miércoles, junio 14, 2006

El pobre don Ramón Valmayor


SIGO OUT: YA TE VALE, YA.COM

Desde el día 15 de junio estoy sin conexión a internet. Mi proveedor, Ya.com, demora desde el día 16 el envío de un router nuevo. Mi queridísima cuñada MariÁngel me deja su casa y su conexión para escribir esta nota de disculpa y para leer vuestros comentarios. Bendita sea, porque ella está ahora, además, hasta arriba de trabajo. Cuando se reestablezca mi conexión prometo contestar a todos.

GRACIAS POR VUESTRA PACIENCIA Y VUESTRAS VISITAS

Óptima Adorable, sentada en su mesa de trabajo, es un regalo para la vista. Óptima trabaja en la oficina del señor Valmayor, en la calle Mallorca, en Barcelona. Ramón Valmayor es un industrial catalán de esos que se dedica a “sus negocios”, sin que nadie, ni siquiera él, sepa muy bien cuáles son exactamente esos negocios. Que nadie piense nada raro, no se trata de nada turbio: es una figura extendida en el tejido industrial, cada vez más ralo, catalán.

Óptima se despierta temprano y despierta con besos de otro tiempo a su querida hija a quien le gustan más esos besos de lo que quiere reconocer. Desayunan las dos con frases inconexas, pero cariñosas, porque a las dos les cuesta despertarse. El papá de Óptima, que debería dormir algo más, se levanta con el aroma del café y trastea en la cocina, feliz de tener a su hija y a su nieta juntas en la misma habitación, y no se atreve a decir nada por no quebrar ese equilibrio extraño que se instala en la cocina cada mañana. Café y algo más, pero muy poco más, lleva en su cuerpo de muslos besuqueables, cuando sube a su pequeña scooter y atraviesa el ensanche hacia el norte, con el mar a la derecha, camino de la oficina. La brisa del mediterráneo se cuela por las rendijas abiertas del casco y Óptima repasa el desayuno y un par de lagrimitas se agolpan en sus ojos cuando recuerda las palabras breves, raras, de su hija y los silencios atolondrados de su padre. Óptima sabe que no podría quererlos más aunque quisiera. Se siente, repentinamente, tan triste como un caracol.

En el ascensor, coincide con Perales, un plasta que vive en el piso de arriba y aguanta con dignidad mientras Perales le mira el culo, apretadito dentro de unos vaqueros de cintura alta, bonito, sí, pero deseoso de aturdir a nalgazos a tan indecoroso mirador. Algunos hombres miran francamente mal los culos de las mujeres hermosas, sabéis a qué me refiero, ¿verdad? Pues Perales es de esos.

Óptima está sentada frente al ordenador, ya ha preparado el café y un rayo indecoroso se filtra por la ventana y se posa justo entre la espalda y la pared; es uno de esos rayos solares que no saben bien los refranes y los dicen mal y a la buena de dios. Por eso se pone ahí, donde he dicho. Si miras desde cierto ángulo, Óptima es una especie de estatua ardiente vista a contraluz.

Óptima está chateando.

Luna:
quieres que vaya a Madrid?
Cu-chulain:
claro, pero tenemos q planearlo bien…
Luna:
me muero por verte
Cu-chulain:
y yo carioñ
Cu-chulain:
cariño, coño
Luna:
ya te había entendido, tonto…

Óptima sueña y se despeña por desfiladeros que la tratan mejor de lo cabría esperar. En sus sueños, no son ni de cartón piedra, sino de algodón de ese de comer que, si lo piensas bien, es asqueroso, peguntoso y todo eso, pero bueno, mientras sea soñando, seguro que es muy agradable.

El señor Valmayor ha estado a punto de pillar a Óptima varias veces, pero es tan poco moderno… sabe tan pocas cosas de estas de tecnología, que le sorprendería el mismo concepto de chat. Se niega a comunicarse por e-mail, sigue fiel al fax, y el teléfono móvil sirve sólo para hablar.

Un día, Ramón Valmayor la llama por teléfono y le dice que mire un dato en su agenda, que está sobre su mesa. Óptima entra en su despacho y encuentra lo que parece un poema, malísimo, que asoma debajo de su agenda:

Mis maletas son dos
algodones sin alma
A los que da la luz
que entra por la ventana
Solo puede que tú
con tus dedos de fuego
Hagas las cadenas quemar
aunque ardamos enteros

Tú mientes crees que yo
no me voy a cansar
De tanto esperar
Un caracol tan triste no puede librar
a una esclava jamás
Adiós le dije y el también me dijo a mí
Quiero estar allí
Estábamos seguros nuestra libertad
jamás morirá

Ni pies ni cabeza, ¿verdad?, pues eso, pero a Óptima le da un vuelco el corazón por dos razones: el hecho de que su jefe sea capaz de escribir y el hecho de que haya escrito un verso que diga “un caracol tan triste…” cuando esta mañana se ha sentido exactamente así: como un triste caracol.

Llega Valmayor mientras ella, sentada en la mesa de su jefe, mira incrédula el poema y llora de manera desconsolada. El jefe, que es un poco lila, se hace cargo de la situación, o eso cree, y dice:

- Óptima, ¡qué sensible eres! – dice emocionado el industrial - Llevo mucho tiempo escribiendo, pero hasta hoy no me había animado a enseñarte el producto de mis desvelos… pero ni en mis mejores sueños imaginé este espectáculo: tú, mi diosa, mi referencia espacio-temporal, mi inversión a futuro más rentable, mi activo con mejores expectativas de cotización, mi proyección más optimista, llorando desconsoladamente, desbordada de sensibilidad y espíritu anhelante… ¡somos dos almas gemelas! Oh, mi tesoro, mi cartera de valores que sólo sube, mi beneficio antes de impuestos… - algo cambió en su expresión- ¿Es… posible, remotamente posible… que a pesar de lo que te estoy diciendo,,, te estés riendo?

Óptima levantó la vista. Era verdad, no había podido resistir y había roto a reír.

- Pero, cuando he llegado, te he visto llorar… ¿es que me vas a decir que no era cierto?

Óptima toma aire, porque tiene que decírselo: le obliga la lealtad profesional y personal.

- Lloraba de lo malo que era el poema, señor Valmayor. Hágame caso, don Ramón: siga con sus negocios…

Abre, ya en su mesa, el messenger,, y ve a su querido Cu. Abre su ventanita:

Luna:
Hola, ocupado?
Cu-chulain:
no, te estaba esperando…
Luna:
y eso?
Cu-chulain:
te escrito un poema…¿quieres leerlo?

(señor, no puede ser cierto...)

Luna:
Claro…
Cu-chulain:
Mis maletas son dos
algodones sin alma
A los que da la luz…

Luna:
No sigas, no puedo…
Cu-chulain:
Bueno, boba… escúchalo cantado, que peor no me pueden salir hoy las cosas...

Y alguno de vosotros será capaz de ver cómo le cambió la cara a Óptima. Porque lo que leído no era más que basura, musicado, la enamoró.

Y esto es lo que óptima oyó:

Pobre Ramón

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Esta canción es de Los Navajos, un grupo del que sólo sé que tenía esta canción. Así que es más juicioso dejar que Yambra haga la exégesis, que lo hará con justicia, equidad y conocimiento de causa. Sé que esta canción me rondó la cabeza en su época, alrededor del año 90, que la escuché un par de veces en el coche y que se me quedó ahí metida. Hace un mes, más o menos, volví a recordarla y pensé, ¿por qué no buscarla y bajarla? Y lo hice. Se parecía bastante a la canción que yo recordaba, pero era un poco más suave. En fin, este es otro perfil mío como músico, más suavito. Unos llaman a esto pop elegante; otros, pop baboso. Yo le llamo una buena canción y esta es mi forma de interpretarla. En su versión original tiene mucha acústica y esta mía es más eléctrica, usando la guitarra distorsionada y muy reverberada a modo de acompañamiento de cuarteto de cuerda, que es un truqui muy mío para darle solidez a un tema. Bueno, a ver si te gusta esta versión más suave, elegante o babosa del Ciclón de Valdemorillo.

lunes, junio 12, 2006

Ya están aquí los mundiales: viendo el fútbol con una fósfora.

Rockin' all over the world

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Esta canción no debe ser grabada: existe para ser tocada en directo, como casi todos los grandes rocanroles que en el mundo han sido. La canción es de John Fogerty, el que fue el alma de Creedence, pero es posterior a su etapa con la mítica banda americana. Debido a su estructura, era una canción ideal para que Status Quo la versioneara e hiciera popular: machacona, marchosa y vivaracha y con posibilidad de armar mucho follón encima de un escenario. Así he intentado grabarla, como si fuera en directo, un poco sucia e improvisando un poco, inventándome el solo de guitarra y soplando la armónica. Y quiero dedicarle este temazo a mi querida Wendeling a la que sin conocerla, imagino bailoteando a mi lado, rockanroleando alrededor del mundo, haciendo el indio y riendo juntos. No cambies nunca, dulce maia. Y yo te prometo no volver a hablar de ti.

Mi amiga Wollie puede ser muy dulce si se pone, pero tendríais que verla cuando viene a mi casa a ver el fútbol. Entonces se transfroma. Wollie viene a casa con tres cajas de latas (de las grandes) de cerveza y un par de latas de Pepsi-Max para mí. Wollie trae bajo el brazo el As, el Marca, la Gazeta dello sport, L’Equippe, Sports Ilustrated, NoBrain-ManyMuscle Magazine y un par de almanaques deportivos que no sé qué gracia les encuentra.

Miradme, yo estoy leyendo poesía junto a mis hijos y mi mujer y entre todos, dialogando, intentamos encontrar el verdadero sentido al poema “Salutación obtusa del pimentonero” de William F. Lorimer-Bustamante, un poema realmente hermoso, mientras escuchamos Flamenco-Chill-out en nuestro humilde equipo de música.

La televisión en mi casa se enciende rara vez, pues preferimos reunirnos después de cenar a contar historias (¡tres hurras por la tradición oral! gritan mis hijos antes de empezar) en lugar de ver ese monstruo infame que es la tele. Suena el timbre de casa con esa cadencia rara: (para identificarla: chan-chan; chan-chan-chan; chan-chan-chan-chan… ¡Madrid!) y mi hija abre la puerta.
Entra Wollie con las cervezas y me espeta:

- ¿¡Pero aún no has puesto la Tele, membrillo!? ¡Va a empezar el Corea-Togo, pedazo de idiota!

No lo sabía, pero parece ser que ha empezado la Fase Final del Campeonato Mundial de Fútbol Asociado, lo que los mortales normales conocemos como Los Mundiales. Wollie me empuja con violencia para que tome asiento frente a la tele, pilla una cerveza (momento que recoge la fotografía) y se sienta ante el televisor. Son las 8 de la tarde de un domingo idiota y falta una hora para que empiece el partido. Se lo hago notar.

- Wo, querida, falta una hora, ¿Qué te parece si salimos al jardín a salvar ardillas que estén en dificultades? Podemos hacer algo por el medio ambiente mientras empieza el partido…

Wollie me mira como si estuviese idiota. O sea, me mira con sinceridad. Luego eructa, menea la cabeza de forma horizontal, como no creyendo que pueda ser tan memo como aparento y dice:

- ¿Qué voy a hacer contigo…?

Y saca de su bolso-almacén tres deuvedés que me pasa con cara de paciencia: Fútbol Africano (Cap. 3: Togo); Promesas del Siglo XXI: Park Chu Young; y un montaje que ha hecho ella misma con un histórico de partidos que enfrentan a países africanos y asiáticos, un trabajo tan notable como inútil.
- Quieres que veamos esto, claro… - le digo ya casi sin esperanza
- ¡Pues claro, membrillo! – me dice la guapa fósfora. Es increíble lo que sabe de fútbol esta mujer. Conoce a los togoleños como si fueran de su familia y a los coreanos los trata con una familiaridad enternecedora, como si fueran ramificaciones de ella misma. Sabe los historiales y palmarés de todos los que juegan y …

Yo no sé si conocéis a Wollie. Yo no. De nada. No tengo ni un triste e-mail a donde avisarla de que lea este mini-homenaje que le hago, si es que a esta basura puede llamársele homenaje. Os voy a contar algo.

Cuando esta bitácora empezaba, apareció alguien con un nick tan alocado como envanecedor: Wolfósfora, se hacía llamar. Las primeras veces que comentaba, me turbaba tanto que apenas hacía caso a sus comentarios. Miento, hacía como que no hacía caso a sus comentarios, porque siempre eran comentarios llenos de humor, que es lo más excitante que existe para mí. Pero me resultaba enormemente embarazoso que alguien se dirigiera a mí con ese nick, a la vez que me hacía sentirme un genuino pavo real. Por lo exhibicionista y por lo tonto.

Poco a poco, fui acostumbrándome a sus comentarios, siempre graciosos, siempre simpáticos, a veces picantes, otras sinceros... Pero decidí que no podía entablar conversación con ella de igual a igual si no cambiaba su nombre. No fue difícil, pues, ponerle un nuevo nombre. A casi todo el mundo que aprecio le cambio ligeramente el nombre (menos a Buch, que ya se lo cambia él), así que Wolfósfora pasó a ser Wollie. MariWollie, incluso.

MariWollie, que es como pienso llamarla a partir de este momento fatídico para ella, lleva en contacto conmigo alrededor de un año. Nunca nos hemos visto ni hablado por teléfono ni nada de eso. Ni siquiera, como he dicho antes, tengo un e-mail para dirigirme a ella. Y eso la hace endemoniadamente misteriosa. Sólo puedo dirigirme a ella a través de esta página. No sé nada de ella, pero presumo de tener con ella una relación subterránea, especial, que nos enlaza mágicamente.

A veces, haciendo cábalas, intentando atar cabos sueltos, he llegado a pensar que Wollie era alguien cercano, tal vez alguien de mi entorno familiar. Pero sigo sin saber nada de ella. Aunque, ahora que lo digo, podría ser un hombre, si bien apostaría la cabeza a que es una mujer, toda una mujer. ¿Quién eres Wollie? ¿De dónde has salido?

No tengo ni idea de si te gusta el fútbol o no, pero me pega todo que lo detestes, no sé muy bien porqué. A mí, sin embargo, me encanta el fútbol. Me encanta(ba) jugarlo y me encanta ver los mundiales, si bien no conozco ni el fútbol africano ni el portugués. Es más, no conozco ni el fútbol español, salvo el Real Madrid. Es decir, no soy capaz de decir con criterio que conozca al 80% de la selección española. Sé que Luis Aragonés me cae como el culo, eso sí. Un tipo de una ordinariez esencial difícilmente superable. El Sabio de Hortaleza, le llaman. Estoy de acuerdo en lo de Hortaleza, vale, eso sí, se le nota bastante, pero en lo de sabio... Sé que prefiero a un Raúl cojo antes que a 10 Fernanditos Torres con 10 peinados distintos.

Pero algo me dice que sería capaz de sentarme junto a MariWollie y que juntos viéramos un partido de fútbol de los mundiales juntos. Espero que un día lo hagamos. Y, a cambio, te prometo dejar de preguntarte quién eres.

El asunto es que Wollie... me caes de cine. Y que eres un poco ultrasur viendo el fútbol, como he demostrado y todo el mundo puede ver. Calma Wollie, que te traigo una balada para que te sirva de nana. Esta canción que vamos a bailar se la he dedicado a otra mujer de los pies a la cabeza, una mujer que no se rinde, de la que tengo algún dato más que de ti. Wendeling, uno de mis amores bloggeros, que sonríe cuando mira y que nunca se olvida de dejar besos maios.

Un beso gordo, Wollie.

(cuelgo este post mientras Francia y Suiza empatan a cero, en el mundial que despedirá a Zidane. Veo el partido en directo sin pagar al gran pirata y me río por ello. Ojalá lo estuviéramos viendo juntos, Wo)


jueves, junio 08, 2006

Historia absolutamente falsa de Tautina

El día que Tautina salió de casa para no volver le dijo a su madre:

- Mami, salgo de casa para no volver.

Entonces, su madre le dijo:

- ¿Te has lavado los dientes?

Tautina hizo un ruidillo como de fastidio, porque sabía que su madre no había entendido nada de nada.

- Que me voy, mami, que me voy de casa.

- Sí, hija –dijo su madre- ya, ya, muy bien… pásate por donde Marni (dato al margen que se cuela en el texto: Marina, conocida en el barrio como Marni, la ladrona, por lo abusivo de sus precios, es la dueña de la droguería que hay en los bajos de la casa donde vive Tautina) y recoges una botella de lejía y le dices que luego se la pago yo

Tautina baja las escaleras de una en una, porque sabe que su madre no la cree. Tautina tiene ocho años, pero ya apunta la mujer que va a ser. En su edificio, las escaleras rodean el hueco del ascensor y a Tautina no le gusta cruzarse con el ascensor en el rellano, así que se detiene un par de veces para que la coincidencia con el ascensor se dé en los tramos de escaleras, que eso da buena suerte. En los rellanos le da yuyu.

Le fastidia que su madre no la crea, porque ella nunca miente. Incluso ha hecho un hatillo con la funda blanca de su almohada y lo ha atado a la raqueta de tenis de su hermano. Como en el hatillo cabía poca ropa, sobre todo después de meter a Loli, su muñeca favorita y Pachón, su peluche predilecto, ha optado por dejar una carta escrita a su hermano, donde le da instrucciones precisas de con qué ropa ha de llenar su mochila escolar y de cómo entregársela a ella. Lo malo es que Síngulo, su hermano, aún no sabe leer.

Mira Tautina corriendo por la calle, pegada a la pared, con ese trote bailarín que obedece al ritmo de alguna canción milenaria y triste. Al hombro derecho lleva el hatillo que rebota con los pasos saltarines, y en la mano derecha, el bocadillo de chocolate Elgorriaga que amenaza con edurecerse de mala manera: Tautina tarda años en terminarse el bocadillo cuando está en la calle.

Un poco más allá, en la misma calle, sentado sobre un balón de reglamento y la espalda apoyada en la pared, está Gorgeous, el inane, un chaval mayor, de 10 años por lo menos, que parece triste y meditabundo ahí solo.

Cuando Tautina pasa frente a él, canturreando, Gorgeous le habla:

- ¡Oye, niña! Tengo que preguntarte una cosa.

A Tautina no es que le guste Gorgeous, el inane, pero siempre le ha hecho un poco de gracia lo rarito que es. Así que se detiene y de un gracioso saltito, se da la vuelta y se pone de frente al inane muchacho.

- ¿Qué quieres, Gorgeous?

- Haber, niña…

- Se dice separado, sin hache y con uve. ¿O es que eres indio cheroqui?

- No, qué va… yo soy más vaquero… oye, no me distraigas, Tutilla…

- Tautina, inane, Ta-u-ti-na

- Vale, Tautina, ¿quieres hacer el sacrificio?

Caramba, sacrificio, eso era muy de Gorgeous, la típica cosa rara de Gorgeous. Ella había estudiado en el catecismo cosas de sacrificios. Normalmente los sacrificios eran cosa de santos y gente antigua, admirable, que salían en el catecismo y en las Vidas de Santos que su padre tenía en la pequeña librería del baño (era lector de taza, como servidor).

- No sé… ¿qué es el sacrificio? ¿Qué tengo que hacer?

Gorgeous, el inane, miró hacia arriba, directamente a los ojos de Tautina. En su mirada había nobleza, había verdad y miopía a partes iguales. Su expresión altiva y noble, emocionó a Tautina, que no pensó que, sencillamente, el inane se estaba aguantando las ganas de hacer pis.

- Si quieres hacerlo- dijo Gorgeous-, si quieres que todos sepan que has hecho el sacrificio, dame tu bocadillo y márchate. Es difícil, es duro, lo sé, pero precisamente por eso se llama “el sacrificio”...

Tautina balanceó su cuerpo y su pensamiento. Por un lado, no estaba mal deshacerse del bocadillo (era una imposición diaria y materna) que, de otro modo, se eternizaría en sus manos y acabaría sucio y endurecido. Por otro lado, sabía que eso del sacrificio, a pesar de lo bien que sonaba, tenía toda la pinta de ser una excusa para merendar gratis, pues todos sabían que los padres de Gorgeous trabajaban hasta tarde y nunca le preparaban la merienda. No obstante, intentó ver si había bueno.

- ¿Y yo qué gano? ¿Qué gano dándote el bocadillo?

Gorgeous el inane movió la cabeza desconcertado…

- ¡No se trata de eso, Tutía! No es el bocadillo, el bocadillo no importa, es el sacrificio… te doy la oportunidad de hacer el sacrificio

La verdad es que sonaba tentador en boca de Gorgeous, pero aun así, sonaba un poco a camelo. De repente se acordó de algo que circulaba por el barrio. Era un mito, pero podría intentar averguar lo que había de verdad…

- Quiero algo más… - dijo Tautina - ¿es verdad que haces pis más alto que tu cabeza?

- Verdad es – dijo el noble inane – ¿desáis comprobarlo, bella dama?

Y se fueron a comprobarlo.

Canción de cuando se fueron a comprobarlo:

Van hacia allá el inane y la bella;
van detrás de los escombros,
ella con el hatillo al hombro,
y el balón entre él y ella.

El bocadillo no causará empacho
en la tripita dulce de Tautina:
Ella verá el vuelo alto de su orina
Y el bocata será p’al macho.

Gorgeous mea metro ochenta de alto
Tautina se asombra ante la lluvia dorada
El inane, complacido, desvia la meada
Y Tautina se queda color cobalto.

(Si queréis leer auténtica poesía y literatura de altura, visitad a la deliciosa Tautina. Y leedla, claro, se trata de eso. De lo mejor que podréis encontrar)

Visto el húmedo desenlace de la historia, ¿por qué no repetir la canción de ayer?

¿Quién detendrá la lluvia?


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Esta canción del gran John Fogerty, que tiene un poco de ínfulas de himno, me derrite. ¿Quién detendrá la lluvia?, menuda pregunta, ¿eh? Sobre todo en estos tiempos tan inciertos. Al escucharla ahora, en el momento de subirla aquí, me doy cuenta de que, inopinadamente, se me ha olvidado cantar, precisamente, el par de versos que más me gustaban de la canción. En el segundo estribillo, donde canto "Still the rain kept pouring, fallin' on my ears..." debería decir "five year plans and new deals, wrapped in golden chains...", lo que queda dicho para calmar las iras de los millones que me escuchan. Bueno, en esta versión, salvedad hecha de la letra, sólo añado una vocecita y una armónica medio mariconcilla para darle un poco más de color al tema. Por lo demás, es una fiel versión (cover, como dicen los listos) de la original, la de los grandes Creedence Clearwater Revival, que hay que ver lo buenos que son.

miércoles, junio 07, 2006

La lluvia que no cesa (Subtítulo 1: ¿Por qué lo llaman "paz" cuando quieren decir "métemela"?) (Subtítulo 2: Go, gotzone, go!)

Bob Dylan nos avisó: A-hard rain's A-gonna fall. Qué razón tenía, el tío.

Llueve miedo.

Sólo imaginar un País Vasco autodeterminado bajo la tutela de héroes como Josu Ternera, es un horror difícilmente igualable.

Sinceramente, aparte de "te condeno a que te pudras en la cárcel", hay pocas cosas más que hablar con un asesino, "mirándole a los ojos". Y esa prerrogativa la tienen sus jueces. Cómo me gustaría ser juez, a veces...

El gran Otegi, a quien se nos presenta como un "hombre de paz", es un terrorista, delincuente y no presunto, precisamente: era conocido como "el Gordo" en sus tiempos de etarra y participó, y fue condenado, por secuestro. Un maldito delicuente. Un cobarde asqueroso que pasea su jeta despreciable en libertad y los necios le dan cuartelillo.

Y sigue lloviendo.

Y lo peor es ver cómo se posiciona el canalla. Siento náuseas cada vez que veo al memo redomado que hemos elegido (sin mi concurso, por supuesto) como presidente hablar de paz, cuando lo único que quiere es aparecer él, un egocéntrico enfermizo, como el centro de la vida española... en paz.

Muchos dicen: ¿Pero no merece la pena tragar unos sapitos para lograr la paz?

Sinceramente, creo que no se trata de eso.

Se trata de la libertad, del estado de derecho, de la ley.

Todos estamos obligados a cumplir la ley.

No podemos premiar a los que no la cumplen (los terroristas) negociando con ellos sus pretensiones mamarrachas (autodeterminación, Navarra, País Vasco Francés, amnistía) a cambio de que cumplan la ley.

Según ese razonamiento idiota, yo quiero, por haber cumplico la ley, y bajo la amenaza de dejar de cumplirla, que me regalen la parcela que hay al lado de la mía, que se me exima de pagar impuestos, y que un ministerio me encargue a mí todas sus campañas de publicidad. O si no, empiezo a ser malo.

La lluvia arrecia.

Pero hay un rayito de esperanza. Hay gente que aguanta, a cara descubierta, sin paraguas, siquiera, el chaparrón. Son muchos, pero yo quiero personificarlos en mi admiradísima Gotzone Mora, de quien hablé ya hace un año, y de quien quiero volver a hablar.

Ayer, dio muestras de su coraje una vez más. Gotzone es socialista (nadie es perfecto), pero ante la tormenta de ignominias que el gran ZP estaba desatando desde el estrado del congreso de los imputados (se atrevió a decir que hablaba con Batasuna en nombre de las víctimas socialistas vascas), Gotzone no pudo aguantar más y, desde la tribuna de invitados, donde se encontraba, increpó a su presidente, preguntándole "en nombre de quién hablaba".

Se montó un follón bastante mediano y fue expulsada (antes había ya soliviantado al personal aplaudiendo el discurso de Rajoy, y le afearon la conducta) del hemiciclo. Mientras se iba, los dipu6tados del PP, encantados de poder montar un poco de follón, aplaudieron y entre los socialistas, aunque hubo quien también lo hizo -a escondidas-, fue mayoritaria una posición de democrática repulsa: insultos, gritos de fascistas, etc.

Yo creo que personajes como Gotzone, personas de su talla moral y política, son las que España necesita para aplacar la lluvia de vergüenza que asola nuestro país, nuestra nación.

Si alguien puede detener la lluvia, yo digo que ese alguien es mi querida, mi admirada Gotzone Mora.

Se trata de la libertad.




Who'll stop the rain


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Esta canción del gran John Fogerty, que tiene un poco de ínfulas de himno, me derrite. ¿Quién detendrá la lluvia?, menuda pregunta, ¿eh? Sobre todo en estos tiempos tan inciertos. Al escucharla ahora, en el momento de subirla aquí, me doy cuenta de que, inopinadamente, se me ha olvidado cantar, precisamente, el par de versos que más me gustaban de la canción. En el segundo estribillo, donde canto "Still the rain kept pouring, fallin' on my ears..." debería decir "five year plans and new deals, wrapped in golden chains...", lo que queda dicho para calmar las iras de los millones que me escuchan. Bueno, en esta versión, salvedad hecha de la letra, sólo añado una vocecita y una armónica medio mariconcilla para darle un poco más de color al tema. Por lo demás, es una fiel versión (cover, como dicen los listos) de la original, la de los grandes Creedence Clearwater Revival, que hay que ver lo buenos que son. Parecerá raro, pero quiero dedicarle este tema, aunque ella no se entere jamás, a mi admiradísima Gotzone Mora, a la que quiero enviar un montón de abrazos para que aguante el chaparrón. Porque, sencillamente, ella tiene razón. Ánimo, Gotzone. Somos muchos los que "te estamos detrás".

sábado, junio 03, 2006

Te estoy llamando

… y tú no te das ni cuenta. Estoy aquí, quieto parao, tratando de ponerle un gesto digno a mi desesperada presencia, pero no soy capaz.

Sé que mis piernas tiemblan, mi voz se quiebra, mi pulso se acelera y mi cansado y tranquilo corazón se acelera cuando entras en esta habitación y ya me ves, diciendo cosas y hablando sin hilación por las ráfagas de amor que se desatan en mí cuando apareces con ese vestidito blanco de verano. Ponle música a este párrafo y, como un bólido, te regalo un ósculo.

Te estoy llamando, pero es como si no estuvieses ahí. No sé si no me oyes o es que he pasado a ser una especie de disco rallado que forma parte del paisaje, como ese maravilloso árbol que hay delante justo de tu ventana y que ya has dejado de ver cuando te asomas. Pero te llamo y espero a que te asomes y, en plena calle, subido en un monociclo singular, hago piruetas bajo tu ventana y doy vueltas y no me caigo. Pero no me ves.

Voy a comprarte algo que no puedas rechazar. Un regalo que hable del amor de mi alma, que gatea por las calles sin demasiado cuidado. Paseo por las joyerías y las butics más pintonas, pero ninguna tienda vende lo que tú mereces, porque, es evidente, lo que tú mereces no se puede comprar. Veo en el horizonte el triángulo verde y de feísima tipografía de El Corte Inglés y lo sé: te regalaré todo lo que pueda robar en una tarde en ese templo.

Robar es algo que nadie, salvo los ladrones, debe tomarse a la ligera. Es por ello (esta es una expresión cursi para que veas que me lo estoy tomando en serio) que juzgo conveniente comenzar por la planta sexta, la butic del gurmet y la cafetería, empezando por esta última, cuyas tortitas, como las de vips, tienen una inmerecida fama; fama que se cimenta, básicamente, en que no tienes que hacerlas ni fregar después, porque están malísimas. Ese pensamiento relaja mis músculos, pero no mis sentidos que están alerta y que me permiten robar, para empezar, un cubierto completo (cuchara, tenedor, cuchillo, cucharilla y cuchillo y tenedor de postre) que pasan con avidez de sus cubículos al bolsillo trasero derecho de mis vaqueros con soltura, fluidez y silencio destacables.

Ya dentro, robo dos azucarillos, sobres de mayonesa, ketchup, mostaza, sal y pimienta. A mi espalda hay sentada una señora con pinta de no echar demasiado de menos la cartera que descansa en su bolso abierto que, a su vez, cuelga imprudente del respaldo de la silla de su dueña. Mis dedos roban la cartera, la vacían de billetes (la moneda fraccionaria no me interesa) y devuelven la cartera al bolso. Me meto en el baño y cuento el botín: 60.000€ en auténticos billetes de Monopoly. Es un buen regalo, también. Robo unos cedés, un par de pañuelos espantosos de la planta de oportunidades, una cajita pequeña de ceras manley, un puñado de hermosas cerezas del súper, unas maquinillas de afeitar wilkinson para hombre, una cajita de clips, las fotos que hay dentro de las carteras en exposición… algunas son fotos magníficas, especialmente una, en la que un cuarentón de buen ver viste unos pantalones claritos remangados a media pantorrilla y un bonito suéter azul; la instantánea ha captado el momento en que el elegante hombre corre con amplia zancada, descalzo, tras un caballo de largas crines que monta una hermosa joven, a pelo, joven que da la sensación que se ha vestido únicamente con la camisa blanca de su macho después de haber rodado juntos por la alfombra; la joven tiene unos hermosos muslos y una cara de placer tal que da la sensación de que el lomo del caballo tiene una protuberancia junto donde se sienta su amazona, tal vez una vértebra desviada y sobresaliente.

Podría robar más, pero mis bolsillos están llenos y mi moral, por los suelos. No quiero ya ni robar los besos que, seguro, podría robarte: prefiero mil veces que me los regales, que me abrumes, que me los des sin que te los pida, que me ames por principio como si fuese el final.

Te estoy llamando y a veces, tengo la sensación de que sería mejor callar y esperar a que el viento vuelva a cambiar, y que las velas de nuestro barquito se tensen y se llenen de viento de popa y que avancemos juntos sin parar, que ya sabes que yo en un barquito que se para en alta mar me maero y vomito y mi vómito, tan abundante como mis ingestas, atrae, al principio, pececillos inocentes, pero éstos atren otros más grandes y voraces y éstos, a su vez, a ballenas enormes que (Buch me dará la razón en esto) es mentira que coman plancton, comen barquitos veleros de enamorados siempre que puedan, porque una cosa que tienen las ballenas es que son unas cabronas, una característica que, por ejemplo, no tengo yo. No soy una cabrona, soy un cabroncete, pero eso es distinto.

Una vez dentro de la barriga de la ballena vuelvo a llamarte. A gritos. Calla, que te oigo perfectamente, me dices, pero yo no grito porque estés lejos, mujer, grito tu nombre porque me gusta cómo reverbera en las tripas de este formidable cetáceo (formidable cetáceo, qué bonito par de palabras), porque rebota y se repite en el páncreas y en el intestino grueso y en el cerebelo y el hueso de k’ant, y qué hermoso suena tu nombre reverberado por doquier.

De repente, la ballena se traga un transatlántico y, un par de horas después, la isla de Madagascar, buen saque tiene este mamífero de los cojones. Decidimos que podemos fundar una nueva civilización intracetácea (esta, sin embargo, intracetácea, es fea, ¿no?) y progresista, sobre todo progresista en todo salvo en una cosa: no salvaremos a las ballenas, que son una mierda de animal con interior reverberante y apetito desmedido.

Y en esa isla, que es una monada de isla, mi amor, te sigo llamando. Porque, creo que jamás dejaré de llamarte y temo que sea eso lo que, finalmente, te aleje de mí.

Pero no puedo evitar llamarte.
No puedo dejar de llamarte.

¿Tú me oyes?

I call your name


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Esta es de esas canciones (como en Baby it's you o A day in the life) en las que John Lennon te estremece en cuanto escuchas su vibrato natural al cantar. Una canción de súplica que, simplemente, me encanta. Una de esas canciones que sólo podían escribir los Beatles, para mí, por alguna extraña razón, unida a Things we said today por clima, o algo así. Yo, que no me puedo estar quieto, procuro darle un carácter más pesado con la guitarra sucia y distorsionada y le añado, porque si no no sería yo, voces, voces y más voces. Es extraño, porque es una de esas raras canciones de los Beatles que no tiene voces. Esta va dedicada a mi querido jopageri, que me sigue con un fervor sólo explicable porque, como a mí, le encantan los Beatles. Por eso, joven amigo mexicano, elijo esta canción para ti: porque es de esas que sólo los Beatles pudieron escribir. Abrazos desde Valdemorillo, Madrid, Loquequedadespaña.

jueves, junio 01, 2006

La Canción de Mari Celia

Al entrar, supe que no me hacía ver la carta para saber lo que tenía que pedir. Ella, la encargada del local, de pechos plenos, mirada bella y cansada y sonrisa casi permanente, estaba sentada en esa mesa, la suya, la que todos los habituales están acostumbrados a ver llena de ella.

Así que yo, con una ineludible carga de idiotez en la cara, miro a la camarera que, feliz, viene a atenderme y le pido sopa triste de ojitos de cordero para empezar y pechuguitas de cuarentona sin operar con guarnición de chistes cortos de segundo; ¿y de postre?, me pregunta ella, de postre, le contesto, nada me gustaría más que tú y ella, no creas, no se ofende, pero me mira con esa cara de quien ya ha me ha aguantado el intento demasiadas veces, no apunta nada en ese misterioso comandero y se va.

El picoleto ha entrado por la puerta, ha gritado tres memeces y se ha vuelto a ir, contento de demostrar su (nula) autoridad; el panadero deja su carga, el borracho sigue sus rutinas y Lola, siempre ama de casa y siempre sola, se gasta un dineral en la máquina tragaperras.

La sopa llega en un plato sonriente, quizá para compensar sus ingredientes, y lo mejor es que llega por su propio pie, haciendo equilibrios para no derramarse, y se deposita, después de unos giros magistrales, en mi mesa y justo delante de mí. La exhibición es tan buena que me olvido de que , precisamente, había pedido sopa por suponer que ese era el único plato que no sería capaz de venir por su propio pie. En otras ocasiones había pedido hamburguesa de canguro y vino dando saltos; filete de sauce llorón y creció de la lámpara vegetal que había encima de mi mesa y se posó en mi sitio; cuando pedí traserillos de zagala ineducada, vino por propulsión a peos (muy espectacular, ríete del ku-bak de los chinos) y el día que pedí media ración de carcajadas cristalinas me trajeron una jaula de pájaros tropicales y me dijeron: ábrela y al abrirla, mi mesa se llenó de buen humor.

Todo este derroche de peculiaridad es, naturalmente, obra de MariClelia, a la que miro mientras me como la sopa sin sorber ni una sola vez, hecho que hace aplaudir a los demás comensales con una genuina standing ovation que dura unos 3 segundos. En fin, soy encuentasdor y me debo a mi trabajo, así que le pido a MariClelia que me diga una canción que no la haga vomitar cuando la escucha.

- ¿No podías decirlo de una manera más sensible?

Vale, perdona, le digo, una canción que te moje las bragas y ella me interrumpe para decirme

- Sólo pienso en ti

- Mujer… no me digas esas cosas, que…

- No, merluzo, esa es la canción, es el título de la canción; no es que produzca en mí eso que tan delicadamente has descrito, pero me gusta.

- ¿Sólo piensas en mí? – insisto. Es que cuando se me mete una idea en la cabeza (y esta idea mola) no hay quien me la saque.

- Sólo pienso en ti(1), pero me gusta cuando la canta el ciclón de Valdemorillo, no sé si lo conoces... – me dice burlona.

Y suena:



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Como me sé esa canción (¡qué expresión! ¿verdad? Saberse una canción…), y todavía con un ojito de cordero despistado en la comisura de mis labios menores (era antes de que operara), salí al escenario e interpreté la canción como con mucho filin:

“Me pongo a pintarte y no lo consigo…

Y yo que me pongo un poco inclinaíllo, cheposete, sacando la punta de la lengua por un extremo de la boca en gesto de esfuerzo, y luego pongo los brazos en cruz y niego con la cabeza

“después de estudiarte lentamente termino pensando….

Y yo hago como que paso las hojas de un libro con cara de dolor de muelas y luego, de pie, en medio del escenario, el brazo izquierdo sujeta el codo derecho, mientras la mano derecha me sujeta la barbilla y el índice me tapa la boca; al mismo tiempo, miro hacia arriba con expresión ensoñadora y hago tap-tap con el pie en el suelo…

Y así toda la canción. Lo malo es que en solo de guitarra no sé que hacer y MariClelia salva la situación saliendo a bailar conmigo. Coño, qué bien baila esta chica; a su lado, no parezco tan patoso, la gente sólo me llama estaca, palo, mueble y cosas así.

Después de bailar, no me apetece seguir interpretando y vuelvo a mi mesa para atacar las pechuguitas y cual es mi sorpresa al descubrir que a las pechuguitas se han añadido unos muslitos, un lomo delicioso, manitas y todo lo demás y hay una cuarentona completita en la mesa que tiene una camiseta interactiva que al mirarla, cada uno ve lo que quiere ver: en mi caso, veo con absoluta claridad a Mariclelia guiñándome un ojo y diciéndome que no me lo tendrá en cuenta, cuando cese la tormenta.

Y llegará el día, mi amiga tierna y eterna, en que entre tú y yo bastará un encogimiento de hombros, una mirada cruzada, una palabra ininteligible para los demás, una sonrisa apagada a media luz; hasta que ese día llegue, disculpa mis ausencias, por favor, pero es algo más fuerte de lo que podría explicar y sé que tú lo entenderías, pero no podrías perdonarlo.

Hasta entonces…

(1) Sólo pienso en ti

Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, ese grupo con nombre de bufete de abogados, es, en mi opinión el mejor grupo que jamás grabó en España, casi el único equiparable a los grandes anglosajones del rock y el pop. Cuatro excelentes, asombrosos músicos, cuatro talentos interpretativos y cuatro compositores excepcionales que vinieron a juntarse para grabar un gran disco en los 70, Señora Azul, deslumbrante, fabuloso, sencillamente genial; lleno hasta más no poder de obras maestras. Luego, en los 80, volvieron a grabar, pero ya en plan revival y aunque grabaron algunas maravillas, no es una obra tan destacable. Sí lo es, por el contrario, el grupo que precedió a CRAG, Solera, donde Josemari Guzmán y Rodrigo García dieron sus primeras trazadas de genialidad. Hoy me ha dado por grabar, he osado grabar, debería decir, esta pieza absolutamente maravillosa de Rodrigo García (creo que el mejor músico español de los últimos 40 años, un genio absoluto, un talento natural) que es una de las canciones favoritas de mi queridísima cuñada MariClelia, que se recupera como una jabata de una operación delicada y a quien, por razones que no hace al caso detallar, no puedo ir a ver desde hace semanas. Celia, si lees esto, que sepas que no pasa un día sin pensar en ti. Estas cosas, dedicar una canción, sé que no son suficientes para restañar mi ausencia, pero es la forma que tengo de decirte que mi corazón, mi garganta y mis manos están contigo. Y que, bueno sería exagerado decir que sólo pienso en ti, pero no lo es en absoluto admitir que pienso en ti todos los días y que me apetece darte un achuchón. Ponte buena