(mensaje de uno locamente enamorado por medio de personas interpuestas)
“Dile que no puedo más, por favor. Que este hombre de sonrisa fácil pero discreta, barriga fácil y nada discreta y ojos meditabundos y cambiantes, está al borde de la desesperación.
Mira, este es el plan: yo te doy a ti el mensaje, tú lo pones en una caja, metes la caja en el coche y vas por el mundo difundiéndolo. Que todos se enteren.
Pero sobre todo, que se entere ella. Que no sé qué hacer para que sepa que este memo la adora y la desea, la quiere y la espera al final de cada pasillo, detrás de cada puerta, al final de cada escalera.
Escúchame, porque si me escuchas, lo vas a entender. Desde siempre, desde el principio de los mundos, desde que la gaviota le dijo a una paloma tú, estúpida colombófila, al interior, que yo me lo monto en la costa, desde que la rata dejó de reírse del conejo por tener las orejas grandes, porque los conejos fueron premiados con la simpatía del mundo y sin embargo, las ratas, con su asco y aprensión, desde antes de que los indios piesnegros se disolvieran en bourbon y pornografía, quiero yo a esa mujer.
Es la escala, es la escala, te oigo decir. Vale, pues la escala, digo yo, para ti la perra gorda. Puedo ver el mundo resumido en un grano de arena, como soy capaz de ver los océanos en una lágrima vertida por ella; me atuso el pelo, me ajusto el nudo de la corbata me miro en el espejo medio de reojo y me gusta lo que veo: adoro la fealdad.
¿Y ella? ¿No me quiere ella? Sí me quiere, pero como se quiere a un cervatillo y yo quiero ser un tigre. Le gusta apoyar en mi regazo su cabeza, y hablar abiertamente del asunto, le gusta verme sonreír y mis lágrimas le rompen el corazón, pero yo lo que quiero es romperle las bragas. Quiero que me desee y me cabalgue, que me succione y me grite, quiero que pierda la cabeza y que me viole, que me meta mano en la cola del banco…”
- Vamos -le dije yo, ahuecando la voz y dándole unas chupadas a mi pipa y llenando el ambiente de humo (aromática y nublada la psiquiátrica consulta)-, que lo que usted necesita es lo que llamamos, en términos clínicos, un casquete.
Él me miró. Tumbado en el diván y gordito y rosado como era, talmente parecía una calabaza, y como una calabaza (esa forma tan característica de hablar que tienen las calabazas, ya sabes lo que digo) habló:
- Sí, pero ella no quiere, ¿no puede usted ayudarme?
- Yo, si quiere, le recomiendo a mi madre, que a mí siempre me ha parecido una santa y bastante guapa, para su edad. Además de muy educada.
- Pero es que yo no estoy enamorado de su madre, dicho sea con todos los respetos.
- Lo quiere usted todo, señor mío.
- Y usted, ¿se prestaría?
- Yo sí, pero usted tampoco está enamorado de mí.
- Pero tiene usted un título.
- Eso sí. En eso, ¿ve? le voy a dar la razón. Un título precioso – dije yo señalando mi diploma de licenciado ¡licenciado! -, ¿verdad?
- Pero erróneo.
-¿…?
- Para mí que sobra la “ce”
- ¿Li_en_iado?
- No la del título del post.
- Ah… Quitar de Díceselo, la ce: Díselo ¿es mejor?
- Pienso de que sí.
Hice caso al zagal. Pero no me acosté con él. Y él, calabácico, extemporáneo, me dedicó esta sonata.
(Puta de misógina caja)
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Cuando oí esta canción por primera vez, me enamoré de ella para siempre. Dije: esta, tengo que tocarla con los colegas. Pero nunca encontré colegas para tan maravillosa pieza, así que la toco sin colegas, yo solito. Está grabada con cuatro o cinco guitarras e igual número de voces a los coros y me he atrevido un poquito con los teclados. Si te gusta un poquito, busca la original y verás qué delicia.
Lo mismo, pero en Versión Wolffo & the Pituffes. Misterios de la internet. Es curioso cómo suena.
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