Powered by Castpost
Cuando su madre le regalaba un nuevo juego de pinceles, Filippo sonreía, decía lo mucho que le gustaba, halagaba a su madre por adivinar justo lo que necesitaba y procuraba que, en las semanas que seguían al regalo, su madre le viera pintar. A veces, incluso, terminó algún cuadro que entregaba gustoso a su madre y que ésta, orgullosa, le regalaba, a su vez, a familiares que hacían lo posible por no demostrar el profundo desasosiego y disgusto, en términos generales, que les producían las naturalezas muertas de Filippo. Filippo, por ser breves, pintaba como el culo.
Su padre, funcionario de correos, que estaba empeñado en que Filippo fuera Ingeniero de Minas, como el hijo del Director General, le compraba minerales. ¿Otra piedra? pensaba Filippo, pero decía “¡bien,
Su padrino, que alardeaba de ser un vividor, miraba a su hijo con cierta simpatía, le soplaba un par de cientos y le decía sotovoce que invitara a los amigos a unas copas, o que se fuera a echar un polvo y Filippo, al loro, le hacía gestos cómplices a su padrino, que era justo lo que su padrino esperaba; alguna vez, además, inventó una historia solvente que referir a su padrino. Una historia con un poco de alcohol, de sexo y de policía, que su padrino (que en realidad era un membrillo con menos mundo que una monja) escuchaba con los ojos como platos y la mano en su bolsillo roto, agarrándose el pingajillo, porque imaginaba que vivía en las aventuras de su ahijado, todo lo que él no había tenido arrestos para vivir.
Su madrina, que tenía el cuerpo en Alcobendas y la cabeza en Galeprix, donde había trabajado como cajera hasta que su descerabriento fue demasiado evidente, sencillamente, se olvidaba de que era el santo de Filippo y era la única persona a quien Filippo de verdad, agradecía su regalo.
Porque a pesar del variado y costoso material de pintura que Filippo había almacenado con el pasar de los años; de la fortuna que poseía en su colección de minerales; de la colección de anécdotas falsas atesoradas con el paso de los años, de la memoria desecha… a pesar de todo lo que tenía, Filippo sólo adoraba una cosa: su camiseta con el logo de los Stones: los labios y la lengua del sinuoso Jagger.
Y Filippo iba los domingos al Rastro a pasear con su camiseta stoniana entre los puestos y soñaba con volver a encontrar a Susie y preguntarle su nombre, porque no sabía cómo se llamaba, pero no le cabía duda de que con esa cara, esa mirada perdida y negra, ese pelo que parecía un halo y ese rotundo y magnánimo culo (esto no pega, pero qué le voy a hacer: Filippo era un hombre), tenía, por fuerza, que llamarse Susie. Y, desde dentro, con fuerza, a voces, Filippo la llamaba. Así:
Powered by Castpost
La primera vez que vio a Susie, ya la hizo reir. La chica, filibustera, reventona, óptima, caminaba por el lado opuesto de la estrecha calle. Filippo la miró con descaro y, con descaro, Susie le devolvió la mirada. El resultado fue que Filippo se dio un trompazo con una farola y se disculpó:
- Usted disculpe, farola.
Pero Filippo, desde ese día, estaba enamorado de la mujer filibustera, reventona, óptima, que caminaba aquél día por el lado opuesto de la estrecha calle. Y sucedió que un día, a su llamada, Susie contestó, de la manera que Filippo hubiera imaginado si hubiera tenido un poco más de imaginación:
- Hola, ya no estás sólo.
Filipo le miró a los ojos, a los labios y a los pezones, pero lo que más le gustó de ella fueron sus anhelos. Iba a decirlo, cuando se dio cuenta de que una cursilería así le podría costar la vida. Una mujer tiene perfecto derecho a asesinar a un hombre que le diga “lo que más me gusta de ti son tus anhelos”, estaréis de acuerdo. Así que Filippo calló. Pero Filippo flipaba de que se llamara Susie. Y eso no pudo callarlo.
- Flipo de que te llames Susie, Susie.
- No es Susie, Susie, es Susie a secas.
A Filippo no le gustó esa contestación. En primer lugar, porque denotaba la poca astucia de Susie. Además, Filippo era un hombre de manías. Y una de las cosas a las que le tenía manía era a la expresión “a secas”, sin contar otras como “puro y duro” y la expresión “financiero” cuando se hablaba de poco dinero, de asuntos domésticos. Por suerte, Susie no había usado estas dos expresiones. Sea como fuere, Filippo le compró unas flores a un chino, más que nada para quitárselo de encima, porque llevaba un rato ya largo dando la brasa y se las plantificó a
- Bueno, Susie a secas (lo dijo como tragando un sapo, en señal de buena voluntad), déjame regalarte estas flores en señal de mi amor… - dijo un poco demasiado teatralmente, pero no se lo tengamos en cuenta.
- Alucino, tío… así que eres un uno de esos… de los que crees que a las mujeres se nos gana con regalos, cuando eso es sólo un asunto financiero puro y duro…
A Filippo se le cayeron los palos del sombrajo, por utilizar una expresión inadecuada y que algunos puedan decir, coño, pues el Wolffo escribe como una mierda, que le den, y sólo acertó a decir:
- Sólo son flores…
- Flores muertas, perdona.
Joder…
…
…
…
…
Y Filippo se hizo ingeniro de minas.