jueves, diciembre 22, 2005

En el mar (verano del 83)

Este post es largo, así que ponte la canción y lees mientras suena.
Tiene adivinanza al final. Sólo para los más listos.



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Esto es una colección de sensaciones. Soy de tierra adentro y la visión y el olor del mar me emociona como pocas cosas. La canción es una baladita apañada con mucha guitarra acústica y armónica, mucha percusión y la ocarina como estrella invitada en la introducción. Lo que se hace dolorosamente patente con cada nueva canción es que necesito grabar mis temas con una banda que me ayude a ensanchar el sonido, que aporte ideas. Si escucháis los 5 y poco que dura la canción, veréis que después del solo, le hace falta algo a la canción. En mi cabeza estaba claro, pero no he sabido plasmarlo. De esta segunda parte me encantan la armónica temblorosa y los versos que se repiten, que son juegos de lenguaje muy típicos de mi forma de escribir.

(empieza el post, coño)

En el verano del 83, Puerto de Santa María.

Yo acababa de comprarme una maravillosa Lambretta 200, a la que añadí tres faros supletorios, 4 espejos retrovisores y un soporte para la rueda de repuesto que hacía de respaldo para el pasajero. Todo muy mod.

A veces, salía simplemente a montar. Me gustaba el olor de la costa de noche. Aquélla noche, no sé cómo, pero acabé en el embarcadero, frente al velero de mi querido y cándido Raúl, un gaditano alto, guapo, agitanado y experto patrón. Aquéllo estaba vacío.
- Estaría bien, ¿eh?

Le dije a mi Lambretta dándole unas amistosas tobas. No me contestó. No suele hacerlo, no es muy habaladora que digamos. Así que puse el candado a la moto y subí al barquito, solté la cuerda que lo sujetaba a tierra (que tiene un nombre, pero ni flores) y me lancé al mar bravío.

Ahí estaba yo, midiéndome al mismo Neptuno, sin tridente ni nada de eso, pero navegando, y el viento (fuerza 6 o así, no sé, por decir algo con sabor marino), me tenía a su merced. Vi alejarse la costa poco a poco y como la cosa estaba tranquila, decidí zamparme el cucurucho que había comprado de bienmesabe, que no sé que pez será, pero que está riquísimo. El barco parecía funcionar solo, así que me pareció que lo más inteligente era dejarlo a su aire; al fin y al cabo, él tenía más experiencia que yo en estas aguas y yo conozco mis limitaciones. Era una noche normalita, tirando a bastante buena, no sé si me explico. Quiero decir que el cielo no estaba lleno de estrellas ni nada de eso, pero la temperatura era demencialmente buena y no había nadie que me molestara.

Podía tirar un pedo, si quería: era libre.

En vez de eso, encendí un Lucky que me supo a gloria bendita (en el 83, fumarse un pitillo era legal). Allí estaba yo, mirando las estrellas (no demasiadas), con un Lucky entre los labios y la panza llena de bienmesabe, más feliz que un canguro tonto. Perdí la noción del tiempo, como quien pierde el mechero. No sé, cuando salí de casa la llevaba en el bolsillo, pero allí, en mitad de la noche, como un atlántida solitario, ¿para qué me hacía falta la noción del tiempo? Es más, ¿para qué me hacía falta noción alguna? Lo que de verdad me apetecía es cantar a voz en grito algo apropiado, y no se me ocurrió nada más apropiado que una canción de Perales que decía que a su barco le llamaba libertad y gaviotas y unos ojos en el cielo y tal y estaba dudando si cantar o no, cuando recordé algo mucho mejor; empecé a cantar:

- ¡RON, RON, RON, LA BOTELLA DE RON!

¡RON, RON, RO...

Pero, de repente, me dió una vergüenza tremenda estar gritando eso en medio del océano y volví a callarme, esperando que nadie me hubiese oido, y a concentrarme en el cielo. Me entró un soporcillo encantador. ¡Qué mierda, con lo que estaba disfrutando, me iba a quedar dormido!

Me dispuse a resisitir. Pero fue inútil. Me dormí como una marmota.

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Una ola me despertó. Parece ser que Neptuno se había mosqueado y empezó a alborotar las aguas. ¡Vaya, la cosa empezaba a complicarse! El barquito empezó a menearse y si no hacía algo, acabaría sirviendo de pasto a las merluzas. El problema estribaba en que yo no sabía qué demonios podía hacer. Las velas iban de acá para allá, como endemoniadas y el volantito rodaba como una ruleta del Mississippi (puede que sobre alguna ese, o alguna pe, pero eso no altera el espíritu de mis palabras). Como lo de las velas me parecía más complicado, cogí las cuerdas y las até como pude al primer sitio que encontré para que estuviesen quietas. Luego cogí el volante y lo mantuve firme, contra viento y marea, para demostrarle al barquito quién mandaba ahí.

Vi un delfín. Extraño. Él sí que estaba tranquilo. Jugueteaba, hacía fintas a las olas y se reía de ellas. "He aquí un mamífero inferior, que, hoy por hoy, me supera claramente", pensé. Juraría que me hacía señas para que le siguiera, y algo en su cara me hizo desear hacerlo, pero me daba vergüenza hacer el ridículo con mi poca pericia, así que no hice caso y continué con mi recital particular de pésimo marinerismo, jurando en arameo. El delfín se elevó sobre su cola y manteniéndose así, como si estuviera de pie sobre las aguas, me dijo:

- Vamos, no seas tonto.

- No, es que no sé como hacer para que este maldito barco me haga caso; no soy un lobo de mar, precisamente.

Bueno, entonces, el delfín puso cara de "Ay, ay, ay, no se os puede dejar solos", saltó y ¡hops!, ahí le tenía, tendido panza arriba, en la cubierta de mi barco. Era un delfín hermosísimo. Una monada, vaya. Me dijo:

- Agárrame la aleta.

Yo me quedé quieto. Nunca había agarrado la aleta de un delfín y bueno, será un mamífero, como yo, pero tiene una pinta de pez tremenda. Y hacer buenas migas con peces nunca fue mi ideal.

- ¡Vamos, no te quedes ahí parado como un estúpido y cógeme la aleta!

- Está bien - contesté. Y, con un mohín de repelús, cogí su aleta derecha. En contra de lo que esperaba, era cálida y agradable, y me traspasó un calor muy inquietante. En seguida, la parte superior del bellísimo delfín se transformó en figura humana y me encontré de rodillas, tomando por la mano a una espectacular sirena.

Yo no sé si alguno de vosotros ha visto alguna vez una sirena por ahí, mientras os peleábais con las iras de Neptuno en la mar océana, pero a mí me causó una gran impresión. Yo creía que las sirenas eran como las de las pelis, con gran melena roja, sujetador de algas, cola de sardina y con más ganas de exhibirse cantando que Plácido Domingo; pero ésta tenía algunas diferencias. En primer lugar, no tenía el pelo largo. Tampoco era una exhibicionista que se arrancaba con una cancioncilla a la primera oportunidad. Pero lo que más me impresionó fue que no llevara el clásico sujetador de algas. Las tenía al aire. Me impresionó tanto que solté su mano.

- ¡Eres una sirena! ("¡y qué buena estás!", añadí para mí mismo)

- ¡Que no cebollo! - me dijo ella-, lo que ocurre es que me has soltado la mano muy pronto, y no he podido transformarme del todo. Anda, vuelve a cogerme la mano.

Mi Madre me enseñó que es bueno obedecer, pero no estaba. Ella insistió.

- ¡Vamos, hombre! Ser delfín y estar en el agua está bien, pero ser chica y no poder mover las piernas en la cubierta de un barcucho cuyo único tripulante no deja de mirarte las tetas es bastante incómodo.

Me sentí bastante deprimido porque me notaran tan pronto que soy un salidete, así que hice caso a la sirena y volví a coger su mano. Tal como ella había dicho, se transformó en personita, y estaba completamente desnuda, así que le cedí mis pantalones, no sin antes echar alguna que otra miradilla, y mi camisa. Ella se rió de mis boxer (color rosa con marciales formaciones de ranas verdes separadas, de cinco en cinco, por hermosos juncos, verdes también) y de mi camiseta de Goofy.

- ¿Sabes conducir un barco? -pregunté.

- Pilotar - dijo ella secamente-. Sí, claro; y además, conozco estas aguas como la palma de mi mano.

- Bien, entonces, como yo no conozco la palma de tu mano, será mejor que me ponga ahí delante...

- A proa - dijo ella.

- ...vale, a proa, igual que hacen los defensas que se lesionan y se colocan de arietes cuando el mister ya ha agotado los cambios, ya sabes, para no molestar, y tú te encargas de manejar esas endiabladas cuerdas...

- Cabos.

- ¿...?

- Cabos; se llaman cabos, no cuerdas. Oye, tú, ¿de dónde has salido?

- De mi casa; salí a dar un paseo y bueno, se complicó la cosa. Creí que bastaría con manejar el volante ese...

- El timón - volvió a corregir.

Bueno, la travesía continuó entre verbales meteduras de pata por mi parte y correcciones de mi acompañante y ella, diestramente, me condujo a una hermosa playa.

- Ven - me dijo. Y me llevó a través de unas rocas color bermellón como nunca antes había visto. Se acercó a mí y me dijo al oido, susurrando - Cuidado. No hables alto. Estamos en la sima del Gran Eco, y cualquier ruido, podría hacerte enloquecer. ¿Quieres bailar?

- ¿Bailar? - pregunté incrédulo. Siempre juzgué ridículo el ritual del baile, de cualquier baile, pero ella estaba muy buena, y la perspectiva de agarrar su cintura me pareció óptima.

- Sí, bailar. Mover sincopadamente el cuerpo al ritmo de la música - dijo ella sarcásticamente.

- Sí, sí, claro que quiero.

- Bueno pues, escucha - y se separó un poco para gritar, haciendo megáfono con las manos -: ¡¡MU...SSSS...ICAA!! - y aplaudió una sola vez.

De repente, empezaron a llegar ecos de su voz y de la palmada que, poco a poco fueron mezclándose y conformando una música hipnotizadora. Yo nunca he sabido bailar, pero aquella música... ¡ufff…! Mis manos cogieron por la cintura a la extraña mujer que sabía dominar los ecos, y empezamos a bailar. Aquello era de verdad. Flotábamos. Me acerqué a su oido.

- ¿Cómo te llamas, mujer?

- Hidd-Nak.

- Bien, Hidd-Nak, ¿puedo llamarte Hidd? Me es más fácil.

- Yes - dijo ella con aire quedón.

Y entonces hablé yo:

Cuando todo termina,
apareces tú;
ninfa tangible
duende de paz
inquieta ambición.

epónima de mi corazón sangrante
razón de mi andar oscuro,
erebo por tu ausencia
sombra que me das frescor

meseta inalcanzable,
instrumento de virtuosos,
afínate junto a mí.


Esto lo escribí hace 12 años, más o menos, excepto la aclaración sobre el fumar. Se trata de que adivines cómo se llamaba la chica a la que quería ligarme con este relato. Pista: hay que fijarse en los principios del final.

lunes, diciembre 19, 2005

Cuento un poco triste de Navidad

(como amenacé cierto día, pensaba hacer lo mismo que hago todos los años: diseñar e imprimir mi porpio Christmas y enviarlo a todo aquél que quisiera recibirlo; luego, en fin, todo se jorobó. Bueno, mi felicitación era un tríptico como lo que puedes ver desde aquí, hacia abajo. Felices fiestas a todo el mundo. Sois una gente genial)

Tú sabrás, qué te voy a contar... pero nunca, ni todo es maravilloso, ni todo es un infierno. Muchas veces depende del lado de la noticia en que te sitúes. El periódico decía:

BELÉN VIVIENTE EN POLÍGONO INDUSTRIAL

Una pareja de sintechos tiene un hijo al calor de un bidón de petróleo en la noche del 24 al 25 de diciembre.

Luz Pálida, una joven de 20 años dada por desaparecida desde hace algo más de un año y Herminio Otrora, un ex asesor fiscal, ex sobrio, de 45 años, protagonizaron en la pasada noche del 24 al 25 de diciembre, un episodio asombroso. Buscaban un lugar para protegerse del frío de la noche y encontraron un viejo y abandonado almacén, un par de perros callejeros y un bidón de petróleo. Luz dio a luz, por sorpresa, allí mismo a un joven niño (que se encuentra en perfecto estado de salud) y, sin proponérselo, compusieron un perfecto, actualizado y marginal portal de Belén casi posnuclear. Para completar el cuadro, Luz no recordaba el momento de la concepción (“creo que soy virgen”) y Herminio, muy en su papel, dijo sentirse “como San José: sin mojar el churro, pero pringao hasta las trancas” declaró con absoluta falta de elegancia. El recién nacido ha sido inscrito en el registro civil de Madrid con el nombre de Felipe Leonor, con la esperanza, según dijo Luz, de que “alguien tenga un detalle, como una canastilla o algo”. Lo que este piriodista señala por si a alguien le interesa.

(Dejando de lado la pintoresca redacción...)

Tal vez, puede ser, que no quieran otro techo que el ancho cielo ni más adorno que las estrellas. Puede que quieran sentirse tan libres como el viento o como un anuncio de desodorante.

Tal vez él no era feliz cuando trabajaba catorce horas, pegado al móvil y al bourbon y su guapa mujer le esperaba y le contaba las cosas de los niños.

Puede que ella, en realidad, detestara el calor de la casa de sus padres y adorara a ese flaco y cejijunto yonqui que se fue al infierno justo dos meses antes de que naciera el niño.

El niño... de él no puede decir, por mucho que me esfuerce, que tal vez añorara otra vida. No la ha conocido.

Pero me inclino por pensar que podrían ser más felices de lo que son ahora, cuando la soledad y el frío les ha hecho juntarse, cuando la casualidad les ha hecho coincidir en un arrabal donde encontraron un hueco para pasar la noche.

No tienen buey ni mula, pero dos chuchos callejeros les hacen compañía.

Cuando anoche, ella se puso de parto, Pepe no se asustó. Llevaban tres días juntos y él encontró en los ojos de María un rescoldo lejano del amor que un día sintió. Ella creyó ver en su sonrisa la imagen de algo que que creía ya olvidado: esperanza. Y ambos, cuando la noche bendijo al recién nacido con un par de grados sobre cero, vieron en el vaho de su aliento una razón para ponerse a salvo. Y prendieron el bidón, y del fuego que lograron, vivieron una semana.

En un mundo poliédrico, siempre hay lados sobre los que la historia se sostiene mejor. Pero también hay aristas afiladas, inestables, sobre las que nada se sostiene y todo zozobra. Por mi parte, sin ignorar éstas, hoy prefiero resaltar los lados más amables de las historias. ¿Y tú?

Sea como fuere, déjame pedirte que, por favor, no le pongas techo a tu Navidad. Ese tipo de techo, quiero decir. Pásalo bien y verás como los que están a tu alrededor, mágicamente, te transmiten buen rollito.

Difrútalo y haznos disfrutar.

Felices fiestas. Felices, de verdad.


jueves, diciembre 15, 2005

Hasta más ver

Estoy sin ordenador.
La imprenta de los Christmas me ha dejado tirado.
Al estar sin ordenador, y por las fechas que son, no puedo enviar el Christmas a otra imprenta: consecuencia, este año no hay Christmas. Siento las expectativas levantadas.
Akira ya no está en la puerta esperando a ver si salgo un ratito a rascarle la tripa, a perseguirla, o a darle a probar el caldo que acompaña mis inviernos.
Ayer pasé la tarde limpiando la estancia donde murió y se desangró mi querida Akira y os digo una cosa: el olor de la muerte no se mata con ningún producto conocido.
Es algo que me acompañará aún durante algún tiempo.
A ver si termina de una maldita vez este año repugnante.

Hasta entonces, que tengáis una feliz salida y entrada de año.

Esta bitácora cierra temporalmente.

martes, diciembre 06, 2005

Desmontando al chico celoso. Biografía auténticamente falsa de John Lennon.

Hoy se cumplen 25 años del asesinato de John Lennon. Un imbécil nos privó del que, para mí, ha sido el hombre clave del siglo XX. Clave para mí, no hablo del mundo. Ya se le ha llorado mucho, así que para celebrar este aniversario, lo siento, Yoko, os cuento la verdadera y asombrosa historia de este mito del rock que, sin la amistad de Wolffo no hubiera sido nada. Otro mito que se desmorona.

John Winston Lennon nació en Carabanchel, en el hospital militar Gómez Ulla, en la habitación justo al ladito de la mía. Los biógrafos dicen que el Winston se lo puso su madre en un arrebato de patriotismo, en honor a Churchill, pero lo cierto es que el médico que atendió a su madre, fumaba como un carretero, y fumaba Winston, y un pitillo encendido de esa legendaria marca era lo que sujetaba entre sus dientes (“empuje, empuje, señora, que parece cabezón, pero buen chico…”) mientras ayudaba a nacer al mito. Mi padre, que iba con la cámara a todos sitios, le sacó esta foto a John a las dos horas de nacer.

Su madre se lo llevó a Liverpool, ella sabrá porqué; de haberse quedado en España, tal vez se hubiera juntado con Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, y la historia nos hubiera regalado al Trío Dinámico, en vez del soso dúo que conocemos hoy. En fin, se fue y formó Los Bitels y me escribió para contármelo. Yo le respondí:

Querido John:

No seas capullo y no le llames Los Bitels a esa mierda que estás haciendo con tus amiguitos de Líverpul, hombre, llámale The Beatles y verás cómo va bien la cosa. Habrá gente que piense que significa “Los escarabajos”, pero eso será porque no saben apreciar el sutil juego de palabras que encierra el nombre. No os preocupéis si no os salen las canciones, que para algo estoy yo, ¿no?

En esa carta, le mandé un casé con unos cuantos temas, que grabaron y se convirtieron en éxito. Yo nunca quise descubrir la verdá, porque ellos parecían buenos chicos, pero bueno, muerto mi amigo John, hora es de descubrir los entresijos del rocanrol.

Un día, John me escribió desolado:

Hidolatrado Wolffo:

No me sale nada, colega, sólo escribo basura de te quiero y yea yea y quiero algo más; ¿porqué no te vienes a London, Ingland, y te juntas un par de días con los chicos, a ver si nos sale algo? Mira, George está de vacaciones, pero el muy idiota se ha dejado en el local su Rickenbaker que está nuevecita; se ha gastado una pasta y no sabe qué hacer con ella, a ver si encuentras una canción en la que parezca que sabe tocarla.

Le contesté en seguida:

John, pedazo de burro:

Ídolo es sin hache, e idolatrado, también, a ver si aprendes a escribir. Vale, voy, pero es por lo de la Rickenbaker, que lo sepas, que vosotros me parecéis unos pesados.”

Fui a Londres y los encontré hechos una pena. Tristes, meloncillos y contrahechos. Pero les puse las pilas, me colgué la Rickenbaker de George, que sonaba de miedo, y de esa época es esta foto (ellos ya están felices, porque Wolffo, a quien se aprecia con cara de paciencia, ya les había mostrado el camino) y la maqueta de la canción que puedes escuchar al pie de este artículo, “And your bird can sing”.

Además, les aconsejé que dejaran de tocar en vivo, que sin mi supervisión (y yo no estaba dispuesto a seguirles por todo el mundo) sonaban de culo. Esto de regalarle canciones a John seguí haciéndolo después de separarse el grupo, como quedó demostrado en un artículo de fondo de la revista Te lo he dicho cienes de veces, con canciones más famosillas. La verdad es que nunca me lo agradeció. Pero claro, él mismo dijo que no era más que un chico celoso.

Hacia 1970 me dejé crecer el pelo y adopté un nuevo look, en un estilo jipi-mesiánico, que hizo que John, el pesado de John, pasara de necesitarme como amigo, músico y director espiritual, a enamorarse de mí. A mí John no me iba nada, la verdad, es tan… inglés..., con perdón de los ingleses, claro, pero John no es mi tipo, vaya. El tío me miraba embelesado y me decía, ¿Sabes? Creo que eres la persona más alucinante que he visto jamás, y ponía cara de tonto y cantaba en su piano como sólo un tonto sabe hacerlo. Yo ponía cara de paciencia y le dejaba cantar, porque mal no lo hacía, el pollo, pero buscaba una solución. De esa época es esta fotografía.

Así que busqué una chinita (“soy japonesa”, me dijo ella con vocecita de japonesa) y le pasé mis túnicas, mi cinta del pelo, le compré una peluca y le dije, ¿cómo te llamas, mujer que sonríes cuando miras?, a lo que ella, muy a la nipona, contestó, Nikito Nipongo, por lo que yó declaré:

- Por la presente le comunico, señora (“señorita”, dijo ella), señortia, vale, que pasa usted a llamarse Yoko Eno, como la sal de frutas (¿no puede ser Ono, como el proveedor de telefonía y televisión por cable?, dijo ella, siempre apostillando, siempre cursiva), vale, pues Yoko Ono, y serás el gran amor de John Lennon

- Prefiero ser tu amor - me dijo ella.

- Ya, y yo prefiero ser un elefante rosa, rica, pero no puede ser, te quedas con John y él te escribirá Woman y tú serás rica. Seguirás siendo inmensamente idiota, pero inmensamente rica, también. Vaya lo uno por lo otro.

Y así fue, en verdad. El resto, es historia. si queréis saber, preguntádselo a otro, que esto ya me está quedando largo o, como dicían los gomaespuma en tiempos gloriosos, me viene grande el proyecto.

And your bird can sing

Y tu pájaro sabe cantar


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Esta canción la compuse -y la grabé- un día que John Lennon se me puso gamba; si yo le decía que mi padre tenía una espada, el me decía que el suyo tenía una pistola; si le decía que sabía tocar una canción de Elvis, él me decía que él se las sabía todas y, además, las de Chuck Berry; cuando le dije que mi perro me obedecía, se quedó un rato a cuadros, porque él no tenía perro. Pero su tía Mimi tenía un canario, y me dice: ¡... y mi pájaro sabe cantar!. Le escribí este tema y se lo regalé, porque yo soy muy generoso. Si escuchas el final con atención (dura apenas dos minutos, que no te venza la pereza) hay una psicofonía terrorífica y reveladora de la verdad que aquí os cuento. ¿Te atreves a escucharla?

(re)Constituyéndome

Hoy, día 6 de diciembre, día de la Constitución Española, por el poder que me ha sido otorgado, me constituyo en Señor, uno y trino, de Las Peroratas de Wolffo, con el título de Perorador Absoluto y os anuncio que esta bitácora permanecerá durmiente mientras pillo fuerzas(1) para reaparecer pasado mañana, con un artículo que removerá las conciencias y el devenir de la historia, pero de verdad, no como en el cuento ese de "El código davinchi". Con datos. Con rigor. Con pruebas.

Hasta entonces, disfrutad esta locura de semana mientras los de siempre seguimos levantando el país.

(1) " Pillo fuerzas" es un eufemismo para decir que tengo mucho curro y necesito un par de días, vamos.

jueves, diciembre 01, 2005

Donatella, o el peso del recuerdo.


Tuve una novia negra. Bueno, era café con leche. Se llamaba Donatella Promorossa y era natural de Navalagamella, Madrid. No estaba buena ni ná… Míala.

Bueno, un par de kilitos más y ya hubiera sido lo mejor de lo mejor. Podría decir muchas cosas, algunas de ellas bonitas aquí y ahora, y todos dirían: oh, Wolffo es grande, es multicultural, fusionante, tolerante y megamestizo, y además qué bien habla de las mujeres, parece ser tan radicalmente feminista como Zape. Pero resulta que no voy a decir más mentiras. Las mentiras son pesadas, porque te obligan a sostenerlas y aguantarlas de por vida. Así que, por una vez, os diré la verdad. Donatella era una tía pelmaza como pocas. Siempre se reía, pero lo hacía de una forma tan constante y mema que irritaba a cualquiera.

Donatella era conocida entre mis amistades como el agujero negro y éste era un apelativo en absoluto sexual y absolutamente racional. Cuando entraba en un sitio, no importaba lo animada que estuviera la cosa: todo el mundo acababa callado y sin saber qué decir.

Recuerdo cuando la conocí. Corría el año de 1966 y celebrábamos la fiesta del Cebollino Errante, una fiesta de gran tradición que es un coñazo, pero todo el mundo dice que se lo pasa muy bien. Ese año, cosa rara, todos parecían animados. Hasta yo contaba chistes. Y el que me conozca sabe lo excepcional de este comportamiento. Donatella Promorossa se acercó a nuestro animado grupo, se abrió paso a tetazos (eran duras y flanígeras) y dijo:

- Chicos, vale, soy negrita, pero no os cortéis de contar chistes de afroamericanos, porque yo soy afroespañola – y este comentario pretendidamente ingenioso le hizo emitir una risotada caballuna y boba que nadie, a pesar de que todos lo intentamos, pudo seguir.

- Ejem… - dije yo, hipnotizado por el bamboleo asombroso de sus mamellas al ritmo enfermizo de su antipática risa.

- Hmmm… - dijo otro, mirando al mismo sitio que estaba mirando yo.

- Aahhh - babeó un tercero, con la vista clavada en la misma zona y acompañando la síncopa con un movimiento de su propia cabeza.

Y nadie dijo nada más. Como por arte de magia, todos nos callamos a partir de ese momento.

Esa fue la fiesta del Cebollino Errante más coñaza de toda la historia. Ahora la gente dice: sí, sí, la fiesta del Cebollino Errante, una fiesta muy divertida, menos en el 66, el año de Donatella.

Bien, tengo que reconocer que, a pesar de todo ello, caí en la tentación. Me asomé al balcón de su escote y me atrapó el vértigo de sus senos. Dios mío, qué pesada era Donatella, un ejemplar único.

La llevé a aprender bailes de salón. Por lo visto se liga mucho en esos sitios. Mi único afán era que apareciese un cubano bien dotado, para el baile y para el baile, y que se la llevase colgada del brazo o del nabo, me daba igual. Que se la llevara, eso era lo importante. Pero fue inútil. Nadie la soportaba. Era muy pesada, de verdad.

Fuimos a esos sitios de intercambios de parejas, con la música muy alta, donde su risa no se oía y sin embargo, servía para hacer temblar sus tetas y las hacía aún más patentes y deseables. Pero en cuanto una parejita (casi siempre repulsivas) se acercaba a nosotros, el silencio incómodo nos poseía a todos y yo salía de allí con Donatella Promorossa diciendo memeces a mi oído.

No sé si habéis oído del declive del Ku Klux Klan. Fue ella. Sí, sí, tal vez en el único buen acto que cabe apuntarle. Me la llevé de vacaciones a un crucero por el Mississippi, una idea que el mundo moderno y Zape aún me han agradecido lo bastante. Había una reunión de esos colgaíllos en la margen del que riega los Alabama Burning Fields(1). Ella. Señalándolos, muy excitada, me dijo:

- ¡Mira, mira, aquí también celebran la semana Santa, pero en verano!

Vi el cielo abierto. Bajamos del barco y le di instrucciones “para que la nombraran reina de las fiestas”. Debía calzarse un guante negro e interponerse en el camino de la procesión, levantando el puño derecho.

Lo hizo. Jejeje…

La raptaron. Desde entonces, empezó a oírse cada vez menos el nombre del Klan en las noticias. Pero yo empecé a respirar. Mucha gente le adjudicó, erróneamente, el éxito a Martin Luther King y gente así, pero yo sé que el verdadero artífice del declive del Klan fue la pesadez a prueba de bomba de Donatella. Mi querida Donatella.

La negra más pesada de toda la historia.

(1) ¿A que parece un sitio que existe?

El Ku-Klux Klan se llevó a mi chica (toma 1)



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Oigamos en honor a Donatella, esta descarga de punk-rock original sin ensayos. The Ramones se enfadarían con mi forma de versionearles, o puede que no, pero creo que la forma más honesta de grabar esta furiosa pieza era esta: a la primera y aguantándome con los desafines y desajustes. Es una delicia berrear de vez en cuando. La canción se llama The KKK took my baby away y es de los Ramones, pero vamos, ellos tomaron la idea de mi historia con Donatella, así que tengo todo el derecho del mundo a versionearla.
¡Sube el volumen y salta!