martes, mayo 30, 2006

De ninguna parte. De aquí.

(por favor, si ahora funciona correctamente, dímelo en un comentario)
Nowhere man


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Si me preguntaran, "¿que canción le hubiera gustado componer, señor Wolffo?", yo ahuecaría la voz, carraspearía un poco, pondría cara como de estar repasando el repertorio de Charles Aznavour y diría, "fíjese, capullete, Nowhere man, de John Winston Lennon". Y es que este me parece una canción perfecta. La letra es maravillosa, la melodía es perfecta, las armonías vocales, de locura, las guitarras, preciosas, tiene ritmo, una línea de bajo melódica... y encima es buena. Lo que más me gusta de la canción es la frase "¿no es un poco como tú y como yo?" Ahora que la escucho, se me ha colado una distorsión al final del solo de guitarra, tapando un armónico precioso, qué putada. Bueno, disfrútala porque pocas veces se oyen cosas así, incluso cantadas por mí. Esta me gustaría dedicársela a Crispulain que, como yo, es realmente de ninguna y de todas partes, se sienta en su tierra de ninguna parte y hace un montón de mapas de ningún sitio para nadie. Cris, escucha, no sabes lo que te estás perdiendo, el mundo está a tus órdenes. Un beso enorme.

Mi padre, de Barcelona, hijo de José y Emilia, padre, abogado, militar y cocinero, creo que por ese orden; de hermosas y largas manos, siempre dando palmotazos suaves al aire mientras habla, ojos grises de expresión un poco triste, chepilla, piernas largas y delgadas y un despiste existencial fantástico. Su objetivo en la vida: salvar de la basura unas horrendas sandalias de cuero dedosfuera.

Mi madre, canaria, de Las Palmas, bajita, rellenita, guapísima y cantarina, siempre al loro, de movimientos rápidos, de beso y lágrima fácil, excesiva en el amor, la queja, la alegría y la reprimenda. Su misión en la vida: tirar las sandalias de su marido, que la avergüenza en verano poniéndoselas a todas horas. Sostiene que la razón no es estética, sino funcional: las sandalias le quedan pequeñas y los largos dedos de los pies, como platanillos, de mi padre, asoman al exterior cual si fueran gusanos rebosantes.

Yo fui a nacer en medio de ninguna parte, aquí, en Madrid, y eso tiene gracia. ¿No os habéis fijado que cuando los madrileños salimos en un programa de la tele o de la radio y nos preguntan “¿desde dónde llamas?” siempre decimos “de aquí, de Madrid”? Ese aquí es muy chuleta, muy madrileño. Guardo recuerdos, míos y coleccionados de amigos y conocidos, de Barcelona, Las Palmas, Vilassar de Mar, Jerez de la Frontera y Avilés; de Cedeira, Sitges, Cádiz, Peñíscola, Benicarló, Los Molinos y Punta Umbría. Y más, muchos más.

He querido ser, tras visitar esos sitios, así, que recuerde, de Barcelona, Tarragona, de Zaragoza, de San Sebastián y de una docena de pueblos pesqueros vascos, Santanderino de la ciudá o de Suances, de Asturias entera, las Rías Altas gallegas, de León, Salamanca, Ávila y Segovia; de Cáceres, de muchos rincones de Extremadura, de Toledo, Soria, Albacete, el Puerto de Santa María, Granada, Almería, Cartagena, Alicante, Mallorca, Menorca y de cualquiera de las Islas Canarias. En todos estos sitios, y en más que ahora no recuerdo, he llegado a pensar… sería cojonudo vivir aquí… y lo he pensado con el corazón durante gran parte del tiempo que he estado ahí, trazando planes para el traslado a ese lugar.

Pero, indefectiblemente, al volver a Madrid y acercarme a la ciudad por cualquiera de sus carreteras, tras una colina, tras una curva, al descubrir el gigante de hormigón que domina el horizonte, he sentido un pellizco en el corazón que me indicaba que estaba volviendo a casa. Que ese lugar enorme y hermoso, hostil y acogedor a un tiempo, es el lugar al que pertenezco, donde todas las células de este cuerpo maltrecho se posan en su sitio y me dejan descansar.

Porque yo, al igual que muchos millones, soy un hombre de ninguna parte, o tal vez de todas las que no son esta parte del mundo. Soy de aquí y de allá y todas vuestras casas me parecen maravillosas. Pero qué quieres, es en estas tierras donde se explican mis ires y venires, mís síes y mis noes mis alegrías y mis llantos. Cada día quiero más el terruño, y cada día estoy más despegado y ya sabes, no hay mayor satisfacción que oír a alguien con acento forastero decir que es de Madrid.

Hoy va de eso. Soy de ninguna parte.

Soy de aquí, de Madrid.

viernes, mayo 26, 2006

Juanito, sé bueno.

Johnny B. Goode

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El rock'n'roll por excelencia, la canción total es esta maravilla del sumo sacerdote Chuck Berry. Cuenta la historia de un muchacho que vivía cerca de Louisiana, en una cabañita de madera entre los siempreverdes, que no sabía leer ni escribir, pero era capaz de hacer sonar su guitarra como si tocara campanillas. El muchacho llevaba su guitarra en una bolsa de piel de conejo (?) y se ponía a tocar a la sombra de los árboles y los maquinistas del tren paraban para escucharle y la gente que pasaba por allí decía "caray, este campesino sí que sabe tocar". Su madre le dijo: "un día, cuando seas un hombre, serás el líder de una gran banda y la gente vendrá desde todos lados para oirte tocar; tu nombre estará puesto en luces de neón diciendo "Esta noche: ¡Johnny B. Goode!"
Todo guitarrista que se precie debe saber tocar esta intro maravillosa (aunque sea de la manera desastrosa en que yo la toco) y todo rockero de pro debe aprenderse esta letra que se canta sola y tocarla, al menos, una vez encima de un escenario. Funciona siempre, porque es una canción que está metida en la espina dorsal de occidente y el que no se mueve y da palmas cuando alguien la berrea en un escenario es que está muerto. Dedico esta pieza única a una chica igualmente única: mi querida y nunca bien ponderada Lostie, una mujer de esas que quitan el hipo antes de conocerla. Después de conocerla, ya estás condenado para siempre a quererla. Como decía otra viejísima canción "to know her is to love her... and I do..."

Esto era un francés, un inglés, un alemán de los de antes e la reunificación y un español de los de antes de los estatutos de segunda generación. Están en una sala especialmente habilitada para juicios multilingües del Palacio de Justicia de Almendralejillos Peronotanto. Son todos casi iguales: el francés, el inglés y el alemán son guiris de los que se ponen ciegos de sangría y cubatas hasta perder el sentío y el español es un juez de los de toda la vida, que va todos los jueves a jugar al dominó con maestro, el cura y el sargento de la guardia civil del pueblo. Imagínatelo hace unos 40 años.

Almendralejillos Peronotanto está en la costera provincia de Tetorras Alsol, pero hacia el interior, en el límite con la provincia de Aquinohayplaya, en el condado de, bueno, no me acuerdo del condado. Fransuás, Lloni y Uli son, respectivamente, de la misma Francia (Fransuás), de lo que son las Islas Británicas de lo que es Inglaterra (Lloni) y de Alemania Occidental (Uli). Estaban en una playa de Tetorras Alsol, mortalmente aburrridos, hasta que ha llegado un gitanillo a la playa, con su guitarra y su prima, vestida de faralaes (qué caló!) y se han puesto a tocar y cantar, momento este en el que nuestros queridos guiris han pasado del aburrimiento mortal a las ganas de suicidarse y han huído con empeño digno mejor causa. No a todo el mundo le agradan estas agresiones en la playa, yo estoy con los guiris en este episodio.

Fransuás, Lloni y Uli no se conocen, pero la deesperación en la huída les lleva a coincidir en el espacio (Bar Eto) y el tiempo (las dos de la tarde) en un momento dado de sus vidas. Ninguno de los tres habla otro dioma que no sea el suyo, pero la solidaridad de sus almas heridas les lleva a cofraternizar desde el minuto uno de sus vidas en común. Bueno, la solidaridad y la coincidencia de sus objetivos vitales: pueden emborracharse con la mitad de lo que les cuesta en sus países un billete de autobús. Piden, para empezar a hablar, tres jarras de sangría peleona. Pronto se dan cuenta de que eso de empezar a hablar es difícil, así que dejan las palabras y se centran en los hechos: beber, beber y luego, beber un poco para olvidar lo que han bebido.

Pronto han alcanzado ese estado en el que hablan el uno con el otro con singular soltura: están tan beodos que no les importa lo que diga el otro y hablan y hablan cada uno en su idioma. El siguiente paso en su estado es coincidir, todos, en intentar tirarse a la tabernera, una mujer de esas bajita, gordita, con bigote y delantal lleno de grasa. A ella, bautizada Sinforosa, no le cuesta demasiado rechazar los torpes avances de los guiris, y acaba por ponerle el delantal a un barril de vino decorativo al que los tres tristes guiris acaban acometiendo con lentos y poco certeros golpes de cadera. Cuando acaban de violar al barril, se dan cuenta de que la máquina de pinball les está haciendo ojitos y allá que van los tres. Resultado: “Tilts” varios por cada empujoncillo. Cuando intentan follarse a la mesa de billar la tabernera, ya cansada, les da a los tres (el orden no aparece en el atestado) con el taco en la cabeza y los deja allí tumbados hasta que la guardia sivil se los lleva al cuartelillo.

Esa es la situación, tres horas después, dormida ya la mona, cuando están con el magistrado Justo Esdecirlo, en el palacio de justicia. El juez toma la palabra:

- Fransuás, usté debe ser mariquita, como todos los de su país de mariquitas; usté, Uli, debe ser un animal de bellota, un cabezón comesalchichas y usté, Lloni, seguro que es un pervertido que debajo de esos pantalones lleva un liguero o algo, como buen hijo de la Gran Bretaña. Así que dizto sentencia, que tengo prisa: el fin de semana, se quedan ustedes en el cuartelillo, que ya está bien. ¿Algo que alegar?

Entonces, Uli se levantó y ejecutó con una brillantez y una sobriedad encomiables unos pasos de claqué, con un zapateado soberbio. Fransuás empezó a hacer dubi-dubis en tono bajísimo y don Justo dijo “Lloni, sé bueno” y Lloni manejó con destreza el sintonizador de la vieja radio de lámparas y empezó a sonar (después del himno nacional) un soberbio rock’n’roll del no menos soberbio Ciclón de Valdemorillo.

Y, entonces, el que huyó, fue el juez.

Desde entonces, Almendralejillos Peronotanto es una ciudad sin ley.

¿Hasta cuando, majestad, hasta cuándo...?

lunes, mayo 15, 2006

Sólo estoy solo (La historia de Olegario Sencillo)

Sólo una líneas para explicarlo. A veces, sin que te guste, pero teniendo que asumirlo, uno está solo. Sólo no es lo mismo que abandonado, pero es estar solo. Hay trances que uno tiene que pasar en solitario. Pruebas que exigen lo mejor de uno, pero sólo de ese uno, sin ayudas. Soy de los que prefiero la compañía de otros, de algunos. Pero este abismo, me temo, he de cruzarlo solo. Como esta canción, que se canta sin compañeros, en terrible y hermosa soledad, de una vez y sin pedirle ayuda a nadie. Así debe ser.

BLACKBIRD

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Al fin me he atrevido con una de Paul McCartney. Pero es que le respeto tanto que casi me da miedo hacer una canción suya. Esta preciosidad que Paul dedicó a las entonces famosas runaways, las chicas, niñas, que se iban de casa siguiendo como bobas a bobos con el pelo largo y furgonetas Volkswagen ha sido versioneada por millones antes de que llegara yo para destrozarla. Saber tocarla bien (lo mío es una burda aproximación) es señal de que se sabe tocar la guitarra, entre entendidos, pero esas cosas, con el respeto que me merecen los entendidos y los que saben tocar bien la guitarra, me la sudan. Ahí me tienes, solo con mi guitarra azul y descalzo dando golpecitos con el pie a una lata de PepsiMax, cantando esta obra maestra que ilustra como pocas la soledad que siento a veces. Por esos días de soledad. Qué duros y qué hermosos son.

La historia de Olegario Sencillo

Olegario Sencillo es miembro de la orden de sí mismo. Trabaja como guardia de seguridad en el aparcamiento de una enorme empresa. Horas y horas en soledad en esa mísera y solitaria garita, moviendo los labios como si dijera buenos días mientras levanta una mano amistosa y la barrera para franquear el paso a los trabajadores y visitantes, cientos todos los días, de la empresa. Olegario trabaja solo, come un solitario sandwich con su latita de Aquarius, vuelve a casa solo en su vespa 75, tiene sexo a solas frente a la tele y acaba durmiendo solo: Olegario está solo.

Olegario sale hoy de trabajar un ratito más tarde. Ha llegado a las siete y cuarto, 45 minutos antes de que se vaya a casa, una señora elegantísima en un coche precioso, preguntando por uno de los directores; y es de esas veces que alguien le obliga a sacar la cabeza por la ventanilla del zulo a dar una explicación:

- Rodee el almacén, que es ese edificio grande, blanco, y detrás verá una especie de casita de madera pintada de gris: ésa es la oficina del señor Huevos. ¿Debo anunciar a alguien? – ha preguntado Olegario mostrando el interfono.

- Creo que no – ha dicho la señora -, creo que no debe anunciarme – y ha pisado el acelerador de su coche y se ha perdido por detrás del edificio del almacén con una sonrisa preciosa y cargada de intención.

Y Olegario, que ha visto cómo le sonreía una mujer importante, se ha quedado embobado el resto de la tarde, levantando la barrera a todo dios y la mano izquierda como si fuera la reina de dinamarca, saludadando sin saber a quién pero pensando que, así, todo el mundo se daría por saludado. Olegario ha salido un poco tarde, digo, porque fruto del embobamiento, no se ha dado cuenta de que eran las ocho y veinte. De todas formas no podría haber salido antes porque, una vez más, Memo López, el segurata que sustituye en la garita, se ha retrasado.

Cuando sale del zulo empieza a llover. Mierda. Se sube a su vespa 75 y el botoncito de arranque no va. Intenta arrancarla con el pedal pero nada, no hay manera. Pone el caballete y se agacha a mirar el motor en un gesto, él lo sabe bien, absolutamente inútil, pues nada sabe de ese enigma que es para él la automoción. El gesto sólo sirve si Memo le está mirando y con ese fin lo ejecuta. Después de lo que Olegario considera un tiempo prudencial, hace un gesto negativo con la cabeza y aparca la vespa en un rincón más o menos resguardado y se dispone a caminar hasta la parada del autobús. Es una caminata de un par de kilómetros y, de noche y bajo la lluvia, no es un paseo agradable, precisamente.

Camina por la carretera que lleva a la autovía y en su camino reconoce los coches de muchos trabajadores de la fábrica, pero ninguno hace ademán de detenerse. Olegario, además, sabe que sería un rato embarazoso. La lluvia arrecia y Olegario se ve obligado a caminar por el arcén, porque el borde de la carretera se está enfangando. Lo malo de caminar por el arcén es que estás más cerca de los coches, que zumban a tu lado y te salpican con ese agüilla grasienta de la carretera.

Se detiene el coche precioso de la presciosa mujer.

- ¿Va a la ciudad? – pregunta mientras la ventanilla baja.

- No, voy a Valdemorillo… - dice Olegario sabiendo que hay un ciento por ciento de posibilidades de quedarse ahí con cara de tonto.

- ¡Vamos, suba!

Y Olegario sube. La señorale sonríe. Es guapa, piensa Olegario. No de caerse de culo, pero es guapa, la tía. Muy elegante. La ropa que lleva puesta, calcula Olegario, debe costar lo mismo que su salario de un mes (falla, por supuesto). La falda que lleva, que es larga, se la ha acomodado para conducir y la rodilla derecha está al aire.

- ¿Vive usted en Valdemorillo, o por la zona? – pregunta Olegario

- Háblame de tú, por favor… No, no vivo por ahí, vivo en Madrid – mira a Olegario sonriendo - ¿de verdad te llamas Olegario?

- ¿Cómo lo sabe…?

- El señor Huevos amenazó con matarte por dejarme pasar…

Hablaron. La fábrica estaba situada, exactamente, a tomar por culillo de Valdemorillo, en la carretera de Valencia, en el otro extremo de la provincia de Madrid, así que, a esas horas, el paseo era de más de un par de horas. Hablaron, pues, y hablaron mucho. A veces, ella, que se llamaba Ápice de Soltura, apoyaba esa mano blanca y preciosa en su rodilla y Olegario miraba esos dedos largos y bonitos, con bonitos anillos, uñas pintadas de bonito granate y se imaginaba cosas cochinas, cosas que veía en la tele cuando por la noche tenía sexo consigo mismo.

Él se sentía increíblemente a gusto con esa señora que, seamos francos, era de esa clase de señora que normalmente, no reparaba en su presencia a no ser que tuviesen que llevar algo pesado al coche. Entonces, le sonreían… oiga, joven, usted que parece tan fuerte… ese tipo de cosas. El coche era caro, en eso no se equivocaba. Ni con su sueldo íntegro de 3 años lo pagaba.

Cuando llegaron a Valdemorillo, Olegario la invitó a una copa y ella accedió. Entró en su casa. Le dijo que tenía una casa muy acogedora y a los diez minutos estaban rodando en el sorprendido sofá, que no estaba acostumbrado a tener encima sexo con dos personas. Ápice le hizo muchas de las cosas que Olegario veía en la tele y que daban mucho más gustito que cuando él se lo hacía a sí mismo. Olegario, cuya cultura no era descollante, asumió el tópico con extrema facilidad:

- A la marquesa le gusta ser un zorrón en la cama ¿eh, guarra…?

- Como digas otra ordinariez así te quedas sin postre – dijo Ápice metiéndose un segundo después eso en ese sitio.

-.-

A la mañana siguiente, Olegario preparó lo que él consideraba un delicioso desayuno: huevos con tocino, pan frito, zumo de naranjas y melón y natillas caseras. Cuando volvía a la habitación con la bandeja, vió a Ápice vistiéndose. Se acercó a ella para besarla, pero ella rechazó todo acercamiento.

- Eh… tranquilo, ya me voy, no desayunaría eso ni después de pasarme un mes sin comer… ¡qué ordinariez, qué mal gusto, a estas horas, por favor…!

- ¿Te vas?

- Zumbando

- ¿Así…? ¿Lo de anoche… lo he soñado?

- Tú me hiciste un favor. Yo te hecho otro. Hasta aquí llega nuestra historia.

-.-

Olegario Sencillo es miembro de la orden de sí mismo. Trabaja como guardia de seguridad en… etc, etc.

viernes, mayo 12, 2006

Anatomía de un regüeldo (meme encadenado nº 4)


Ararat, un listillo, va y tiene una ocurrencia. Si Guiss no le hubiera hecho caso, la cosa hubiera quedado ahí; pero le hizo caso y le endilgó el muerto a Buch quien, a su vez, en un rasgo de ingenio, decidió darme, como a los maletillas, una oportunidá. A ver a quién se la enchufo yo… En fin.

Lee el principio de esta historia aquí, en el blog del ocurrente Ararat.

Sigue en este enlace, ande la Guisanta, como dicen en mi pueblo.

Lo anterior a lo mío, es obra de Buch.

Capítulo 4.
Si necesito a alguien ya te lo digo yo, me cago en dios, o de cómo se puede ser desagradable por haber sido objeto de acoso acuoso antes de coger el autobús

Ahí me tienes, hecha un ecce homo, pero no homo, sino homa, claro. Paso por el bar de Ernestina y entro a preguntarle qué va a hacer de menú, que me pone nerviosa no saberlo hasta la hora de la comida.

- Ernestina, guapa, ¿qué pones hoy de menú?

- Almóndigas, como todos los días, o pescao empanao; sandía de postre. Toma una almóndiga, que han salío mu ricas... - dice y me lanza una grasienta albóndiga por el aire que yo, haciendo un escorzo bello y foquil, recojo con la boca ante la ovación del respetable.

Me voy del bar pensando que es verdad, que están muy ricas, lo malo es lo que repiten, así que, mentalmente, tomo nota de pillar un paquete de chicles de la máquina que hay en recepción para no atufar al personal. Entro en el edificio que aloja, en su decimoséptima planta, mi ofi y llamo al ascensor. El ascensor ni tarda ni nada, sino que viene y me subo con cuatro personas más, todas ellas agradables a la vista y al olfato. En la planta tercera para y nadie se baja, y a pesar de que hay un tipo ahí fuera no sube, porque es gilipollas, no me hagáis explicarlo, todo el que trabaja en edificios de esos donde lo del ascensor es una mierda sabe porqué no sube y porqué es gilipollas.
Me fijo en los pisos a los que van mis compañeros de viaje. El once, el trece y el diecisiete. No me he fijado en quién va a dónde, pero hago cábalas. El señor calvo con bigote y esperanzas va al once, fijo. La chica de las tetas operadas y el pelo teñido (como yo, pero con menos gracia, ande va a parar) se bajará en el trece. Este señor con aspecto de dentista (hay algo hiperhigiénico en sus manos y en su piel en general, como en la de los dentistas) va al mismo piso que yo, y seguro que intenta aprovechar los cuatro pisos que nos quedan a solas para seducirme.
A ver si hay...

Noto, sutil pero evidente al tiempo, que el señor calvo con bigote y esperanzas, acerca el dorso de su mano a mi trasero.

- Oiga... pare...- le digo al tipo.
De repente, el ascensor se para y se enciende el testigo de "avería". Vamos, puede escribirse perfectamente sin comillas, el testigo de avería.
- Pues se ha parado - dice el señor calvo con bigote y esperanzas.
SallyTetas se da la vuelta y me mira:
- ¿Para qué para? algunos tenemos prisa...
- Yo no he parado - le digo a Sallypechos
- Pero -insiste Sallypezones- le ha dicho a este señor que parara...
- Que parara, pero no el ascensor...
- Pero oiga -interviene ahora BillyPiños- ¿por qué ha parado? - le espeta al calvorota
- No querrá usted que siguiera - le digo a dientesbrillantes
- Pues claro que sí -dice manoslimpias y todos notamos que es un tipo con dotes de mando- Haga el favor de seguir - le dice al boladebillar
Bigotón hace caso al ortodoncista y procede a magrearme el culo y tengo que decir que no lo hace del todo mal, pero preferiría que fuera el bataverde el que me practicara esa suerte. SallyAldabas interviene
- ¿Pero qué coño quiere?
- Yo señortita... -dice confundido el esperanzado oficinista- no me ponga en esa tesistura... A mí me da igual su coño que el coño de esta señorita, ahora estoy con el culo de aquí la dama porque me lo ha mandao el facultativo, pero siquiere, de verdad, yo paso al suyo
- Esto es inaudito... no, inaudito, no, no encuentro la palabra... - dice Sallymamas
- ¿Asombroso...? - aporta piñosdeoro
- ¿Molesto...? -apunto yo
- No molesta en absoluto, señorita, pero podía colaborar, poniendo el culillo un poco en pompa... - me dice el bigotón espeso.
- Culo en pompa es una expresión que siempre me ha hecho muchísima gracia - dice el sacamuelas
SallyChochonoelegido asiente y se sienta en el suelo del ascensor. Sí, en el suelo, lo que es el suelo, vamos. Tampoco es tan raro...
- Me voy a sentar en el suelo, si no os perturba
- ¿Perturbar? Ese no es verbo que querías usar, tetasquirúrjicas -le digo
- A lo mejor tienes razón, hija de la gran puta - me dice sonriendo SallyChuminodespreciado, y el incidente se queda ahí.
- Me hago de pis - dice el ortodoncista. Como nadie le contesta (¿qué decirle?) insiste en su argumentación - Me estoy haciendo de pis.
- Espere a que el ascensor esté en marcha - apunto yo- porque no se puede usar el baño en las paradas, eso lo sabe todo el mundo
- Es cierto - dice el bigotín, cambiado de mano y de nalga
- Sí se puede - afirma tajante
-Que no
- que sí
-Que no, hombre...
- Que sí... no insista, ya me he hecho de pis, se lo avisé, dije "me estoy haciendo de pis"...
Y efectivamente, bajo el límpido piñero, un charco de calentito pis en el que el dentista, otrora ejemplo de higiene, chapotea con sus zapatitos italianos.
Abierta la veda, el descapotado bigotudo se quita los zapatos, los calcetines y empieza a cortarse las uñas de los pies. Le cantan mogollón.
SallyTetas nos dice, con su mejor sonrisa:
- ¿Sus importa que gomite?
Y, sin esperar respuesta, pota.
En ese momento, se me escapa un regüeldillo de la albóndiga de Ernestina y un olor terrible se empieza a expandir en círculos concentricos desde mi posición.
Mi compañeros de viaje que se han meado, cortado las uñas de los pies y vomitado en el ascensor, parecen encontrar asquerosa mi hazaña. Me miran mal.
de repente, el ascensor se pone en marcha, sube un poco y vuelve a parar, pero se abren las puertas y vemos que se ha parado un metro y medio antes de la planta once. Nos sacan sin dificultad y todo el mundo parece mirarme mal por que me ha repetido una albóndiga traicionera a las 8 y pacha de la mañana.
Llego a mi despacho y Julitaculoancho, mi ayudante, me dice:
- ¿Me necesitas para algo esta mañana...?
Yo la interrumpo y le digo, a voz en cuello:
- ¡¡Si necesito a alguien ya te lo digo yo, me cago en dios!!

Y puse, para calmarme, el último hit del Ciclón de Valdemorillo (*).

Si Binche quiere, que siga.

¡HA QUERIDO!

(*) If I needed someone


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George Harrison, el otro beatle. Siempre será el otro, el raro, eclipsado por el talento de Lennon y McCartney y la simpatía bonachona de Ringo. Pero quizá esa otredad es la que lo hace sublime. George Harrison no fue un guitar hero al uso, porque no era técnicamente bueno. Sin embargo, tanto en su faceta como guitarrista como en la de compositor, Harrison marcó un estilo. Es uno de esos pocos músicos a los que reconoces en seguida no por su voz, no por su virtuosismo, ni por sus rarezas, sino por su sonido. George tenía su propio sonido, algo que no pueden decir casi ninguno de los supuestos héroes de la guitarra. Eso, unido a un estilo inconfundible y a un gusto exquisito a la hora de interpretar y componer le hacen único. Esta pieza, que es una delicia, es una magnífica prueba de ello. Escucha el lamento de la guitarra, la melodía de la canción, los juegos de voces, los cambios... Una maravilla. La letra también mola: si necesitara a alguien a quien amar, serías la primera en quien pensaría. Qué chulo, el George. Esta me la dedico a mí. Va por mí, señores.

lunes, mayo 08, 2006

Y cada día era un milagro. Historia de una diosa de Louisiana (homenaje 2).

Nos levantábamos una hora antes del amanecer, desayunábamos todos juntos y era el mejor momento del día. Nadie lo decía, pero yo sé que todos lo pensábamos: nos hubiera gustado levantarnos una hora antes del mediodía y desayunar a la una, en pelotas, con unos cócteles y junto a la piscina, mientras sonaban los Beach Boys o algún otro grupito de blancos, pero hacíamos lo que podíamos a las cinco de la mañana porque al amo le gustaba sentir esa sensación que, básicamente, puede definirse como joder. Era feliz dando por culo, como si dijéramos. A pesar de todo, como le digo, era el mejor momento del día. Porque estábamos solos, estábamos juntos y estábamos vivos. Y nuestras mujeres nos preparaban esas gachas con tocino y algunas de ellas (la mía no, es un encanto, pero canta fatal) cantaban canciones de esas que os gustan tanto a los blancos: Ol’ man river y todo ese rollo. Sí, sí, esa, oiga, pero cállese, no empiece a cantar, que me da algo, que hoy ya no cuela. Se lo digo en serio, señor piriodista, ahora vomito si oigo una canción de esas del Mississippi, es algo que ya no puedo soportar.

Desayunábamos esa plasta, ya le digo, y salíamos entre estertores del digestivo a los campos de algondón, a la faena de cada día. Jonás decía que a él el desayuno se la pelaba, que él hubiera preferido pasar un ratito a solas con su chica y yo le miraba y le sonreía, porque la chica de Jonás, Marie Lou, era una monada, pero lo mismo que él y yo pensábamos eso, lo pensaba el Ron, el capataz, y yo sabía que cuando estábamos en el algodonal, a veces, Ron iba a nuestro pabellón y elegía a una negrita guapa para quitarle con sus babas sucias la sonrisa por una semana.

Jonás trabajaba a mi lado y, aparte de buena persona, era un poco pesado, siempre añorando cosas fuera de su alcance:

- Ojalá viviéramos en África, ¿eh, Solo?

Jonás creía que África era el paraíso y yo no digo nada, no crea, a lo mejor, en cierto sentido, lo era. Pero estábamos en Louisiana, recogiendo algodón a una milla escasa de Texarkana, y sus añoranzas me deban un poco igual. Algunos cantaban mientras nuestras espaldas se rompían dobladas bajo el sol abrasador; otros contaban historias incompletas para que otros las terminaran, se trataba de ver quién era más ingenioso; otros manejaban la azada al ritmo de los que cantaban; Jonás añoraba una cerveza, un asado de buey o unas nalgas prietas y yo sólo esperaba a que ella apareciese.

Porque cada día, cuando el sol estaba en lo más alto, ella venía montada en un caballo feísimo, es verdad, pero nadie se fijaba en el caballo, y si yo se lo digo es porque ella me dijo una vez que le daba vergüenza pasar por delante de nosotros con un jamelgo tan desgraciado. Ella era… bueno, así.


Y créame, señor piriodista, después de seis horas con la espalda a punto de abandonar tu cuerpo, la visión de aquella diosa que llegaba a lomos de ese caballo medio bobo, era recompensa mucho mejor que el rancho.

Yo la miraba, oiga… era divina, y no hablo a humo de pajas. Casi siempre vestía de negro y verla cuando el sol sureño componía con su torso un contraluz imposible era algo celestial que me salvaba de las penalidades de cada día. Sufría a gusto, ¿sabe? Porque sabía que podría verla pasar. Es curioso, jamás he querido saber nada de ella. Sé que su trabajo le obligaba a pasar por nuestra plantación, pero nunca quise saber nada más.

Sé, eso sí, que después de que pasara ella yo sí que tenía ganas de cantar y me convertía en el máximo cantor de la plantación. El MC, como si dijéramos. Cantaba este viejo tema, y me desdoblaba en cinco voces, cinco yoes trinantes:

(Cotton Fields)

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Y era el bracero del agonodal, cantando grave y sincopado, dejando que el estómago surgiera al primer plano y se dejara llevar por el hombre apacible que a muchos les parece que soy.

Y era un bloggero irregular, que publica a veces para reír y otras para llorar, que concitaba a muchos más de los que merecía, pero que escribía desde lo más profundo del páncreas.

Y era un cantante mediocre de folk, con la acústica colgada y la armónica dispuesta, tímido en el escenario, sin atreverse a mirar a los ojos del público que deseaba verle soltarse y siempre un paso por detrás de sus deseos.

Y era el amigo perezoso que siempre quiere pero nunca llama, que siempre planea pero deja pasar el tiempo, que no termina de decirle a sus amigos lo mucho que les quiere y lo poco que les costaría a todos estar más juntos.

Y era, en fin, un tipo ya pasado, alguien a quien nadie mira cuando camina por la calle, porque ya es uno más en el magma, una hormiga más, un número igual de largo que los demás.

Y todos juntos, los cinco memos que formaban el quinteto wolffiano, los quíntuple multitud de mis personalidades esperanzadas, cantaron a La Divina Gilda la canción alegre que su rostro de mirada turbia y preciosa merecía.

Cuando supe de ti por tus primeros escritos, pensé que te pegaban Siouxsie and the Banshees. Luego te vi y dije… no, The Cure. Pero luego, conocida y amada, una vez besado tu rostro fresco y oída tu voz de arena, qué quieres, MariGildi’s, aunque no me lo perdones, no había para ti otra canción que esta.

Te la canto lo mejor que sé. Y a cinco voces de principio a fin, casi ná…

jueves, mayo 04, 2006

No estaban muertas, sólo condenadas (sigue la historia de Filippo)

Vale. Filippo se ha quedado con un palmo de narices. Esto sucede antes de hacerse ingeniero de minas. Justo después de decirle a Little Susie que sólo son flores y ésta le contesta:

- Flores muertas, perdona.

Filippo se mete en uno de esos bares del rastro llenos de encanto y de salmonelosis y pide un trago. Así:

- Barman, ponme un casera cola

El barman no tiene casera cola, pero le pone una zarzaparrilla en las rocas y Filippo no ve que, a su espalda, Augusta se acerca a él.

- Para mí no están muertas… todavía

Filippo mira a Augusta sin saber que mira a Augusta, pues aún no sabe que se llama Augusta. Lo que sí sabe es que está mirando a una mujer que sabe muy bien dónde pisa.

- ¿Perdón?

- Que para mí – dice Augusta- no están muertas, sólo condenadas – como Filippo pone cara de nabo, Augusta aclara – Las flores. Me refiero a las flores.

Filippo mira a Augusta. Lleva vaqueros ajustados. Así le gusta a F. ver a las mujeres. Con vaqueros en los que, como mucho, se pueden meter en los bolsillos la puntita de los dedos. A él sin embargo le gusta meter la manaza entera en los suyos y, si ello fuera necesario, poder rascarse el tema. Bueno, lleva vaqueros ajustados, una camiseta rosa, gafas de sol, una sonrisa ignífuga y tiene nombre de mes veraniego.

(Nota del Editor: pero, Wolffo, hombre, ¿no habíamos quedado en que Filippo no sabía que Augusta se llamaba Augusta? Corrige eso, anda…

Nota del Autor: es verdad, coño, estoy en las nubes)

… gafas de sol, una sonrisa ignífuga y barbilla de aspecto inteligente.

- Te invito a un casera cola

- ¿Tiene que ser casera cola? Porque prefiero un revoltosa de limón

- Sea.

Y fue.

Así es como Wolffo conoció a la heredera del Reino. Aunque Wolffo siempre sospechó que el título de heredera se lo ponía por coquetería y que en realidad, ella era la que ostentaba (ya sé que no vale, pero, ¿verdad que es más bonito “hostentaba”?) la titularidad del reino.

Fueron amigos durante un tiempo prudencial, lo que viene a ser tres meses, luego se distanciaron, pero volvieron a juntarse como amigos durante otros seis mese, lo que hace un total de tres tiempos prudenciales. En estas estaban cuando Wolffo le dijo a Augusta:

- ¿No te parece que ya podemos dejar el tiempo prudencial y arriesgarnos al próximo paso?

- Un momento, que me hago pis –le dijo Augusta con la mano en el corazón. Y fue a ello, pero cuando salió de hacer pis, se acordaba perfectamente de la conversación que había dejado a medias y dijo

- Entonces, ¿nos hacemos amigos por un tiempo prolongado?

Y fueron amigos por un tiempo prolongado. Durante ese lapso, por fin, Augusta le dijo a Wolffo que se llamaba Augusta, lo que alegró sobremanera a Wolffo, porque ya no tenía que hablarla de oyes.

- Tienes nombre de mes veraniego – le dijo Wolffo cuando se enteró

- Ya, y tú cara de buena persona - le contestó Augusta.

Un día, que Wolffo había cocinado unas croquetas loquesobra, le preguntó a Augusta:

- Augusta, ¿por qué me dijiste lo de las flores condenadas?

Entonces pasó algo graciosísimo, pero no me acuerdo bien, así que no lo voy a contar, porque para cagal’la, como que no. Cuento otra cosa, mejor.

Augusta era amiga de un montón de gente encantadora: un okapi y de un ilustre profresor, que Wolffo supiera, y de una monstrua y de una tulipana, y de un cerillo y de un documentalista indocumentado y de una chica perdida… y de cantidad de gente, y a Wolffo le daba mogollón de gustito que tuviera ese batallón de amigos.

A Wolffo le gustaba, además, que (casi) siempre dijera lo que piensa, habiendo pensado, previamente, lo que iba a decir. Le gustaba, aunque a veces no coincidiera con ella, que lo dijera siempre de una manera tan inteligente.

Le gustaba, y le sigue gustando, que sea de esas personas que necesitan, como él mismo, 100 palabras para decir lo que otros dirían sólo con dos o tres, perdiéndose en disgresiones, chistes privados y alambiques mentales sencillamente maravillosos.

Le gustaba de ella casi todo, excepto el nombre de guerra, que wolffo no era capaz de tolerar.

Por si no está lo suficientemente claro, hablo de la Princesa del Guisante, una chica realmente vitamínica a la que llevo meses debiendo unas letras cariñosas. No conozco de nada a esta maravillosa mujer, pero me encanta. Hemos intercambiado emilios, algún sms cuando estuvimos a puntito de conocernos, y una conversación hablada por el Google Talk, pero tengo con ella, contigo, esa rara sensación que todos tenemos aquí con algunas personas, de ser profundamente amigos.

Es posible que luego nos conozcamos y nos caigamos fatal, pero algo me dice que tú transigirías, sin envidiarla, con mi absoluta genialidad, y que yo adoraría tus numerosos defectos y te demostraría que es posible una paella sin guisantes y quizá tú pudieras engañarme y hacerme comer queso sin que me diera cuenta. pero tendrías que camuflarlo mucho y créeme: no me gustaría que lo hicieras.

Querida Guisantilla, Guissanttéesse, Guiss, príncipa: te quiero.

Un beso gordo. Pero Gordo.

Esta va por ti.


Flores condenadas


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Llegan ellos, Los Pistones. Un grupo que debe su nombre a una mezcla de los reyes del punk de las dos orillas, los Pistols y los Ramones, pero que no se parece a ninguno de los dos. Un grupo genuinamente pop, deliciosamente pop, con un líder, Ricardo Chirinos,
Richi, de esos demasiado atribulado como para digerir el éxito. Cuando les medio llegó, con el Pistolero, una de sus peores canciones, su genio se apagó. Esta canción es increíblemente buena, aunque interpretada por mí no lo parezca. Tiene una letra genial, un riff de guitarra brillantísimo y una melodía fantástica. Está dedicada, por supuesto, a la Princesa del Guisante, que fue quien me la trajo a la fresa, y que sospecho, adora tanto como yo, estas canciones de hombres desvalidos. Un beso, príncipa.

lunes, mayo 01, 2006

El mito se desinfla (de 115 a 109)

Subo las escaleras de dos en dos. Él, el mítico piriodista, vive en el tercero, y no quiero usar el ascensor, porque sufro de orinascensorofobia: me hago pis en los ascensores. Es entrar y empezar a retorcerme de ganas de mear. Subo andando, digo, o más bien, botando como un cangurillo irredento. Entre piso y piso y piso hay tres tramos de escaleras, dos de ocho escalones y uno de cinco; me fastidian los tramos de escaleras impares porque me rompren el ritmo, me hacen dar un pasito más corto al principio o al final, lo que supone un contrapunto no deseado a mi elegante zancada en el ascenso. Para bajar, pienso, no me va aimportar, porque no bajaré a ritmo, sino con desgana, dejándome llevar, casi con toda seguridad.

Tercer piso, letra A. La puerta tiene aldaba, lo cual mola. Me abre la puerta un hombre a dieta, obesete, digamos, pero en el buen camino y antes de hablar, se le abre la boca y surge, de los adentros infames del abridor eventual de puertas, un eructo cavernoso:

- Brooouuuuacccc... – el regüeldo, tiene, no obsatnte, una musicalidad latente.

- Buenos días, ¿me permite unos minutos musicales?

Ante su asentimiento, me echo hacia atrás, me destoco y me abro de brazos y piernas sosteniendo, en mi mano derecha, el sombrero de copa y, en la mano izquierda, un bastón de negra madera.Mi apertura de piernas es grácil y bella, a pesar de que mis testículos, hermosísimos, protestan ante el tacto de la franela negra (vale, llevo calzones, pero con tanta escalera, los meloncillos se me han escapao)

- ¡Hops! –digo y, a continuación, entono - good morning!, good morning!, how are you this morning?

El mítico piriodista sonríe con sonrisa sonriente y, con una expresión ovina en su cara de lechuguino, empieza a llevar el ritmillo chasqueando sus dedos, en un acto que mi hija me asegura que ahora, tooodo el mundo, llama hacer pitos. Por favor, si alguien llama hacer pitos a chasquear los dedos que lo diga ahora o calle para siempre.

- Muy bien, muy bien – dice el piriodista -, pase, pase – y se hace a un lado amablemente para que yo traspase el umbral, cosa que hago con gracia natural. En cuanto entro, lo noto: un intenso olor a coliflor que todo lo invade. Ante mi cambio de expresión, el piriodista apunta: – Es para disimular los peos.

Estoy dentro. Al fin, en el sancta sanctorum del mítico tribulete, observo con atención los detalles que han hecho a Wolffinger un piriodista singular. De hecho, creo que esa será mi primera pregunta. Al cuello.

- Querido Wolffinger – digo retorciendo el gesto, como dándome importancia por la profundidad de mi pregunta-, ¿cuál cree que es la razón, el detalle, que ha hecho de usted un piriodista singular?

Me echo hacia atrás en mi silla tras soltar esa pregunta, como quien se la liberado de un gran peso y observo cómo mi entrevistado encaja la pregunta. Su ceja se levanta, saca un mando a distancia que guardaba en el bolsillo de la camisa, sube el volumen de la música (un infecto disco de José Vélez) hasta un nivel dañino, levanta la pierna izquierda, ladea su cuerpo, pone cara de dolor y, entre el torturador volumen de la “musica” creo distinguir un ruido tipo metralleta, pero no estoy seguro. Relaja el gesto, baja la música de nuevo y se dispone a contestar mientras yo me pregunto, asombrado, si es posible que haya hecho todo eso para ocultar un cuesco. Pero su descaro natural me impide preguntar.

- Verá, amigo… es interesante su pregunta. Voy a contestarle. Yo creo que el detalle, la razón que me hace ser singular es, sin duda, el hecho de ser uno. Si en vez de ser uno, fuera dos personas, seguro que sería plural.

Tengo que reconocer que cuando alguien me hace un razonamiento de este tipo, me descoloca absolutamente. Ya no recordaba nada de lo que tenía preparado para la interviú. Todo había sido sustituido por una sensación de irrealidad obtusa de la que me sacó una pregunta idiota:

- ¿Le apetece un poquito de zanahoria?

Miré al piriodista. Y lo supe: estaba a régimen.

Llevaba dos semanas a régimen.

La cosa empezó porque los 178 centímetros que levantaba del suelo y que, en condiciones normales le podrían haber proporcionado una apostura notable, combinados con los tres kilómetros y medio de contorno de abdomen, le conferían un aspecto botijil inmenso.

Supe que se asustó cuando dijo un día, en casa ajena, donde jugaba a las cartas y después de una mano singularmente mala fue a echar un pisecito, a ver cuánto peso… y se subió en una báscula que le contestó que 115,1 kg.

Supe que esto le sumió en una depresión regularcilla y que decidió que tenía que cuidarse y empezó a cuidarse un poco.

Supe que el día de su santo, una rana le regaló una báscula digital que a él le gustó muchísimo.

Supe que el lunes siguiente, a primera hora de la mañana, se había pesado y la báscula le comunicó la noticia: pesas 112, 4 kg, y que se puso a régimen digamos, en serio.

Y supe que esta misma mañana, una semana después de empezar, la misma báscula, a la misma hora, decía que el mismo cuerpo pesaba ahora 109,1 Kg.

Todo eso supe cuando le miré.

¡Ojs…!

Y todo eso sabéis ahora de mí.

Se me han escpado 6, pero aún me quedan 19.

Seguiremos informando.

¡hey!, se me olvidaba la canción. Ahí va una que no tiene nada que ver con el tema de hoy.


Teach your children
(para Arturo)


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Voces, voces y más voces, es en lo que pienso cuando alguien nombra a Crosby, Stills, Nash & Young un grupo que, pese a su ligera tendencia a sermonear, me parece fantástico. Esta canción es mi homenaje a Arturo, que me la mostró muchos años ha. Arturo Marugán es mi maestro de profesión, de música y de muchas más cosas, además de un músico imprescindible. Toca maravillosamente la guitarra y el bajo, pero donde se sale de verdad es con la Steel Guitar y con el Dobro. Arturo Marugán ha formado parte de diversas bandas, pero yo le he conocido colaborando con Los Secretos, y sobre todo como integrante de Foie-Grass, un grupo imprescindible en el Blue-Grass Español, y siendo el alma de Johnnie y los BeGoodíes, una divertidísima banda de rock and roll que todos los jueves ameniza las noches de Segundo Jazz. A ti, Artie, con mis disculpas por los fallos y todo mi agradecimiento.