se manipulan con destreza, son capaces de proporcionar grandes cantidades de placer a la hembra.

- Venga, sólo trataba de romper el hielo. Cuénteme lo de las voces, que parece interesante, ¿las oye ahora?

- Sip.

- ¿Y qué le dicen?

- No me dicen, ¿sabe? Hablan, peroran, disertan, pero no se dirigen a mí, en particular. Sólo que yo las oigo. Eso sí, siempre hablan de algo en lo que me he fijado o ha llamado mi atención. Es como si fuesen una especie profesor pelmazo o algo así. Entre usted y yo: son bastante plúmbeas.

- Venga, dígame, ¿qué tema tratan ahora?

- Las tetas.

Los hombres se sienten atraídos por las mamas abultadas y su visión continuada, o la expectativa de un contacto cierto con ellas, especialmente si éste contacto se verifica con los dedos, los labios o lo que es el pene, suele provocar en el macho una erección que, médicamente, tiene una explicación muy simple: sencillamente...

- ¡Ya sé lo que es una erección, joder –grité de repente-, no expliques porqué me empalmo, por el amor de dios!

- ¿Cómo dice? - me pregunta la negrita cachonda - ¿No le estaba hablando del pecho femnenino? ¿Cómo es que ahora le habla de erecciones masculinas?

- ¿Sabe? Es una voz lista, esta... me estaba hablando de las mamas, pero salta de un tema a otro, va de link en link como loca. Es erudita, sí, pero dispersa y disgresiva...

Cuando la erección se prolonga más allá de la eyaculación o el deseo sexual, el asunto toma un matiz médico, es el síntoma principal del priapismo: una erección perenne y dolorosa. Si, por el contrario, con la estimulación sexual no se consigue una erección o ésta no tiene la firmeza y la consistencia deseada para la penetración...

- Oiga, señor Wolffo, ¿sabe lo que creo?

- Oiga, pechos bonitos, no lo sé.

- Creo que a usted le apetece un café. ¿Qué me dice?

- Ya lo creo...- caray con la negra galena, adivina, la tía, vuelve a caerme bien, y es que ya se sabe, los negros... tienen esa cosa de caer bien porque sí- ¿Sabe una cosa? Es usted más café con leche que chocolate con leche. Al decirme lo del café, he caído...

- Muy interesante...

- ¿Sabe otra cosa? Me resulta muy simpático que tenga las manos tan limpias... quiero decir, que sean de distinto color que el resto de usted...

Al fin y al cabo, es un asunto de pigmentación básico. Pero, curiosamente, en las culturas milenarias africanas hay explicaciones a esa peculiaridad pigmental sumamente interesantes, eso sí, de indudable carácter mítico o legendario.

- Dígame una cosa, doctora café.

- Una cosa, ja, ja...

- Mire que al final, me olvido de todo ese asunto de su negritud y empieza usted a caerme fatal...

- Venga, diga.

- ¿Va usted a explicarme alguna leyenda o mito que explique porqué las personas de raza negra tienen las palmas de las manos claritas? Sea sincera, ¿es eso lo que iba a hacer cuando me pusiera el café?

Morrison R. Jules abre su boca carnosa y deja caer su redondo y rotundo culo sobre su silla, que sigue siendo mejor que la mía, pero eso ya no me da envidia, porque que es un justo homenaje a tan mordisqueables nalgas.

- Es asombroso, Wolffo, ¿cómo sabe usted lo que iba a hacer?

Yo iba a contestarle algo bueno, te lo juro, pero de repente se quedó callada. Quieta. Con la boca abierta. Absolutamente muda e inmóvil. Inanimada. Fuera, debió esconderse el sol o algo parecido, porque, de repente, estaba oscuro y la consulta de la doctora Jules es mi cocina y la doctora Jules es Jenny, mi muñeca hinchable. Es negra la muñeca y tiene practicados tres orifios (bucal, anal y vaginal) para mi solaz. No entiendo nada, pero cojo la taza de café y bebo un sorbito mientras estoy de pie al lado de la nevera. Blanca, fuerte y alta nevera.

Y en cuanto me despisto, vuelve a salir el sol, y entonces le digo al funcionario de la embajada rusa, que es muy alto, muy fuerte y muy blanco, que está a mi lado:

- ¿Y cómo es que en Rusia les salen tan guapas las negras y con esos morritos así de redondos?

Por una curiosa jugarreta del destino, una casualidad migratoria tal vez, una providencia histórica, quizá, se sabe que los conocidos como negros siberianos son, en realidad, fruto del azar. Varias hipótesis tratan de explicar tan curioso fenómeno, pero ninguno tan sorpendente como el que, a finales del siglo pasado, publicó en Human Nature el profesor Wolffeinstein...

miércoles, mayo 16, 2007

Egonews (Noticias de cuando mi ombligo mira a mi culo)

Days (canción para Tautina)




Esta soberbia canción de los Kinks, del año 1968, es posible que suene a mucha gente porque ha sido utilizada en muchas ocasiones como banda sonora de anuncios de toda clase. Yo mismo la usé (y la grabé) en una campaña hace varios años. Adoro a Ray Davies y a los Kinks, y creo que, fuera de los Beatles, que son cosa aparte para mí, son los más grandes. Desde luego, un millón de veces más valiosos que los aburridos Rolling Stones, que son un 98% de imagen y un 2% de música. La canción es un tesoro de principio a fin en la que el autor agradece a alguien que ya no está lo que compartió con él. He grabado esta canción tocando la guitarra acústica, dos pistas de guitarra eléctrica, bajo, pandereta y hasta cuatro voces, para decir adiós, bloguero adiós, con todo el cariño que soy capaz de reunir, a la que, a mi juicio, ha sido la mejor bitácora que jamás leí: La espina de Tautina que dijo adiós el pasado 11 de abril, y todavía no me he recuperado. Porque, desgraciadamente, Tautina no es como yo, que cada trimestre digo adiós, y ella, además de un innato talento para la escritura, tiene palabra.
Bueno, a ver si os gusta la cancioncilla. Aquí podéis bajarla con buen sonido si el reproductor no rula:

Vivo días raros e inolvidables y por eso, me váis a perdonar este egotrip, pero he de dar tres noticias, tres, relacionadas conmigo y con las dos únicas empresas que parecen apreciar mis dudosas habilidades como músico.

La primera de ellas es el bar Plaza Mayor, de Villanueva de la Cañada (calle Cristo, 30, copas, raciones y bocadillos sorprendentes) que vuelve a convocarme para que el próximo jueves, 24 de mayo, entre las 11 y las 12 de la noche, amenice la noche con un nuevo concierto. Esta vez, por problemas de agenda, estaré yo sólo con mi guitarra azul pues el gran Sergio Knoffler, mi compañero habitual, no puede estar presente.

Animaos a venir, porque podemos pasarlo de coña. Hay posibilidad de subir a cantar, si os sabéis la canción, nada de espontáneos borrachos, y hay posibilidad, sobre todo, de disfrutar de ese monstruo escénico, esa presencia rotunda, densa y con el punto de fusión donde tiene que tenerse el punto de fusión que es El Gran Wolffo, conocido artísticamente con el descriptivo nombre de El Ciclón de Valdemorillo. Con ese nombre, no es de extrañar que al final de cada concierto me pidan bises, me griten ¡torero, torero! y me pidan el rabo.


La segunda noticia es que JuanMa Tomás, el periodista que puso mi música por primera vez hace unos días en su programa de radio en Murcia (ya os hablé de ello), sigue creyendo que tengo algo interesante que decir y me ha pedido que le conceda una entrevista este viernes, en su programa ¡Y qué más da...! . Si consiguen arreglar la cosa para que la emisión en internet pueda seguirse (hoy por hoy está jodidilla), podréis hacerlo, si alguien quiere oír cómo se defenestra un mito, podéis hacerlo siguiendo este enlace. Por favor, rogaría silencio y abstención de gracietas sobre el propietario de la emisora, ya sé que, tratándose me mí, es, por lo menos, pintoresco. Por lo visto, la entrevista, si todo va bien será el viernes hacia las seis y cuarto de la tarde. Si eres del escaso, pero escogidísimo grupo de mis lectores de Murcia y zonas aledañas, los diales donde podrá escucharse la emisión por la radio normal son: para la ciudad de Murcia, 99.9 FM y para la de Cartagena, 104.3 FM. Ya lo que sería un puntazo sería llamar y decir hostiá como mola el pavo ese que has entrevistado y tal, pero comprendo que no todo el mundo tiene la gracia que tengo yo para mentir como un bellaco.



La tercera y última noticia que tengo que dar es que ayer hice un delicioso bizcocho de chocolate con fresas y zumo de mandarina al que llamaré Bizcocho Fugaz, debido a lo poquísimo que ha durado. Si me acuerdo, cuelgo la receta en breve, que hace tiempo que no cuelgo una receta decente.

¿A que es apetitoso? ¿a que tiene una pinta asombrosamente buena? ¿A que te lo llevarías a la boca sin pensarlo? Pues el bizcocho estaba riquísimo también.

domingo, mayo 13, 2007

No te muevas

Saca la lengua para bailar



Para mí, el segundo disco de Ronaldos, Saca la lengua, fue el que me reveló a esta banda como una gran banda de rock. Coque Malla y compañía estaban en vena y es un disco sencillamente genial. Estaba lleno de enormes canciones, como El Gurú, No me digas la verdad, Siesta de alcohol o esta grandiosa, maravillosa y preciosa Saca la lengua para bailar. La canción es un bollito de principio a fin, las guitarras, la melodía, el ritmo... Ese final en el que recuerdan tantísimo a los Beatles (ya sabéis que para mí no existe elogio mayor en la tierrra) y la letra, que me parece un ejemplo de gran letra de canción, porque se canta sola. Como soy como soy, para hacer esta versión, le he añadido mis inevitables voces y, como no tengo trompeta ni nada parecido, soplo un poco la armónica. Este tipo de canciones me dejan medio muerto (¿porque no he podido escribirla yo?)y, a la vez, me chutan tres cuartos de vida. O sea, que al final, el saldo es positivo y la envidia no me corroe, porque puedo cantarla.
¿Qué te parece a ti esta canción? ¿Soy yo, o es realmente maravillosa?
Si el reproductor no va, aquí puedes bajarla y oírla también:




No te muevas.
Voy, pero no te muevas.

Sonríe cuando hables por teléfono. Deja que mi voz callada y cálida te rodee el cuello y no le digas a nadie lo que te estoy haciendo. Pelea limpiamente, mujer, que yo te acoso abiertamente y me gusta que te defiendas igual. No valen las cosquillas, claro, ni siquiera cuando sientas que el placer te va a hacer soltar el teléfono y concentrarte en lo que yo te estoy haciendo. Nadie debe saberlo. Nadie merece saberlo.

Léeme para conocerme mejor. Soy un torpe golosino, un medio centro de toque al que no le llega el balón si no me lees. No sabes nada de mí si no entiendes lo que escribo y, sin embargo, por entender todo lo que aquí dejo escrito, tampoco vas a conocerme del todo. Pero es un yo bastante aproximado, aunque sin kilos de más y con un extra de autoestima que no tengo cuando me tomo una caña contigo.

Escúchame para irte a dormir. Cierra los ojos cuando, de noche, te busques entre los pliegues de tus labios. También me puedes buscar a mí ahí, claro. Estaré en la puerta del paraíso, preparado, con mi lanza siempre dispuesta para defender tu fortaleza o atacarla. Soy un soldado imprevisible, un militar montaraz y desconcertante que igual se alinea contigo o en tu contra, lo mismo te abrazo que te conquisto con el ariete de mi ingenio. O el otro. Lo mismo a tu lado que frente a ti. Pero siempre me tendrás alrededor.

Hagámoslo. Si no te parece mal, hagámoslo, que yo lo estoy deseando. En cuanto a ti...

Camina descalza a mi lado. Mira de frente al hablarme, aunque esté a tu lado, porque adoro ver perderse tu mirada en un punto indeterminado y me gusta el aspecto de tus labios cuando vas andando a mi derecha. Quiero aclarar que “un punto indeterminado” no se refiere a mi disperso pensamiento. A veces, estás hablando y yo no te escucho, sólo imagino tus labios atrapando golosos porciones insensatas de mí, pero me gusta que sea así, solo en mi imaginación, porque, si no fuera así, sería imposible que estuvieras haciéndomelo y sonara, de música de fondo, tu maravillosa voz.

Deja que mi lengua te examine recorriéndote (sí, re-corriéndote: porque te sucederá, al menos, dos veces durante el examen) de los pies a las ingles, que cure a besos tus rincones doloridos. Celebremos juntos que hoy no hay nada en particular que celebrar, pero tenemos la vida, nos tenemos.

Búscame entre la multitud. Decide, de entre todas esas caras sonrientes, quién soy yo. Elígeme. Señálame de lejos y acércate a mí, ignorándolo todo, moviendo exageradamente las caderas al ritmo de la música y sin quitarme ojo de encima. Ya verás, cielo: yo estaré, primero, dudando si es a mí a quien te diriges; luego me miraré la camisa para ver si me he manchado de mousse de tomate o de huevos a la benedictina; pero no, y tú sigues avanzando, tus caderas, aun de lejos, me rodean, y me sonríes y me señalas. Sigues avanzando y yo veo, a través del vestido negro y de tu ropa interior la tormenta húmeda que se está desatando entre tus piernas. Te acercas y sacas la lengua, en plan golfilla, y tus andares son una especie de danza ritual del sexo de los ángeles.

Cuando llegas a mí, no sé qué coño hacer con mi copa. Es una especie de trinaranjus que sabe a pis y mala suerte, así que lo dejo caer en una mesa encima de unos canapés de algo con queso y nueces. ¡Lo siento!, dice mi mirada a la concurrencia, pero consciente de que tampoco se pierde gran cosa. ¡Gracias! Le dice al cielo la amiguita que vive entre mis piernas, y mis manos aferran tu cintura con un poco más de presión de la estrictamente necesaria.

Mientras bailamos, prenda, te digo todo el rato lo preciosa que eres; lo maravilloso que es estar a tu lado y lo poco que un tipo como yo merece una mujer como tú. Tú dices que exagero, que eso son los ojos con los que te miro; y yo te contesto que sólo tengo estos ojos, no tengo otros para mirar al resto de la gente y que si los tuviera, no estaría buscando a otras bellezas en la fiesta, sino a alguien a quien poder contarle que me he llevado a la mejor mujer del baile.

Entonces me preguntas que en qué momento decidí que eras la mujer, de entre todas las mujeres de la tierra. Y yo, que soy un buen tipo, te contesto:

- Cuando sacaste la lengua para sacarme a bailar.

martes, mayo 08, 2007

Entre arpegios, mi tío Ignatius.

Nadie quiere escuchar (Wolffo's theme)



Cuando eres un paria, nadie quiere escuchar. Pero aunque nadie quiera escuchar, nadie me impide gritar lo que me parece a mí que debo gritar. Afortunadamente, tengo este sitio para gritar y, si no quieres oírme, no vengas, porque hoy, esto va de gritos. Existe en mí, latente, una cierta frustración porque, la mayoría de las veces, no consigo hacerme entender. Tampoco es que tenga nada especialmente interesante que decir, pero me gusta poder tener la libertad de decirlo. Eso es de lo que va todo esto. Hay también algo de eso de genio incomprendido, de talento desaprovechado, de ¡eh, vosotros!, qué hacéis que no os enteráis de lo que va el asunto, ¿es que no váis a escucharme?, pero vamos, esa parte es menos importante que la de hacerme entender. Porque eso colaría si tuviera 20 años, pero camino de los 43, ¿a quién le importa?. Salvo a ti, claro. Sé que a ti te importa. Es decir, se trata más de que me escuchen que de que me oigan. Aunque, a veces, es mejor pensar que lo que pasa es que no oyen, aunque escuchar, escuchen. Por eso lo canto y lo publico: porque sé que tú, siempre, aunque nadie quiera escucharme, me vas a escuchar. Que tienes el corazón abierto a mis palabras, los ojos abiertos a mis patéticos bailes y el oído siempre atento hasta para el más leve de mis suspiros. Sé que vas a escucharme y me dirás lo que corresponda. Esto sólo es una canción. Y tú eres lo más importante que hay en mi vida. Musicalmente, en este tema me gusta la confusión: empieza suave y acaba pesado, con pegada. Es una balada muy rockera, pero no al modo de los heavys, que yo no doy pa tanto. Es al modo Wolffo: muchas voces, guitarra acústica, dos eléctricas, un bajo poderoso y una batería de mierda, porque no consigo dominar el tema. La mezcla es un poco desastrosa, porque había mucho ruido que gestionar, pero el resultado no está mal, aunque esté mal que yo lo diga. Me gustaría grabar todos estos temas en condiciones, con buenos músicos, a ver cómo sonaban, así que a ver si algún culoplano de una discográfica despega el culo del asiento al escuchar esto y me escribe un ingenioso e-mail en el que me diga: estás equivocado, Wolffo yo sí que te quiero escuchar. Y todos tan contentos. Si falla el reproductor, aquí puedes bajarla y reproducirla, también:

Si al llegar al cruce que hay justo debajo del anuncio viejo de Nivea, en vez de seguir hacia delante, tomas hacia la derecha, ese caminillo que apenas se ve, llegas a la cabaña de mi tío Ignatuis. Mucha gente va en coche, o en moto, pero si de verdad quieres ir como se debe ir, bájate del coche y ve andando. Es un paseo increíble; créelo.

Ignatius te abre la puerta si le apetece, si llamas con buenos golpes y si está en casa. Siempre tiene a mano una cerveza, pero sólo te la dará si le caes bien. Si no le caes bien y, a pesar de eso te ha abierto la puerta, será encantador, pero te convencerá de que no tiene dinero suficiente para tener cervezas en la nevera y acabarás dándole dinero, si eres confiado, para unas cerves, o encargando al chico del súper que le lleve una caja.

Ignatius toca la guitarra con suave convicción. Compone canciones que casi siempre tienen un regusto nostálgico y canta con una extraño y cálido color de voz. Casi todo el mundo coincide en que canta bien pero, técnicamente, es un desastre de desafinación.

Ignatius ha conseguido con su faceta musical, el mismo reconocimiento que como escritor, guionista o torero: ninguno. Pero Ignatius vive, coño, y no desfallece, el pollo; y con cada nueva composición, se renuevan sus sueños de que alguien, en algún lado, le oirá un día y descubrirá ante el mundo su inmenso talento ignoto.

Yo, que conozco a Ignatius como nadie, sé que morirá entre el afecto y la admiración de una docena de incondicionales, que le quieren con locura, y poco más. Nadie hablará de Ignatius después. Pero eso no está todavía en perspectiva. Ignatius vive, Ignatius vive, claro que sí. No trascenderá, pero hablas con él y, si le pillas de buenas, te contará cómo ve él las cosas. Es inteligente, pero su inteligencia es extraña, y tiene una cualidad maravillosa. Cuando en una reunión, empieza a hablar, a exponer con convicción una opinión, un pensamiento, una reflexión, el silencio se extiende, como un terremoto de paz, desde el epicentro-Ignatius. Muchos son los que le escuchan, callados y entonces, él, según se da cuenta, embrolla su discurso hasta donde no admita réplica. Y todos se quedan callados, asintiendo con ruiditos tipo “¡hm...!” porque nadie es capaz, si quiera, de decir tienes razón; su discurso es brillante, elocuente y convincente, pero no sabes muy bien porqué brilla, qué es lo que te cuenta o de qué te ha convencido.

Otras veces, Ignatius es como un autista. Mi familia se lo perdona, porque tampoco molesta a nadie, pero es un poco enervante. En mi familia es corriente preparar una mesa para veintitantos y alargar la comida hasta el amanecer, ¿no?, pues a veces, entre risa y risa, entre copa y copa, ves a Ignatius en una esquina de la mesa, con la mirada perdida en algún punto del horizonte, presente y a miles de kilómetros de todos nosotros y sé que a mí, y a mis primos y a mis demás tíos les gustaría saber qué pasa dentro de la cabeza despeinada de Ignatius. Esa cabeza que nos sonríe pero que a veces es capaz de no emitir sonido alguno durante horas. ¿Dónde te vas, tío Ignatius, cuando tus ojos miran tan lejos?

¿Quién ocupa tu cabeza?

¿Es acaso la Luna de larga cabellera y poéticos senos y muslos de dos temperaturas? ¿Es una estrella fugaz para todo el mundo, pero permanentemente brillante en tu corazón?

Dicen que Ignatius era un buen trabajador, pero tenía esa cosa rara en la mirada que inquietaba a todo el mundo. A veces Ignatius parece tan suficiente... Sus jefes, pocos, no soportaban que él les mirara a los ojos y les dijera, sin decir una palabra, sólo clavando su mirada verdazul en sus jetas asustadas: no te respeto. Acababan deshaciéndose de ese hombre raro. Ese punto indolente e incómodo lo tiene mi tío Ignatius. Pero vive, Ignatius, no creas que no.

Si quieres ver a Ignatius en su ser, tal y como realmente es, tienes que ir a su cabaña. Pero no llames, por favor, que su alma, ahora, es asustadiza y frágil. Quebradizo corazón que salta de miedo en miedo y que nunca se lanza a volar.

Mira por la ventana sin desvelar que estás ahí. Mirale cuando coge su guitarra porque una idea revolotea su caótica cabeza. Mírale cómo compone una canción.

Esos acordes, van acomodándose a sus dedos y acaban por ser una progresión lógica y bien armada. Un arpegio digno de él. Mi tío Ignatius empieza a vivir dentro de esa melodía. Óyele balbucear. Dice frases sin sentido encima del arpegio recién encajado. De repente, esa frase “un momento era el tiempo que duraba un café”, se sube encima de las notas del arpegio y empieza a cabalgar. Se levanta, nervioso. Busca algo para escribir. Encuentra un lápiz de Ikea junto a las especias y se sienta en la mesa. Busca, nervioso, dónde escribir y acaba escribiendo la letra de la canción en el interior de la caja de Golden Grahams.

Ignatius vive en el interior de una caja de cereales. En la mina de un lápiz de Ikea. En la mesa de listones de madera. En la silla de la familia política de su hermana. Ignatius vive en el corazón incansable de Gumersinda, que le sostiene y le anima a seguir. Ignatius no quiere fallar a nadie, pero falla a todos constantemente, y todos le perdonan con la misma adorable cabezonería que él emplea para joderla.

Mi tío Ignatius está lleno de defectos, ¿sabéis? A veces piensa que el mundo no le quiere escuchar. Pero yo sé que eso no es así. El mundo está deseando escuchar a Ignatius, pero éste todavía no ha encontrado la canción que haga que cese el ruido. El maldito ruido. El ruido ensordecedor que le oprime. El ruido que le está exprimiendo el corazón.

Pero un día encontrará la canción adecuada. Y entonces, como un inmenso terremoto de paz, su canción se irá extendiendo conforme el mundo calla y escucha, y mi tío Ignatius podrá, al fin, morir en paz.

Ignatius vive. Mi tío Ignatius vive en mí.


viernes, mayo 04, 2007

Magia y precisión



Este tema de Nacha Pop siempre me encantó. Es del final de lo que yo llamo los buenos tiempos. Cuando aún estaban todos juntos, con Ñete y Carlos Brooking soportando todo el sonido afilado y espectacular de las guitarras de Antonio y Nacho. Esta mañana me he levantado con ganas de grabarlo y ahí está. Aprovecho para probar este nuevo reproductor y por favor, dime qué tal va. Quiero dedicar esta canción a mi más incondicional seguidora musical, la simpar Cris, que lleva más de un año escuchando y comentando, entusiásticamente, mis poco meritorias grabaciones. Si hubiera dos como tú, seríais dos, lo cual no sé lo que quiere decir. Ahora bien, dos como tú es imposible, Cris, eres absolutamente única. El que aún no lo haga, que la visite y aprenda, en un par de párrafos, qué es eso de escribir bien. Por ti, mi querida Crispulina.

Si quieres, puedes bajarlo aquí:


Llegué de madrugada.

Ella vivía en el piso bajo de un edificio de la parte tranquila de ciudad. Me dijo, fugazmente:

- Ven

Y yo, claro, fui.

Antes de hacerme visible disfruté del placer del espía.

Ella estaba sentada en el suelo, a oscuras, en lo que seguro, era su habitación. Tenía una manta echada por encima y estaba iluminada, tenuemente, por la luz que desprendía el monitor de su ordenador portátil. Su gato dormitaba patas arriba en su cama desecha en lo que parecía una siesta gatuna envidiable.

Por debajo de la manta asomaba un piececito encantador. Tenía las uñas pintadas y me dieron ganas de meterme cada uno de esos deditos redonditos entre los dientes. Estaba hablando con alguien por el messenger. Y allí, me quedé, mirando embobado a esta mujer que me volvía loco desde hacía semanas.

Semanas que pasaban más rápido de lo que uno puede controlar. Aquel día, al abrir el correo, encontré un mensaje de alguien que se hacía llamar Suave_y_Velozz y que decía:

Eres magia.
Tu música obra milagros entre mis piernas y tu voz me rasga el alma.
Tus letras me escriben cartas de desamor y cuando te oigo soplar la armónica, mis dedos me buscan en rincones inéditos.
He comprado dos ejemplares de tu disco: uno no sale de mi equipo. El otro, no sale de mi cama. Y tú, maldito artista, no sales de mi cabeza.
No me conoces y, créeme, es mejor así, porque así no te enamorarás de mí.
Y si así fuera, entonces no saldrías tampoco de mi corazón.
Sólo quería que lo supieras.
Y ahora ya lo sabes, ¿qué vas a hacer?

Suave_y_Velozz

Lo primero que pensé fue ignorar el mensaje. Otra loca más. Desde que la suerte me sonrió y pude grabar aquel disco, recibía mensajes de decenas de locos que me proponían negocios, aventuras o planes descerebrados. También de muchas personas que, sencillamente, me ofrecían sexo sin más. Algo me hizo no tirar este mensaje, aunque en principio no le hice demasiado caso.

Dos o tres días después, volví a leer el mensaje. Me di cuanta de que, con su firma, me daba la dirección de su casa. Era distinto, sin duda, pero era, también, raro. Hice lo que hubiera hecho cualquiera: escribí Suave_y_Velozz en Google y encontré una página que parecía estar esperándome sólo a mí. Dejé un comentario, claro, creyéndome muy listillo.

Debo presentarme: soy Sabino Joaquínez, cantautor, y ella me admira y me adora no por lo que soy, sino por lo que canto. Es rara esta sensación. Porque yo la quiero por lo que ella siente por mí. Es decir, si todo empieza de forma equivocada, porque su amor surge de un sitio raro, mis canciones, no mi persona, y si mi amor es respuesta a ese raro amor, ¿en qué me convierte eso? Un cantautor idiota, probablemente.

Contesté a su primer mensaje con una pretenciosa y distante carta donde me hacía el duro y el gilipollas. Ella no me contestó.

Escribí otra carta, ésta amable y simpática, de tono ligero y sonriente y su respuesta fue, más o menos, la misma: silencio.

Por último, le escribí una alambiacada carta de amor, llena de imágenes y ruegos, de peticiones y provocaciones; volqué en la carta todo el talento que soy capaz de reunir; todo el encanto que soy capaz de mostrar. Le hablé de mis días y sus noches, le aseguré que velaría sus sueños, que le haría el amor sin descanso, que sería feliz a mi lado; le hablé de cosas y circunstancias que, pensaba yo, la harían caer rendida a mis pies. Moriría antes que renunciar a ella.

Esta vez sí que contestó:

Trataré de ser precisa.
A ver si así te enteras.
Tu disco ya no está en mi equipo.
Ni, por supuesto en mi cama.
Y trato de que salgas de mi cabeza.
No eres, ni por asomo, el de tus canciones, así que déjame en paz.
Empiezas a darme miedo, así que, por favor, desaparece de mi vida y
pide ayuda.

Me das asco y pena. Déjalo, por favor.
Suave_y_Velozz


Vive en algún lado de la costa mediterránea. Huele bien aquí en esta época del año. Ella chatea con algún infeliz y yo, que sólo pienso en ella, estoy aquí, espiándola por la ventana. Viéndola escribir y mirar a la pantalla ladeando la cabeza... sonríe a ratos y escribe.

Es tarde y eso me salva: si me ve algún vecino, seguro que llaman a la policía o algo por el estilo. Creo que voy a entrar.

Estoy dentro y nadie advierte mi presencia. Ni siquiera el gato, que duerme como un tronco entre la cama sin hacer de Suave. Me acerco a la cama y le doy una patada al gato, pero fallo, a pesar de tenerle muy cerca. No obstante, algo le despierta y se levanta y me deja sitio.

Sus sábanas huelen maravillosamente, así que me tumbo en su cama, mirándola chatear. Dios, qué guapa es... Tengo que conseguir que vea el regalo que le he traído, que está ahí fuera, al pie de la ventana.

Intento llamar su atención llamándola, pero mi voz no existe. Me pongo a dar saltos en su cama, pero no me oye. Ni me ve. Sólo tiene ojos para su pantalla. Entonces se me ocurre algo. El gato no me ve, pero parece que le doy algo así como miedo. Así que le acorralo y le obligo a saltar por la ventana.

Suave se levanta veloz y se asoma a la ventana y por fin me ve.

Yo soy mi regalo.

Y mi cuerpo está ahí debajo. Sacrificado y hermoso, con un CD de Sabino Joaquínez partido por la mitad y clavadas sus dos mitades en mi corazón.

Soy inerte en un charco de sangre negra, pero soy feliz, porque me he regalado a ella. Ahora sí que velaré sus noches.

Ahora sí que estaré, por siempre, junto a ella.

Justo donde quiero estar.

martes, mayo 01, 2007

Río de Janeiro: un sitio con bastantes tías buenas.

A palo seco

Cuando Burdon (si os gusta la múisica en serio, visitad su blog, es magnífico) me presentó a Los Hermanos, me dejó un poco flash. Nunca había oído nada parecido; o no, quizá llevaba toda la vida escuchándolo en mi cabeza, pero no había descubierto a ninguna banda que sonara así. Los Hermanos son una banda de rock, y son brasileños. Y se les nota a veces más lo uno que lo otro. En este tema, que yo sólo he oído en un "desenchufado" de esos con más enchufes que un primo del rey, se les nota más brasil que el rock. Busca el original en YouTube y escuchalo y míralo porque es maravilloso. Me he atrevido con él porque soy un hombre osado, que no tiene vergüenza, y tiene muchas ganas de cantar. Me encanta, a pesar de ser español, tener muchos más que 25 años y de sentirme, no lo puedo evitar, mucho más cerca del blues que del tango argentino, o de la rumba, vamos. Quiero dedicar este temazo a mi recién conocida, pero ya queridísima Fugaz, que tiene acento de Fuenterrabía, ojos de gran angular y labios de caramelo. Y un corazón que sí que le cabe en el pecho, de acuerdo, pero que acoge mucho más que los corazones normales. A ver si te gusta, Fuggie.

Aquí puede bajarse con sonido guay:





(Extraído del libro de viajes WolffoTours, la Obcecada Guía del Viajero Obtuso)

Lo primero que el viajero avezado descubre nada más poner pie en tierra brasileña es que no es para tanto: ni te entran ganas de bailar, ni eres mejor futbolista, ni nada. Eso sí, sientes, espiritualmente, que una nueva realidad, cadenciosa y tropical, invade tus muslos inexorablemente. Ya en las rodillas, no, pero en los muslos... Es lo que los más viajados conocen como Muslitos de Brasil, y no voy a extenderme más sobre este asunto.

No lo hacen con todos los que llegan a Brasil, ni siquiera con todos los importantes, pero si tienes suerte y eres un profesional de reconocido prestigio, las autoridades brasileñas gustan de cumplimentar al viajero con el célebre recevimento, que no es, ni más ni menos, que un recibimiento con acento brasileño y bastante agradable, si he de ser sincero. En mi caso, en este viaje a Río, sabiendo que Lula es un hombre esencialmente despistado, elegí un precioso traje chaqueta de color amarillo desirè de la diseñadora de mi familia, Wolfoleeza Rice, que sabía que impresionaría, por su elegancia y por su sencillez, al presidente Da Silva.

- Eu realmente impresonado por la eleganza e sencillez esencial del tuo Rice, amigo Wolffo. Eu tenho un presente para você. Eis Ronaldinho como simbolo de hermandade do Brasil du Espanha. Complace-te?

Aunque no es algo que aconseje que hagáis vosotros, viajeros ávidos de nuevas sensaciones, le metí, sin más ceremonias, el muñeco por el culo. ¿No te jode? un peluche de Ronaldinho...

Mi viaje continuó por tierras brasileñas sin mayores percances. Río de Janeiro, lo digo para que lo sepas, es un sitio con bastantes tías buenas, ese podría ser el dato demográfico, cultural y natural más relevante de este sitio del demonio. Hay mulatas que cortan el hipo, de acuerdo, pero no veas qué rubias se ven también.

Otra cosa bastante importante de Río de Janeiro es que está en la playa, no en el río, como su nombre parece sugerir. Bueno, quizá haya un río, no digo que no, pero la movida, lo que es la movida, está en la playa. Y la gente va más de rollito playa que de río en plan pesca y eso.

Luego tiene cosas muy parecidas a Valdemorillo, como por ejemplo que hay niños en la calle que juegan al fútbol (y a algunos se les da bien, Brasil podría convertirse, uno de estos años, en una potencia futbolística, al loro) y que las mujeres en general, cuando paseo por la calle, me saludan con una sonrisilla como diciendo hay que ver qué noble eres, zagal.

En Rio de Janeiro descubrí un brebaje negro al que llaman cafe, que es bastante parecido al café que tomamos aquí, pero allí le dan más prosopopeya.

Es un sitio bastante religioso, porque tienen una especie de cristo del que unos simpáticos brasileños colgaron una pancarta para darme la bienvenida. No le dediqué demasiado tiempo al tema, porque, la verdad, tengo una estatuilla bastante parecida en casa, que en vez de los brazos en cruz los tiene apoyados en una espada o algo y es dorada, en vez de piedra, y se llama Óscar y no sé como se llama el Cristo. Pero vamos, que si vas, lo váis a ver, porque es bastante grande y lo han puesto en un sitio muy vistoso, como para que se vea. No tiene pérdida, así que no vamos a perder más tiempo con el cristito de los huevos. Vas, lo ves y si te mola el tema, te acercas. Punto.

Yo, os voy a ser sinceros: fui a la playa, que es donde estaba el recurso natural de Brasil por excelencia: las mujeres mollares. Puede que haya museos, no voy a decir yo aquí que no los haya, pero el arte en este país está en la playa, embutido en bonitos tangas.

Provocando un cambio social.

En la playa me encontré eso, un montón de gente que no sabía muy bien qué hacer con su tiempo libre y yo, que no soy un turista pasivo, sino un viajero activo que interactúa con su entorno para adaptarlo a sus necesidades si es necesario, me puse manos a la obra.

Empecé a soltar a la gente que iba por ahí, desocupada (un montón de peña, os lo juro), que si unas maracas, que si una pandereta, que si botella de anís, tú, cara triste, toma este pito, tú, que no tienes remedio, coge ese palo y le zurras a la lata esa... en ese plan: organizando, dando a la gente una razón para vivir, podríamos decir.

Ellos, curiosamente, pasaron de tener una expresión triste y bonachona (como un san bernardo, por ejemplo) a tener la alegre jeta que, por ejemplo, luce Woody Woodpecker, el pájaro loco.

Les di unas nociones básicas de percusión y ritmillo y se pusieron a hacer ruido y aquello sonaba bien. Las tías, que hasta ese momento se limitaban a estar buenas de una forma, digamos, admirable (es decir, se ponían ahí y tú las admirabas y punto), querían participar de aquello nuevo que estaba surgiendo y les dije:

- Colgaos unos avalorios de los pezones y moved las tetas y ya puestas, el culillo al ritmo de la música...

Eso estaba hecho. La gente hacía algo parecido a bailar... Se movían, estaban felices, disfrutaban, ejecutaban lo que los entendidos llaman un punto de inflexión en el devenir de una civilización.

- Llámalo cambio social – me dijo Lula, en plan pelmazo

- No, nada de eso... – dije yo mirando al horizonte con mi limpia mirada de halcón noble y peregrino- Lo llamaremos ¡Samba!

Y así se inventó la samba. Luego, les organicé el temita para que no se pasaran el día con la samba, y con fugaces pero clarividentes fogonazos de inspiración, les regalé los carnavales, para que una vez al año se pusieran todo lo pesados que quisieran con eso de la samba.

El Amazonas:
como el Manzanares, pero con más mosquitos y con ecologistas

Dejé Río con lágrimas en los ojos, porque me había pillado los dedos con una ventana y cuando me pasa eso, pues lloro.

Me dirigí a un sitio que tenían ahí bastante abandonado que era un río bastante grande, al que llamaremos Amazonas, para entendernos. Pero que se sepa, el río no tiene nombre.

El Amazonas es sorprendentemente parecido al Manzanares, pero tiene la ventaja de que no lo atraviesa la M-30 ni pasa por debajo del campo del Atleti. A cambio, me pareció, mirándolo, así a ojo, que era un poco más ancho y, esto seguro, tiene muchos más mosquitos, y más grandes.

En el Amazonas también hay tías, pero estas no están nada buenas, como las de la playa de Río. Y eso que de estas se puede decir, auténticamente, que son tías de río, y no de playa. Jeje, es un chiste, no sé si lo has pillado. También hay peces, pero la gente sigue prefiriendo ir a la playa, seguramente por las tías. Es decir, la gente en la playa procura diverirse, en el río este, sin embargo, aparte de esas mujeres feas y de hombres con peinados parecidísimos a los de las mujeres feas, encuentras a un montón de gente que se hacen llamar ecologistas, y que están allí, principalmente, para amargarle la vida al personal. Los ecologistas disfrutan anunciando un apocalipsis, pero sin la gracia de un Nosferatu, pongamos por caso. Uno pasea por el amazonas y no sabe qué le molesta más: la presencia de los mosquitos o de los activistas de greenpeace.

En el Amazonas me limité a disfrazarme de extraterrestre y organizar partidas de poker estilo tejano y partidas de caza con los nativos para asustar ecologistas y nos lo pasamos pipa.

Me adoran, estos feísimos amazonos.

Y en Brasil, lo que es el país, desde entonces, se me quiere muchísimo, como todo el mundo sabe. Si echamos una mirada al mapa do Brasil, es fácil ver las dos ciudades que me dedicó este pueblo bailongo y entrañable.

Wolffluviale es un próspero Centro De Ocio Natural donde se enseñan técnicas de asustar pelmazos y de relajación. No vayáis porque a pesar de ser un Centro De Ocio Natural, es un coñazo de sitio.

Valdemorillo do Brasil, al sur del país, casi en la frontera con Argentina, es un sitio asombroso. Han reproducido, en homenaje a mí, piedra por piedra, Valdemorillo. O sea, un horror injustificable. Y no vayáis, porque para ver lo que váis a ver, tenéis Valdemorillo aquí al lado y encima, yo os invito a comer a casa, hombre.

Será por dinero...

Recomendación final al viajero:

Ve, que mola, pero tampoco creas que lo vas a flipar todo el rato. O bueno, a o mejor sí que lo flipas. Pero si lo que buscas es flipar, lo que se dice flipar, Fresnedillas de la Sierra, colega. Un día te cuento.