Este post es largo, así que ponte la canción y lees mientras suena.
Tiene adivinanza al final. Sólo para los más listos.
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Esto es una colección de sensaciones. Soy de tierra adentro y la visión y el olor del mar me emociona como pocas cosas. La canción es una baladita apañada con mucha guitarra acústica y armónica, mucha percusión y la ocarina como estrella invitada en la introducción. Lo que se hace dolorosamente patente con cada nueva canción es que necesito grabar mis temas con una banda que me ayude a ensanchar el sonido, que aporte ideas. Si escucháis los 5 y poco que dura la canción, veréis que después del solo, le hace falta algo a la canción. En mi cabeza estaba claro, pero no he sabido plasmarlo. De esta segunda parte me encantan la armónica temblorosa y los versos que se repiten, que son juegos de lenguaje muy típicos de mi forma de escribir.
(empieza el post, coño)
En el verano del 83, Puerto de Santa María.
Yo acababa de comprarme una maravillosa Lambretta
A veces, salía simplemente a montar. Me gustaba el olor de la costa de noche. Aquélla noche, no sé cómo, pero acabé en el embarcadero, frente al velero de mi querido y cándido Raúl, un gaditano alto, guapo, agitanado y experto patrón. Aquéllo estaba vacío.
- Estaría bien, ¿eh?
Le dije a mi Lambretta dándole unas amistosas tobas. No me contestó. No suele hacerlo, no es muy habaladora que digamos. Así que puse el candado a la moto y subí al barquito, solté la cuerda que lo sujetaba a tierra (que tiene un nombre, pero ni flores) y me lancé al mar bravío.
Ahí estaba yo, midiéndome al mismo Neptuno, sin tridente ni nada de eso, pero navegando, y el viento (fuerza 6 o así, no sé, por decir algo con sabor marino), me tenía a su merced. Vi alejarse la costa poco a poco y como la cosa estaba tranquila, decidí zamparme el cucurucho que había comprado de bienmesabe, que no sé que pez será, pero que está riquísimo. El barco parecía funcionar solo, así que me pareció que lo más inteligente era dejarlo a su aire; al fin y al cabo, él tenía más experiencia que yo en estas aguas y yo conozco mis limitaciones. Era una noche normalita, tirando a bastante buena, no sé si me explico. Quiero decir que el cielo no estaba lleno de estrellas ni nada de eso, pero la temperatura era demencialmente buena y no había nadie que me molestara.
Podía tirar un pedo, si quería: era libre.
En vez de eso, encendí un Lucky que me supo a gloria bendita (en el 83, fumarse un pitillo era legal). Allí estaba yo, mirando las estrellas (no demasiadas), con un Lucky entre los labios y la panza llena de bienmesabe, más feliz que un canguro tonto. Perdí la noción del tiempo, como quien pierde el mechero. No sé, cuando salí de casa la llevaba en el bolsillo, pero allí, en mitad de la noche, como un atlántida solitario, ¿para qué me hacía falta la noción del tiempo? Es más, ¿para qué me hacía falta noción alguna? Lo que de verdad me apetecía es cantar a voz en grito algo apropiado, y no se me ocurrió nada más apropiado que una canción de Perales que decía que a su barco le llamaba libertad y gaviotas y unos ojos en el cielo y tal y estaba dudando si cantar o no, cuando recordé algo mucho mejor; empecé a cantar:
- ¡RON, RON, RON,
¡RON, RON, RO...
Pero, de repente, me dió una vergüenza tremenda estar gritando eso en medio del océano y volví a callarme, esperando que nadie me hubiese oido, y a concentrarme en el cielo. Me entró un soporcillo encantador. ¡Qué mierda, con lo que estaba disfrutando, me iba a quedar dormido!
Me dispuse a resisitir. Pero fue inútil. Me dormí como una marmota.
Una ola me despertó. Parece ser que Neptuno se había mosqueado y empezó a alborotar las aguas. ¡Vaya, la cosa empezaba a complicarse! El barquito empezó a menearse y si no hacía algo, acabaría sirviendo de pasto a las merluzas. El problema estribaba en que yo no sabía qué demonios podía hacer. Las velas iban de acá para allá, como endemoniadas y el volantito rodaba como una ruleta del Mississippi (puede que sobre alguna ese, o alguna pe, pero eso no altera el espíritu de mis palabras). Como lo de las velas me parecía más complicado, cogí las cuerdas y las até como pude al primer sitio que encontré para que estuviesen quietas. Luego cogí el volante y lo mantuve firme, contra viento y marea, para demostrarle al barquito quién mandaba ahí.
Vi un delfín. Extraño. Él sí que estaba tranquilo. Jugueteaba, hacía fintas a las olas y se reía de ellas. "He aquí un mamífero inferior, que, hoy por hoy, me supera claramente", pensé. Juraría que me hacía señas para que le siguiera, y algo en su cara me hizo desear hacerlo, pero me daba vergüenza hacer el ridículo con mi poca pericia, así que no hice caso y continué con mi recital particular de pésimo marinerismo, jurando en arameo. El delfín se elevó sobre su cola y manteniéndose así, como si estuviera de pie sobre las aguas, me dijo:
- Vamos, no seas tonto.
- No, es que no sé como hacer para que este maldito barco me haga caso; no soy un lobo de mar, precisamente.
Bueno, entonces, el delfín puso cara de "Ay, ay, ay, no se os puede dejar solos", saltó y ¡hops!, ahí le tenía, tendido panza arriba, en la cubierta de mi barco. Era un delfín hermosísimo. Una monada, vaya. Me dijo:
- Agárrame la aleta.
Yo me quedé quieto. Nunca había agarrado la aleta de un delfín y bueno, será un mamífero, como yo, pero tiene una pinta de pez tremenda. Y hacer buenas migas con peces nunca fue mi ideal.
- ¡Vamos, no te quedes ahí parado como un estúpido y cógeme la aleta!
- Está bien - contesté. Y, con un mohín de repelús, cogí su aleta derecha. En contra de lo que esperaba, era cálida y agradable, y me traspasó un calor muy inquietante. En seguida, la parte superior del bellísimo delfín se transformó en figura humana y me encontré de rodillas, tomando por la mano a una espectacular sirena.
Yo no sé si alguno de vosotros ha visto alguna vez una sirena por ahí, mientras os peleábais con las iras de Neptuno en la mar océana, pero a mí me causó una gran impresión. Yo creía que las sirenas eran como las de las pelis, con gran melena roja, sujetador de algas, cola de sardina y con más ganas de exhibirse cantando que Plácido Domingo; pero ésta tenía algunas diferencias. En primer lugar, no tenía el pelo largo. Tampoco era una exhibicionista que se arrancaba con una cancioncilla a la primera oportunidad. Pero lo que más me impresionó fue que no llevara el clásico sujetador de algas. Las tenía al aire. Me impresionó tanto que solté su mano.
- ¡Eres una sirena! ("¡y qué buena estás!", añadí para mí mismo)
- ¡Que no cebollo! - me dijo ella-, lo que ocurre es que me has soltado la mano muy pronto, y no he podido transformarme del todo. Anda, vuelve a cogerme la mano.
Mi Madre me enseñó que es bueno obedecer, pero no estaba. Ella insistió.
- ¡Vamos, hombre! Ser delfín y estar en el agua está bien, pero ser chica y no poder mover las piernas en la cubierta de un barcucho cuyo único tripulante no deja de mirarte las tetas es bastante incómodo.
Me sentí bastante deprimido porque me notaran tan pronto que soy un salidete, así que hice caso a la sirena y volví a coger su mano. Tal como ella había dicho, se transformó en personita, y estaba completamente desnuda, así que le cedí mis pantalones, no sin antes echar alguna que otra miradilla, y mi camisa. Ella se rió de mis boxer (color rosa con marciales formaciones de ranas verdes separadas, de cinco en cinco, por hermosos juncos, verdes también) y de mi camiseta de Goofy.
- ¿Sabes conducir un barco? -pregunté.
- Pilotar - dijo ella secamente-. Sí, claro; y además, conozco estas aguas como la palma de mi mano.
- Bien, entonces, como yo no conozco la palma de tu mano, será mejor que me ponga ahí delante...
- A proa - dijo ella.
- ...vale, a proa, igual que hacen los defensas que se lesionan y se colocan de arietes cuando el mister ya ha agotado los cambios, ya sabes, para no molestar, y tú te encargas de manejar esas endiabladas cuerdas...
- Cabos.
- ¿...?
- Cabos; se llaman cabos, no cuerdas. Oye, tú, ¿de dónde has salido?
- De mi casa; salí a dar un paseo y bueno, se complicó la cosa. Creí que bastaría con manejar el volante ese...
- El timón - volvió a corregir.
Bueno, la travesía continuó entre verbales meteduras de pata por mi parte y correcciones de mi acompañante y ella, diestramente, me condujo a una hermosa playa.
- Ven - me dijo. Y me llevó a través de unas rocas color bermellón como nunca antes había visto. Se acercó a mí y me dijo al oido, susurrando - Cuidado. No hables alto. Estamos en la sima del Gran Eco, y cualquier ruido, podría hacerte enloquecer. ¿Quieres bailar?
- ¿Bailar? - pregunté incrédulo. Siempre juzgué ridículo el ritual del baile, de cualquier baile, pero ella estaba muy buena, y la perspectiva de agarrar su cintura me pareció óptima.
- Sí, bailar. Mover sincopadamente el cuerpo al ritmo de la música - dijo ella sarcásticamente.
- Sí, sí, claro que quiero.
- Bueno pues, escucha - y se separó un poco para gritar, haciendo megáfono con las manos -: ¡¡MU...SSSS...ICAA!! - y aplaudió una sola vez.
De repente, empezaron a llegar ecos de su voz y de la palmada que, poco a poco fueron mezclándose y conformando una música hipnotizadora. Yo nunca he sabido bailar, pero aquella música... ¡ufff…! Mis manos cogieron por la cintura a la extraña mujer que sabía dominar los ecos, y empezamos a bailar. Aquello era de verdad. Flotábamos. Me acerqué a su oido.
- ¿Cómo te llamas, mujer?
- Hidd-Nak.
- Bien, Hidd-Nak, ¿puedo llamarte Hidd? Me es más fácil.
- Yes - dijo ella con aire quedón.
Y entonces hablé yo:
Cuando todo termina,
apareces tú;
ninfa tangible
duende de paz
inquieta ambición.
epónima de mi corazón sangrante
razón de mi andar oscuro,
erebo por tu ausencia
sombra que me das frescor
instrumento de virtuosos,
afínate junto a mí.
Esto lo escribí hace 12 años, más o menos, excepto la aclaración sobre el fumar. Se trata de que adivines cómo se llamaba la chica a la que quería ligarme con este relato. Pista: hay que fijarse en los principios del final.