martes, noviembre 28, 2006

El proceso Fotherengate: caso cerrado.

Don't look back in anger

El día que escuché esta canción pensé: caray, otro gran grupo. No había escuchado el muy alabado primer disco de Oasis y esta canción, del maravilloso (What's the story) Morning Glory me dejó absolutamente tirado. Creo que es la mejor canción de los 90 y me he resistido a grabarla hasta hoy porque me daba miedo, y el que la escuche entenderá porqué. Mi versión es eso... una versioncita nada más. Pero la canción es tan, tan buena, que soporta hasta que la haga yo. Una obra maestra absoluta que es una gozada cantar de lo bien hecha que está. Ojalá pudieras disfrutarla tanto al escucharla como yo al grabarla. Una pasada, una auténtica pasada.

Expediente número 13.
Archivo de los Juzgados de lo Social y la Memoria Proyectiva de Madrid.

15 de enero de 2063.

“Se abre la sesión, retrocedamos e intentemos, con la verdad y nada más que la verdad, reconstruir los hechos”, dijo el juez Yambra.

Buch, que los conocía de la escalera, de cuando niños, declaró lo siguiente:
“Juanillo Fotherengate nunca contestaba a sus padres. Hizo siempre lo que pudo para merecer la aprobación de éstos y su mayor alegría era cuando ellos declaraban su orgullo paterno. Pero Juanillo tenía un punto débil: Margaritita Repollo Rushmore, una niña coletuda y rizonglera, amante de los vestidos y los lazos, de las merceditas y las diademas, de los leotardos y los chupa-chups Kojak, esos que tenían un chicle en el centro.”

La declaración de Guisanttèesse tampoco se perdió en demasiados dibujos:
“Juanillo estaba loco por Margaritita y ella, claro, le castigaba con el látigo feroz de su indiferencia. En eso, y en algunas fiestas de cumpleaños en las que siempre se encontraba de más, consistió su niñez. La verdad, señoría, no recuerdo nada más...”

Doc, que compartió con él los años maravillosos de la adolescencia, contaba:
“Juanillo alcanzó la adolescencia tratando de olvidar a Margaritita y con un desarrollo desigual de sus testículos: el derecho era grande, como el XL estándar de gallina, y el izquierdo, pequeño y pecoso, como de codorniz. Aparte de esta anomalía cojonuda, Juanillo vivió en aquellos años su esplendor físico: alcanzó su estatura máxima, no tenía barriga sobresaliente y su cambio de voz no fue traumático, sino suave y progresivo. No era mal tío, pero encajaba mal las bromas sobre sus huevos”.

Tautina, una de sus amigas en el proceso de cambio de niña a mujer lo tenía muy claro:
“Margaritita Repollo Rushmore, sin embargo, sufrió en esos años la ingrata apariencia común en muchas mujeres que luego pasamos a ser genuinos bomboncitos. Piernas más largas de lo corriente, rodillas huesudas, pecho inexistente, curva de culo de valores casi negativos y proliferación de granitos, eccemas, además de una grasiento y laxo peinado; sus rizos dorados de la niñez eran ahora una lacia y amarillenta cascada de orina que repelía a los peines y, por extensión, a las personas que los portaban.”

En el juicio, el testimonio del doctor Ararat, compañero por entonces de su equipo de fútbol sala, levantó cierto revuelo...
“A los 21 años, Juanillo era conocido como Johnny Dospollas, y no porque tuviera dos penes, ni porque su único pene valiera por dos, sino por el desarrollo desconcertante de sus testículos. El XL de gallináceo aspecto se alargó magníficamente, adquiriendo un perfil fuertemente aplatanado, y se colocó en la parte superior del escroto. El efecto, al verle relajado, dado que no se había practicado la circuncisión y su prepucio era, digámoslo así, de cuello vuelto, era que uno se encontraba ante un hombre, un ser, vaya, con dos cipotes. Este efecto desaparecía en estado de erección (el huevo-plátano, entonces, bajaba a la altura del huevo-codorniz), pero cuando sus compañeros de fútbol-sala le vimos en la ducha, él no estaba, ni mucho menos, empalmado. Trataba de pasar desapercibido cuando Luisito el Lentejo (renegrío, redondeado y pequeñajo) exclamó:

-¡Juanillo tiene dos pichas!

Y ya se sabe, señoría, cómo son las cosas en un equipo e fútbol....”

Wen, Wendeling, la dulce maia, para los amigos, la ginecóloga que la atendía, arrojó luz sobre la verdadera naturaleza del pronblema de Margarita:

“A su vez, a Margaritita Repollo Rushmore habían dejado de llamarla así, y era conocida como Marga Culiflor, no porque fuera afortunada, porque era todo lo contrario. Su prometedora adolescencia derivó en una juventud monstruosa. La llamaban Culiflor porque su chumino era abultado y prominente, de gran volumen, de modo que parecía tener, donde debería haber una vagina, una especie de culo delantero, de enormes labios mayores como hinchados que parecían las nalgas de una negra pálida y con una especie de restos letales de acné juvenil. Su potorrillo tenía, sin exagerar, el tamaño de una pelota de balonmano y sobresalía de forma descarada, o descoñada, más bien.”

LunaNegra, una de las primeras clientas textiles de Margarita, declaraba, sobre aquellos años:

“Marga Culiflor estuvo a punto de dedicarse al comercio sexual de su anomalía, pues descubrió que el mercado de la carne era prolijo en perversiones disfrazadas de actitudes morbosas, pero finalmente optó por dedicarse de lleno a su carrera de modistilla de tercera y empezó a ganarse la vida haciendo arreglos a domicilio en el barrio, el barrio de Prosperidad, la prospe, en Madrid.”

MariRayas, la psicóloga argentina del barrio, contaba en el juicio:

“... pero muy pronto se hizo evidente que los dobladillos, el arreglo de sisas, coger los bajos, coser botones y cambiar cremalleras no le daba para vivir. Las prendas nuevas que vendían los chinos eran más baratas que sus baratísimos apaños. Así que Marga Culiflor diversificó su actividad empresarial, ampliando su negocio, abriéndose hacia nuevas oportunidades de futuro y nuevos retos y servicios: la limpieza de hogares. La mala leche de los vecinos de la prospe hizo que empezara a conocerse a Marga Culiflor como la Chocha, un juego de palabras realmente poco refinado y elevado.”

Jartos, con una ligera carraspera, era su mejor amigo, acaso el único, en aquellos momentos:

“Johnny Dospollas había dejado el fútbol sala, porque no soportaba que se rieran de él en las duchas y fue adaptando su vida a un estilo monacal y poco sociable. Trabajaba en casa, escribiendo microespacios para la radio (¿Qué tal tu hijo con el nuevo curso? Fenomenal, porque este año, para evitar sustos, he llamado a Acadomia...¿Acadomiaaa? Sí, Acadomia, son profesores a domicilio...) y comunicándose con el mundo a través de su ordenador. Todo lo que no hacía en el mundo, todo lo que le estaba vedado, lo fingía en internet. Estaba registrado en múltiples páginas de contactos y foros de los más variados temas, y en cada página poseía un perfil diferente. Era hombre, mujer, gay o viejecillo, músico o elfo... según le convenía. Era un hombre que desarrollaba una intensísima vida social en la web... y que iba engordando y engriseciendo según pasaban los años”

Morgana, una historiadora que adoraba a los Pretenders, era su vecina en aquéllos días:

“El trabajo, por lo que yo sé, le iba bien: le encargaban textos que no le costaba nada escribir y se los pagaban generosamente, así que decidió que ya era hora de pagar a alguien para que recogiera lo que él había empezado a dejar de recoger dos años atrás. De modo que habló conmigo y yo le dije que, al día siguiente, si a él no le parecía mal que compartiéramos la chica de la limpieza, le diría a la mía, con la que estaba muy contenta, que se pasara por su casa cuando acabara en casa.”

MalaPerzona, amiga íntima de Morgana, contaba cómo fue el reencuentro:

“Sí, sí, sí... era la Chocha, Marga Culiflor, Margaritita Repollo Rushmore, la niña de los rizos de oro que, de pequeña. Le robara el corazón. Se reconocieron al primer instante, a pesar de que habían pasado, perfectamente, más de 20 años.”

Tulipana, que fue compañera de Margarita, contaba lo que, a su vez, le había contado Margarita:

“Al parecer, é se quedó mirándola fijamente y no pudo evitar que su vista reparara en el bulto que había en la zona vainal de ella.

- No tengo nada ahí metido... ni soy un travesti superdotado... soy así.

- No, no, no.... no me importa, mira – dijo él soltándose el botón de los vaqueros y dejándolos caer a sus tobillos (vergonzoso: no llevaba calzones) y mostrando así su anomalía- Yo tampoco soy perfecto.

Sabelilla, la locutora habitual de los anuncios de Juan, acabó siendo amiga de la pareja y dio su punto de vista:

“Y, lo crea o no, señoría, se amaron. Y como él tenía talento para escribir y ella para coser, juntos progresaron muchísimo. Porque lo único que les hacía falta a ambos era confianza, la confianza que ahora, se brindaban el uno al otro.”

Triniá, la farmacéutica sevillana del barrio, les conocía bien:

“Sí, es verdad, entonces empezaron a hacer amigos. Amigos de mierda, con perdón, que se reían de ellos en cuanto se daban la vuelta, pero ellos lo sabían y parecía no importarles, porque se tenían el uno al otro.”

Gilda, su amiga periodista, hizo la crónica social del proceso:

“El día que se casaron en la Iglesia del Cristo de la Esperanza, ella había preparado un primoroso vestido de novia, y vestidos para las damas de honor a juego; todo un poco horterilla y recargado, seamos sinceros; y había cosido un intolerable chaqué en tonos malva para el novio y los testigos. Pero destilaban felicidad. Y Esperanza.”

Crispulain expuso también su punto de vista:

“Juanillo escribió unos votos que eran lo más de lo más en emotividad y cursilería proletaria. Sería una boda perfecta. Con todo el mundo llorando y sonándose los mocos. Porque, seamos sinceros, señoría: somos un país cursi y tendente a la lágrima fácil. En ese sentido, todo iba maravillosamente. Todo sensibleramente preparado”

Por último, Fray Hermano, el que iba a oficiar de maestro de ceremonias, dejó sus pinceladas de memoria:

“La Iglesia del Cristo de la Esperanza está presidida por una enorme e incomprensible imagen de un Cristo un poco obeso y feo como si fuera un demonio, el cura que lo encargó debía estar pedo el día que lo pusieron. Margaritita le preparó una corona de flores de miga de pan que parecía el pelo de Marge Simpson, pero en rosa. Estaba verdaderamente atroz.

Pero abría sus manos en gesto más o menos amable (en realidad parecía que te decía ¿de qué vas...?) y todo el mundo se sorprendía de que se mantuviera en pie, porque tenía una inclinación intencionada con fines dramáticos: la intención era que su acercamiento tenía que provocar ternura, confianza, pero realmente, esa zozobra adelantada, lo que inspiraba era desazón.

Pero nunca se había caído, a pesar de su inclinación.”

Yambra, el juez titular del juzgado expuso sus conclusiones:

“Lo que nadie ha contado, pero lo haré yo, que para algo soy más listo que todos ustedes, es que aquél día Pepiño Blanco, que entonces estaba con su jefe en la oposición, cavaba un túnel en el suelo de Madrid para colocar un micrófono bajo el Banco de España, a ver si así se enteraban de algo; entonces estaba aún más desorientado que hoy, así que erró el disparo, más o menos 10 kilómetros y fue a parar debajo mismo del dedo gordo del pie izquierdo del Cristo Obeso, haciendo que la que se consideraba hasta ese momento la obra precursora de la Ingeniería Imagenética Eclesial, dubitase en el espacio-tiempo. Bastó desestabilizar el dedo gordo del pie de apoyo para que la mórbida imagen se viniera adelante y aplastara, bajo sus pechos abubdantes y pétreos, a los contrayentes, que no reaccionaron a la sensata voz de ¡hostiá, que nos aplasta! de Fray Hermano, el oficiante.

Cierro el caso sin más culpable que el mal gusto. Aquí el crimen se ha cometido contra el buen gusto y la decencia. Aunque lamente que termine justo cuando iban a empezar a pasarlo bien...

En cualquier caso, ya pasó. No vale la pena mirar atrás. Y menos hacerlo con ira. Se cierra la sesión.”

miércoles, noviembre 22, 2006

¿Es usted un apenado? ¡demuestre que no atreviéndose con las auténticas Patatas Aydiosmío!

You ain't going nowhere



Ya os he hablado alguna vez de mi adorada MariPili's, que merece mi adoración y la de todos los hombres de la tierra. El otro día me acerqué a su casa con mi Borj y mi Su a tomar una PepsiMax y unos filetitos de pollo empanado (cuando mis glándulas olfativas detectan que alguien conocido ha hecho filetes de pollo empanados me las arreglo para aparecer casualmente en la puerta de su casa) decía que fui a su casa y tuve uno de esos ratitos mágicos que uno guarda en su memoria. Bueno, fueron dos los ratitos. El primero fue la llegada a su casa: los cuatro magníficos salieron a recibirnos con una alegría tan desbordante... vamos, como si fuéramos los reyes magos, pero no llevábamos regalo alguno. Antes al contrario, porque a los pocos minutos de estar allí, cuando empezaba a ponerme nervioso porque esos filetes empanados no salían, en simpar Dudú, padre espléndido de las criaturas y los cuatro magníficos aparecieron en divertidísima procesión trayendo en los cinco pares de manos nada menos que siete armónicas, siete, que constituían mi maravilloso regalo de cumpleaños. La magia, por supuesto, no estaba en las armónicas, sino en la sonrisa de los cuatro magníficos: Diego, Olga, Jaime y Daniel sonreían tan ampliamente, sus ojos brillaban de tal manera mientras bajaban la escalera que da a la cocina, que recuerdo el momento como una bajada de escaleras de un musical de Hollywood, tal era la luz del momento. En fin, para estrenar las armónicas (bueno, una de ellas, la de Sol) grabo esta espléndida canción de Bob Dylan; una de esas canciones suyas que, sin versión ajena, yo jamás me hubiera interesado por ella. Dylan es un genio componiendo, pero como bien dice mi compañero Sergio, mejor que se esté calladito. Esta versión mía está basada en la versión de los muy dylanianos The Byrds. Muchas voces, guitarras acústicas tocadas con púa blanda haciendo el chunda-chunda y una guitarra muy brillante y muy reverberada que se turna y se pelea con la armónica para matizar los interludios sin letra de esta gran canción. Así que ya lo ves, nena: tú no vas a ninguna parte. Quédate conmigo escuchándola, ¿sí?




Por razones editoriales, he retirado esta receta de mi weblog. Pronto, eso sí,
podrás leerla en un soporte más cómodo. Gracias.

lunes, noviembre 13, 2006

Ropa Hueva: lo que va de un cocido sobrao a uno huevón.

¿Quién rompió el hechizo?


La primera vez que supe de La Frontera me cayeron como el culo. Se presentaban a la misma edición del trofeo de rock Villa de Madrid que mi grupo "Los Residuos" y en la primera ronda nos dieron boleto, mientras ellos, con gran diferencia sobre los que tocábamos ese día pasaron adelante. De hecho, nosotros éramos un grupo muy primerizo, de chicos de 16 años que ese día faltaron a clase, mientras ellos eran ya un grupo hecho y derecho al estrellato. La diferencia era abismal y por eso, me cayeron tan mal. Pura envidia. Envidia no ya insana, sino malsana. Con el tiempo se me pasó y reconocí que el single que grabaron gracias a ganar ese certamen (Duelo al sol) me encantó y me lo compré, como hice con otros tantos discos suyos. Esta canción, pertenece para mí, junto a otras tipo La Verdad, Juan Antonio Cortés o Diez minutos de pasión, a ese ramillete de canciones supuestamente menores, pero que para mí son absolutamente geniales. Esta quiero dedicársela a la simpar Tautina, que escribe como una diablesa eternamente provocadora, que sigue ese lema que leí un día en la camiseta de mi hija: las chicas buenas van al cielo; las malas, a todas partes. Pues eso, Tautina, pues eso; muévete por todas partes, que el mundo te está esperando.


Por razones editoriales, he retirado esta receta de mi weblog. Pronto, eso sí, podrás leerla en un soporte más cómodo. Gracias.

viernes, noviembre 10, 2006

Quédate conmigo

Stand by me


Stand by me... vaya título; cuando lo vi en la contraportada del superdisco "Be here now" de Oasis, pensé, ¿se han atrevido? pero no, era otro Stand by me... Yo no sé qué piensas tú de Oasis, pero a mí me asombra la capacidad de componer buenas canciones que tienen. Esta es una especie de heavy-ballad preciosa en la que, como no tengo una orquesta sinfónica para hacer el payaso delante de ellos como seguramente hicieron los Gallagher, he tenido que meter hasta 6 guitarras en la última parte de la canción, una tocada, incluso con la técnica del pizzicato, pero muy distorsionada. El efecto es el de una orquesta sinfónica borracha, pero ya al borde del delirium tremens. Como es una versión mía tiene, por supuesto voces extra y un par de soplidos de armónica en la introducción. A ver si se puede escuchar bien, porque con la supercompresión que hace Evoca de la música (y mira que grabo un mp3 de calidad, a 256 kbps) el resultado suele ser desolador. Quiero dedicar, entrañablemente, esta canción a mi queridísima MariPili's, para decirle que siempre que ella lo quiera, estaré a su lado, aunque a veces, a pesar de mi diámetro, cueste verme. Venga, no seas lila, escucha esto y quédate a mi lado.

Una vez estuve a punto de perderla. Pero fui valiente, mas nada queda ya de aquel aguerrido tipo. ¿Cómo fue que llegamos a esto? Quizá nos ayude echar la vista atrás y recordar cómo empezó todo.

- A lo mejor no nos ayuda nada.

Es cierto, listilla, a lo mejor no nos ayuda, pero a lo mejor sí y como esta es mi vida, y este desecho gris, mi cerebro, es mi privilegio contar y descontar, enseñar y ocultar y ese privilegio es el que voy a usar.

Era el mundo un poco al revés, el tiempo se balanceaba en el columpio de la feliz inconsciencia, el aire olía a atardeceres marinos y sorpresas y tú no dejabas de joder con la pelotita.

- ¿Joder con la pelotita? Eras tú el que jugaba al baloncesto...

Sí, era yo el que, esbelto, botaba la pelota, pivotaba magistralmente, hacía movimientos astutos y viriles, entraba a canasta y lanzaba en suspensión con elegancia soviética, pero eras tú la que me lo echaba en cara y me decías que a ver cuando crecía y yo lanzaba a canasta y parecía un trasunto de Corbalán y Chechu Biriukov y tú no lo apreciabas...

- Nunca metías canasta...

Nunca metías canasta, nunca metías canasta... ¿tú eres tonta? ¿Qué me dices de mi elegancia natural? Porque todo esto era antes de que se pusiera de moda esa modalidad circense y lamentable de baloncesto que es la NBA, cuando era casi tan importante como meter una canasta, el componer una figura plásticamente aceptable y no había tatuajes, ni mates ni gimifaiv ni inyurfeis ni alijups, y el baloncesto era un deporte de caballeros, no de macarras.

- Ya, pero no la metías ni de coña...

¿Ves? Es imposible. Sigues jodiendo con la pelotita. Sigues empeñada en demostrarme lo distante, lo guay, lo imbécil que eres, cretinita mía, pero tu mejor baza es la otra, cuando callas, cuando te has dormido, cuando sólo me queda tu recuerdo de ti. Si no estás, siempre recuerdo esa forma de sonreír, tu voz cuando no sabes que te estoy grabando en mi memoria, tus manos que ignoran cómo las adoro, tu lengua de trapo tan errática y tan experta, esa forma tuya de recoger los pìes bajo el trasero mientras ves la tele. Pero luego vuelves.

- Pero si nunca me he ido...

Eso es lo que tú te crees, bonita, estabas yéndote continuamente, siempre, cuando voy a terminar por besarte, por atrapar y sellar tu silencio bendito con un beso de tornillo, cuando voy a beber de ti hasta tu última ausencia, reapareces y en ti eso es largarse, es hacer mutis de este escenario de amores y hacer que todo caiga como un decorado barato. Estabas aquí, pero tuviste que volver a irte, tuviste que hablar, dejaste de nuevo que tu ira te atrapara y fuiste cruel y te reíste de mi porcentaje de tiro

- Tu media era de una canasta por cada 30 intentos...

Ya estamos otra vez, hijalagranputa, mira que te pones cabezona, todo lo traduces en números y te olvidas de la poesía del momento, del movimiento sutil, de la música de las formas, de mí... te olvidas de mí y sólo miras lo que he hecho y yo, lo siento, pero no soy mi obra, no soy mis consecuencias; soy yo...

- Entonces, dime, ¿por qué quieres que me quede?

Pregúntaselo al viento, porque yo no lo sé. Sé que me haces daño, que me duele cada vez que abres esa boquita, cada vez que me señalas con tu precioso dedo de purulentas intenciones, cada vez que tus ojos bellos y crueles se fijan en un detalle, cada vez que, jodida listilla, me hacías pensar y darme cuenta de que estaba equivocado... y sin embargo, te necesito más que a mi mala leche, porque saberte cerca me tranquiliza...

- Para mí no es suficiente, es agotador estar pendiente de alguien como tú...

Agotador, agotador... ¿acaso tienes otra cosa que hacer que estar pendiente de mí? ¿Es que tienes algo mejor en lo que ocupar tu tiempo? ¿Hay algo más importante en tu vida que mirarme?

(momento decisivo: ella me mira de hito en hito, y yo, ¡menudo soy!, le aguanto la mirada; sé que está pensando que soy un cerdo machista, y es posible que alguien más lo esté pensando pero, si alguna vez habéis confiado en mí, dadme unas líneas, sólo unas líneas de crédito)

Entonces, querida, aunque parezca que me odias, aunque parezca que no puedo soportarte, quédate conmigo.

- Venga, vale.

Y entonces, fui como el mundo. Entonces no dejé de tenerte. Desde entonces, fue sencillo aceptarte. Entonces fui consciente de que yo también tenía conciencia.

Aunque en mi caso bien podría heberse dicho de mí que tenía mala conciencia.

lunes, noviembre 06, 2006

A veces, escribo con Mayúsculas Iniciales

Mrs. Brown, you've got a lovely daughter


En 1965 un grupo llamado Herman's Hermits publica esta canción deliciosa con título un pelín atragantante: Señora Marrón, tiene usté una hija adorable. Es decir, la tesis de la canción es un poco patética: como mi novia me ha dejado, voy a intentar quedar bien con su vieja, a ver si la convence de lo buen tipo que soy... inaceptable, ¿verdad? Si oyes el original, piensas, al principio, que el tipo canta de coña por el acento tan raro que tiene. No sé si es que imita a algún especimen conocido por entonces o algo así, pero es muy curioso escucharlo. A mí me encanta esta canción, que conozco, como tantas otras gracias, gracias a mi hermano Jose. En esta versión mía, toco el bajo y 4 guitarras, incluyendo una con un pequeño efecto de Wha-wha que le va al pelo; a cambio, no toco el ukelele que hay en la original. Añado, también, alguna voz de regalo y la programación de la batería que me ha costado un huevo, porque la canción, que parece una parida, tiene un tempo, un compás, de lo más enrevesado. Es una cancioncita de esas de mover la cabeza y que te dibuja una sonrisa boba en la boca y una carita de buena persona que ya, ya... Bueno, a ver si te gusta, que es genial. Me gustaría dedicarle este tema a mi amigo Doc, que seguro que la conoce y la disfruta.

Salgo de casa, cada día, hacia las siete de la mañana. Empieza a hacer frío y yo empiezo a abrigarme más de la cuenta, porque soy de esos que siempre se abrigan más de la cuenta. El autobús que pasa por mi parada a las siete y cinco está todavía frío, porque es la segunda parada, y los cristales empapados de vaho y gélida humedad hacen que mi gesto de quitarme el abrigo y ponerlo en mi regazo sea, más que nada, un acto de fe. Pero es que sé que dentro de diez minutos me va a sobrar el abrigo y voy a estar incomodísimo con él puesto y además va a ser incomodísimo para el que siente en el asiento de al lado. Porque yo pienso en los demás, no como el Hombre Cenicero, un señor que apesta a colilla de Habanos (cigarrillo, no cigarro), que a pesar de que se sube en la parada siguiente a la mía, que es la tercera, todavía en esta urbanización, antes de llegar al pueblo, se sienta en un asiento de pasillo, en vez de hacerlo en el de ventanilla, con el único objetivo de disuadir a las personas de que se sienten a su lado. Me dan ganas de decirle que esté tranquilo, que si hubiera posibilidad de sentarse en otro lado, nadie elegiría su apestosa compañía, pero no le digo nada porque tampoco yo soy el Salvador de la Sierra Oeste, sólo soy el Hombre Que Juzga en Silencio Equitativo.

Yo me siento en la ventanilla, me soplo los puños y rezo para que una Chica Bonita se siente a mi lado; si no es una chica bonita, me vale con que sea una Persona Pequeña, un niño o un loro, pero que sea Alguien Con Quien No Tenga Que Rozar Los Muslos, que no me gusta, la verdad.

Bueno, si es la chica que veo montar en bici por la urbanización, no me importaría, porque ella, La Chica Que Pedalea Y Sonríe, eso es otro nivel, como dice mi hermana. Mi madre no sabe nada de la ciclista arrebatadora, pero estoy seguro de que la aprobaría. Tiene unas saludables chapetas coloradas, unos labios sonrientes y confiables, pechos redondos y discretos y generosas caderas anchas de sólidos muslos. Estoy seguro de que si ella subiera al autobús, sin la bici, claro, y se sentara a mi lado (cuando sube una chica guapa intento parecer más pequeño, me escoro hacia la ventana, para que el sitio se vea grande y no invadido por mis Celebérrima Anchura De Hombros y pongo cara de que no estoy atento a si se sienta o no a mi lado) no me importaría que sus muslitos rozaran con los míos. Estoy seguro de que tiene unos Bonitos Pies Rosados y que no me importaría darle un masajito de vez en cuando, cuando terminara sus paseos en bici, por ejemplo, y le pondría un té rojo o de cualquier color de esos que ahora a todo el mundo le ha dado por tomar. Ella, la Ciclista Óptima De Pies Seguramente Acariciables sonreiría y me dejaría ser su TPPT (Terapeuta Particular de Pinreles y Tobillos) y seríamos felices si un día decidimos casarnos y todo lo demás.

Mamá la aceptaría, seguro, así que un día de estos le cuento que la amo y que me ayude a preparar el casamiento.

Hoy, viernes, cuando llega el autobús a la tercera parada, veo la escena de siempre, en la que el Hombre Cenicero apura un Habanos agarrando la colilla –caliente, reblandecida- entre el índice y el pulgar mientras aspira lo que, por su careto, parece ser algo asqueroso pero yo, que he fumado, puedo decir que el Habanos es un tabaco fuerte, sí, pero sabroso, nada asqueroso, así que no sé a qué viene poner esa cara ni fumar de esa Manera Desesperada, si todos los días le pasa lo mismo: que empiece el pitillo un par de minutos antes y ya está... en fin, el caso es que hoy hay una sorpresa, y es que está acompañado, en su Apurada Agónica del Pitillo, de alguien especial; ha subido al autobús acompañado de la Ciclista Óptima De Pies Seguramente Acariciables y yo me muero de ganas de rescatarla de ese malvado malandrín, pero no lo hago porque ya he dicho antes que no soy el Salvador de la Sierra Oeste y, sobre todo, porque ella, la Pedaleadora Sensual, parece estar a gusto con el Hombre Cenicero.

Entro en la ofi y trabajo como todos los días. Hago fotocopias, reparto el correo, llevo cafés a Los Que No Dicen Tacos, o a los que, al menos, lo intentan y siempre tengo una sonrisa y una pregunta amable para los Ejecutivos No Agresivos, porque con los Agresivos, con los que dicen tacos, me limito a cumplir, pero no les hago La Vida Más Fácil.

Es mi cumple y, al final de la jornada, mis compañeros de oficina, que son buena gente, y que se habían pasado todo el día disimulando, haciendo ver que habían olvidado mi cumpleaños, me hacen una mini fiesta sorpresa de oficina y me regalan una bici de montaña preciosa con una dedicatoria que dice:

“Para Ínfimo, de sus compañeros de oficina;
por ser El Hombre Más Agradable Del Mundo,
para que persiga sus sueños pedaleando,
además de soñando”

Además de regalarme la bici, mi jefe, vamos, el jefe de todos, don Susano Juicio, el dueño de la empresa, me dice que él me lleva a casa, pero si yo vivo en Valdemorillo, don Susano, a 50 kilómetros de aquí, no importa, hijo, hoy tenía que pasar por allí, voy a ver a unos amigos, y yo sonrío y le doy las gracias, pero yo sé que en realidad no va a ver a nadie, porque en mi pueblo no viven los amigos de don Susano Juicio sino los míos, pero don Susano es un hombre generoso y me lleva en su enorme Mercedes azul marino que tiene un maletero casi tan grande como mi casa y un chófer que casi no dice nada, que se llama Sucinto Modo, pero que no parece mala persona, de verdad.

Ya es sábado y voy a buscar croasanes recién hormeados para mi madre en mi flamante bicicleta de montaña de color futurible. Mi bici es bonita.


Joé, hace mogollón de años que no me subo a una bicicleta. Antes de subirme a ella me parece enorme, pero al verme reflejado en una ventana me doy cuenta de la figura poco afortunada que formamos la asociciación de la bella bicicleta y el hombre con sobrepeso. Tal vez, pienso, me ayude a perder ese sobrepeso el andar dando pedales. Me pongo en posición y empiezo a dar pedales. El sitio donde vivo es bonito, pero tiene unas cuestas de cojones (yo mismo no me llevaré el café hoy) y el sillín de la bici, que al tacto, antes de sibir, me había parecido un Sillín Acolchado Y Confortable, ahora me tortura las ingles con mucha mala leche.

Los muslos se me ponen verdaderamente tensos y cada vez me resulta más penoso dar una pedalada, así que echo pie a tierra y me pongo a reflexionar sobre la vida en general, haciendo un brillante paralelismo entre ésta y la dureza de las cuestas, en plan “la vida es dura, como las cuestas” y todo eso. Oigo el sonido de un coche que se acerca y me pongo a examinar el pedalier de la bici con aire experto, para no parecer el gordo fuera de forma que soy, sino un Experimentado Ciclista con Problemas Técnicos. El coche pasa sin hacerme ni puto caso (sin café mañana), así que tomo aire y me lanzo a la conquista de este exigente puerto que es la parte baja de la avenida Roncesvalles y a los cincuenta metros tengo que volver echar pie a tierra a tomar aire; calculo mentalmente que para llegar al super, que está en la parte alta de la urbanización, voy a necesitar, al menos, una semana si sigo parando cada cincuenta metros. Es dura la vida del ciclista ocasional. No sé si habéis visto a los ciclistas cuando, al final de la etapa les dan el trofeo y todo eso: van como en chanclas y da bastante grima verles. Se les ve esmirriaíllos y como muy poco agraciados, con esos culottes pegaos, marcando paquete, esas gorras ridículas y esas chancletas intolerables... su aspecto no es nada saludable como el de otros deportistas, los luchadores de sumo, sin ir más lejos, pero ahí les tenéis, recogiendo premios y todo lo demás. No sé a qué viene esto. Mi aspecto es más noble, por supuesto, con mi chándal gris oscuro sin rayas ni adornos, monocromo, austero, sucinto... con deportivas negras de decathlon de a nueve pavos, no sé, elegante, buena persona, orondo, como si dijéramos. Pero mamao, oyes. Cuando estoy a unos veinte metros del súper y estoy a punto de echar pie a tierra, me pasa, como una exhalación, la Ciclista Óptima De Pies Seguramente Acariciables, con una cadencia de pedaleo envidiable, y lo que es más humillante, una sonrisa en el rostro como de que no le afectan las rampas del 88% que estamos superando, ella con más soltura que yo. La estela que deja mi Ciclista Favorita es adorablemente adorable, de verdad, porque se echa nenuco y me gusta que se ponga nenuco para hacer ejercicio y la veo alegre y vital llegar al súper y bajarse de un elegante saltito de la bici, y entrar correteando en el súper con su coleta de caballo castaña rebotando alegremente en sus hombros. Yo tardo unos 15 minutos en recorrer, haciendo penosas eses, los últimos 15 metros y cuando echo pie a tierra siento tal dolor en los muslos que no me importaría que me amputaran. Intento dejar la bici y entrar por mi propio pie en el super pero, dios, no soy capaz de dar un paso. Me duelen muchísimo las piernas. Además, en una Conjunción Perversa De Desastres, empiezo a sudar de mala manera y me convierto en una especie de Emisor De Vapores Desagradables, una Central De Efluvios, un Generador De Olor A Salchicha.

Ella sale y yo sonrío y hasta sonreír me duele y se sube de un saltito encantador en su bici roja y se deja caer colina abajo. Eso sí puedo hacerlo, pienso yo, y me olvido de los cruasanes y me dejo caer y dejo que mis cien kilos se deslicen a tumba abierta. Pronto en mi cara la expresión dominante, debido a la aceleración que tomo es la famosa Sonrisa China De Velocidad y adelanto a la Ciclista Óptima De Pies Seguramente Acariciables y miro hacia atrás para ver cómo ella admira mi Velocidad Casi Terminal y cuando vuelvo los ojos a la carretera veo que no controlo la bici y que acabo de salir de la carretera y que voy a estrellarme contra una puerta metálica pintada de verde que tiene un aspecto asquerosamente sólido, oigo a la chica gritar ¡cuidado! (a buenas horas, rica) y cuando creo que todo ha terminado, veo, con sorpresa que el Hombre Cenicero abre, desde dentro, la puerta verde y, al verme veloz y descontrolado, se echa a un lado, dejando el paso libre, en una demostración de la Célebre Hospitalidad Valdemorillense, y entro en su propiedad como una puta centella (un mes sin café, coño) y me dirijo, directo, a la piscina, a una velocidad estimada de 85 km/h, y las piscinas en noviembre están bastante frías y los hombres veloces se desmayan es esas circunstancias.

Despierto y veo a una mujer guapa y mayor que me dice que es la Señora Marrón, casada con el Hombre Cenicero y madre de mi adorable Ciclista Óptima De Pies Seguramente Acariciables.

- ¿Cómo te encuentras? – dice ella

- Difícilmente – digo - ¿Estoy vivo?

Sí, estoy vivo y me doy cuenta de que mi sueño de poseer, sentimental y sexualmente, a la Ciclista Óptima De Pies Seguramente Acariciables, se aleja, pero quiero jugar una última y patética carta: ganarme a su mamá.

- Señora Marrón, tiene usté una hija adorable – le digo - chicas tan apañás como ella son raras de ver.

La Señora Marrón me mira con pena. Y, llena de ternura, me dice:

- Tienes más posibilidades de ganar el Tour de Francia que de ligarte a mi niña, chavalote. Pero no seré yo quien te diga que no entrenes... a lo mejor en uno de estos años, todo el mundo, menos tú, se dopa y ganas.

- Pues tiene usted una puerta pintada de un verde horrible, que lo sepa.

Me fui de allí. El sol se ponía receloso en el horizonte insomne y en algún lugar, no demasiado lejos, una mujer freía unas tiras de tocino y un hombre se rascaba los huevos.
Y yo montaba en bici.