lunes, enero 30, 2006

Díceselo

(mensaje de uno locamente enamorado por medio de personas interpuestas)

“Dile que no puedo más, por favor. Que este hombre de sonrisa fácil pero discreta, barriga fácil y nada discreta y ojos meditabundos y cambiantes, está al borde de la desesperación.

Mira, este es el plan: yo te doy a ti el mensaje, tú lo pones en una caja, metes la caja en el coche y vas por el mundo difundiéndolo. Que todos se enteren.

Pero sobre todo, que se entere ella. Que no sé qué hacer para que sepa que este memo la adora y la desea, la quiere y la espera al final de cada pasillo, detrás de cada puerta, al final de cada escalera.

Escúchame, porque si me escuchas, lo vas a entender. Desde siempre, desde el principio de los mundos, desde que la gaviota le dijo a una paloma tú, estúpida colombófila, al interior, que yo me lo monto en la costa, desde que la rata dejó de reírse del conejo por tener las orejas grandes, porque los conejos fueron premiados con la simpatía del mundo y sin embargo, las ratas, con su asco y aprensión, desde antes de que los indios piesnegros se disolvieran en bourbon y pornografía, quiero yo a esa mujer.

Es la escala, es la escala, te oigo decir. Vale, pues la escala, digo yo, para ti la perra gorda. Puedo ver el mundo resumido en un grano de arena, como soy capaz de ver los océanos en una lágrima vertida por ella; me atuso el pelo, me ajusto el nudo de la corbata me miro en el espejo medio de reojo y me gusta lo que veo: adoro la fealdad.

¿Y ella? ¿No me quiere ella? Sí me quiere, pero como se quiere a un cervatillo y yo quiero ser un tigre. Le gusta apoyar en mi regazo su cabeza, y hablar abiertamente del asunto, le gusta verme sonreír y mis lágrimas le rompen el corazón, pero yo lo que quiero es romperle las bragas. Quiero que me desee y me cabalgue, que me succione y me grite, quiero que pierda la cabeza y que me viole, que me meta mano en la cola del banco…”

- Vamos -le dije yo, ahuecando la voz y dándole unas chupadas a mi pipa y llenando el ambiente de humo (aromática y nublada la psiquiátrica consulta)-, que lo que usted necesita es lo que llamamos, en términos clínicos, un casquete.

Él me miró. Tumbado en el diván y gordito y rosado como era, talmente parecía una calabaza, y como una calabaza (esa forma tan característica de hablar que tienen las calabazas, ya sabes lo que digo) habló:

- Sí, pero ella no quiere, ¿no puede usted ayudarme?

- Yo, si quiere, le recomiendo a mi madre, que a mí siempre me ha parecido una santa y bastante guapa, para su edad. Además de muy educada.

- Pero es que yo no estoy enamorado de su madre, dicho sea con todos los respetos.

- Lo quiere usted todo, señor mío.

- Y usted, ¿se prestaría?

- Yo sí, pero usted tampoco está enamorado de mí.

- Pero tiene usted un título.

- Eso sí. En eso, ¿ve? le voy a dar la razón. Un título precioso – dije yo señalando mi diploma de licenciado ¡licenciado! -, ¿verdad?

- Pero erróneo.

-¿…?

- Para mí que sobra la “ce”

- ¿Li_en_iado?

- No la del título del post.

- Ah… Quitar de Díceselo, la ce: Díselo ¿es mejor?

- Pienso de que sí.

Hice caso al zagal. Pero no me acosté con él. Y él, calabácico, extemporáneo, me dedicó esta sonata.

Put the message-in-a box
(Puta de misógina caja)




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Cuando oí esta canción por primera vez, me enamoré de ella para siempre. Dije: esta, tengo que tocarla con los colegas. Pero nunca encontré colegas para tan maravillosa pieza, así que la toco sin colegas, yo solito. Está grabada con cuatro o cinco guitarras e igual número de voces a los coros y me he atrevido un poquito con los teclados. Si te gusta un poquito, busca la original y verás qué delicia.

EXTRA BONUS
Lo mismo, pero en Versión Wolffo & the Pituffes. Misterios de la internet. Es curioso cómo suena.


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jueves, enero 26, 2006

Cuando éramos primaveras (a Mich, que está en los cielos, pero no porque esté muerto, no fastidies, sino porque sabe volar)

Primero fuiste tú, Mich, fuiste el primero y nos separaban apenas tres metros de descansillo. Y vivíamos en un mundo extraño, donde las normas normales (hora de volver a casa, de irse a la cama, etc) bien se las llevaban nuestros hermanos mayores o las ignorábamos directamente, porque nuestros padres estaban demasiado ocupados o cansados para vigilarnos.

Recuerdo unos coches de carreras rojos de pedales, recuerdo una fiesta de disfraces, millones de patadas al balón y tardes largas y lentas.

Recuerdo nuestro primer embobamiento por Mónica Lisardo, a la que no sé si llegamos a dar, como prendas de amor, reliquias que encontramos: tú una especie de medallita de hojalata (creíamos que era plata), yo un trozo de un juguetito de madera. Recuerdo una discusión mientras hacíamos en la arena algo así com una ofrenda a Mónica: un montoncito de arena suave, colada, con un pañuelo, ¿te acuerdas? Se metía un puñado de arena en un pañuelo. Luego, golpeabas con suavidad el pañuelo sobre una superficie lisa y la arenilla que se filtraba era extremadamente suave. Discutíamos sobre quién la quería más. Debíamos tener unos 7 años. Recuerdo que los términos de la discusión era si la poníamos por delante de nuestras madres (superamos esa etapa sin dificultad) y luego estaban la Virgen María y el Niño Jesús. ¿Queríamos a Mónica más que a la Virgen María y al Niño Jesús? Eso era amor, ¿eh?

Recuerdo que un día (en mi recuerdo era una vez al año, pero dudo que fuéramos capaces de tanta paciencia y precisión) íbamos a encontrar cosas. Paseábamos por la calle, las mismas de siempre, pero con los ojos fijos en el suelo e íbamos recogiendo mierdecillas absurdas. La ruedecita de un coche, un palo de polo afilado, una moneda de diez céntimos, un petardo sin explotar, un mechero viejo…

Seguíamos dando patadas, y aparecieron Nano, y Antoñito y Ramonete, seguidos de Coki, que cuando creció pasó a ser Manolo, y ahí estaban Pinto y Luis el Gordo, los Delgado, y los mayores, Tito, Jose, Coti… qué cabrones, nos quitaban la pelota. Más patadas, y entre patada y patada, un vínculo que crecía entre nosotros, el mismo vínculo que me encoje el corazón al escribir estas palabras.

En una época, nos dio por pensar en pasadizos, en cuevas secretas. No sé, hablábamos mucho de eso. Imagino que tú leerías algo en algún libro, porque entonces ya leías, yo no (Mortadelo no cuenta), y me traspasaste esa cosa de los pasadizos. Un día, me llamaste (usábamos el teléfono aunque estábamos a tres metros): Wolffo, tenemos un pasadizo. ¡Un pasadizo! Pensaba yo excitado, ¡tenemos un pasadizo! Fui a tu casa, deseando que me enseñaras el pasadizo. Está aquí, en casa, me dijiste, en el hall. Yo sabía que el suelo de tu casa era el techo de los Viguera, del primero derecha, como el mío era el de los Artacho, primero izquierda, pero aún así imaginé que una escalera secreta salía del hall de tu casa y nos llevaba, no sé, al garaje. Te seguí nervioso hasta el hall de tu casa y levantaste dos maderitas del parqué. Mira, me dijiste, nuestro pasadizo, y había un sitio donde, con suerte, cabían cuatro o cinco monedas. Debiste leer la decepción en mi rostro, porque me dijiste: ¿Qué esperabas, un pasadizo por donde pudiéramos meternos?, y, esto lo recuerdo perfectamente, me pasaste un brazo por los hombres y me dijiste: ya lo tendremos, ya verás, lo tendremos. Y no creas, me tranquilizaron tus palabras.

Recuerdo que desde el principio, desde siempre, quisiste volar. Tenías dos tableros de madera fina donde habías dibujado con paciencia china y meticulosidad suiza la cabina de mandos de un Phantom, creo. Eran soberbios. Nos sentábamos encima y emulábamos las hazañas bélicas de Michael Tanguy, que tú leías y me contabas, aunque ahora que lo he escrito, me ha venido a la cabeza una sintonía que me hace pensar en una serie de TV. Me hablabas de tu tío, Santi, de los F-14 y los McDonell Douglas, o a lo mejor es todo junto F-14 McDonell Douglas, o F-15, de los Phantom, los Mirage, del proyecto FACA, qué ingenioso, ¿verdad? Aún me acuerdo, Futuro Avión de Combate Aéreo, algo así.

Recuerdo las idas con Ramón al campo, previo paso por Kentucky Fried Chicken; pasamos un verano juntos, mis hermanos mayores lo juran, en Vilasar, pero yo no me acuerdo, y mira que me gustaban tus historias de la Torre y del Mehari.

Recuerdo tantas cosas. Íbamos mirando los cuentakilómetros de los coches, para ver cuánto corrían y recuerdo el mito del Volvo negro (¿gris?) aquel que tenía tu padre. Recuerdo el 1.500 y el C-8 Familiares y dar patadas al balón entre coches.

Recuerdo muy vagamente Munich-72: algo de terrorismo, y Mike Spitz, lleno de medallas y Mariano Haro, sexto en 10.000, creo, y las bolsas de deporte de plástico en el metro hasta muchos años después. Pero recuerdo muy bien el mundial de Alemania 74. España no fue, pero fue Haití, estaba en la colección de cromos de coca-cola. Cromos con 4 caras. Bulgaria, una selección que parecía que se alimentaba de huevos duros. Holanda, la naranja mecánica, con Cruyff y Rensenbrink y Krol, y Johnny Rep y Johannes Jacobus Neeskens. Y Alemania con Gerd Torpedo Muller, el Kaiser Beckenbauer, Uli Hoeness y Paul Breitner y, ahora lo reconozco, con mucho menos protagonismo, Günter Netzer. Recuerdo que flipamos viendo a Holanda (aunque yo iba con Alemania) y esa final… Pero lo mejor que recuerdo de ese mundial son las chapas. Tus equipos, maravillosamente hechos. Con tu letra inclinada y clara, mayúscula en su trazado y en su espíritu. ¡Qué campeonatos! Nada los ha superado. Esa alfombra azul y negra… todavía la siento en la yema de mis dedos, cuando hacíamos puente para elevar la bola. Aunque en nuestros mundiales, lo recuerdo, los mejores eran Bélgica y España, inexplicable.

Recuerdo los partidos en el redondel, en el cuadrilátero, en el jardín a Cocacola, y los del sábado en los jesuitas. Y el partido frustrado en San Sebastián de los Reyes, y la culminación de nuestras carreras, cuando fuimos llamados, como estrellas invitadas, tú, yo y Buch para un partido con otro equipo. Pero en todo esto, y más cosas que vinieron después, ya no estábamos tú y yo solos, había más gente.

Siempre quedó un algo de eso. Y queda aún. De eso que nos contaban nuestras madres, que nos sacaban, de bebés, juntos al sol del jardín: que tú eras estirado y blanquito, como una salchicha y yo, gordo y rojo, como un tomate.

Lo que me fastidió el esquema es que nunca te colgaras una guitarra. Si lo hubieras hecho… joder, si te hubieras colgado una guitarra, Mich. Para que conste, Mich me presentó a los Beatles y a John Denver. Y me abrió los ojos a un miundo maravilloso y desconocido.

-.-

Hoy Mich vuela alto. Lejos de mí y, de alguna forma, cerca también. La última vez que nos comunicamos, fue en el último Madrid-Barça: es culé, un gran fallo que le humaniza. Le puse un mensaje y me contestó, el muy capullo, desde un palco de prensa. Pero me contestó que se acordaba mucho de mí. Le creo, no os vayáis a pensar, porque con la paliza que le he dado a lo largo de la vida, es difícil que se olvide de mí.

A veces, Mich lee esto.

Si estás por ahí, Mich, un abrazo. Te echo de menos, capullete.

lunes, enero 23, 2006

Amé tu recuerdo

Amé tu recuerdo, sí.

Y este trasto inservible que, a veces, interpreto, entre bambalinas, te llama y tira de tu manga, como un cachorrito cabrón (que no hace daño, pero bien que te jode la chaqueta, deshaciendo los puntos con sus dientecitos-púa), suplicando un poquito de atención. Podré no ser el mejor hombre, de acuerdo, pero intento ser el mejor hombre que soy capaz de ser, tratando de merecerte o, al menos, de no pesarte.

Porque tú eras, ya entonces, gilipollas. Tu sonrisa mema sobrevolaba en aquellos días inciertos y rápidos, cuando todos intentábamos ser héroes al ritmo de David Bowie, cuando todos queríamos, poéticamente, filosóficamente, tocarte el culo.

Eras actriz. Eso nos dijiste. Y ninguno de nosotros, ni siquiera el más tonto, o sea, yo, te creyó. ¿Cómo iba a ser actriz una tipa con tan pocas luces? ¿Puede una merluza aprender un texto? Porque tú eras más merluza, besuga, si quieres, que delfín. Entonces, claro, aún creíamos que los actores eran personas listas, además de famosas.

Todos revoloteábamos a tu alrededor y tú, descerebrada, desagradecida, no eras capaz ni de aguantarte los peos: los dejabas caer (se m’a caido un peo, era tu expresión característica, y la pronunciabas con una memorable cara de mula desconcertada) allí en medio y todos disimulábamos en esa asquerosa habitación tuya, donde nos reunías para proyectar Charló patinador en tu Cine-Exin birrioso, y todo con aire, encima, de cine fórum, y teníamos que decir memeces tipo Charló es un tío profundo aunque nos parezca un payaso, cuando todos sabemos que era un payaso que hacía el payaso para parecer profundo, y el tonto de Antequera (¡Antequera, niño pera!) que llevaba loden y castellanos y vaqueros Lee se soplaba de lado el flequillo y yo le envidiaba esa habilidad y ahuecaba la voz para decir sandeces y tú le sonreías porque sonreías a todo el mundo, zorrita verbenera, menos a mí, porque yo era puro, yo era sincero y te tocaba el culo sin ambages, sin retruécanos, de forma franca y bastorra, y tú preferías al tonto de… da igual, preferías a todos antes que a mí.

Yo te llamaba a voces, te escribía mensajes a tiza en el aparcamiento, te dejaba chicles cosmos en el buzón, me desnudaba con la luz encendida y la persiana y las cortinas abiertas para que pudieses admirar mis tobillos bien cincelados, porque tu casa estaba enfrente de la mía, yo en un segundo y tú en un cuarto y sé que me mirabas, pedazo de burra, sé que lo hacías, aunque tú no querías ver mis tobillos, que son bien hermosos, sino mis ingles, que son interiores y tímidas y menudas posturitas tenía que poner yo para que pudieras verlas sin que pareciera que no te las enseñaba. Yo te llamaba, sí.

Y tú te ibas, alocada, desnuda, dejando tras de ti un rastro pardo y semilíquido (tenías diarrea) y ese día lo supe: eres una mujer que te cagas.

Cuando el otro día te vi, en el mercado de carne, y me acerqué a ti, en principio no te conocí. Voy una vez al año, sabes, con la idea de redimir a una chica, aunque luego, como siempre elijo chicas que me gustan, acabo echando un polvo y claro, por el pito se me escapa toda la superioridad moral y me olvido del asunto de la redención. Pero cuando metiste el busto por la ventanilla del coche, como una bofetada, me llegó el pestazo a Rhum-Quina que despedías. El mismo que en aquellos días heróicos, el mismo inexplicable hedor que Ángel Chuan, el peluquero, ponía, por defecto, a sus clientes. Por el olorcillo te conocí, cretina.

- Eres María Victoria…

- Sí - dijiste aburrida - ¿Y tú…?

- Soy Wolffo, ¿no te acuerdas…?

Te acordabas perfectamente:

- Es verdad… Mira por dónde, al final, vas a conseguir acostarte conmigo.

- Bueno, no creas, no he venido buscando sexo.

- ¿Orientación laboral, tal vez…?

- No - dije, ignorando el sarcasmo- venía a ver si convencía a una chica para que lo dejara.

- ¿Piensas ofrecerte en matrimonio?

- No, sólo hablar…

- ¿Tú eres idiota? ¿Eres tan idiota como pareces?

Igual de cabrona. No, más. Mucho más.

- ¿Sabes? Yo amé tu recuerdo…

- ¿Quieres decir que te la meneabas pensando en mí, no…? Porque nunca dejé que me pusieras la mano encima…

No entendía nada. Nada de nada.

- ¿Por qué eres tan, tan…- no encontraba la definición - … mala?

- ¿Y tú por qué eres tan tonto?

Empezaste a reír. A carcajadas. Y te fuiste. Otra vez.

Y yo me quedé con cara de tonto. Otra vez.

De vuelta en casa, cogí mi guitarra y rasgueé lánguidamente junto al televisor. Pero como no me salía nada, colgué este post, me cagué en estos días y le puse tu nombre a esta canción:




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Escuchame, un momento o dos,
y confesare, a vosotros,
no puedo evitar mirando las mujeres siniestras,
tengo que reconocer, voy a notar la vampiresa mujer.

No es la mascara,
ni la falda ajustada,
sino el temor causada por su fría mirada.

Vampiresada, vampiresa mujer,
vampiresada, vampiresa mujer.

Vampiresada, vampiresa mujer,
estoy impresionada cuando se ven vampiresada.

Toma el vino, toma mescal,
hace sacrificio ritual.

Vampiresada, vampiresa mujer,
estoy impresionada cuando se ven vampiresada.

Esta feliz, esta normal,
trabaja por la industria sexual.

Vampiresada, vampiresa mujer,
estoy impresionada cuando se ven vampiresada.

Si te caes, amigo, no me rí­o de ti­,
me pasó la misma cosa a mí­.

Vampiresada, vampiresa mujer,
estoy impresionada cuando se ven vampiresada.

viernes, enero 20, 2006

Mi gran boda gay

Ayer, una de las personas más decisivas en mi vida profesional (y también en la personal), el gran Adrián, tuvo a bien invitarme a su boda. Se casaba con su novio, Félix, a quien yo no conocía pero que, espontáneamente, me caía bien: si a Adrián le gustaba, a mí también iba a gustarme. Si puedes confiar en el gusto de alguien a ojos cerrados, ese alguien es Adrián.

Adrián es, sin duda, el mejor director de Arte que he conocido; un profesional absolutamente genial de la publicidad y el diseño gráfico, en general, pero un creativo publicitario de primera línea, lo mires como lo mires. Tuve la suerte de trabajar a su lado durante un año, un año en el que me enseñó mucho más de lo que creía que podía aprender, a todos los niveles. Me dio lecciones de publicidad y comunicación valiosísimas, sí, pero sobre todo, me dio unas cuantas y muy clarificadoras lecciones de vida. Además de una calidad excepcional para el diseño gráfico, Adrián es, casi con toda seguridad, la persona más valiente que he conocido. En cuanto a sus ideas y estilo de vida, no coincido en casi nada con Adrián, por eso sé que mi admiración, rendida, por él es auténtica. Conocí a Adrián a través de Silvia, discípula aventajada, y excepcional amiga y directora de Arte, también. Silvia, ayer, era una de los testigos de la boda de Adrián y Félix.

No me apetecía nada, pero nada de nada, ir a la boda. Aparte de otras consideraciones de índole personal (no estoy en mi mejor momento, precisamente), estaba seguro de que sería, por decirlo de una forma gráfica, un borrón azul en un mar rosa y rojo o, dicho de una forma caricaturesca, el único facha de la celebración. Lo fui, por cierto. Mi posición personal frente a la ¿polémica? de los llamados “matrimonios gays” (si mi padre y mi madre eran gays y, no obstante, se casaron, ¿eso es un matrimonio gay?) se circunscribía a la nomenclatura: ¿Por qué llamarlo matrimonio? Acabé claudicando porque, en realidad, era una objeción inútil y estúpida. Póngase el nombre que se ponga, el hecho es lo importante. Y el hecho tiene dos vertientes indiscutibles: el amor que une a dos personas y los derechos que se adquieren por mor de esa unión. ¿Matrimonio? ¡Pues matrimonio! Ayer Adrián me recordó que cuando me llamó para comunicarme que se casaba mis palabras fueron “cada uno es muy libre de cometer sus propios errores”. Porque mi gran objeción, los que me conocen bien lo saben, es al matrimonio en sí. ¿Porqué hay que casarse? ¿Por qué hay que celebrarlo?

La boda de ayer estuvo genial. Félix me gustó tanto que casi cambio de acera. Un anfitrión absolutamente adorable, una persona cariñosa, simpática, atenta y divertida. Muy distinto de Adrián. Pero, juntos, no sé, había algo entrañable en esa parejita.

La boda, el acto administrativo fue eso, un acto administrativo bastante idiota; podrían idear una especie de liturgia para las bodas que sea algo más que la lectura de los artículos de la constitución que vienen al caso. Por cierto, uno de ellos “obliga” a los contrayentes a guardarse fidelidad. Esto me pareció curioso. Eso sí, duranye la ceremonia, hubo una presencia tranquilizadora, una especie de aura buena que a todos nos confortó.

Quedamos para comer en el restaurante madrilia, un sitio muy bonito, agradable y con una cocina muy, muy maja. El magret de pato con fetuccini, memorable, desde luego. La primera sorpresa fue el parking, que se llama Chueca an dante, está en la plaza de Vázquez de Mella y es el primer parking gay que he visto en mi vida. Antes de entrar, en la rampa, pasas bajo un lazo rojo de hierro gigantesco y luego… en fin, el que pueda que vaya a aparcar allí: vale la pena. Un parking… bonito.

No fue una boa en plan entremeses, consomé y solomillo y tarta que cae del techo y come hasta hartarte y bebe como un cosaco porque es gratis y cuenta chistes malos y haz la vida imposible a tus compañeros de mesa. No, fue una especie de reunión entrañable de amigos. Eso sí, todos rojos, qué cruz.... Nos trajeron unas cuantas exquisiteces y, al fin, probé la polenta que, por lo que me contaron, y lo que probé (aunque era una versión refinada) son una especie de gachas manchegas en versión genovesa o criolla. Comida recia, de gente del campo. Buena comida.

Desde luego, lo pasé de maravilla. Sentado junto a Adrián y Félix, con Silvia y Carlos, con Jose y Susana, una adorable, tranquila y culta (y roja) pareja de argentinos que vinieron de Barcelona y con más, mucha más gente, pasé unas horas deliciosas. Aunque nunca en mi vida fui besado ( y besé) por (a) tantos hombres.

Adrián y Félix han comprado una casa en Jerez y allí van a vivir. Creo que les va a ir de cine. Desde luego, les deseo todo lo mejor, porque les quiero y, sobre todo, claro, porque ellos se quieren, y eso es lo verdaderamente importante.

Jerez con aroma a vino y gasolina, les está esperando.

No sabe Jerez lo que se le viene encima.

Un abrazo, chicos. Y mucha, mucha vida.

¡A por ellos!

martes, enero 17, 2006

Tienes que saber...

La Iglesia de Nuestra Señora de Aydiosmío es un ejemplo vivo de algo que ahora mismo no recuerdo, un olvido que don Luis Vargas, mi profesor de Historia del Arte de tercero de brús, no me perdonará. Una de las frases favoritas del Vargas (luces apagadas, colección particular de diapositivas y su voz inteligente y culta, haciéndonos conocer las maravillas de nuestro patrimonio histórico-artístico) era “sin solución de continuidad”. No sé a qué viene que me venga ahora a la cabeza Luis Vargas y su parloteo cultivado, agradable y sedante. Estaba a la puerta de la iglesia, mirando la fachada como un buen paleto, con una mano en la cadera, la espalda doblada hacia atrás y la otra mano haciendo visera para protegerme del sol, como si fuera a hacerme algo.

Como el ambiente, un poco magnífico, un poco rígido, de la iglesia impresionaba lo suyo, entré en la Iglesia con Precaución, alias el Precas, un fotógrafo de los peores que he conocido en mi vida. En toda su carrera, dicen que consiguió tres buenos encuadres, cuatro fotos con buena luz y tres bien enfocadas. Y nunca consiguió juntar tres de estas características en la misma foto. Nuestra revista, Arte Intrépido y Óptimo, nos había mandado a la Iglesia un poco a regañadientes, porque era un monumento bastante carca: una Iglesia Redentorista del Séptimo Cielo, una escisión nada molona de la romana, puesto que, en vez de avanzar por los cauces de la modernidad, era un paso atrás: misas en latín y de espaldas al pueblo, curas nada enrollados, etc.

Pero la iglesia, el edificio, lo que es la casa, vamos, tenía lo suyo: era del tamaño de Nueva York, y eso que estaba edificada en una urbanización de Valdemorillo, en el espacio que tenía que haber albergado un par de chalets. Cómo fueron capaces de meter una iglesia del tamaño de NY en dos parcelitas de mil metros cuadrados, era algo que escamaba un montón. Me volví al Precas:

- Oye, Precas, vete a dar un voltio por ahí, a ver si ves algo que merezca la pena fotografiarse, yo voy a intentar hablar con el párroco.

Precas puso cara de cenutrio, de no haber entendido nada, pero nada dijo, tampoco.
-
¿Tienes alguna pregunta…?
-
¿Dónde…?
(en el bolsillo, gilipollas)
-
Que si tienes alguna pregunta que hacerme, chaval.

- No, pero, que yo sepa, hemos venido a hacer preguntas a los curas, no a ti… y además, lo de las preguntas, ¿no era trabajo tuyo?

Estaba seguro de que no se había enterado de absolutamente nada, pero le di por imposible. Hay cosas peores que tener un compañero de trabajo idiota, pero no se me ocurren, ahora.

Así que ahí me tenéis por ahí pululando, buscando algún curilla a quién hacerle una interviú incisiva, pero no fui capaz de encontrar ninguno. De repente, se me ocurrió una brillante idea: iría a un confesionario y grabaría la confesión. Eso sería un documento de impagable valor piriodístico, digno de del gran Wolffo. Busqué los confesionarios y allí estaban. En vez de simular iglesias en miniatura, como los católicos, eran una especie de cabina de peep-show (bueno, que no suene idiota, pero: ¿alguien sabe qué pinta tiene una cabina de peep-show?). Entré. Me arrodillé y dije:

- Ave María buenísima

- Purísima, idiota

- Eso, purísima

- Pecatum absentis concebidurum. Has tú, mortalorum insectus, pecatum?

- Pecatum, pecatum… eso es muy relativo

- Relativum est nada. Folleteum, pajillaris, codiciaris, gulam?

- Un poco de tó… pater

- Oh, idiotum magnificus, pedo infectus de abejurrum, cuenta, cuenta…

- ¿Cuenta, cuenta…? Eso no suena a latín, padre.

- Cuentum, cuentum…

- Vale. En la ofi, me te tirado a Amparito (secretarius est, grandis tetarum), escupitum…

- ¿Escupitum…?

- Lapo, salibarum, pollus-polli

- Ah, escupitajum…

- Escupitajum en tazaris-tazi de retratistum…

- ¿ Retratistum…?

- Fotografia-ae, idiotum qui toamrum horribilis fotografia-ae

- ¡Lo sabía, coño, lo sabía…!

Como un basilisco, salió el Precas del confesionario

- Te he pillado, Wolffo, ya sabía yo que no eran grumos de leche…

Lo gracioso es que el tío no estaba enfadado, sino feliz de haberme descubierto. Le miré con simpatía.

Ante mí tenía al Precas. El peor fotógrafo del mundo. Un bobo capaz de meterse en un confesionario para averguar quién le escupe en el café y, al descubrirlo, no se enfada con el cerdo que se lo hace, sino que se da un alegrón al enterarse de que ha estado bebiendo pollos.

Me fijé en sus ojos: oscuros, sin brillo, enmarcados en un rostro francamente desafortunado. Sin gracia. Sin luz. Feo. Un rostro que ocultaba un cerebro de marmolillo. El Precas.

Sentí una imparable corriente de simpatía hacia aquel idiota. Le puse una mano en el hombro.

- Precas, nos olvidamos de esta mierda de reportaje y nos salimos ahí fuera a desayunar. Yo invito.

- Tú invitas, pero ¿quién paga…?

La ola de simpatía estuvo a punto de abandonarme. Es una característica del Precas. Es absolutamente imbécil. Tanto que a veces, te dan ganas de darle unos benigiles (sucesión rápida de cates en la cocorota).

- Yo pago. Precas, yo pago. ¿Sabes? Hay un montón nde cosas que tienes que saber…
(atardecía en Valdemorillo)



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Este es un tema de esos circulares, rítmicos, crecientes y sumatorios, que tendría mejor acomodo en los 70 que hoy mismo. Es mi concepto de música de baile: tres acordes repitiéndose del principio al final de la canción, sobre los que van acomodándose ritmos, melodías e instrumentos. Escucha la percusión, irresistible, el bajo, muy melódico y, por encima de todo, el teclado. Ese órgano que más que tocarse, se percute. Esta canción, arreglada y pensada por 5 músicos, en vez de uno, sería acojonante. El resultado, no obstante, no es del todo malo. ¿qué te parece a ti?

miércoles, enero 11, 2006

Ella es Sam

Sam no dice una palabra. Ni siquiera nos ha dicho que prefiera Sam a su nombre completo, Samantha, con esa te-hache que es, a la vez, sofisticadamente internacional y nacionalmente horterilla. Sam es una preciosa cachorrita de pastor de Brie, o Briard, de familia de rancio abolengo, regalo de Nani y Esperanza (gracias chicos) a Borja, tiene un mes y medio de vida. Mírala.

Sam no hace grandes cosas para ganarse nuestro afecto… bueno, dejémoslo en que Sam no hace grandes cosas. Simplemente. Se limita a dormir, comer (y beber), descomer (y desbeber) y morderte los pies. Ninguna de esas cosas me ha conmovido jamás. Ver dormir a alguien, o comer, puede darte envidia, o asco; verle mear, deja de hacerte gracia a la segunda, suponiendo que seas tan raro que la primea vez te haya provocado ternura.

En cuanto a lo otro, el cagandum, Samantha es una sorprendentemente precoz experta. Tiene la habitación donde esté permanentemente minada, parece no estar a gusto si no hay un zurullito (no son especialmente grandes, claro) aromatizando la estancia. Porque huele.

Es demasiado pequeña para vivir fuera de la casa (que es el destino que le espera), así que no podemos evitarlo: la casa huele a perro.

En resumen: mea por todas partes, pisa su meadita y la distribuye con sus patitas-mopa por toda la casa; caga con un sorprendente concepto estético (siempre está la cagarruta en el lugar que más se ve), te muerde los pies con esos dientes-aguja que tiene; muerde las plantas y las deshoja y encima no sabe servirse la comida sola, hay que ponérsela; hay que llevarla al veterinario; darle medicinas…

Todo lo relacionado con ella es, de un modo u otro, enojoso y sin embargo, a los diez minutos, nos había conquistado a todos. Y todos estamos locos con Sam. Pero como es mala, malísima, le dedico esta alegre tonadilla.


Wolffo's She don't love nobody (Samantha's theme)


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Un tema de Desert Rose Band absolutamente delicioso que le va como collar al cuello a nuestra nueva perrita, Samantha, Sam para Borja, que no le hace gracia el nombre completo. Una chica mala que no quiere a nadie, pero que luego resulta que en realidad no es tan mala y que te enamora. El título debe herir la sensibilidad lingüística de los británicos, imagino, porque no es posible poner más faltas en menos espacio. América profunda, supongo. El riff de guitarra es magnífico y los juegos de voces, si supiera grabarlos como dios manda, veríais que también lo son. Me gustan estas canciones rápidas, contundentes y cantarinas (antes de que acabe estarás coreando el estribillo) y bendigo a mi excolega de fatigas musicales, Sergio, de Travellin' Duet, por descubrírmela. Va por ti, Sergio.

lunes, enero 09, 2006

2006 (dos, cero, cero, seis: Peticiones del oyente)

No es lo que parece, es sólo que se me va el mundo de entre las manos. Se me cae como un puñado de arena de playa; no es que no pueda retenerlo, es que prefiero mil veces sentir cómo cae. ¿Qué significa, en términos filosóficos el 2006? Sé que muchos de vosotros os hacéis esta pregunta, una pregunta que una mente como la mía no es capaz de contestar y es por ello (al loro cómo se’splaya el piriodista) que he hecho llamar a este célebre profesor, el licenciado Wolffeinstein, para que arroje luz sobre ésta y otras preguntas cruciales que todas las personas inteligentes nos/os hacemos/hacéis.

Wolffeninstein tiene pinta de sabio loco, pero se adivina una mirada inteligente, pura y culta en sus pupilas certeras y astigmáticas (vale, y miopes).

- Buenas tardes, profesor…

- Está el dos, un poco orgulloso en su papel…

- No se impaciente, maestro, espere a que le haga la pregunta.

- Perdone, pirisodista inepto, pero la pregunta ya está hecha, puedes leerla unas cuantas líneas más abajo

(Paradoja Ttemporal de Laybenn; si te interesan las paradojas, pincha aquí)

Ante tamaña paradoja, no supe qué contestar, así que formulé la pregunta:

- Querido profesor, ¿Qué significa, en términos filosóficos, el 2006?

- Querido piriodista, le contesto, a pesar de su cara de lelo. Está el dos(2), un poco orgulloso en su papel estelar de unidades de millar, diciéndonos la suerte que tenemos de haberle conocido. Luego dos ceros(00), que seguro que en alguna ilustración ingeniosilla hacen de ojos, o de gafas o algo. Y el seis(6), que es el prota estos días, sin tanto regalo como el año pasado (los que fumáis os jodéis no le llega ni al tobillo a por el culo te la hinco). A su favor tiene el seis que es un número discreto, que no suele ser el preferido de nadie (el demonio es un don nadie), que yo era el sexto de los hijos de mi madre y que formaba parte del mítico el seis y el cuatro la cara de tu retrato.

Observo que este tío es gilipollas, pero ya estoy en harina y sigo haciéndole preguntas con mi estilo de piriodista incisivo y tropical.

- ¿Quién cree que va a ganar Gran Hermano?

- Perdone, usted es imbécil, ¿verdad?

- Sí, bueno, gracias…

- No, no, amigo, no se enfade, se lo digo, se lo pregunto, como curiosidad científica: estoy mirándole y, oiga, que estoy contentísimo de ver que me encuentro ante un auténtico imbécil.

(¿le meto...?)

Observo que mis preguntas incisivas y sin piedad han hecho mella en su ánimo. Sigo por ese camino. Se va a cagar con la siguiente pregunta.

- ¿Qué le pide a 2006?

- Perdone, pero tengo que ir al baño. Su estupidez es un laxante extraordinario.

El tío se va a cagar (perdón) y es de los que se toman su tiempo, como yo mismo. Además, como mi trono está acondicionado para grandes deponedores (mesa camilla abatible, bracetes forrados de símil cuero, atril modulable, aro de cálida madera noble), el tipo depone a gusto. Vuelve de mucho mejor humor (es que mi trono es un cagadero de primera, de verdad) y empieza a contestar a mis preguntas como si fueran inteligentes.

- A 2006 le pido, sobre todo, que termine la infamia.

- ¿La infamia?

- Los musicales idiotas (Mecano, por ejemplo), los monólogos graciosos, las series hispanoamericanas de tv, las españolas, los concursos memos de tv, los sindicatos, los blogs prescindibles, como este, las tertulias de radio y tv, las coletillas tipo “puro y duro”, las monsergas jipis, los espacios sin humo, Francia, los videojuegos, el estatut, Terelu, los ataques de solidaridad que les dan a los periodistas cuando hay catástrofes, que parece que disfrutan más cuanto mayor sea la desgracia, los enólogos, el ¿periodismo? deportivo y del corazón, la ignorancia social del gran Wolffo, los tono-politono-real para los móviles, las animadoras de baloncesto…

- ¿Dejaría usted algo vivo?

- A mi sastre y al cocinero de mi oficina

(mielda molida, viste como un mendigo, al sastre no)

- ¿Cree que 2006 va a ser el año del empleo?

- ¿A qué viene esa pregunta?

- No sé… yo se lo he oído decir a Caldera…

La mención al ministro de expresión inteligente y audaz, hace que Wolffeinstein entre en una ensoñación y recuerde:

- Conocí a Chus cuando se ganaba la vida travestido cantando copla en un bar de mala nota de Chueca, entonces sí que estaba buena… creo que tengo aquí una instantánea…

- ¿instar… qué?

- Un afoto, colega, un A-FO-TO

- Y me enseñó este afoto.



Yo vomité, pero no por Chus, que es realmente atractivo, sino porque yo vomito a veces, sobre todo cuando es 2006; históricamente, siempre que ha salido ese año, oyes, que me pongo a vomitar espontáneamente, así que ojito.

Y Wolffeinstein, presa del pánico, no supo vadear la riada de pota y falleció, no se sabe si de ahogo o de asco. Que le den, que era un pesado. Porque mira que le pregunté, pero sólo dijo lo que quería ver desaparecer en este año obstetrícico, pero no dijo nada lleno de esperanza, que es lo que se necesita para acabar un postecillo tipo este. Asín que, si me dices qué es lo que esperas tú, pues oye, que esto de los comentarios, va a tener más gracia.

¿Seguimos? ¿Tú que dices? ¿Seguimos con esto?