martes, octubre 31, 2006

Breve historia de mí mismo.

Birthday
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Rock'n'roll a lo bestia, festivo y vocinglero, para felicitar a quien le apetezca ser felicitado, por ejemplo a mí mismo. Esta bestialidad de McCartney grabada por los Beatles en el Álbum Blanco siempre me ha parecido la forma más vital de felicitarle el cumpleaños a alguien, así que la repesco para felicitarme a mí mismo. Es un rocanrol trepidante, divertidísimo de tocar, con un cambio fabuloso y un riff de esos que te levantan el culo de la silla irremediablemente. ¡A disfrutarla!


Y sucedió que, igual que 42 años atrás, el sol tuvo un ramalazo veraniego y lanzó un rayo, con perdón, de puta madre, pero de puta madre, a la tierra y el rayo sobrevolaba Madrid, aun indeciso, a las ocho y media de la mañana del primer día de noviembre de 1964.
Ese rayo de sol con ramalazo veraniego y acariciador sobrevolaba, como os decía, el cielo azul del Madrid gris de los los años 60 y, como un pájaro discriminador, como un halcón peregrino, como una rapaz implacable, planeaba sobre quién caer, cuando observó una mujercita rechonchilla y hermosa y a un hombre enjuto y ligeramente encorvado que entraban en ese momento en un hospital. No dudó mucho más tiempo ese rayo juguetón y fue a caer, después de esquivar a un montón de patanes, en la tripilla (bueno, el uno de noviembre de 1964 era una gran tripa) de doña Milagros, que esperaba para ingresar en el Gómez Ulla, en el muy madrileño barrio de Carabanchel. El hombre enjuto era militar, así que esa es la razón de que atravesaran la ciudad entera (la familia vivía en lo que entonces eran las afueras del norte de la ciudad, la Plaza de Castilla) para dar a luz a esa bola de sebo que entorpecía sus pasos y su vida en general.
Por decirlo en pocas palabras, eso que inflaba la tripa de doña Milagros más allá de lo razonable, era yo. Así que, al notar la impertinencia amable y calentita del susodicho rayo, me puse en contacto con mi madre, para comunicarle. por medio de contracciones regulares y tremendas, mi intención no dilatable en el tiempo, pero sí en su... bueno ahí, de nacer.
Nací, pues, a eso de las nueve de la mañana de un hermoso día otoñal en un hospital militar de Carabanchel, pesando cuatro kilos setecientos gramos, una buena cifra hoy, pero no demasiado espectacular en aquellos años es los que a las embarazadas, su médico les decía “come, come, que tienes que comer por dos”. Salí colorado como un tomate, hermoso como una calabaza gigante, comilón como ahora, y sin atisbos de lo que hoy todos conocen como mi genialidad singular y cocorbitante.
Crecí fugaz y simpaticote, un buen tipo, dicen los que me conocieron en mis primeros años. Mi primer amigo, desde antes de poder sostenerme en pie, fue el gran Mich, que había nacido 4 meses después que yo y que vivía puerta con puerta en el segundo piso del 15. Yo el segundo izquierda, él el segundo derecha. Contaban nuestras orgullosas mamás que salían juntas al parque a que nos diera el sol de primavera en los cochecitos que éramos tan distintos como pueden serlo dos personas: Mich alargado, blanquito y elegantemente delgado, una configuración que aún conserva, el muy cabroncete. Yo achatado por los polos, rosado y redondo como una mortadela bolognesa, una configuración que no le logrado quitarme de encima ni para fardar.
Cuentan que en los primeros años de mis andares en esta tierra no era el muchacho tímido que luego fui, sino que en las reuniones familiares era un niño que repetía con entusiasmo todo el repertorio de gracietas que hacen sentirse orgullosos a los padres y que hacen que los invitados se sientan atrapados en una horrible cárcel. Al parecer, mi número estrella era cantar, lleno de convencimiento, “Yo soy aquel”, de Raphael, con una fidelidad tal al single que teníamos en casa, que me rallaba en el momento en que se había rallado el disco (...y estoy aq... y estoy aqu... y estoy aqu... y estoy aqu... ) y no reanudaba la canción (¡ ... y estoy aquíiiii, para querereteeee...!) hasta que me daban un ligero topetazo en el hombro, como hacíamos con el comediscos en casa. A todo el mundo le hacía mucha gracia recordarlo, pero yo jamás le he visto la gracia.
Una característica física que me marcaba entonces eran mis orejas desabrochadas. Desplegadas como las alas de un águila y del mismo tamaño del que las que tengo hoy, pero en una cabeza más chiquitita, me daban cierto aspecto de ratón mickey, sobre todo al salir del baño, con mi abundante pelambrera pegada al cráneo. Me gustaba jugar muchísimo a los coches y me pasaba horas en casa, arrastrándome por el suelo con cochecitos metálicos inventando historias y carreras imposibles. Entonces, como ahora, no me gustaban especialmente los coches de carreras, ni los deportivos, sino los que reproduicían más fielmente los modelos más modestos. Por ejemplo, tenía un 850 azul precioso, que en mis carreras ganaba a los Pontiac y a los Dodge y a los Mercedes.
En la calle, Mich y yo jugábamos al fútbol, a buscar cosas y cuando cruzábamos las calles lo hacíamos diciendo: ¡los autooos... locoooos...! mientras atravesábamos la calle a lo que a nosotros nos parecía toda velocidad, dando pasitos cortos pero muy veloces. Era muy divertido, aunque suene raro.
En casa éramos nueve, pero siempre había alguien más a comer, a dormir o lo que fuera. Para comer, juntábamos dos mesas en el cuerto de estar, una estancia extraña, según la recuerdo ahora, como medio de paso y mal distribuida... Pero lo mejor eran las cenas. Libres y distorsionadas cenas.
Para cenar, había que buscarse la vida: sobras, bocadillos... Recuerdo que Jose, el mayor, el cinéfilo, el que siendo hijo era ya un poco padre, se hacía guisantes con jamón, y Jesús, el segundo se hacía enormes perolos de sopa de gato (café con leche con trozos de pan flotando, lo flipas, pero estaba que te cagas) y yo me ponía a su lado con cara de pena y Jesús acababa diciéndome ¿quieres un poco?, siéntate aquí conmigo, y yo me sentaba a su lado y me sentía mayor, como Jesús, los dos codo con codo, como dos viejos camaradas, comiendo sopa de gato y hablando de nuestras cosas...
Las niñas, que iban después de Jose y Jesús eran Militos, Montse y Paloma. Militos (Milagros, como mamá en su partida de nacimiento) no recuerdo muy bien lo que cenaba, pero sí la recuerdo por las tardes batiendo claras de huevo al punto de nieve, paseando por la casa con el plato hondo y ese constante clac-clac-clac-clac mientras canturreaba. Paloma hacía sopas al minuto, especialmente de arroz, le salían muy ricas y yo procuraba que hiciera para dos para sumarme a su buen hacer sopil. Con Paloma la cosa era hablar una especie de jerga infantiloide inventada por nosotros en la que Paloma era Palomise y yo , no me preguntéis porqué, era Ñoñise.
En cuanto a Montse... me acuerdo tan pocas veces de ella. Montse murió hace más de 20 años, el mismo día, en el mismo minuto que mi madre, en el mismo sitio, en el mismo maldito accidente. Montse padecía una enfermedad mental que nadie supo nunca diagnosticar con exactitud. Mentalmente, en sus veintitantos años, creció hasta los ocho años, más o menos y ocupó, mientras vivió, toda la atención de mis padres. Era emocionalmente muy inestable y sufría ataques de ira tan violentos que siempre he pensado que nos marcó a todos esa exposición tan salvaje al desequilibrio. Un miedo extraño que, con los años, he detectado en la pupila de todos nosotros, los hijos normales de José y Milagros. Los que nunca estallamos de ira, porque sabemos el daño que la ira incontrolada es capaz de causar. Aparte de esos accesos de furia, Montse era capaz de las muestras de cariño más enternecedoras y ahora, al recordarla, riendo, bailando, haciendo ganchillo, se me nubla la vista, se me llenan los ojos de lágrimas y recuerdos que se empujan y agolpan y quisiera tenerte aquí conmigo, Montsita, y que cantáramos juntos algunas de tus canciones, moreneta, que cantáramos y bailáramos hasta que eso se acabe. Porque Montse hacía honor a su nombre y era medio negrita como la moreneta, era tan inalcanzable y tan virgen...
Mariano, no sé, Mariano, mi hermano pequeño, el séptimo, de pequeño le queríamos tanto todos que me imagino que no tenía problemas para cenar y siempre encontraba un aliado. De Mariano, al que yo llamo Shaky (pronúnciese en inglés: Sheiqui), por un juego deductivo que sólo él es capaz de entender, en esa época puedo decir poco: era simpático, jugaba muy bien al fútbol y sacaba muy buenas notas, pero era injusto, porque no daba ni golpe, pero era muy, muy listo. A mí, si no hubiera servido para que me compararan con él, me hubieran alegrado sus buenas notas, pero sólo me servían para evidenciar lo mal estudiante que era yo...
Caray, mis hermanos.

Cuando era un poco más consciente de las cosas, con 10 años o así, cuando casi no hacía otra cosa que jugar al fútbol en la calle, aparece Buch. Hasta entonces estaba Mich, y luego todos los demás, Antoñito y Ramonete, Javier y Luis, Luis y Luisa, Los Ortoll, Los Delgado, Nano... todos como una especie de magma secundario. Pero cuando llega Buch, nos hacemos amiguísimos en seguida. Es como el amigo que me faltaba.
Mich es, por decirlo de alguna manera, mi amigo del alma.
Buch se convierte, por seguir con esa forma de llamarlo, mi amigo del corazón. Buch y yo pasamos tardes enormes, largas y frías, andando sin parar, hablando y hablando y haciendo cosas rarísimas: vamos a la estación de Chamartín y hablamos en inglés, sin saber lo que decimos, recitando en voz alta letras de canciones de los Beatles para impresionar a las chicas: ninguna se impresiona, claro.
En esa época preadolescente despliego mi amor por el fútbol y la música. Empiezo a tocar la guitarra y a cantar, pero sólo para mí. Me enseña a tocar Jose y luego empiezo a aprender por mi cuenta. Pero me da mucha vergüenza que mis amigos sepan que me gusta cantar y tocar la guitarra. Por supuesto, en el colegio, no digo ni palabra. Es como si fuera cosa de maricas o algo así.
En el colegio voy de trastazo en trastazo, de cate en cate hasta el gran cate final: el día que repito segundo de BUP. Buch me acompaña a recoger las notas ese día de septiembre fatídico. Me había acostumbrado a grandes remontadas en los exámenes de septiembre, pero ese año algo falló. Me quedaron las matemáticas (Porky, cabrón), la Lengua (Chocho, hijoputa) y el dibujo, ésta con total justicia. Repetir curso con 16 años es asqueroso. Yo tenía muchos amigos un año y dos años menores que yo, pero estar en clase con ellos... bufff, qué mal asunto, de verdad.
Por entonces, ya en plena adolescencia, se suma El Rubio a mi selecto grupo de Amigos Por Encima Del Resto y todos mis mejores recuerdos de la adolescencia los relaciono con Mich, Buch y el Rubio. Acampadas, fiestas, fracasos amorosos, éxitos deportivos, tardes aburridísimas, días gloriosos, noches inolvidables... mis amigos.

Como esto empieza a hacerse eterno, corto y abrevio, que si no leer esto va a ser insoportable; elipsis bestial hasta esta mañana de octubre de 2006, la última del mes, un día antes de empezar a ser, conscientemente, de lleno, un cuarentón. Un papá de dos adolescentes increíbles, tío de un auténtico ejército de humanoides asombrosos, de una sobrinada formidable, amigo de muy poquitos pero escogidos, publicitario en horas bajas, músico en eclosión y escritor de bobadas en un blog personal que me sirve de espejo.
Cumplo 42 años consciente de algunas cosas buenas y de otras muy tristes sobre mí mismo. No soy el ser maravilloso que me hubiera gustado ser, eso está claro, pero en general estoy satisfecho con la persona en que me he convertido. La verdad, me imaginaba en una situación más estable, más, digamos, reconocida social y profesionalmente, pero no me queda más remedio que admitir que el mundo y yo no estamos de acuerdo en cuanto a los valores que hay que reconocer y premiar en las personas. El mundo este no necesita gente como yo, eso parece evidente, pero como creo que, al menos, tres personas en este mundo me necesitan, seguiré adelante, porque son las tres personas más importantes de mi vida.
Sí, por un lado, ellos dos, Leticia y Borja, mis hijos, a los que esta mañana veía marchar al instituto escondido, sin que ellos me vieran, mientras hablaban de sus cosas y mi corazón estallaba de alegría al ver lo normales y maravillosos que son. Afortunadamente, no son bichos raros como su padre.
Por otro lado mi amada Susana, la mujer que me sostiene, que me hace vivir. La que me besa cuando sonrío, sí, pero también cuando lloro (como hace a penas quince minutos, cuando escribía sobre mi hermana Montse); la mujer que el destino, dios, o tal vez sólo la casualidad puso en mi camino un día y me dijo: ya no estás solo.
Esas palabras, exactamente “ya no estás solo” son las primeras que Susana me dijo. No sabes cuánto, amor mío, no sabes de qué manera, han sido verdad esas palabras, desde ese momento, en el que entraste en mi vida y espero que hasta el fin de los días. Ahora sé que ya nunca, mientras yo exista, mientras tú existas, estaré solo.
Mañana, hoy, ayer... cuando sea que leas esto, ya no estoy solo.
Y eso me parece suficiente para que al cumplir 42 años esté más que satisfecho de mi vida y me dé por pensar, como me dijo cierta amiga Monstruosa, hace apenas unas horas, que todo saldrá bien.
Sí, todo saldrá bien.

miércoles, octubre 25, 2006

Otoño del 42 (que es la mitad de 84)

Pasado mañana, mi padre hubiera cumplido 84 años. Justo el doble de los 42 que voy a cumplir yo la semana que viene. No puedo pensar en otra cosa.

When I'm eighty-four



Esta canción es, para muchos, un irritante ramalazo pequeño burgués de Sir Paul McCartney y no diré yo que no les falte algo de razón. Algo. Para mí es una muestra más de la ingente capacidad del que podría ser, sin exagerar demasiado, el más grande compositor de música popular del siglo XX. Es evidente que he cambiado ligeramente el título, porque me venía de coña para ilustrar el post. En esta versión, absolutamente acústica (tres guitarras acústicas -una haciendo de bajo- y tres voces) he dejado unos pequeños follones que me armado en un par de ocasiones con las guitarras, porque tienen su gracia, y una frase de curiosa pronunciación "grandchildren on your knee", pronunciado "gran-children on llur ní" porque en el original me hace muchísima gracia. Vale, no es tan gracioso, pero como era yo el que cantaba... se siente. Adoro cantar con la guitarra acústica. Lo bueno sería que esa no fuera una opinión tan particular, y que hubiera mucha gente que disfrutara conmigo. En fin, hasta que ese día llegue... Enjoy it!


Este otoño me está haciendo más mella que otros, porque, sin saber cómo, os veo desfilar, a mis amigos y familiares, por delante de mi puerta, y yo quisiera llamaros, pero no me sale la voz.

Quisiera invitaros a casa a tomar una cerveza, un caldito casero de gallina, hueso de jamón y verduras, a pasar un rato a mi lado y a contaros que pudiera ser que este fuera el último otoño de mis otoños aquí; que me esperan otoños más verdes, más húmedos, más cerca, tal vez, del mar, o así son los sueños que estos días, por las noches, me asaltan.

Pero no puedo llamaros por vuestros nombres, intento gritaros y sólo consigo emitir un ligero lamento en do menor que no llama vuestra atención. Y os veo pasar ante mi puerta y nadie vuelve si quiera la cabeza, no es que no llaméis a mi puerta, que vale, es que ni siquiera miráis y yo hago gestos con la garganta muda y os veo y sé quiénes sois, pero no puedo decir vuestros nombres.

La sensación de soledad es tan bestial que me ahoga. Y un tinte de fracaso empieza a teñir mis pasos. Porque, visto que no venís a mi casa, he salido al camino y he procurado seguiros, a vosotros que andáis con tan bellos pasos, pero miradme, cojeo, ando muy despacio, y veo que seguís andando, cada vez más firmes, cada vez más lejos de mí.

Todo el mundo parece muy ocupado y yo no sé que deciros, porque si haciendo un esfuerzo os alcanzo, me pongo a la par, e intento hablaros, parece que tenéis la cabeza en asuntos muy principales y me veo incapaz de molestaros con mis bagatelas. Así que mientras busco en mi cabeza desastrosa un tema de conversación que no os haga odiarme, pierdo velocidad y os alejáis un poco más de mí.

Esta lluvia otoñal me desarma, porque es como si me dijera que ya todo da igual, que da lo mismo morirse aquí que allá, pero yo no pienso así, amiguito, yo creo que es mejor morirse donde no moleste a nadie. Quizá lo mejor que puedo hacer es preocuparme por eso, por dejar todo arreglado para que, ya que mi vida ha sido un engorro para todo el que me ha rodeado, que mi muerte no moleste a nadie.

Ser un buen muerto no debería costarme mucho, he sido un buen cero a la izquierda en mi vida. Y ser un buen muerto es, en cierta medida eso: no molestar demasiado en tu mutis definitivo.

Así que eso voy a hacer: palmarla como un señor. Y será mi muerte balsámica para mis problemas y tribulaciones: se acabarán de golpe, definitiva y completamente.

Le comento esta idea al cura de mi pueblo y me mira raro, y lo mismo hace mi familia, y mis amigos dejan de serlo en cuanto les comento mis proyectos. Ten amigos para esto...

Así que hice un fallecimiento ocasional, que es una forma de palmar que no está mal, porque puedes volver, y me fui al limbo y pregunté por Pepe. Alli estaba, el tipo, con sus largas piernas, sus ojos tristes, grises, hermosos y claros, y sus manos que nunca se paraban y acariciaban el aire mientras hablaba, en una especie de permanente didáctica; movía las manos como un buen profesor, hechizando la ignorante mirada de los aprendices, ordenando los electrones y los protones, dirigiendo la orquesta microscópica y otoñal que danzaba en frente de él.

Estaba sentado y cruzadas las largas piernas, con una pipa sencilla y aromática en sus labios, bajo su bigote entrecano, me hizo gestos amables para que me acercara y eso, solo eso, suponía ya toda una novedad. Al menos aquí no me ignoran.

- Hola, papá, cuánto tiempo...

- Hmmm... – dijo él, y una nube de humo azulado le envolvía la sonrisa y trataba de disimular lo que le estaba pasando. Mi padre era de puta madre, sí, pero se olvidaba de los nombres de la gente, sus hijos incluidos y justo en ese momento, en ese preciso instante, le estaba pasando eso: el muy... el muy c...

- Hombre, papá, no me fastidies, macho, que soy tu hijo, ¿de verdad no eres capaz de acordarte de mi nombre? Hombre, cuando estabas vivo, joer, lo podía soportar, me hacía gracia, incluso, que llamaras Pirandello a Espinete, pero ya llevas un huevo de años muerto, hombre, y al menos el nombre de tus hijos...

Pero no los recordaba... o al menos no recordaba el mío.

- Bueno, bueno, tampoco te pongas así, sabes que siempre me ha costado ese tema... ¿quieres algo más? – el tío parecía que tenía prisa o algo.

Y sí: yo quería tres cosas. La receta de su salsa de tomate, la de su vermú y contarle un buen montón de bonitas mentiras sobre mi vida profesional, decirle lo fabulosamente que me iba, para que se sintiera orgulloso de mí, algo que no pudo sentir mientras vivió.

Por supuesto no recordaba ni la receta del vermú (¿Vermú? Yo jamás he bebido, papá, no me jodas, no seas mentiroso, bueno, puede que una cervecita...) ni la de la salsa de tomate. No recordaba ni que fuera capaz de cocinarla.

- Sí hombre –le dije- tienes que acordarte... todos los sábados, cuando ponías el aperitivo, unos panchitos, unas patatuelas, siempre había uno de nosotros que terminaba de pasar la salsa por el chino y así, juntos, alrededor de la mesa redonda de la cocina nueva, todos despreciábamos las patatas y los panchitos y mojábamos pan en esa deliciosa salsa de color anaranjado aún calentita, la salsa más deliciosa que he probado jamás...

Pero no había manera: no se acordaba. Y pasa una cosa con los fallecimientos ocasionales, y esa cosa que pasa es que duran poco, pero no te dan un reloj ni nada que haga la cuenta atrás, de pronto notas que empiezas a irte, que te desdibujas y eso, es como si te estuvieras muriendo, pero no, lo que pasa es que estás resucitando, así que sólo me dio tiempo a decirle a mi padre que me iba muy bien, que tenía un trabajo increíble y que la gente me quería: una sarta de mentiras.

Así que volví y vosotros seguíais caminando a buen paso y yo me siento tan quieto, tan incapaz de seguir vuestro ritmo, que no sé cómo termina esto.

De modo que, mi querido padre, mi amado Pepe, no sé si en el limbo tenéis banda ancha, y si la tienes no sé si me lees, sería una sorpresa (¡un familiar que se interesa por mí!), desde luego, pero recuerdo que tú sí que tenías manga ancha y que sabes encajar las trolas que te conté allá en tu casa.

A veces, papá, me siento más muerto que vivo, porque mi alma está quieta, y quiero parar mis pies, y la gente viva no para de moverse, y me miran raro y no sé qué decirles, sólo quiero descansar; que la gente pase si quiere, ¿pero es que no vale pararse? . Otras veces, me da la sensación de que has venido a verme, y que aunque te escondes, yo te veo; estás entado en tu mecedora, fumando una de tus mil pipas, con esa medio sonrisa que tanto envidio; yo sólo quiero quedarme quieto, papá, aquí, a tu lado y míralos: no descansan, siguen adelante, progresan y sonríen. ¿qué va a ser de mí?

Este año, por fin, serías exactamente el doble que yo. Tú 84 y yo 42.

Y ni siquiera para disfrutar eso me puedo parar.

Vaya mierda de ritmo de vida.

jueves, octubre 19, 2006

La Pantoja era insaciable; la Venus de Milo, inabordable.



La primera vez que escuché esta canción me dejaron totalmente parado las voces que hacían "uh-uuuhh... uh!". Los grupos españoles sonaban mal, cutres, aunque supieran tocar. De hecho, Los Secretos eran instrumentistas limitadísimos, pero su primer EP sonaba de maravilla. El otro día mi hio me dijo que en su clase de música estaban aprendiendo "Déjame" (por cierto, su profa se la está enseñando mal, en Do, en lugar de en Sol y apuesto a que se come el Si bemol/Fa y el Re menor/La menor); dejando aparte los detalles, el hecho de que en los colegios americanos aprendieran clasicos del rock y el pop en el colegio era algo que me daba mucha envidia. En mi época, lo más popular que me enseñaban era Serrat y porque cantaba a Machado. Tengo la sensación de que Los Secretos fueron el principio de algo especial. Yo les considero los primeros, aunque sé que Burning, Mermelada, Paraíso, Radio Futura, KK de Luxe estuvieron antes, hasta que no llegaron ellos no empezó a cambiar la cosa. Lo sé porque lo viví, que conste. Bueno, en esta versión mía de Déjame le añado una guitarra más rockerita en el solo y una voz que apenas se nota pero que hace su función. ¿Quién no ha cantado esta canción alguna vez? Reconozcámoslo: es, en su extrema sencillez, maravillosa.


Me hiciste soñar, boba, pero ahora déjame.

Todo el día conduciendo. Llevo todo el día al volante y la rabadilla empieza a mandar angustiadas señales de alarma a mi sistema nervioso central. Éste, en forma de rictus inclinado, de correciones penosas de postura, me dice, para, hombre, pero sólo quedan 150 kilómetros para llegar a Dos Hermanas, pero esta vez lo haré de un tirón. Sé que si paro a estirar las piernas, a tomarme un café o a dejar que Julius me acompañe al baño para ponerse a mi lado y enseñarme el pito, sé que si paro para lo que sea, volver a sentarme va a ser mucho más doloroso que aguantar las molestias la horita larga que me queda de camino.

Somos la Clinton Ragtime Band, sí, ya lo sé, el nombre es completamente descerebrado, pero es nuestro nombre. Además no tiene nada que ver con la música que hacemos. No somos progrecillos, no hacemos ragtime y no somos una banda, en ninguna de las acepciones del término. Ni siquiera somos un grupo. Somos una orquesta de esas que van de fiestas del pueblo en fiestas de otro pueblo, y alguna vez nos has visto, me apostaría el cuello. No somos mejores que las otras orquestas, porque en este mundillo nadie puede decir que es mejor. Unos son malos y otros insoportables. Y algunos, unos pocos, somos orgullosamente mediocres. Muy, muy mediocres.

Nuestra orquesta es feliz. Está Anillos, el batería, narigudo y bonachón, como casi todos los baterías, un buen tipo. Nunca conduce, porque dice que le estresa, pero lo que le pasa es no sabe conducir, ni nadar, ni hacer globos de chicle. Están Harturo y Hartura, los cantantes, o solistas, como les gusta decir a ellos. Imagínate como son sólo por ese detalle. Creen más importante lo suyo que todo lo demás, por supuesto. Luego viene Miqyaguer, el guitarra, con complejo de estrella del rocanrol, también hace voces, aunque preferiría librarse de eso; ahí tenéis a Cleiderman, el teclas, con su peluca rubia, que se hace el ciego y toca y canta coros moviéndose como Stevie Wonder, en una de las peores imitaciones que he visto en mi vida. Yo, en fin, toco el bajo y hago coros, soy el arreglista de la orquesta, el manager, el gilipollas... así que imaginaros el nivel.

Y, por fin, está Julius, el saxo; un músico de esos que nunca será bueno, por mucho que mejore, porque no tiene alma de músico; es muy buena persona, pero sigue empeñado en seducirme por el ingenioso método de enseñarme el nabo. He intentado persuadirle muchas veces de que, aun en el caso de que fuera homosexual, su cacho carne no me resultaría nada tentador, y mucho menos su zafiedad en el cortejo; pero es de esas personas que no oye lo que no quiere oír. Esa es la otra razón por la que jamás será un buen músico.

La furgoneta, una espléndida y ya veterana Volkswagen Caravelle negra, traga millas y mis compañeros de fatigas duermen casi todos. En el asiento del copiloto duerme Julius en una postura un poco forzada, porque se durmió poniendo una postura que denotara su paquete bien marcado en sus pantalones de pana, por lo que se despertará con tortícolis y, previsiblemente, con dolor de huevos. Él verá.

Cuando la furgoneta empieza a atravesar las calles de Dos Hermanas, ya son las once y media de la noche y las calles del pueblo están llenas de farolillos y banderolas y esas cosas tan feas que se empeñan en poner en los pueblos cuando están en fiestas; así que entramos en el casco urbano, subo el volumen de la radio exageradamente, para despertar a mis compañeros de fatigas.

Al son de un éxito especialmente irritante de La Oreja de Van Gogh (casi tan irritante como todos sus demás éxitos), me llaman gilipollas, joputa, tuerestonto y toda la retahíla, pero se calman al ver que estamos en el pueblo.

- ¿Por qué no nos dejas en el hotel mientras hablas con el concejal? – me dice Harturo, que tiene ganas de meterse en la cama

- Porque no soy tu maldito representante, atontao – le respondo fastidiado – y por eso, hasta que yo no descanse, no lo hace nadie. Bastante hago ya como para hacerte de taxista...

El resto de la banda se debate en dudas. Por un lado, les molesta que la pareja harturas se crean más que los demás, pero por otro, les apetecería meterse ya en el hotel.

- Tampoco es para ponerse así... – tercia Cleiderman - al fin y al cabo, vamos a llegar a donde sea, te vas a bajar tú mientras nosotros nos quedamos aquí criticándote, vas a hablar con el fulano ese y luego vamos ir al hotel... la única diferencia es de tiempo, ¿qué más te da, tronco?

Entonces caigo.

Entonces me doy cuenta de que tiene razón. De que a todos les da igual si hablo con el concejal o si me la meneo. Lo único que quieren es que no les dé la murga, cobrar después de tocar lo que yo les he dicho que toquen y descansar.

Vale. En realidad no es su culpa, pero... ¿qué pinto yo en todo esto? ¿Me divierte este curro? En realidad, no me va ni un pelo este rollo de las orquestas de fiestas de pueblo; vale que se gana pasta, pero es aburridísimo. Y cuando vuelve a sonar esa canción tan espantosa de La Oreja de la ca-ri-ta empa-pa-da se me revuelven las tripas, porque me imagino a Hatura cantándola con su voz horrible, poniéndole caritas a Harturo, y yo no quiero tocarla nunca más, y no quiero ser parte de ese fin de fiesta que significa la muerte de la música que es Paquito el Chocolatero y es ese instante decisivo que cambia la vida de una persona.

- Vale, colegas, perdonadme – les digo - . Os dejo en el hotel y voy yo a hablar con el concejal, a ver si le saco una cena gratis...

Y les dejo en el Hotel Emperatriz del Sol, de Dos Hermanas, un hotel de dos estrellas porque el que las repartía debería estar borracho; les dejo y la Volkswagen no se detiene ya más esa noche, porque quiero alejarme de ellos todo lo que pueda. Pueden seguir sin mí, porque el equipo va en el otro camión y porque si no siguen sin mí me la suda en tres tiempos (romper a sudar - perlas de sudor - sudor frío), porque yo no sigo con ellos, yo sigo conduciendo hasta Chiclana y allí paso por un bar que se llama El Ciclón de Chiclana que tiene en la puerta un señor gordo con bigote, delantal sucio y esperanzas y es un sitio tan bueno como otro cualquiera para empezar una nueva vida.

Entro en el bar y pido una cerveza calentita, no tengo calentita, me dice el tipo, vale, pero... ¿tienes microondas? Sí, claro, eso sí... pues entonces, me calientas un botellín un minutito y me da unos calamares para mojarlos en la birra, y no os váis a creer quién me está sirviendo la mesa: Isabel Pantoja que me pide un autógrafo. ¿Yo...? si la famosa eres tú... no, hijo, en Chiclana no, aquí todavía se comenta que hace tres años viniste con tu orquesta, la Clinton y cuando estabas afinando tocaste unas progresiones de jazz con tu bajo eléctrico de cinco cuerdas que la gente no ha olvidado. El famoso, en Chiclana, eres tú... verás cuando se lo diga a la Venus de Milo

- ¿La Venus de Milo vive en Chiclana, hoy...?

Y así fue como entré en contacto con la Venus de Milo. Estaba muy guapa, un poco gordita según los cánones actuales de belleza, pero perfecta para mí, que me gustan las mujeres así. Llevaba el pelo recogido en un moño y su piel, su pelo, su estilo, su todo... contrastaba con todo lo de la Pantoja.

Olegario, que así se llamaba el dueño del local, me da una guitarra y me dice: Chiclana te espera, pero no nos cantes nada de la Cojera de Van Ploff, por favor, prefirimos tu repertorio jazzístico.

Todo Chiclana (Isabel Pantoja, la Venus de Milo y el señor gordo con delantal sucio, bigote y esperanzas) estaba allí y a ellos, mi público, me debía. Escogí las piezas de Jazz más singulares, las más señeras y representativas: Qué pasa contigo tío, Mamma mia (la de Ricchi e Poveri) y ese temazo que es el Sancho-Quijote, Quijote-Sancho. La emoción de este repertorio espectacular hizo que la Panjoja se sentara y empezara a levantar las manos en pleno ataque de salero y tronío, y la Venus de Milo se desnudó y, empezaron a hacerme los coros en el mítico tema (momento que recoge la fotografía).

Así empezó mi carrera en solitario. Así nació El Ciclón de Valdemorillo.

Me enamoré de la Venus de Milo, pero ésta me dio calabazas, porque estaba quedada del señor gordo con delantal sucio, bigote y esperanzas, y eso bastó para desenamorarme al momento, pero entonces sucedió que la Pantoja se enamoró de mi. Pero yo no la amaba. Y ella no se resignaba. Me dijo:

- Si no puedo tener tu corazón, si me golpeas con el látigo de tu indiferencia, deja al menos que disfrute: clava en lo más hondo de mi ser, pero mejor por delante, la espada formidable de tu sexo ardiente...

Y yo, al fin, hombre, le concedí ese deseo y esa noche yacimos 35 veces, y no me despeiné ni nada y ella sí. Desde entonces, ya sabéis, ya conocéis su historia: la crónica lamentable de un despropósito, de mal en peor. Claro que es comprensible: su cénit fui yo, y después de mí ¿a quién iba a encontrar que no supusiera bajar el nivel?

Y, aparte, os digo una cosa: la Pantoja, en plan marinero de luces y eso, vale, puede que se defienda, pero cantando jazz, haciendo los coros de sancho-quijote, quijote-sancho, una mierda. Una perfecta mierda.

Yo, sin en cambio...

miércoles, octubre 11, 2006

¡Tira millas, Pilarilla! (...pero si era Philips, MariPili’s...)

A horse with no name

Vale: sólo son dos acordes y se repiten machaconamente durante toda la canción sin siquiera una peqeña variación en orden, en tempo, en lo que sea. Todo el rato igual. Pero todo el mundo que ha tonteado con la guitarra ha llegado por casualidad a esos dos acordes, igual que todo el mundo ha cantado alguna vez ese estribillo de lalala's. Esta no le gusta nada a Buch, pero a mí siempre me ha parecido una extraordinaria canción de America, de esas en las que las voces van creciendo. El primer estribillo, a una voz; el segundo a dos y el tercero a tres y queda tan bonito... Parece que la cosa de unplugged en estos días, porque esta tampoco tiene guitarras eléctricas, sino dos acústicas machacando el ritmo y otras dos para el solo. En fin, esta pieza, quien la canta bien de verdad es mi amigo y compañero Sergio que, a pesar de ser sevillano, tiene un pellizco especial para la música americana. Quiero dedicar este temazo a mi buen amigo Dockof, un escritor de primera y un amigo de categoría especial. A disfrutar-la laaa, lala lalalaaa lalalaa laaaa la!

Historia de Wolffo

Era Túnez, era un día de esos que ni fu ni fa... pero bastante fe, fi y fo, como si dijéramos. Estábamos en Sidi Bou Said y el gobierno nepalí, que era quien auspiciaba el viaje nos había llevado a MariPili’s y a mí a conocer las maravillas del país, o sea, de compras o, para ser claros, nos metieron en la cueva de Alí Babá y los 1.200 ladrones.
Intentaban vendernos de todo: turbantes, alfombras, ollas exprés, fumafumas, preservativos de punto de cruz, infusiones de lentejas... ¡si estuvieron a punto de venderme mis zapatos! MariPili’s reinaba en el mercadillo (allí le llamaban caspa o algo así) y paseaba su elegancia regia de puesto en puesto, repartiendo sonrisas de esas que ella sabe repartir, esas sonrisas que cuando te tocan, te hacen sentirte abrazado. Los comerciantes, de alguna forma, sabían que a ella no le podían dar el coñazo como a mí, por ejemplo, y ella podía pasear y sonreír. Algunos comerciantes especialmente plastas requerían a la reina constantemente para que les comprase cualquier cosa, pero no lograron engañarla.
A mí sí: y me preguntaba cómo coño me habían convencido para comprar un Lada Niva 4x4 sospechosamente barato y un navegador Philips sospechosamente ligero.
Bueno, como a mí me gusta mucho la cosa de presumir, me subí en el Lada Niva y, al cerrar la puerta, mi parasoles cayó sobre el volante y por mucho lo intenté, no pude colocarlo en su sitio ni para fardar. Soy un hombre optimista, así que puse el codo en el hueco de la ventanilla, en plan experto conductor, y miré al horizonte con mirada melancólica y sexual. Cogí el GPS y lo puse en una especie de hueco que tenía el salpicadero que parecía hecho a propósito para un navegador Philips. Le dí al power, pero eso no se encendía ni de coña. Claro, las pilas, pensé. Así que me dediqué a componer una posturita interesante para cuando MariPili’s llegara a mi posición. Cuando esto sucedió, me pilló con el codo izquiero en la ventanilla, el derecho en el volante y la mano derecha acariciando mi barbilla y mi jeta en un rictus de análisis exhaustivo del terreno, como si lo hubiera hecho toda mi vida. MariPili’s subió al coche y yo, queriendo parecer un viajero experto pero llegando, como mucho, a taxista, dije:
- ¿A dónde?
- Al hotel, claro –dijo MariPili’s con cara de preocupación. - ¿Dónde está el taxista que habíamos contratado? ¿De dónde ha salido esta pocilga de coche? ¿Tú sabes ir...?
- No... –joé, yo estaba nervioso- no te preocupes, MariPili’s. ¿Para qué vamos a pagar a alguien para ir a nuestro hotel?
- No sé, ¿para llegar, tal vez...?
Al parecer, a MariPili's no le había impresionado en absoluto mi postura gallarda al volante de mi flamante Lada Niva; no confiaba en mi sentido de la orientación, y me consideraba menos mundano de lo que yo creía que aparentaba. Intenté calmarla con mi sonrisa calmamuchachas y le dije...
- No te preocupes, MariPili's, he comprado este GPS para que nos lleve... lo único es que hay que ponerle pilas; mira coge ese destornillador que hay ahí, en tu ventanilla, y esas pilas, y lo cargas...
Cuando MariPili's cogió el destornillador y la ventanilla se desplomó sobre su hueco con un sonoro golpe, recordé un fragmento de mi conversación con el tipo que me vendió el 4x4 (¿y ese destornillador? Oh, morito regala tú si comprando 4x4, destornillador bueno, alemán, americano, muchos euros, pero morito regalando si tú comprando el coche... buen trato... vale, venga, ni pa ti ni pa mi, regalando destornillador y gepese filis y haciendo trato ¿sí?) y recordé lo listo que me sentí haciendo que me regalaran el GPS...
Desoyendo al sentido común, que me aconsejaba darme por engañado totalmente, porculizado del todo, arranco el coche y, derrapando sin querer (fijo que las gomas estaban gastadas) salgo del mercadillo y me adentro en una cosa que, si no era el desierto, se le parecía un huevo.
- Por favor, no digas nada – le digo a MariPili's mientras coge el destornillador y se dispone a decir algo que, seguro, era importante. Pero como me ve mosqueado, se calla. Este Lada Niva es cojonudo, porque parece mentira que sea ruso, oyes, fíjate tú el calor que hace en lo que es el desierto y este coche ruso que tira como un príncipe y las ventanillas bajadas del coche son bestiales y le digo a MariPili's que abra arriba, porque tiene un estra el coche, eso que llaman techo solar y que no es más que una ventanilla en el tejao, y cuando MariPili's le da a la manivela la ventanilla, ¡zas!, a tomar por culo, se pira, pero no nos importa, porque el viento del desierto despeina nuestras cabelleras juveniles y yo me siento gracioso y le digo a MariPili's que al menos como secador es cojonudo, ¿eh? Y me dice que sí, que ella también vió el anuncio, y ya no me siento gracioso, sino idiota, pero caray con el viento del desierto, es la leche de caliente, menos mal que vamos en coche, porque si no es por la velocidad estaríamos asados, y así se se lo estoy comentando a MariPili's justo cuando suena un enorme croc! en el motor del coche y empieza a echar un humo nigérrimo a la vez que deja de funcionar el acelerador y todo lo demás y el coche, poco a poco, porque los frenos tampoco rulan, se detiene en mitad de ninguna parte.
Mierda.
¿Y ahora qué? ¿A dónde narices vamos? ¿Pallá o pallá? (dedos señalando en direcciones opuestas)
¡El GPS!
Algunos ya se lo imaginan. MariPili's coge el GPS y me dice: está vacío. Ya lo sé, le digo, pero le pones las pilas y ya rula... No, no, no, Wolfillo... que está vacío del todo, es sólo una carcasa... ¿no te pareció demasiado ligero, hombre...? Y entonces dije mi frase:
- ¡Pero si era Philips, MariPili's!
- Aquí no pone Philips, macho, pone Pilipis...
- Oh...
Engañado otra vez.

Así que empezamos a andar. Por aquí dije yo intentado parecer un tipo con aplomo. Y fuimos justo por el lado contrario porque, para qué engañarnos, a esas alturas, mi credibilidad era menor que cero coma. Tendía a cero, podríamos decir.
Nos encontramos con un tuareg ataviado con todos los extras, como si dijéramos, excepto por el hecho de que llevaba unas deportivas Tex, la marca textil de Carrefour, lo que hizo que me ganara en seguida el corazón. El Tuareg, que se llamaba a sí mismo Emilio José (era una especie de nick, los tuaregs ya no son como los de antes, ahora chatean y todo) iba montado sobre un camello con una pinta espantosa, pero llevaba un bonito caballo atado con una cuerda super chula. La leyenda dice que los tuaregs son altivos, hermosos y de mirada profunda y óptima; este era todo lo contrario: bajito, feo de cojones (lo pudimos observar cuando se bajaba del camello porque los faldones del comesellame se le engancharon en la chepa del bicho), de muslos y de cara y bastante tonto.
No sé cómo lo hizo pero MariPili's le cambió el Lada Niva siniestrado por el caballo y el tuareg ató la cuerda al coche, quitó el freno de mano y, sentado en el asiento trasero, se fue sonriendo, mascullando que en un camello era imposible echar un polvete...
MariPili's y yo en el desierto.
Con un caballo que, esta vez sí, parecía funcionar.
- ¿Cómo le vamos a llamar?
- Mejor no le bautizamos: si su madre no quiso hacerlo, ¿por qué vas a ponerle un nombre tú?

( Puede que tengas razón, pero ¿sabes? A mí me gusta llamar a las personas, no por su nombre, sino por el mío. No mi nombre, sino el nombre que yo le asigne. Cuando quiero a una persona empiezo, casi siempre, por ponerle un nombre; un nombre que se parece al suyo, pero que tiene algo mío. Un nombre que empleo yo y todo el que quiera, claro, pero me gusta a mí ponerle nombre a las personas.
Como tú, mi querida MariPili's, ¿de qué, si no, iba a llamarte así? Porque me gusta verte con los tuyos alrededor, con mis queridos
Daiegou, Ólgula, Jaimiosky y Danilovich y su padre, el gran Dudú, y me gusta verte en tu cocina diciendo que no, que no hace falta que te ayudemos, mientras preparas “dos tonterías que no son nada” para cenar como reyes en el palacio del agustito que es tu casa. Y quería, por último, MariPili's querida, decirte que si no le ponemos nombre al caballo, no podremos felicitarle el día de su santo como hago yo hoy, aquí, contigo. Claro que siempre podemos cantarle la canción, ¿no?)


En fin...

Y nos subimos a lomos del caballo sin nombre y cantamos canciones y yo intentaba convencerte de que cuando llegáramos a casa celebraras tu santo, que no hace falta gran cosa, de verdad, ya sabes que yo con dos pepsimax y unas nueces de ese sitio raro me apaño, y con las sobras que siempre hay en tu cocina y, sobre todo, y por encima de todo, con esas tertulias interminables en las que hablamos, hasta las tantas, de operación triunfo, la clonación terapéutica, la poesía moderna o el camelo del cambio climático (más de lo primero que de lo otro, seamos francos...), y el caballo me dijo:

- No seas palizas, Wolffo, carajo. Déjate llevar, hmbre, calla un poco y disfruta de la compañía de esta reina, aprovecha su nombre y apóyate en ella y verás que nunca te sentirás más seguro que abrazado a ella.

Yo no digo que no sea verdad. A veces los caballos sin nombre tienen razón, pero una cosa: tener razón no les salva de ser espantosamente cursis. Y eso, estaréis conmigo: es imperdonable.

Es tu santo.

Felicidades, MariPili's.

Historia de MariPili's

(Esto va a quedar largüísimo, pero merece la pena, al menos para mí, leer la misma historia, pero vista ahora desde la perspectiva de la reina del desierto. La cuelgo, sobre todo porque desde este punto de vista se desdibuja mi torpeza esencial. Ya se sabe que todo es según el color del cristal con que se mira...)


Era Túnez, era un día de esos radiantes, soleados y con un sol espectacular.Estábamos en Sidi Bou Said y el Gobierno nepalí nos había organizado un viaje a Wolffo y a mí para conocer las maravillas del país. Después de pasear por las angostas calles llenas de color, olor y sabor local, entramos en una de esas tiendas típicas en las que puedes encontrar casi cualquier cosa. El dueño, Alí Babá, tenía 1200 empleados que, solícitos, nos mostraban todos sus artículos: turbantes, alfombras, incluso ollas exprés y una curiosa infusión de lentejas. Wolffo no parecía muy entusiasmado, no sé si porque para él las lentejas son sagradas o porque siempre le han agobiado las conversaciones de 1200 personas a la vez.

A decir verdad, yo estaba más agobiada que él por lo que puse mi sonrisa, esa sonrisa de "como te acerques te mato", y conseguí mantenerlos más o menos alejados.Sin embargo, el pobre Wolffo, con su aspecto bonachón y su actitud permanente de agradar a los demás, les escuchaba cada una de sus propuestas y regateaba graciosamente pero sin ceder en su objetivo de conseguir un buen precio; admiro esa habilidad para regatear que yo no poseo por lo que no pude comprar nada.

En fin, no sé como, consiguió un Lada Niva de colección con GPS y herramientas incluidas.Cuando por fin pude salir de la tienda vi a Wolffo en su flamante coche, con el brazo apoyado en la ventanilla, esperándome con la postura más interesante y atractiva que yo haya visto nunca. Observaba el terreno, admirando su belleza a la vez que decidía la ruta mejor para llegar al hotel.

- ¿Vamos al Hotel?.

- Lo que tu digas. Menos mal que has conseguido este coche, porque el puñetero taxista nos ha dejado tirados.

- ¿Sabrás llegar?

- No te preocupes, tengo un gran sentido de la orientación. Además tenemos el GPS que he comprado...lo único es que hay que ponerle pilas; mira coge ese destornillador que hay ahí, en tu ventanilla, y esas pilas, y lo cargas...

Como entre mi pocas virtudes no se encuentra la de ser una manitas, al coger el destornillador, la ventanilla se desplomó sobre su hueco con un sonoro golpe. Wolffo se quedó pensativo pero preferí no preguntarle en que pensaba y me quedé encogida en mi asiento mientras él arrancaba el coche derrapando con la habilidad de un Fernando Alonso.Por fin me decidí, con el destornillador aún en mi mano, a pedirle perdón pero me dijo:

- Por favor, no digas nada.

Pero como le vi mosqueado, me callé. Este Lada Niva es cojonudo, porque parece mentira que sea ruso, oyes, fíjate tú el calor que hace en lo que es el desierto y este coche ruso que tira como un príncipe y las ventanillas bajadas del coche son bestiales. Wolffo me dijo que abriera arriba, porque el coche tenía un estra, un techo solar de esos que te hacen sentir más libre, pero cuando le dí a la manivela la ventanilla, ¡zas!, a "tomar por teléfono", se pira, pero no nos importa, porque el viento del desierto despeina nuestras cabelleras juveniles y yo me siento aliviada cuando Wolffo me dice para tranquilizarme que al menos como secador es cojonudo, ¿eh?. Y es que se nota que es todo un creativo porque constantemente se le ocurren frases y situaciones dignas de llevarlas a un anuncio, ¡es tan gracioso!.

El viento del desierto es la leche de caliente, menos mal que vamos en coche, porque si no es por la velocidad estaríamos asados, y así me lo estaba comentando Wolffo justo cuando suena un enorme croc!

Mierda.

¿Y ahora qué? ¿A dónde narices vamos? ¿Pallá o pallá? (dedos señalando en direcciones opuestas)

¡El GPS! Pero como estamos en Túnez, los satélites no deben pasar por allí y el magnífico GPS Pilipis no funcionaba. Así que empezamos a andar. "Por aquí" dijo con aplomo. Y fuimos justo por el lado contrario porque era un camino más cómodo y Wolffo es todo un caballero que siempre piensa en los demás.

Nos encontramos con un tuareg ataviado con todos los extras, como si dijéramos, excepto por el hecho de que llevaba unas deportivas Tex, la marca textil de Carrefour, lo que hizo que me ganara en seguida el corazón. El Tuareg, que se llamaba a sí mismo Emilio José (era una especie de nick, los tuaregs ya no son como los de antes, ahora chatean y todo) iba montado sobre un camello con una pinta espantosa, pero llevaba un bonito caballo atado con una cuerda super chula. La leyenda dice que los tuaregs son altivos, hermosos y de mirada profunda y óptima; este era todo lo contrario: bajito, feo de cojones (lo pudimos observar cuando se bajaba del camello porque los faldones del comosellame se le engancharon en la chepa del bicho), de muslos y de cara y bastante tonto.

No sé cómo lo hizo pero Wolffo le cambió el Lada Niva siniestrado por el caballo y el tuareg ató la cuerda al coche, quitó el freno de mano y, sentado en el asiento trasero, se fue sonriendo, mascullando que en un camello era imposible echar un polvete...

Wolffo y yo en el desierto. Con un caballo espléndido.

- ¿Cómo le vamos a llamar?

- Mejor no le bautizamos: si su madre no quiso hacerlo, ¿por qué vas a ponerle un nombre tú? Y, aunque a Wolffo le encanta poner sus propios y originales nombre a las personas y a las cosas, respetó mi opinión y, como es un gran músico, compuso en un santiamén una preciosa canción a la que tituló "Caballo sin nombre" ("A horse with no name" en inglés, porque además es un hombre leído y políglota).

Y nos subimos a lomos del caballo sin nombre y cantamos canciones y yo intentaba resistirme a su petición de que cuando llegáramos a casa celebrara mi santo porque solo tenía sobras y, sobre todo, y por encima de todo, porque sé que esas tertulias interminables en las que hablamos, hasta las tantas, de operación triunfo, la clonación terapéutica, la poesía moderna o el camelo del cambio climático (más de lo primero que de lo otro, seamos francos...), nos las soporta. Y el caballo me dijo:

- No seas palizas, MariPili's, carajo. Déjate llevar, calla un poco y disfruta de la compañía de este Lawrence de Arabia a la española que nunca te sentirás más segura que abrazada a él.

Y seguro que es verdad. Los caballos sin nombre tienen razón, pero una cosa: tener razón no les salva de ser espantosamente cursis.

Muchas gracias por este viaje, Wolffillo.

miércoles, octubre 04, 2006

Un poco de conversación y un mucho de pasta gansa: Macarrones ocurryentes (una receta angelical y ligeramente esotérica)

Back to you



La primera vez que oí (y vi) a Bryan Adams me gustó la tesitura de su voz, la forma de aporrear la guitarra y cómo se le hinchaba la vena del cuello al cantar. Pensé: qué tío más rockero. Luego, en fin, no es precisamente un rey del rock. Su gusto por la melodía y la debilidad que parece sentir por la balada cursilona han, digamos, amariconeado u tanto su imagen. De todos modos, casi siempre, en sus discos, suele haber una gran canción que vale la pena escuchar y, en mi caso, tocar. Back to you, me parece una de esas grandes canciones (la incluyó como novedad en el obligatorio Unplugged MTV) que este músico canadiense sabe hacer y que he grabado en versión, digamos, también unplugged: con hasta cuatro pistas de guitarra acústica y ninguna eléctrica, salvo, claro, el bajo. Esta, que la suelo tocar con mi querido amigo Buch, se la dedico a él, que si no le das un poquito de cariño, se nos apaga...

Por razones editoriales, he retirado esta receta de mi weblog. Pronto, eso sí, podrás leerla en un soporte más cómodo. Gracias.

Ángel

Esta es una píldora pop-rock escrita para celebrar la existencia de mi cuñada Ángel. Yo la veo así. Eternamente fresca, alegre y profunda, mirona y cantarina. Quería decirle eso: que puede contar conmigo cuando haga frío, pero que me gustaría que nunca dejase de reír como ella sabe reírse cuando estoy alrededor.